
ALICIA
Aparecí en casa, totalmente desorientado, no sabía ni cómo, ni cuándo había llegado. Estaba sentado en el sofá, parecía haber despertado de una pesadilla, no podía entender nada. Todo estaba muy confuso en mi mente. Me costaba concentrarme y ser coherente. Intenté encenderme un cigarro pero se me cayó al suelo y no fui capaz de recogerlo. Tenía todas las persianas bajadas y apenas entraba la luz en casa. No quería ver a nadie ni que nadie me viniese a ver. El cable del teléfono estaba arrancado de cuajo y la radio rota y tirada por el suelo.
Estuve tres días así. Como un zombi, sin comer, sin ducharme ni afeitarme, solo bebía agua del grifo de vez en cuando y sin ganas de hacerlo. Estaba totalmente destrozado y sin ningunas ganas de vivir. Al cuarto día oí que alguien golpeaba en mi puerta y no hice ni puto caso. Insistieron llamando y yo seguía sin hacer caso hasta que oí una voz familiar.
– Max, abre la puerta. Sé que estás ahí dentro. Abre o llamo a la Policía para que la abran.
Me levanté sin ganas pero tenía que abrir, no quería ver a la Policía en mi casa ni dar explicaciones a desconocidos.
– Hola Neus.
– ¿Pero se puede saber qué te pasa? Estás horrible. No sé los días que llevas aquí encerrado, hueles fatal y la casa también. ¿Qué está pasando?
Me tiré en el sofá boca abajo, no podía ni hablar.
– Max, contesta. ¿Qué te pasa?
Seguía en estado de shock, no podía articular palabra. Neus se sentó en el suelo y empezó a acariciarme la cabeza.
– Tranquilo cielo. Yo estoy aquí para cuidarte, no estás solo.
Empecé a llorar como un bebé. Notar su mano en mi cabeza y oír su voz hizo que reaccionara. De nuevo era consciente y no podía soportarlo.
– ¿Cuántos días hace que no comes nada? Estás en los huesos.
Con la mano le indiqué que cuatro. Oí correr el agua en el baño, Neus estaba llenando la bañera.
Me desnudó y me hizo entrar en la bañera. Me enjabonó todo el cuerpo y me hizo un masaje en la cabeza.
– Esto te sentará bien. Ahora métete en la cama. Aunque no puedas dormir, intenta cerrar los ojos y no pensar en nada. Yo voy a casa a hacerte algo de comer.
Salí de la bañera y me secó con la toalla como se seca a los bebés. Me acompañó a la cama y me arropó, me dio un beso en los labios y de nuevo no pude reprimir las lágrimas.
– Ahora vengo, cielo. Tranquilo que no tardo mucho.
Oí como se cerraba la puerta y sus pasos bajando la escalera. Volví a sumergirme en lo más profundo del oscuro abismo. A los diez minutos estaba de nuevo conmigo, cuidándome como siempre. Era como mi ángel de la guarda; un angelito rubio al que quise y querré el resto de mi vida.
Me obligó a comer y lo hice sin ninguna gana, apenas pude terminarme el plato. Me cogió de la mano y me metió de nuevo en la cama, me arropó y se echó a mi lado. Me acarició la cabeza hasta que me quedé dormido. Me despertaba cada dos por tres con sobresaltos. Neus dormía a mi lado, me tomé un Diazepán y caí en un profundo sueño. Así estuve tres días más, bajo los cuidados y los mimos de Neus. Me hacía masajes y me alimentaba. Se quedó a dormir conmigo todas las noches.
Al cuarto día me obligó a ducharme y a vestirme, me sacó a la calle arrastras. Fuimos paseando hasta el puerto, yo quería volver a casa pero no me dejó. Me obligó a ir hasta el Parc de la Ciutadella y allí, sentados en el césped debajo de un árbol, me interrogó.
– ¿Me vas a contar qué es lo que te pasa? No es normal tu estado.
Le conté todo de principio a fin sin levantar la cabeza, no podía mirarle a los ojos sin arrancar a llorar. Miraba al suelo con los brazos apoyados en las rodillas mientras le hablaba. Ella me acariciaba el pelo, eso me relajaba.
Cuando terminé de contarle la historia, la miré a los ojos y estaba llorando. Ahora era yo el que le acariciaba su rubio pelo mientras la abrazaba poniendo su cabeza sobre mi pecho.
– Es muy fuerte, Max. Lo siento mucho, no me extraña que estés así. A mí me pasa algo así y no sé cómo reaccionaría. Quizás igual que tú. A saber…
Me costó más de seis meses volver a ser yo, más o menos yo. Funcionaba por inercia, no era muy consciente aún de la realidad. Me esforzaba por llevar una vida normal.
Me acerqué por la redacción para ver cómo iba todo. Hacía mucho que no aparecía por allí. Cuando entré en la oficina se hizo el silencio. Samanta vino hacia mí y me abrazó con todas sus fuerzas. Ya estaba mejor, me sentía mas fuerte tanto física como emocionalmente.
– Está todo bien, Sam. Ya estoy mejor.
– Te he llamado un montón de veces pero no cogías el teléfono.
– Sí, Samanta. Lo arranqué de la pared.
– Si necesitas algo ya sabes.
– Lo sé, Sam. Lo sé, gracias.
Entré en el despacho de Alfredo y me senté delante de él.
– ¿Qué tal estás, muchacho?
– Jodido, Alfredo. Muy jodido. ¿Por aquí, ¿qué tal?
– Aquí la vida continúa, muchacho. Todo sigue igual. Tú trabajo lo está haciendo tu ayudante.
– Es un gran tipo, seguro que lo hace muy bien.
– No como tú, pero no tengo ninguna queja de él. Supongo que no querrás hablar del tema, por aquí todo el mundo sabe lo ocurrido. Las chicas de maquillaje nos lo contaron todo. Tu ayudante trajo los carretes de la sesión.
– ¿Qué has hecho con ellos?
– Nada Max. Los tengo en mi cajón, no me vi con cojones de publicar el reportaje. No me parecía bien hacerlo.
– Te lo agradezco, Alfredo.
Abrió el cajón y cogió el sobre con todos los carretes, estiró el brazo y me los dio.
– Cuando tengas ganas de empezar a trabajar me lo dices, Max. Tenemos ganas de verte por aquí. Samanta no es la misma sin ti.
– Te lo diré, Alfredo.
Me guardé el sobre en el bolsillo y salí de allí bajo la atenta mirada de todo el personal. Me sentó bien la visita. Ya que estaba fuera de casa, aproveché para ir a ver a Sonia, seguía decidido a montar la exposición y Adela sería la protagonista. Sabía que a ella le haría ilusión y eso fue lo que me dio fuerzas para hacerlo. Sonia estaba encantada con la idea, entre los dos decidimos cómo montar la exposición, la cantidad de fotos y el tamaño de ellas.
– Todo saldrá bien, Max. Ya verás. Por cierto, ¿de qué irá el tema?
– Detalles de desnudos femeninos.
– ¿Quién ha sido la afortunada?
– Adela.
– ¿Adela, la cantante? No jodas. ¿La conocías?
– Más que eso Sonia, la quería.
– Lo siento Max. No sabía nada.
– Pocos lo saben.
Salí de la galería y me dirigí al laboratorio fotográfico. Encargué las ampliaciones y les di todos los detalles de cómo tenían que ser. Lo entendieron a la primera, eran buenos profesionales. Solo tocaba esperar.
Sonia se pasó por mi casa para hacer la lista de invitados y para que le contase más cosas sobre Adela. Ella no tenía ni idea del tema y le extrañó que le dijese que la quería. Le conté toda la historia. Una vez contado el drama nos pusimos manos a la obra con la lista de invitados. Serían unos doscientos, entre mis amigos y su agenda de clientes.
Una semana más tarde ya estábamos colocando en su sitio las fotos. Sonia estaba contentísima, yo simplemente estaba. Las invitaciones se habían enviado ya. La inauguración, a dos días vista.
Llegó la hora de la verdad. Neus pasó a recogerme, estaba preciosa con su elegante vestido, yo de negro riguroso, era el color que mejor me sentaba y el que más me gusta desde siempre para vestir. Seguía sin afeitarme. La barba me hacía mayor pero Neus me decía que estaba muy guapo.
A las seis de la tarde se abrían las puertas. Llegamos a las seis menos diez y ya estaban abiertas las puertas. La galería estaba llena de gente y en la calle había cola para entrar. Cuando entramos en la galería, Sonia vino hacia nosotros con una gran sonrisa.
– Max, es todo un éxito. No sé cómo se han enterado pero algunos llevan haciendo cola desde las tres de la tarde. Está lleno de directivos de compañías discográficas y de revistas musicales. Todos quieren conocerte, me han querido comprar toda la colección pero he preferido esperar a que llegases.
– ¿Quieres decir que está todo vendido?
– Aún no. Se pelean por hacerlo y prefiero que seas tú el que decida quién se las queda.
– ¿No hay otra manera de hacerlo?
– Organizando una subasta. Así serán ellos los que pujarán y nosotros no tendremos que decidir nada.
– Me parece una buena idea. Organiza la subasta cuanto antes.
Sonia me iba presentando a personas que a mí me la traían floja pero me comporté amablemente por respeto a ella y a su negocio. Neus no se separaba de mí y agradecí que así fuese.
Me acerqué a saludar a todos los que habían venido de la editorial. Estaban los más allegados, incluso Alfredo que me dio un abrazo y me felicitó.
– Muchacho, me parece que después de esto ya puedo empezar a despedirme de ti. Van a por ti como buitres, se te están rifando. Ya te veo de director artístico de alguna compañía.
– Ojalá te oigan, Alfredo. Necesito un cambio de aires, no puedo más con lo del periodismo de investigación. Ahora que ya tienes a alguien que te lo hace podré librarme de ello, me estaba afectando mucho.
– Pero seguirás colaborando con nosotros, ¿verdad? Puedes seguir haciendo las fotos de las chicas, eso siempre es agradable.
– Colaboraré, Alfredo. Eso tenlo por seguro.
Me serví una copa y le puse otra a Neus. Estaba siendo la acompañante perfecta, tenía mucho don de gentes y era muy educada. Después me enteré que era de familia bien y estaba acostumbrada a este tipo de recepciones.
Convocamos a todos los posibles compradores para dentro de dos días. La subasta se realizaría en la misma galería.
Empezaron a desfilar todos los invitados. Al final también se marchó Neus, quería acompañarme a casa pero le dije que se fuera. Tenía que hablar con Sonia de cómo organizar la subasta. Una vez solos le ayudé a bajar la persiana. Apagamos las luces de la sala y entramos en el despacho.
Se descalzó y puso los pies encima de la mesa, estiró un brazo, acercó una botella de Whisky y puso música.
– Estoy reventada, Max. ¡Qué exitazo! Nos vamos a forrar.
– ¿Tú crees, Sonia?
– Pero ¡¿no has visto como se peleaban para ser los primeros en comprar?! Casi se matan entre ellos.
Abrió un cajón y sacó una bolsa de coca. La abrió y la desparramó toda encima de la mesa.
– Ahora tú y yo nos vamos a montar una fiesta privada. ¿La tía buena rubita es tu novia?
– No, es una muy buena amiga.
– Mejor, así no le saldrán cuernos en la cabeza con lo que te voy a hacer esta noche, que te tengo muchas ganas.
Se levantó, rodeó la mesa y se sentó en mis rodillas con las piernas separadas y de cara a mí.
– ¿Qué te pasa? No te veo animado.
– No lo estoy, Sonia, Aún no estoy bien.
Dudé unos segundos pero por fin decidí salir del agujero en el que hacía tiempo estaba hundido.
– ¡Qué cojones!, estoy harto de encontrarme mal. Hazte dos rayas bien grandes que te voy a poner mirando para Cuenca.
– Así me gusta, campeón. Me encanta mirar a Cuenca.
Hacía mucho tiempo que no la metía en caliente. Estaba desentrenado, pero Sonia se encargó de ponerme al día. Era la primera vez que estábamos solos y desplegó todas sus artes amatorias. Volví a sentirme bien después de mucho tiempo, volvía a ser yo.
Para que luego digan que las drogas no son buenas… ¡Sí, señor! “Sexo, drogas y rock and roll”, la mejor combinación para disfrutar de la vida y olvidarse de los problemas.
No sé las horas que estuvimos allí dentro pero me olvidé del mundo. Sonia era un terremoto de mujer, hizo que me sintiese de nuevo el hombre de antes. Por lo visto, eso era lo único que me hacía sentir bien. Dejé las penas a un lado y empecé a ver la luz al final del túnel.
Llegó el día de la subasta. La galería estaba a rebosar de personas ansiosas por pujar y de curiosos varios atraídos por la fama de Adela. También estaba la prensa que no paraba de hacerme fotos. Neus era mi flamante acompañante, estaba preciosa como siempre y estaba por mí todo el rato. Me encargué de que saliera en todas las fotos a mi lado. Realmente hacíamos muy buena pareja, todo el mundo nos lo decía y a ella le gustaba oírlo.
Las cifras llegaron a ser de vértigo. Las fotos despertaban mucho interés, al ser las últimas que se le hicieron a Adela estando con vida; las que más se cotizaron fueron las que se le veía la cara. Esa cara de enamorada que me miraba y me rompía el corazón y el alma.
Mi cuenta bancaria engordó de una manera espectacular. Se abría un nuevo mundo ante mis ojos, me llovían ofertas por todas partes. Todo el mundo quería tenerme en nómina pero yo no quería atarme a nadie. Tenía la intención de acondicionar un local como estudio fotográfico. Ese sería mi centro de operaciones; si alguien quería algo de mí tendría que venir a verme. Lo tenía decidido, ahora podía aceptar o rechazar ofertas. El dinero ya no era problema.
Terminó la subasta y los compradores se marcharon felices y contentos con los bolsillos vacíos. Sonia y yo teníamos más dinero y un futuro por delante. A los dos nos había ido bien. Ella estaba muy contenta, a partir de ese momento pasaría a ser mi representante. Llevaría todos mis asuntos. Dejó de trapichear con drogas. Ya no lo necesitaba y eso me reconfortó, era una chica muy válida y se merecía triunfar.
Neus y yo regresamos paseando. Al llegar, me invitó a subir a su casa pero rechacé la oferta. Tenía ganas de tomarme una cerveza y relajarme, el día había sido duro y necesitaba mi momento de relax. Nos despedimos con un beso en los labios, estuvo a punto de hacerme la cobra pero esa vez se dejó besar. Antes de subir a casa entré en el bar que me gustaba, ponían buena música y me traía buenos recuerdos. Me acordé de Lucía cantándome al oído. En ese bar es donde oí la voz de Neus por primera vez.
Pedí una cerveza y me senté en una mesa. El local estaba lleno de chicas guapas y de depredadores al acecho. Era divertido ver cómo los despachaban en dos segundos. Ellas siempre mandan y deciden, pensé mientras le daba un trago a la cerveza y me encendía un cigarro. Vi entrar por la puerta a una chica espectacular. Pidió una copa en la barra y miró si había alguna mesa libre, estaban todas ocupadas por grupos de jóvenes escandalosos. No había ni un asiento libre. Se acercó a mí.
– ¿Puedo sentarme contigo? Está todo petado.
– Siéntate, si quieres. No espero a nadie.
– Gracias. Me llamo Alicia.
– Yo me llamo Max.
Le hice una radiografía completa, la chica estaba realmente bien. Tenía un buen cuerpo y una bonita cara. Los ojos los tenía un poco de loca pero no estaba yo en ese momento demasiado capacitado para juzgar a nadie por su estado mental. No era el más indicado para hacerlo.
– ¿Vienes mucho por aquí, Max?
– A veces me dejo caer. Vivo cerca. Ponen buena música y siempre hay chicas guapas.
– Y vienes a la caza de jovencitas.
– Ya no me dedico a eso, esa faceta pertenece a mi pasado.
– ¿A qué te dedicas, Max?
– ¿Estás intentando ligar conmigo?
– Puede. Desde luego eres el chico más interesante del bar y estás solo.
– Estaba solo. Ahora estoy en compañía de la chica más guapa de todo el local.
– Veo que tienes buen gusto entonces. Yo trabajo de dependienta en una tienda de ropa. ¿Y tú?
– Soy fotógrafo.
– Que casualidad, el otro día estuve en una exposición y me gustó mucho.
– ¿Y quién era el fotógrafo que exponía?
– Pues no tengo ni idea. Solo fui porque las fotos eran de Adela.
– ¿Compraste alguna foto?
– Mi economía no da para tanto. Me hubiese gustado comprar alguna porque eran muy bonitas pero eran carísimas.
– Me alegro por el fotógrafo. Debe ser un tipo afortunado.
De todas las tías del mundo tenía que sentarse a mi lado tenía que ser una fan de Adela, que cosas te depara el destino a veces.
– ¿Qué tipo de fotos haces?
– Desnudos femeninos. Me gusta encontrar los rincones en los que nadie se fija pero que a mí me gustan. El cuerpo de la mujer es lo más bonito que se puede fotografiar, con todas sus virtudes y todas sus imperfecciones.
– Parece que eres muy apasionado. ¿Te pones cachondo cuando les haces fotos?
– A veces. No todas las modelos despiertan algo en mí.
– ¿Yo despierto algo en ti?
– Curiosidad.
– ¿Curiosidad morbosa?
– Puede.
– ¿Te gustaría averiguarlo?
– Me gustaría, ya lo creo que sí.
– Pues termina de beberte la cerveza y vente conmigo. Mis padres se han ido unos días fuera y estoy sola en casa. ¿Te apetece?
Asentí con la cabeza, apuré mi cerveza y me puse en pie.
– Vamos.
Se levantó y caminó hacia la puerta del local, yo la seguía con mis ojos clavados en su culo. No era el mejor que había visto pero tampoco estaba mal. La chica tenía buenos pechos y una bonita sonrisa, con eso ya me podía dar con un canto en los dientes. Solo necesitaba compañía femenina y ella estaba dispuesta a dármela.
Llegamos a su casa, era un hogar muy humilde, y estaba decorada horrorosamente. De las paredes colgaban banderines de equipos de fútbol y cuadros de vírgenes, santos y cristos. En el centro de la sala había un tresillo digno de la entrada de cualquier edificio de oficinas. Un gran televisor en blanco y negro presidía la estancia, sobre el, un mantelito de ganchillo con un torito de plástico y una sevillana con su trajecito de tela roja con lunares blancos. Era todo de un mal gusto exquisito, me recordaba un poco a mi infancia pero no por el mal gusto de los detalles sino por lo antiguo que era todo.
Me senté en el sofá de eskay y Alicia trajo un par de cervezas. El sofá crujía como una mala cosa, era de lo más gracioso. Se quitó la camiseta dejando a la vista sus bonitos pechos. No quería saber su edad, me la imaginaba y sabía que sería un problema. Era demasiado directa e inexperta para mi gusto. Se comportaba de manera torpe, parecía nerviosa. Tomé las riendas para que no se sintiese incómoda y empecé a chuparle los pechos, eran duros y olían muy bien. Ella me quitó la camisa sin romper un solo botón. La dobló con mucho cuidado y la dejó encima de una silla.
– Veo que eres muy ordenada.
– Es lo normal, ¿no?
No contesté. Le quité los pantalones y las braguitas. Me desnudé y me puse encima de ella.
– Pesas mucho, – me dijo –.
“¿Peso mucho? Esta chica ha follado poco en su vida”, pensé.
Me volví a sentar haciendo crujir el sofá de eskay. La senté encima de mis rodillas de cara a mí. Le besé con delicadeza acariciando sus pechos con suavidad, pensé que tenía que actuar así, debido a la inexperiencia de la chica. Parecía mas cómoda ahora, empezó a soltarse poquito a poco. Le palpé el coño y lo tenía bien mojado, se lo noté un poco estrecho pero no le di la menor importancia.
Se puso de rodillas en el suelo y empezó a chuparme la polla, lo hacía realmente mal. Empezaba a sentirme incómodo, quería marcharme y no sabía cómo hacerlo para no molestarla. Se me escapó un bostezo.
– ¿No te gusta cómo lo hago?
– No es culpa tuya, cariño. Soy yo que estoy muy cansado.
– Vamos a mi cuarto.
Me cogió de la mano, me llevó por el pasillo, abrió la puerta de su habitación y se tiró en la cama. Apenas se veía nada. La acaricié con cuidado, seguía estando incómodo. No era nada fogosa y estaba muy tensa pero quería darle otra oportunidad. Ahora estábamos en su cama, quizás allí estaría más cómoda y empezaría a soltarse un poco. A mí se me estaba terminando la paciencia. Me abrazó y se refregó con todo su cuerpo, yo hacía rato que estaba empalmado y ella lo tenía bien empapado. Se lanzó sobre mi polla y empezó a chupármela de nuevo, ahora parecía hacerlo con más ganas. Me sentí mejor aunque seguía sin tenerlas todas conmigo. Se puso encima y cogió mi polla para intentar metérsela, no atinaba. Intenté hacerlo yo pero aquello era demasiado estrecho.
La cosa se aflojaba, ya ni la tenía dura del todo. No me gustaba nada la situación, no estaba nada a gusto, quería marcharme ya. Hice un último esfuerzo, parecía que esta vez sí. Soltó un grito que casi me deja sordo, solo llegué a meterle la puntita. Era imposible avanzar más y la chica estaba llorando. Me puse en pie y encendí la luz. La sabana estaba manchada de sangre.
– ¡Fóllame, Max! ¡Fóllame!
Me decía gritando como una loca con lágrimas en los ojos. Levanté la vista y vi que todas las paredes estaban empapeladas con posters de Adela. Solo había fotos suyas que me miraban fijamente a los ojos. En ese momento me sentí fatal, me volvieron todos los miedos.
– ¡Fóllame, Max! ¡Fóllame como te follabas a ella! Quiero sentir dentro de mí la polla que ella tuvo dentro. ¡Fóllame, por favor!
Lloraba y chillaba como una loca histérica.
– ¡Por favor, Max! Por favor, ¡fóllame!
Me dio mucho miedo. ¿Cómo cojones sabía está loca lo nuestro? Solo mis más allegados sabían que Adela y yo estuvimos juntos. Era una psicópata, estaba totalmente desequilibrada, solo le faltaba sacar un cuchillo de carnicero de debajo del colchón.
Me vestí rápidamente y salí de allí a toda prisa. No me podía creer donde me había metido. Era como una película de terror. Una loca obsesionada que quería ser otra persona, la persona a la que admiraba y la que le hacía sentirse inferior. Quería tener dentro de su cuerpo la misma polla que estuvo dentro de su ídolo. Era una obsesión macabra, una idea así solo podía salir de una mente muy enferma capaz de hacer cualquier barbaridad.
Solo me faltaba eso para terminar de hundirme en el agujero del que intentaba salir. Me encontraba fatal, el incidente me afectó muchísimo. Estaba hecho polvo, no quería estar solo y no quería irme a casa. Necesitaba contárselo a alguien para desahogarme un poco. Me fui al bar de Isabel, estaba sola. No había ningún borracho molestándola.
– Hola, Max. Te hacía durmiendo.
– No quiero estar solo, tengo miedo.
– ¿Miedo de qué, Max?
– No lo sé pero tengo miedo. No puedo estar solo.
– Tranquilo, guapo. Quédate aquí conmigo y después, si quieres, te vienes a dormir a mi casa. No dejaré que estés solo. Yo te haré compañía.
Le conté el incidente y se echó a reír.
– No le des ninguna importancia, Max. No tiene que afectarte nada, era solo una fan loca que quería sentirse como su ídolo. No te sientas culpable. Tú no tienes la culpa de nada.
Sacó una botella de tequila con dos vasos y dos cervezas.
– Olvídate de esa loca. Vamos a brindar por el éxito de tu exposición, las fotos son preciosas y tú eres maravilloso. No lo olvides nunca, no tienes que estar triste.
– Tienes razón, Isabel. Estoy muy sensible y todo me afecta mucho.
– Esa loca te ha dejado fatal y a medias. Esta noche sacaré lo mejor de ti. Necesitas un buen polvo y sabes que para eso yo soy la mejor.
– Lo eres con diferencia, Isabel.
Cerró el bar y fuimos a su casa. Me cogió de la mano mientras caminábamos por la calle, me recordó a cuando lo hacíamos cuando estábamos de vacaciones y se lo dije.
– Sí, Max, me lo pasé muy bien y me encoñé mucho de ti. ¿Quién sabe? Si desde el primer momento hubiésemos estado solos, ahora igual seríamos novios.
– ¿Tú crees, Isabel?
– Ya lo creo, al único tío que podría soportar a mi lado como novio sería a ti, sabes que me gustas mucho. Lástima que la cosa no saliera bien.
– Nunca es tarde, Isabel.
– Lo es, Max. Lo es. Ya te has follado a todas mis amigas, no podría tener a un novio así.
Me hizo gracia su observación. Era una chica lista que sabía lo que quería. Llegamos a su casa. Era un piso grande con las paredes blancas. Tenía pocos muebles pero muy bonitos con objetos de decoración de lo más modernos, supongo que regalados por sus padres con los que hacía tiempo que no se hablaba. Le gustaba el diseño, sobre todo el de la escuela Bauhaus. En un rincón de la sala tenía la silla Barcelona de Mies Van Der Rohe y en el rincón contrario un Wassily B3 de Marcel Breuer. De la pared colgaba algún que otro cuadro sin marco.
– Me gusta mucho tu casa y las pinturas me encantan. Tienen mucha fuerza.
– Son mías.
– ¿En serio? Son muy buenas, ¿tienes más?
Me llevó a un cuarto que tenía un caballete en el centro, con un cuadro a medio pintar. Contra una pared, un montón de cuadros que parecían terminados. Los miré uno por uno mientras ella iba a por un par de cervezas.
– Son muy buenos, Isabel. Me gustan mucho. ¿Has expuesto alguna vez?
– Nunca. Desde que dejé la carrera de Bellas Artes, no me lo tomo muy en serio. Algún día volveré a matricularme.
– Sí, me lo dijiste. ¿Por qué no lo haces ya?
– Porque tengo que comer, no puedo costeármelo. El bar apenas me da para comprar comida y pinturas.
– Si tuvieses dinero para la matrícula, podrías estudiar de día y trabajar de noche. Tendrías que portarte bien pero valdría la pena. ¿No crees?
– Ya lo creo que sí.
– Yo te pagaré la matrícula.
– ¿Harías eso por mí?
– Tienes mucho talento y me apetece ayudarte ahora que tengo dinero.
Mi cerebro empezó a activarse. Me hacía ilusión ayudarle, la chica valía la pena, era muy buena pintando, aunque ella aún no lo sabía. Tenía que darle el empujón necesario para que saliera del agujero donde se había metido.
– Verás, Isabel, tengo una idea. A ver qué te parece. ¿Te gustaría dejar el bar y trabajar en algo más sano?
– Hace tiempo que lo pienso.
– Me ayudarás a montar mi estudio y serás mi secretaria. Te pagaré bien. ¿Qué te parece?
Empezó a saltar como una loca, me abrazó sin parar de saltar, casi me desnuca, estaba contentísima.
– ¡Sí, Max! Qué alegría. Por fin dejaré la noche y estudiaré, seré tu secretaria sexy.
– Sí, guapa, serás mi secretaria sexy y lo harás estupendamente.