ADELA
Pasé la noche fatal, no podía borrar de mi mente la imagen de la noche anterior. No es agradable encontrarse con una escena que parecía sacada de una película de terror. La imagen de Verónica tirada en medio de un charco de sangre me acompañaría el resto de mi vida.
Me levanté de la cama y salí de la habitación. Esa mañana no estaba empalmado como todas las mañanas, estaba abatido. Mi subconsciente dominaba mi cuerpo. No era el mismo de siempre, no era yo. Tenía que sacar fuerzas como fuera para afrontar un nuevo día, tenía que pasarme por la redacción para contar todo lo sucedido.
Subí por Las Ramblas, el día era soleado pero en aquel momento hubiese preferido que estuviese nublado y que la lluvia mojase mi cabeza. Me apetecía lluvia, sofá, manta y buena música. Llegué a la redacción. Samanta se alegró como siempre de verme y lo demostró con su bonita sonrisa de oreja a oreja, me senté en su mesa.
– Buenos días, Sam. ¿Qué tal todo por aquí?
– Buenos días, guapo. Pues ya ves, aquí con lo de siempre. Ya he visto los periódicos. ¿Estás bien?
– Todo lo bien que se puede estar, guapísima.
– Alfredo te espera en su despacho.
Entré en el despacho del jefe y le solté la noticia. En los periódicos no relacionaban las muertes de Josep Bofarull y Anna con la de Verónica Estrada y su camello. Al contarle lo sucedido, Alfredo levantó el teléfono para hacer venir a César y que se hiciese cargo del reportaje. César era el reportero más veterano de la redacción, uno de los tres que estuvo conmigo durante el atraco y el que me puso en contacto con el comisario González.
– Quiero que os sentéis los dos y que os curréis un reportaje de los buenos. El material merece la pena. Tiene que salir en el próximo número.
Nos pusimos manos a la obra. Yo tenía muy pocas ganas de recordar lo sucedido pero hice un esfuerzo para sacarme “de una vez” el caso de encima. Quería pasar página al asunto y volver a estar bien. Ese tipo de trabajos ya me tenía más que harto.
Me dediqué a dar todos los detalles para que César los plasmase en papel. Lo dejé escribiendo y me puse a revelar las fotos. Ver con vida a Verónica me daba mal rollo, después de haberla visto con el tiro en la cabeza. Las revelé lo más rápido que pude para olvidarme ya del tema de una vez. Entregué las fotos a César para que él se encargase de todo. Era buen tipo y entendía mi estado de ánimo.
– No te preocupes, Max. Vete a descansar que yo me encargo de que todo salga como tiene que salir. Confía en mí.
Por supuesto que confiaba en él. Escribía muy bien. Me fui a despedir de Samanta antes de marcharme.
– Ves a descansar, guapo. Llámame esta tarde, tengo que darte los detalles de la próxima sesión de fotos. No será aquí, ya te contaré.
Me fui a casa sin pasar por ningún bar. Subí las escaleras despacio, estaba agotadísimo. Puse música y me tiré en el sofá a fumarme un cigarro. Miré por el balcón buscando a Neus y no estaba. Me quedé dormido un buen rato.
Me desperté con el ruido que hace el butanero para reclamar su atención y que todo el barrio se entere que estaba allí. Me cagué en toda su puta nación. Ya no me pude volver a dormir con el escándalo de la calle, las señoras chillando como locas desde los balcones para pedir la puta bombona de butano.
Vi entrar a Neus en su casa. Me hice el dormido para ver lo que hacía. Me gustaba espiarla. La vi mirar hacia donde yo estaba entrecerrando los ojos pero por suerte no me vio. Encendió unas barras de incienso y puso un disco, era la música relajada de siempre. Me gustaba oler y escuchar lo que me llagaba de su casa. Me sentí invadido por una paz repentina, empezaba a encontrarme mejor. Neus se quitó la camiseta y dejó sus pechitos al aire, tenía calor. Estaba claro que no me veía, nunca se desnudaba si yo estaba en casa. Tenía unas tetitas preciosas, no muy grandes pero muy bien formadas, los pezones miraban al cielo, el tipo de pecho que a mí más me gustaba y por supuesto sigue gustándome.
Puso una toalla en el suelo y se sentó en ella. Empezó a hacer ejercicios de yoga pero esta vez eran como más lentos, no tan gimnásticos. Cuando llevaba un rato se levantó y mirando en mi dirección, se quitó los pantalones. Quería estar segura de que yo no estaba en casa. Se quedó en braguitas. La visión era preciosa. Parecía una diosa asiática con el pelo rubio.
Estuve observándola durante más de una hora. La sensación de paz era alucinante. Una preciosa mujer en braguitas de algodón blancas moviéndose delicadamente al ritmo de una música celestial y olor a incienso. Por un momento me sentí en la gloria. Vi que estiraba los brazos y se frotaba los ojos mientras bostezaba. Salí al balcón para que ella sintiera la misma sensación que siento yo muchas mañanas cuando la descubro mirándome desde su balcón.
– ¡Buenos días, chica zen!
Me miró con ojos de sueño y se tapó las tetas con sus manos.
– Veo que jugamos con diferentes reglas, Neus. Si a ti no te molesta verme desnudo y empalmado, a mí tampoco me molesta ver tu precioso cuerpo desnudo. Al contrario, me encanta.
Bajó las manos dejando ver sus preciosos pechitos ahora empitonados.
– Qué labia tienes, Max. Me has convencido con pocas palabras.
– Espero seguir convenciéndote, es lo que más deseo.
– Que zalamero eres, canalla.
– Contigo es muy fácil, preciosa.
Se sonrojó y se levantó. Se puso la camiseta y salió al balcón.
– Veo que ya terminaste el trabajo. ¿Ha sido duro?
– Durísimo, Neus. Durísimo.
– No te veo muy animado. ¿Te apetece venir esta noche a cenar?
– Ya lo creo que me apetece. Necesito tranquilidad y que me cuiden.
– Ya sabes que yo siempre te cuido. Te espero a las ocho.
Me tiré en la cama y dormí hasta las siete y media de la tarde. Me desperté sudando. ¡Malditas pesadillas!
Llamé a Samanta después de pasar por la ducha. Por fin un trabajo agradable y fácil. La portada y las páginas centrales del próximo número llevarían un reportaje fotográfico en exteriores. La modelo se llamaba Adela, era la bomba sexual del momento, la cantante de moda. Solía salir cantando en programas de televisión de máxima audiencia. El público masculino esperaba con ansia la salida del próximo número.
No tenía que preocuparme de nada, solo tenía que ir y empezar a trabajar. El equipo lo tendría montado todo a mi llegada.
El panorama en el trabajo había cambiado mucho últimamente; menos mal, porque la situación ya empezaba a ser insoportable.
Ya eran las ocho, ¡qué bien! que me preparaban la cena y vería a Neus. Me apetecía estar con ella, era la única que me transmitía paz y que no me buscaba para tener sexo. Era muy cómodo estar con ella, todo era muy fluido y natural. Me acerqué a Las Ramblas y le compré un ramo de flores.
– ¡Buenas tardes, Neus! Le di dos besos y las flores.
– Que bonitas, Max. Que detalle. Muchas gracias. Pasa y siéntate.
Me trajo un té y se sentó conmigo.
– Bueno, ¿me vas a contar qué es lo que te tortura?
– Anoche viví algo terrible que está haciendo que me plantee cambiar muchas cosas en mi vida.
Me cogió de la mano y me estiró en el sofá. Ella se sentó para que apoyase mi cabeza en su pierna, me sentí como un bebé en brazos de su madre. Seguí contándole el suceso mientras ella me acariciaba el pelo.
– Eso es terrible, Max. No me extraña que estés así. Si necesitas seguir hablando del tema, hazlo que te escucharé durante toda la noche si hace falta; pero, si no lo necesitas, mejor que cambiemos de tema. Te sentará bien pensar en cosas bonitas.
– Mirando tu preciosa cara es fácil pensar en cosas bonitas.
Esta vez no contestó ni me llamó zalamero ni nada por el estilo. ¿Se estaría acostumbrando a mis cumplidos? No sé si era eso o que despertaba en ella su instinto maternal al verme realmente jodido e indefenso.
– Siéntate en la mesa que te sirvo la cena. Hoy te voy a cuidar y a mimar. Estarás mejor que en un balneario, ya verás.
Una cena fría a la luz de las velas con música tranquila, todo era perfecto.
Nada de alcohol y mucho cariño. El resplandor de las velas se reflejaba en sus ojos, le brillaban de una forma especial.
– ¿Estás intentando seducirme, Neus?
Me contestó con una sonrisa. Me gustó que no me soltase una negativa. Se levantó de la mesa para recoger los platos y llevarlos a la cocina.
– Pon la música que te apetezca. Mírate los discos, están debajo del equipo de música.
Oí como llenaba la bañera mientras yo buscaba algún disco que me gustase. Lo más roquero que tenía era Pink Floyd, puse “La cara oculta de la Luna”.
Se acercó y me cogió de la mano. Me llevó hasta el baño.
– Desnúdate y métete dentro.
– ¿Te meterás en la bañera conmigo?
– Calla y métete dentro. Hazme caso.
La bañera estaba llena de espuma, olía a lavanda. Todo el cuarto de baño estaba lleno de pequeñas velas, era como estar en un hotel de lujo en la India. Con una esponja muy suave empezó a enjabonarme los hombros y la espalda muy lentamente. Me puso champú y empezó a masajearme la cabeza. Sentía que iba a salir levitando de un momento a otro. Me aclaró el pelo y siguió con la esponja, esta vez por el pecho.
– Relájate y cierra los ojos. No te preocupes por nada. Estás conmigo.
Me estaba poniendo Pinocho. Neus tenía la camiseta mojada, era blanca de tirantes, se le transparentaba y se le marcaban los pezones. Estaba muy empitonada. Fue bajando con la esponja del pecho a la barriga. Noté en la punta de mi polla empalmada el roce de su mano. No le dio mayor importancia, solo sacó la mano y continuó con mis hombros.
– Max, ¿ya estás empalmado? Así no te relajarás nunca.
– Ya lo creo que estoy relajado, pero es que no soy de piedra. Me está gustando mucho lo que me haces.
Estuvo torturándome cerca de una hora, lo único que quería en ese momento era que se metiese en la bañera conmigo y hacer el amor con ella.
– Ponte de pie, Max.
Le hice caso. Al levantarme, mi polla empalmada y durísima le quedó a la altura de la cara. Esperaba algo del momento, aunque solo fuese un beso en la punta. Todo era muy sugerente, pero ella ni siquiera la miró. Se puso en pie y cogió el teléfono de la ducha, con muy poca presión me aclaró el jabón, desde la cabeza hasta los pies. Cogió una gran toalla y me envolvió en ella, olía a suavizante, me sentía como el osito Mimosín. Me cogió de la mano y me hizo salir de la bañera. Me condujo hasta su habitación y me estiró en su cama boca abajo. Me lleno el cuerpo de aceites y empezó a masajearme desde los pies a la cabeza. Todo lo que me hacía era muy lento y muy agradable. Estaba en el paraíso. Era todo tan agradable… Tanto que me quedé dormido. En algún momento de la noche me desperté desubicado, aquella cama olía muy bien. Estaba claro que no era la mía. Noté el cuerpo de Neus a mi lado. Me abracé a ella y me volví a dormir.
Me desperté con el sol en la cara. Dormí estupendamente toda la noche. Ni rastro de pesadillas. Me gustaba la sensación. Me levanté de la cama y busqué algo de ropa para ponerme. Salí a la sala empalmado como siempre.
– Veo que ya estás mejor. Por lo que veo físicamente, ya eres el de siempre.
Estaba leyendo el periódico sentada en la mesa con el desayuno preparado.
– Toma, ponte estos pantalones, son muy cómodos.
Eran realmente cómodos, eran como los de ella pero más grandes.
– ¿Te gustan? Te los regalo.
– Si sigues cuidándome así, acabaré enamorándome de ti.
– Siéntate a desayunar, que he preparado cosas buenas.
Se fue por la tangente y, por un momento, pasó por mi cabeza que quizás esa era su táctica: Enamorarme a base de cariño y cuidados dejando el sexo para lo último. Se comportaba de forma contraria a como lo hacían, según ella, las guarras que me cepillaba.
Aproveché la euforia del momento para proponerle una salida de varios días. Le encantó la idea.
– Max, me tienes que contar qué es eso de que me aproveché de ti la otra noche.
No quería incomodarla después de haberme cuidado tan bien.
– Nada, cielo. No pasó nada la otra noche. Era solo una broma, ya me conoces.
Pasamos todo el día juntos, riendo y disfrutando del clima de la ciudad. Su compañía me gustaba mucho. Paseamos, comimos y cenamos fuera. Al llegar la noche volvimos cada uno a nuestra casa.
Cuando nos despedimos me dio un abrazo, yo intenté darle un beso en los labios pero me hizo media cobra. En lugar de echar la cabeza para atrás la giró poniéndome la mejilla. Eso me pareció más apropiado para su táctica. La cobra cierra muchas puertas y ella parecía querer dejar su puerta bien abierta. Chica Zen, tu táctica está funcionando, pensé mientras subía las escaleras de mi casa.
Me acosté temprano, al día siguiente venían a buscarme para llevarme a los exteriores donde haríamos el reportaje fotográfico de Adela. Me dormí enseguida. Cuando cerraba los ojos solo veía la sonrisa de Neus, una preciosa visión para conciliar el sueño.
A las nueve de la mañana me despertó el teléfono.
– Buenos días amor mío. ¿Aún estás en la cama? Lo que daría yo por estar ahora allí, te iba a despertar a lametazos donde tú ya sabes.
– Buenos días, Sam. Ahora mismo la tengo durísima. Me encantarían tus lametazos. ¿Por qué no te vienes?
– Porque no puedo, sino ya sabes que me plantaba allí en dos segundos, tío bueno que me tienes loca. A ver cuando me vuelves a sacar a cenar, la próxima vez te prometo que no habrá atracos a bancos ni golpes de estado.
– Algún día, Sam. Los dos nos merecemos una cita sin sobresaltos.
– Vístete que pasan a buscarte en media hora y cuidado con Adela que se comenta que es muy fresca.
– ¿Tanto como tú?
– Ni lo sueñes, guapo. Esa guarra no me llega a mí ni a la suela de los zapatos. Para fresca yo, y más contigo que eres mi percebe.
Colgué el teléfono y me masturbé pensando en las suaves caricias de Neus. Hacía días que no podía empezar el día como a mí me gustaba. La tensión sexual que tenía acumulada por culpa de Neus era insoportable. Mejor vaciar los tanques antes de empezar la sesión con Adela, no quería hacer el ridículo empalmándome a media sesión. No creo que ese fuese el pajarito que Adela esperaba mirar.
A las diez de la mañana ya estaba bajando las escaleras de casa. Me esperaba en la calle el equipo habitual con el que trabajaba cuando tenía sesión con las chicas: Patricia, la peluquera, una gran profesional que de una fregona de limpieza te hacía una peluca estilo Luis XIV. Serena, la maquilladora, capaz de convertir a Lola Gaos en Sofía Loren y Aitor, el estilista, que cogía a una mujer desnuda y, con cuatro trapos, podía pasearse por la alfombra roja del festival de San Sebastián. Eso sí, si el que estaba desnudo era un hombre, no encontraba la manera de vestirlo. Hacía las mil y una para tenerlo desnudo todo el rato que fuese posible para mirarle bien la chorra. Le iban más un rabos que a un tonto un lápiz.
Patricia y Serena eran un par de bomboncitos, muy jóvenes y alegres, te contagiaban sus ganas de vivir. Aitor era encantador pero, a la que te descuidabas, te dejaba el culo como la bandera de Japón. Pensé que, si todo iba bien, podría refrescar mi calentura con una de ellas; sabía que ninguna de las dos tenía novio y no eran precisamente unas puritanas.
Salimos de Barcelona por la autopista dirección norte. Por el camino me pusieron al día de la carrera musical de Adela. Yo no tenía ni idea de lo que me contaban. Hacía música comercial y eso a mí no me interesaba para nada. Me contaron que no se le conocía novio fijo pero que siempre andaba con chicos, era muy conocida en el ambiente nocturno. La chica, a parte de hacer conciertos también asistía a fiestas de sociedad y eventos de todo tipo. Estaba en plena campaña de promoción de su último disco.
Por lo visto, fue realmente difícil conseguir que reservara un par de días para hacer la sesión. Supuse que el dineral que le ofrecían por salir desnuda en la revista ayudó mucho a que encontrase un hueco en su apretada agenda.
Llegamos a la localización de exteriores: Era una casa blanca muy grande de estilo mediterráneo. Estaba en la ladera de una montaña y tenía vistas al mar. La casa estaba rodeada de bosques y tenía una piscina en forma de riñón, muy típica de la zona y de la época.
Mis compañeros empezaron a montar sus cosas y yo repasé el material que estaba en la zona de la piscina. Saludé al fotógrafo que había montado el equipo y que se había desplazado para echarme una mano; era el mismo que me ayudó el día del atraco al banco. Nos alegramos de vernos, estuvimos comentando el incidente y me felicitó por las fotos; yo le di las gracias por la ayuda. En parte, mi éxito profesional desde aquel día fue gracias a su ayuda y, por supuesto, al descuido de Samanta; si no llega a dejarse la bolsa en la oficina ahora yo seguiría cobrando la misma miseria y no sería tan conocido en el sector.
Llegó Adela acompañada de su representante; el hombre parecía el típico chupasangre que vive del éxito y el talento ajeno.
– ¡Buenos días equipo! Soy Adela.
Me cerqué para darle la mano pero ella me dio dos besos.
– Encantado. Soy Max.
– Así que tú eres Max… Me encantan tus fotos. Estuve mirando otras sesiones tuyas para ver qué tal lo haces y me gustan mucho, sobre todo tus trabajos de investigación. Las que hiciste en el atraco del Banco Central son realmente buenas. Me han hablado de ti por muchos sitios, te estás haciendo famoso. Espero que te luzcas y me saques bien guapa.
Me sorprendió que conociese mi trabajo. Era más culta de lo que me esperaba. Normalmente, en este tipo de sesiones, las chicas no tenían mucha más complejidad que una ameba. Me sentía un poco incómodo al no conocer su trabajo. Por lo visto ella conocía el mío y bastante bien.
Era guapísima, más que cantante parecía una modelo publicitaria. Vestía de forma deportiva y no se le adivinaban las formas, pero parecía tener muy buen cuerpo. Más le valía si pretendía salir desnuda en una revista con tanto éxito entre el público masculino. Se sentó debajo de una sombrilla para empezar la sesión de chapa y pintura.
Me acerqué al mirador para ver los alrededores y me llegó un olor muy familiar. Me asomé y vi en el jardín de abajo a su representante crujiéndose un porro de tamaño considerable.
– Max, ¿qué tienes pensado hacer hoy?
– Hoy trabajaremos aquí, en la piscina, aprovechando la luz que es perfecta. Pararemos para comer y continuaremos por la tarde.
– ¿Me orientarás un poco verdad? Yo no soy modelo. Soy cantante por si no te lo han dicho.
– Me lo han dicho y parece que de mucho éxito. Te orientaré lo justo y necesario. Me gusta la espontaneidad de las personas. La belleza tiene que ser natural, no forzada.
– Me gusta tu manera de ver las cosas. Si me sacas bien guapa en las fotos, tú y yo hablaremos en serio de futuras colaboraciones.
– Eso se lo dirás a todos.
Me guiñó un ojo y me sacó la lengua. Era guapa, inteligente y simpática. Al final me caerá bien y todo, pensé. Tendré que olvidarme de mis prejuicios musicales.
Llegó el momento de maquillarle el cuerpo para eliminar brillos molestos. Cogí una silla y me puse en primera fila para ver como se desnudaba.
– Vaya, veo que tu fama de salido es merecida.
– ¿Salido yo? No sé quién hace correr esos rumores sobre mí. Soy un buen chico.
Patricia y Serena rieron socarronamente. Aitór escandalosamente. Con ese equipo no había manera de engañar a ninguna mujer.
– Sí, se te ve en la mirada que eres buen chico. También reflejan tus ojos que le eres muy fiel a tu novia.
– De momento no tengo novia, pero no lo descarto; igual en estos dos días la encuentro. Muchísima belleza femenina veo yo por aquí.
Serena y Patricia se miraron entre ellas y después me miraron a mí con cara de pensar que iba muy a saco. En ese momento me corté. Igual me estaba pasando con Adela, pero su respuesta hizo que me quitase la idea de la cabeza.
– Me alegra tener esa información. Un tipo como tú sin novia tiene muchísimo peligro. ¿Te gustaría tener una novia cantante? – Dijo Adela mientras me guiñaba el ojo y se abanicaba con un papel –.
– Chicas un poco de agua que esto se está poniendo al rojo vivo, – dijo Aitor el estilista arrancándonos la carcajada a todos –.
– ¿Has posado desnuda alguna vez, Adela?
– Solo en la intimidad. ¿Y tú, Max, has posado alguna vez desnudo en la intimidad? – Volvió a guiñarme un ojo –.
– Chicos, si molestamos nos vamos, – dijo Aitor.
Las chicas no daban crédito y yo aún daba menos crédito todavía. Estaba siendo descaradisima conmigo y muy directa. No sabía si era un juego para pasar el rato o realmente buscaba algo de mí. Cada vez la veía más fresca.
Tenía la sensación de que las fotos iban a salir de puta madre. Las chicas terminaron su trabajo, ahora me tocaba a mí empezar el mío.
– ¿Escucharemos música mientras trabajamos?
– Claro, Adela, así todo saldrá más fluido.
Envió al representante a por música al coche. Se sentó en la tumbona y se quitó la bata. Se me escapó un silbido de lo más espontáneo.
– Gracias, guapo. Eso ha sido muy sincero. Como tú dices lo mejor es la espontaneidad, – dijo mientras se le escapaba la risa –. Era jodidamente simpática y estaba buenísima.
– Dime, Adela, ¿por qué las cantantes y las actrices siempre estáis mucho más buenas que las modelos?
– Pues no lo sé, Max. Yo las veo a todas iguales. Ahora, eso sí, a los hombres sí que les noto la diferencia. Para mí solo hay dos tipos de hombres: Los que me gustan y los que no me gustan. ¿Quieres saber a cuál de los dos tipos perteneces tú?
– Prefiero quedarme con la incógnita. Nos quedan muchas horas por delante y me imagino que en algún momento sabré a qué tipo de hombre pertenezco.
– Veo que tú no lees muy bien las señales femeninas. A ver si tendrás razón y será verdad que lo que se cuenta de ti es falso.
– Solo hay una manera de averiguarlo, Adela.
– Tocada y hundida. Creo que no es mentira. Te lo noto en el brillo de los ojos, eres golfo por naturaleza. Me encanta.
Llegó el representante con un montón de cintas.
– Pon la cinta verde, anda. A ver si nos animamos y se me pasa de una vez la vergüenza, que esto de estar en pelotas delante de tanta gente no es lo mío.
Empezó a sonar Parálisis Permanente. Me llevé una grata sorpresa, a la chica le gustaba la buena música. Autosuficiencia sonando en el casete; el disco hacía poco que había salido y me gustaba mucho. Ahora sí que estábamos preparados para empezar con la sesión.
– Vamos guapa, ánimo que ya veras como sales preciosa en las fotos.
Hice que se estirase en una tumbona con los brazos por encima de la cabeza y una rodilla flexionada para que la pierna justo le tapara el pubis. La cabeza ladeada y la mirada directa al objetivo esbozando una sonrisa.
– Adela, con esa postura no sonrías; mejor que pongas cara sexy.
– ¿Y eso cómo se hace?
– Abre un poco la boca y saca un poquito los labios. Mírame como si te picase mucho la espalda y alguien con unas buenas uñas te la estuviese rascando.
– Muy descriptivo, Max. Gracias.
Siguió mis instrucciones al pie de la letra. Lo hizo perfecto. Ponía cara de estar a punto de tener un orgasmo. Noté un cosquilleo en la entrepierna. Era jodidamente sexy. Le hice cambiar de postura. Esta vez de lado con un brazo estirado hacia arriba, le hice mirar su mano.
– ¿Qué cara quieres que ponga ahora?
– Cara de placer. Supongo que esa sí la sabes hacer.
– No sé si me acordaré. Hace tiempo que no la pongo.
– Eso no me lo creo. No puede ser, Adela. Hay que trabajar menos y disfrutar más de la vida.
– ¿Y las dos cosas no pueden hacerse a la vez?
– Igual sí. Solo es proponérselo.
– Pues lo propongo. ¿Dónde duermes esta noche?
– Adela, me estás poniendo muy nervioso y tú no te concentras. Hablamos a la hora de comer… Dormiré en esta casa.
– Bien, yo también duermo en esta casa, – dijo guiñándome un ojo –.
– Está bien, ¿volvemos a estar por la sesión o sacamos el parchís y echamos una partida?
– Sí, Max, perdona, ahora que sé donde duermes, lo haré bien. No me distraeré más.
Cada vez se soltaba más, parecía que estaba más a gusto y relajada. Se aplicaba mucho y seguía mis instrucciones al pie de la letra, pero me ponía muy nervioso con sus bromas. Estaba demasiado cachondo para concentrarme en el trabajo. Ya llevábamos tres horas trabajando bajo el sol y se hacía insoportable. No podíamos seguir con la misma espontaneidad del principio, decidí parar.
– Muy bien, Adela. Lo has hecho estupendamente, ya puedes taparte ese cuerpo de infarto. Chicos, ¿paramos a comer?
Adela se tiró de cabeza a la piscina. El resto del equipo la siguió. Jugaban como niños pequeños tirándose agua los unos a los otros. Me senté al lado del representante, que estaba en la sombra apartado de la piscina; le puse el zoom a la cámara y desde allí, sin que me viese, le hice un montón de fotos. Esos primeros planos tan bonitos con el fondo desenfocado y las gotas de agua salpicando.
– ¿Te gusta Adela, verdad?
– Pues claro que me gusta. ¿Conoces a alguien a quién no le guste?
– A unos cuantos. Cuando una chica guapa como ella tiene éxito, se crea muchos enemigos. La envidia es muy mala y los celos aún son peor.
– ¿Es cierto lo que se dice que, para que una chica triunfe en el mundo de la música tiene que pasar por la piedra?
– En la mayoría de casos, así es. En el de Adela te aseguro que no. Lleva años trabajándoselo mucho. Es muy profesional. Nunca pasa por el aro y siempre toma todas las decisiones que conciernen a su carrera. No es un producto discográfico como otras que corren por ahí.
– ¿Y eso crea enemigos?
– Bueno, más que enemigos, detractores. Cualquiera se cree con el suficiente criterio y capacidad para criticar todo lo que ella hace. Algunos incluso se atreven a decir que es estúpida o maleducada porque algún día se la encontraron y no fue lo suficientemente simpática, no siempre las personas son como ellos se esperan. La fama es lo que tiene, no puedes estar siempre a la altura, ni satisfacer las expectativas creadas por los seguidores. Ser promiscua siendo mujer no está bien visto; algunos hombres le llaman puta porque no se acuesta con ellos y algunas mujeres le llaman puta porque se acuesta con chicos que a ellas les gustaría beneficiarse pero no pueden.
– ¿Es muy promiscua?
– Pobre Adela. Apenas hace otra cosa aparte de trabajar. Esa fama se la ha dado la prensa pero ella no tiene tiempo ni para eso. Si le gusta un chico va a por él como hacen todas. Esos chicos que salen en las revistas acompañándola en fiestas no son más que amigos. No se merece la fama que le están dando. Solo le faltaba salir desnuda en tu revista. Yo se lo desaconsejé pero no me hizo caso. Creo que se está equivocando, este tipo de fama no es la que necesita. Tiene demasiado talento para hacer estas cosas.
Después de la conversación con su representante, cambió mi opinión respecto a él. La apreciaba y cuidaba de ella. No era el chupasangre que pensaba. Adela me caía mejor, la veía muy profesional en todo lo que hacía. Posar desnuda para una revista de gran tirada no era nada fácil y menos para una cantante que no está acostumbrada a mostrar su cuerpo desnudo sabiendo que después la verá todo el país.
No quería escuchar su música. No es que me cerrase en banda a la música comercial pero sí que me echaba un poco para atrás. Siempre consideré a este tipo de artistas como un producto para ganar dinero. Compraban sus discos como se compra una lata de judías de la estantería de un supermercado, es decir, sin criterio musical alguno.
Ahora, pasados los años, cuando recuerdo a Adela, pienso que era muy buena cantante y muy buena compositora. Tocaba varios instrumentos y escribía sus propias canciones, nada que ver con las estrellas de la época que, a parte de enseñar carnes, poco más hacían. Ahora la veo como una ADELAntada a su tiempo. La recuerdo así, como una gran estrella, pero sobre todo, la recuerdo con gran cariño. La echo muchísimo de menos.
– ¡A comeeeeeeeeeeer!, – dijo Aitor golpeando una bandeja de metal con una cuchara –.
Un restaurante de la zona había preparado el catering y habían puesto una gran mesa en el jardín con vistas al mar. Todos estaban muy contentos, incluso el representante de Adela. Me contagiaron la alegría.
– Bueno, y ¿dónde dormiremos? ¿Alguien ha visto las habitaciones? – dijo Adela –.
– Las camas son enormes. Tendremos que buscar alguien que nos la caliente. – dijo Patricia –.
Todos reían y hacían bromas menos Adela. Ella me miraba de reojo mientras mordía su vaso de agua. Yo la miré y le guiñé un ojo. Le arranqué una sonrisa y empezó a chillar y a hacer bromas como los demás. Me puse en pie para hablar a todos.
– Chicos, tengo que felicitaros a todos por lo bien que hemos trabajado hasta ahora. Hemos adelantado mucho trabajo gracias a la buena disposición de Adela. Os propongo algo: ¿Nos tomamos la tarde y la noche libres y vamos todos a la playa o le damos caña esta tarde y mañana nos tomamos el día libre?
La respuesta fue unánime; darle caña esta tarde y mañana todos a la playa. La tarde fue como la mañana. Adela estaba que se salía, cada vez lo hacía mejor. Parecía una auténtica profesional. Ya no tenía que darle indicaciones, con lo poco que le dije durante la mañana tenía más que suficiente.
– ¿Estás cómoda? ¿Estás cansada?
– Estoy muy cansada, Max. Espera un momento.
Se levantó del suelo para cambiar la cinta, ya ni se tapaba. Llevaba tantas horas desnuda que ya no le importaba. A mí me importaba menos. Al contrario, me gustaba verla moverse con naturalidad, sin poses forzadas. Hacía tiempo que no me pasaba eso. Estaba muy acostumbrado a hacer sesiones fotográficas de desnudos con auténticos bomboncitos, pero nunca me había excitado tanto hacerlo. Supongo que, a parte de su descomunal cuerpo, lo que me ponía más cachondo era su manera de ser y sus bromas. Parecía desafiarme en cada momento.
Hoy en día, pasados ya los años, me doy cuenta de que las mujeres siguen desafiándome. Siempre lo hacen y no sé porqué. Algunas dicen que es porque doy la imagen del típico macho depredador, aunque no lo sea. Les atraigo y a la vez les repelo. Es una sensación que las desconcierta, por eso se muestran desafiantes ante mí. Si me conociesen más, no se comportarían de tal forma. Es la imagen que tienen de mí, no la que yo quiero dar.
Adela puso una nueva cinta y volvió a posar. Esta vez sobre una mesa con un mantel blanco en posición fetal, con pétalos de rosa roja esparcidos por la mesa y sobre su cuerpo.
– ¿Te gusta lo que suena, Max?
– Sí, me gusta mucho. ¿Qué es?
– No lo sé. Me la pasó un amigo, es una maqueta. Esta canción es instrumental.
– Pues suena realmente bien.
La hice ponerse de cuclillas apoyando la espalda en la pared con los brazos estirados y las manos sobre las rodillas. Era una postura que usaban mucho en Playboy y a mí me gustaba. Se veía todo y no se veía nada, no era tan explícita como las otras posturas que le hacía hacer a la pobre Adela.
Empezó a sonar la siguiente canción. Estaba muy bien, me gustaba realmente. Empezó a cantar una chica y lo hacía en castellano. Esa voz me sonaba.
– ¿Eres tú, Adela?
– Son las canciones sobrantes de mi último disco. No cabían todas las que escribí y es una lástima, a mí me gustan todas. Espero que puedan salir en el próximo.
– Está muy bien, Adela. No me lo esperaba.
– ¿De verdad, Max? Me hace mucha ilusión que te guste.
– Gustarme es poco, me encanta. Espero que me regales un disco y que me lo dediques.
– Eso está hecho. Pero, si todo va como tiene que ir, no será el único recuerdo que tendrás de mí.
Noté un hinchazón en la bragueta. Ahora sí que estaba excitado. Ella también lo notó y, mirándome la entrepierna, me dijo con cara de niña traviesa:
– Creo que sí, que todo irá como tiene que ir.
A partir de ese momento posó de forma más agresiva y sexy. Era muy excitante, demasiado para mi estado de ánimo. Me estaba poniendo enfermo. Hacía días que no follaba y Neus me hizo las mil y una. No sé cómo puedo soportar ver a semejante pedazo mujer desnuda ante mí comportándose como una gatita en celo. Si todo va como Adela se espera que vaya, no la dejaré dormir en toda la noche. Ese cuerpo tiene que ser mío, quiero que me cante al oído mientras le perforo las entrañas. Eso pensaba mientras le hacía las últimas fotos de la sesión.
– Muy bien, Adela. Podemos decir que damos por finalizada la sesión. Has estado maravillosa. Se levantó y vino hacia mí. Me abrazó cariñosamente y me dio las gracias. Aitor vino con una bata para taparla, me cagué en él mil veces. Adela se puso de pie encima de una silla.
– Chicos, estoy muy contenta de como ha salido todo. Me voy a duchar y a ponerme guapa. Quiero celebrarlo, así que todos a la ducha y a ponerse bien guapos que nos vamos al pueblo. Quiero invitaros a todos a cenar.
Mientras me duchaba hice un pequeño repaso de todo lo vivido durante los últimos meses. Cada día tenía más claro que rumbo debía tomar en mi carrera. Esa última sesión con Adela me había llenado muchísimo. Una modelo así hace que uno saque toda a la luz y toda su creatividad. Ese artista que todos llevamos dentro.
Tenía que ponerme las pilas y preparar la exposición cuanto antes. Hacía días que me rondaba por la cabeza una idea. No quería aprovechar ninguna de mis anteriores fotos, quería que todas fuesen nuevas y de detalles de cuerpos femeninos desnudos. Con todas las chicas que había conocido últimamente no me resultaría nada difícil dar con la modelo adecuada. No tendrían que posar como profesionales, solo quería captar la realidad y la naturalidad de los cuerpos. Las caras me importaban bien poco. Solo quería captar los detalles de la piel. Si había alguna cicatriz o imperfección, mejor que mejor. Lo del periodismo de investigación cada día me gustaba menos; no me aportaba nada y solo hacía que me sintiera mal conmigo mismo. A veces sacaba lo peor de mí y me sentía otra persona.
Es lo que tiene cuando te dejas llevar por las circunstancias del momento. Hay situaciones que te atrapan y no te sueltan; cuando consigues salir de ellas te sientes fatal y te cuesta días volver a ser la misma persona. Gracias a Neus superé cosas que me hubiese costado muchísimo superar yo solo. Era demasiado duro para mí. Yo quería estar rodeado de belleza y creatividad, no de miserias y dramas.
Ese trabajo estaba cambiándome el carácter y yo no quería cambiar. Quería tener la misma ilusión de siempre y sacar en cada trabajo el niño que llevaba dentro. Quería ser natural y espontáneo, y plasmarlo en mis trabajos. Quizás era eso lo que le gustaba a la gente de mí trabajo. Por fuerte y cruda que fuese la imagen, sin querer, le daba ese toque artístico que solo un niño le puede dar. Notaba que yo solo estaba matando a ese niño y quería salvarlo. Seguiría con esos trabajos porque me daban dinero y prestigio, pero no tenía que involucrarme tanto. Tenía que ser un simple espectador, ajeno a la trama de los acontecimientos.
Salí de la ducha y me vestí con mis mejores galas: Unos vaqueros y una camiseta negra; por lo menos todo estaba limpio y olía bien. Si era cierto que Adela quería algo de mí, tenía que estar en condiciones de poder dárselo de la manera más elegante posible.
Cuando bajé al jardín ya estaban esperándome todos, solo faltaba Adela. Parecían todos sacados de un escaparate del Corte Inglés. Se pusieron la ropa más nueva que encontraron. Iban más elegantes que yo, y se me pasó por la cabeza que, vestido así igual no daba la talla para acabar de conquistar al pedazo de mujer que llevaba todo el día calentándome con su comentarios. Apareció Adela por la puerta y nos quedamos todos con la boca abierta. ¡Qué barbaridad! Que guapa y espectacular estaba. Le había dado el sol durante todo el día; después de pasar por la ducha le quedó un tono de piel de lo más apetecible. Llevaba una camiseta de tirantes negra de lo más ajustada y una cadena plateada larguísima, le daba varias vueltas al cuello y adoptaba formas sinuosas al estar en contacto con sus pechos. No llevaba sujetador y se le marcaban mucho los pezones. A veces se le quedaba enganchada la cadena en alguno de ellos. Llevaba unos Lásters negros satinados al más puro estilo londinense y unos zapatos negros de tacón de aguja que solo de verlos ya te daban vértigo. Su poderosa melena se movía por la acción del viento.
Parecía salir de la portada de algún disco. Lástima que ya habíamos guardado el equipo y no le pude hacer ninguna foto. Estaba que se salía por todos lados, digna de la portada de su próximo disco. Bajó los dos escalones y me cogió del brazo.
– Vamos, chicos, ir todos en la furgoneta. Tú Max, te vienes conmigo en el coche. Sabes conducir, supongo.
– Sé conducir y me encantará hacerte de chófer. Siéntate detrás, quiero verte por el retrovisor. Eres una preciosidad y lo sabes.
– Y tú un morboso por querer jugar a chófer y espiarme por el espejo.
Nos subimos en el coche y puse rumbo al pueblo. Ella, por supuesto, aceptó sentarse en el asiento de atrás del coche. Le gustaba el jueguecito del chófer cachondo.
– Eres un encanto de hombre. Me has gustado desde el primer momento que te vi.
– Tú a mí también me has gustado mucho desde el primer momento, que digo mucho, muchísimo. Me ha encantado trabajar contigo y quiero proponerte algo.
– Si tu propuesta es la de pasar los dos la noche juntos, ya te digo que sí ahora mismo, cariño.
– No iba por ahí el tema pero me encantará pasar la noche contigo. Verte desnuda durante todo el día me ha puesto a cien. Eres una maravilla de mujer a todos los niveles.
– Me alegra oír eso. ¿Por dónde iba el tema entonces?
– Tengo una idea para hacer una exposición de fotos y te quiero como modelo. No te puedo pagar pero estoy dispuesto a trabajar gratis para ti.
– Me gusta la idea, Max. Me encantará posar para ti, confió en ti y en tu buen gusto. Si eres capaz de hacer fotos tan bonitas para la revista, seguro que si despliegas todo tu arte en la sesión, sacarás lo mejor de ti y de mí. Gracias por elegirme a mí. Estoy muy contenta. Quiero formar parte de tu proyecto y quiero hacerlo bien. Me apetece posar para ti sabiendo que es para una exposición de fotos artísticas.
– Ahora sé que las fotos saldrán geniales. Me hace mucha ilusión. Con una modelo como tú nada puede salir mal.
Un cosquilleo empezó a recorrer todo mi cuerpo, no sabía si era excitación sexual o si era algo más. Esta chica empezaba a gustarme y mucho, demasiado, diría yo. Mi debilidad por las mujeres monumentales era conocida por todo el mundo, pero ella tenía algo más. Conectábamos a las mil maravillas y nos admirábamos mutuamente.
Paramos en un restaurante con terraza en la playa, escogimos la mesa más cercana a la orilla del mar. Más que una cena de trabajo parecía una despedida de soltero.
Los chicos estaban muy animados, incluso el representante de Adela que no paraba de descorchar botellas de vino; estaba realmente gracioso. Pensé en las vueltas que a veces da la vida: Un día estás viviendo un infierno y otro estás en el paraíso.
Esa noche tocaba disfrutar del momento, estar rodeado de gente divertida era lo que más necesitaba. Adela estaba sentada delante de mí y no paraba de reír. Estaba pletórica; era graciosa, divertida y muy aguda con las bromas. Tenía un sentido del humor muy inteligente y ácido. A mi lado estaba sentado mi ayudante.
– Que suerte tienes, Max.
– ¿Por qué dices eso?
– La tienes coladita.
– ¿Tú crees?
– Te lo aseguro, no es la típica modelo “trepas” que se cepilla a todo bicho viviente para triunfar. Ella es famosa y tiene éxito. Si quiere algo contigo no es porque busque algo de ti sino porque le gustas de verdad.
– Buena observación, no había pensado en eso. Le he pedido que me haga de modelo para unas fotos sin cobrar. Son para una exposición que quiero montar.
– ¿Y qué te ha dicho?
– Me ha dicho que sí, que está encantada y muy contenta de que se lo haya pedido.
– ¿Ves cómo tengo razón? Eres un tipo afortunado. ¿Cuándo lo haréis?
– Pues tendremos que encontrar el día, ya sabes que está en plena promoción del disco y va de culo. No sé cuándo podremos hacerlo.
– Tengo una idea, Max. ¿Las fotos serán en interior?
– Sí, ¿por qué?
– Puedes aprovechar la casa. Mañana te monto el equipo en la gran sala que hay en el piso de arriba y, si quieres, te echo una mano con la iluminación.
– Es una muy buena idea.
Se lo comenté a Adela y se creó un silencio en la mesa. Patricia y Serena la miraron esperando su respuesta, su representante descorchó otra botella de vino y Aitor le miraba el paquete al camarero. Se levantó de la mesa y, mirándome a los ojos con una gran sonrisa, me dijo que sí chillando como una loca. Rodeó la mesa y vino hacia mí. Me abrazó y me besó en la boca como solo besan las mujeres cuando están enamoradas.
Pocas veces me han besado así y puedo asegurar que cuando lo hacen lo reconozco, a no ser que estuviese actuando.
Casi no me conocía para comportarse de esa manera conmigo. Nos besamos durante un rato ante la mirada atónita del equipo. Las chicas empezaron a aplaudir, la cena parecía a un banquete de boda. Mi ayudante se levantó y ocupó el lugar de Adela para que ella se sentase a mi lado. Era un buen tipo, una de aquellas personas que da gusto tenerlas como amigas. El equipo se ofreció para trabajar gratis en la sesión.
– Gracias chicos, pero es un proyecto personal. No quiero haceros trabajar gratis aunque sé que el día de mañana también os lo pagarán. Gracias pero prefiero que disfrutéis del día en la playa.
Adela me cogía la mano por debajo de la mesa, me sentía como un adolescente con su primer amor de verano. No me lo podía creer. ¿Me estaría enamorando de ella? No lo sabía pero sentía por ella algo diferente, algo que hacía tiempo que no sentía. Quizás sí era amor pero, al ser yo una persona de proceso lento, no quise echar las campanas al vuelo, simplemente le miré a los ojos y le besé en los labios.
Más aplausos del equipo, no estaba acostumbrado a mostrarme tan cariñoso en público. Todo el equipo conocía mi reputación, sabían que era un bala perdida. Adela se lo imaginaba pero no lo sabía a ciencia cierta, aunque parecía que lo sospechaba. Lo sabía por algún comentario que me hizo.
Había un bar con música justo al lado y decidimos ir a tomarnos unas copas.
Por el camino, Adela me cogió de la mano.
– Nosotros ahora venimos. No tardaremos.
Todos nos miraron con cara de envidia. Todos menos Aitor que estaba haciéndole un repaso a fondo al público masculino de la puerta del bar.
Cruzamos la calle y caminamos hacia la playa. Ella se descalzó, yo me atrasé dos pasos para verla caminar. Estaba preciosa con los zapatos de tacón en la mano. Los pantalones negros le marcaban su precioso culo y el tejido brillante captaba los brillos de las farolas del paseo. Se detuvo, se dio la vuelta y abrió los brazos para abrazarme, me volvió a besar.
Desde aquel día siempre que me abrazan y me besan con los zapatos en la mano me pongo pero que muy tierno.
Me cogió de la mano y corrimos hacia la orilla, nos abrazamos y nos dejamos caer en la arena. Nos comimos a besos sin quitamos la ropa. Ni siquiera nos metimos mano.
Creo que ninguno de los dos estaba por la labor. A mí en ese momento solo me apetecía besarla y abrazarla, era todo muy extraño. Si hubiera sido otra chica seguro que ya le habría bajado las bragas. Puedo parecer algo cursi contándolo así, pero así es como sucedió. Estuvimos girando y besándonos en la arena hasta llegar al agua. En mi cabeza sonaba todo el rato la canción Caliente del grupo barcelonés Con el Permiso de la Dama.
“La carretera se hizo corta al final. La soledad me llevó hasta el mar
Embriagada y tímida luz. Te pegaste caliente junto a mi piel.
Y es que eres tú. No soñábamos todo era real Y abrazados hasta el final
Estuvimos girando y girando hasta no aguantar más.”
Cada vez que escucho esa canción me pongo triste aunque la letra sea alegre, los recuerdos juegan estas malas pasadas a veces.
Llegamos al bar con arena hasta en los bolsillos. Los chicos estaban bailando borrachos perdidos, se lo estaban pasando realmente bien. Patricia se estaba morreando con un rubio con pinta de guiri y Aitor pelaba la pava con un fornido chulo con pinta de camionero. Serena bailaba con un chico que no paraba de sobarla. Ya no estaban ni mi ayudante ni el representante de Adela, solo quedaban los tres diminutos y parecía que iban a pillar cacho. Esa noche la casa parecería un burdel de carretera.
– ¿Vamos a casa, Max? Mi cama es muy grande y tengo que llenarla.
Llegamos rápido, los dos teníamos prisa. Subimos las escaleras que llevaban a su habitación entre besos y abrazos. La ropa se iba quedando por los escalones, cuando llegamos a su cama ya estábamos desnudos.
Lo que hicimos esa noche lo llevaré siempre conmigo muy dentro de mi corazón y no pienso contarlo, aquello no era follar para satisfacer nuestros instintos más primitivos. Aquello para mí, era hacer el amor. Estuvimos casi toda la noche amándonos y nos quedamos dormimos abrazados como dos colegiales. Nunca creí en Cupido ni en los putos flechazos, pero esa noche me hice creyente.
Nos despertamos temprano, estaba saliendo el sol y seguíamos abrazados. Nos besamos y volvimos a hacer el amor. Nos duchamos juntos y salimos a desayunar al jardín.
Después de desayunar bien para reponer fuerzas, subimos a la segunda planta de la casa y entramos en el gran salón. Ya estaba todo el equipo montado, mi ayudante no me defraudó. Adela se volvió a desnudar y posó para mí como nunca más nadie lo ha hecho. Su cara no era ni sexy ni de placer. Tenía ojos de enamorada, se me caía la baba mirándola por el visor de la cámara. Le hice las fotos más bonitas que jamás haya hecho en mi vida a una mujer.
Aún hoy, pasados los años, no he conseguido sacarle a una mujer esa mirada en ninguna foto. Su cuerpo brillaba con la luz que entraba por los enormes ventanales. Jugaba con una sábana blanca, se abrazaba y se enroscaba en ella. Por primera vez supe lo que era el amor de verdad, aquella felicidad que me invadía no podía ser otra cosa.
Cuando llegaron los chicos de la playa ya habíamos terminado. Recogí el equipo mientras ella se vestía, no podía apartar mis ojos de ella. Era sexy hasta vistiéndose. Subimos a la habitación y no salimos de ella hasta la mañana siguiente. En la casa ya solo quedaba su representante. Los chicos me esperaban en el pueblo.
Nos despedimos en el jardín, estábamos los dos muy tristes. Se subió al coche y emprendieron la marcha. Me miró con lágrimas en los ojos mientras el coche se alejaba. Bajó la ventanilla y sacó medio cuerpo fuera del coche para decirme a gritos que me quería. Me quedé allí de pie viendo como se alejaba. Sentí un vacío en mi interior que no podría describir, lo único que me consolaba era saber que me quería. Yo a ella también la quería y mucho. No sé qué pasó durante esos dos días pero estaba enamorado, era una sensación a la que ya no estaba acostumbrado. Era una mezcla de tristeza por separarme de ella y una enorme alegría por saber que algún día volvería a verla y, por fin, sin ningún tipo de prejuicio, me dejaría llevar para sentir ese amor que me corría por las venas.
Últimamente había tenido mucho sexo, pero nada de amor. Era un placebo que me ayudaba a sobrellevar, como buenamente podía, mi soledad. Pensaba que Neus estaba consiguiendo despertar ese sentimiento dentro de mí pero, después de pasar esos dos días con Adela, me di cuenta de que lo que empezaba a sentir por Neus, era lo que en ese momento sentía plenamente por Adela. Quizás si Neus me hubiese dado lo que yo esperaba, ahora estaría enamorado de ella, pero Adela se le adelantó y me robó este triste y solitario corazón.
Después de la despedida, invadió mi alma una sensación agridulce. La tristeza ganó la batalla en ese momento, la alegría solo volvería a mí si volvía a verla. Ahora sí sabía que Adela era la mujer perfecta para mí. Menos mal que fui caminando hasta el pueblo, no quería que nadie me viese llorar.
Llegué a casa por la tarde, no tenía ganas de hacer nada, solo de tirarme en la cama, cerrar los ojos y pensar en ella. En tenerla entre mis brazos y besarla apasionadamente. Pensaba en dejarlo todo por estar a su lado. Me obsesioné tanto con la idea que incluso se me pasó por la cabeza dejarlo todo y marcharme de gira con ella pero pensé que era una locura abandonarlo todo para hacer de rémora como tantos otros consortes de artistas que más que ayudar molestaban en la carrera de alguien que tenía que estar por su trabajo y no por la pareja de turno aprovechando la fama del otro. Yo no era así ni lo pretendía.No dejaba de pensar en lo bonito que sería despertarse a su lado cada día en una ciudad diferente y disfrutar de lo nuestro siendo cada día más felices. Pensaba que ya por fin me merecía algo así y pensaba en dejar de hacer el golfo de una vez por todas. Pensar en ello me alegraba el día.Adela era muy parecida a mí, provenía de una familia humilde y se había criado en un barrio casi tan peligroso como el mío. A los dos nos encantaba la música y a los dos nos gustaba follar hasta el amanecer. Era la mujer perfecta en todos los sentidos, era lo que yo buscaba desde que empecé a hacerme las primeras pajas. Era tan contundente y salvaje como Nina pero tierna y cariñosa como Neus; pero lo más importante de todo no era si como mujer era perfecta para mí. Lo más importante era que estábamos muy enamorados el uno del otro y lo disfrutábamos sin pensar en nada más que en disfrutar del momento.
Al final llegue a la conclusión que no podía, ni quería seguirla en la gira. Yo tenía que trabajar, apenas me quedaba dinero y no era cuestión de ser el mantenido de una famosa. Yo no era ese tipo de persona. Tenía que regresar mentalmente a mi mundo, a mi apestoso barrio y a mi apestoso trabajo. Ella seguiría con la estresante gira y yo la apoyaría desde la distancia eso sí, hablábamos cada día por teléfono y sentía que nunca llegaba la hora de poder hacerlo.
Un día me desperté peor que otros días, la echaba mucho de menos y se me hacía muy cuesta arriba la vida cotidiana. Estaba demasiado triste y no quería ver a nadie, ni siquiera subí las persianas. No quería que Neus me preguntase nada. No salí en todo el día de casa, dormir, retozar y pensar en ella.
La mañana siguiente me desperté feliz, el amor es lo que tiene, hace que te sientas pletórico aunque sepas que no verás a la persona que quieres durante una buena temporada. Me duché, me vestí y bajé al bar Ramón a desayunar. Hicimos las bromas de siempre y la parroquia se lo pasó bien un buen rato.
Fui a pasear por Las Ramblas. Lo veía todo como de color de rosa. Era feliz; por fin había encontrado el amor. No sabía si podría llegar a tener una relación estable con ella pero en ese momento me daba igual.
Entré en la Plaza Real, me senté en la terraza del Minotauro y pedí una cerveza. No podía disimular mi felicidad, mi sonrisa me delataba, incluso le di tabaco a los mendigos del barrio, cosa que jamás hacía. Las señoras con sus batas y sus botas de agua les daban de comer a las palomas. La puta de la esquina intentaba convencer a un putero para llevárselo a una pensión y los niños jugaban a la pelota esquivando camellos y yonquis. Era una mañana perfecta. Todo me parecía maravilloso, hasta los putos maderos que le pedían la documentación a dos de los negros que pasaban costo en la plaza.
Vi La Vanguardia en la mesa de al lado y empecé a ojearla. Al llegar a la página dos:

“Fallece la cantante Adela en un trágico accidente de tráfico.
La artista, de veinticinco años de edad, se encontraba actualmente de gira de presentación de su último disco.
El vehículo de la cantante chocó frontalmente contra otro vehículo que circulaba en dirección contraria. El conductor del coche de Adela era su representante, el cual falleció al ser trasladado al centro hospitalario”.

Se me congeló la sangre. Me quedé petrificado allí mismo y empezaron a saltarme las lágrimas. No podía mover ni un solo músculo de mi cuerpo.