
ANNA
Me desperté cuatro horas más tarde, ya era de noche. Palpé la cama en la oscuridad y noté un cuerpo. Encendí la luz: Era Neus. Se había quedado dormida a mi lado. Parecía dormir muy a gusto. Estaba preciosa con su pelo tan rubio despeinado, tenía las mejillas sonrosadas y una preciosa sonrisa en los labios. Me quedé observándola durante un buen rato rato sin hacer ruido para no despertarla. Me costó mucho reprimir mis instintos, era una prueba difícil de superar para mí. Era la primera vez que me despertaba junto a una mujer en mi cama sin haber estado follando con ella. Toda una novedad para mí. Una lucha se desataba en mi interior: Si le meto mano, seguro que me pega una hostia. Pero si le gusta, ¿qué pasa? Igual se despierta y hacemos el amor. Bueno, mejor no la despierto, ¿o sí?, ¡Qué difícil, joder!. Decidí darle un beso en la mejilla para ver si reaccionaba de alguna manera. Sin abrir los ojos, estiró los brazos para desperezarse y me abrazó. Ahora sí que estaba jodido, tenía su cuerpo pegado al mío. El roce de su piel con la mía y el calor de su cuerpo hicieron que tuviese una erección.
Permanecí quieto mientras ella se me abrazaba más fuerte. Parecía tener un sueño. Bajó su mano hasta llegar a la altura de mi paquete. Apoyó su mano en mi polla erecta y así se quedó durante varios minutos. Ahora sí que no sabía qué hacer. Estaba muy cachondo y notaba como mi polla palpitaba debajo de su mano. O la despierto o intento dormirme de nuevo.
No hubo manera de dormir. La situación era demasiado tórrida para poder hacerlo. Empecé a acariciarle el pelo. Ella, al notar mis suaves caricias, en vez de apartar la mano lo que hizo fue agarrármela con fuerza. Empezó a hacerme una paja. No daba crédito. Me quedé quieto. Parecía dormida, al menos los ojos los tenía cerrados, pero su mano no paraba de masturbarme.
Con lo poco que conocía a Neus no sabía muy bien qué hacer, después de tantas negativas por su parte. Decidí dejar que hiciese. Si la despertaba ahora, a saber qué pensaría. ¿Y si se hace la dormida y está esperando a que le ataque? Nada, tío, hazte tú también el dormido, por si acaso y esperé. Si se hacía la dormida, en algún momento tendría que pasar a la acción. Si realmente era sonámbula, ya parará cuando quisiera.
Había oído decir que no era bueno despertar a los sonámbulos. Tampoco era el mejor momento para hacerlo, por lo menos hasta que yo me corriese. Al rato, cuando ya estaba a punto de correrme, me soltó la polla y se dio la vuelta. ¡Maldita sea!, pensé. ¿Por qué paraba ahora?, con lo poco que faltaba para correrme.
Me levanté, me tumbé en el sofá y me hice una paja. Eyaculé de tal manera que me entro semen en la boca, ¡qué ascazo! Lo escupí y me metí en la ducha para sacar cualquier rastro de sexo en mi piel. Quería estar bien limpio y presentable para Neus. Se lo merecía aunque fuese una pajillera sonámbula. ¡La madre que la parió, con lo bien que me la estaba pelando! Salí de la ducha con una toalla tapándome las partes más sensibles, sabía que a Neus no le importaba verme desnudo ni empalmado pero no era el momento más apropiado.
Sin hacer ruido, fui a la cocina y preparé café. Entré en la habitación con su taza, me senté en la cama y me acerqué para darle un beso. Se despertó y me abrazó.
– Te traigo café, ¿te apetece?
– Gracias, Max, pero nunca tomo café ¿Te importa si me quedo a dormir contigo?
– ¿Solo a dormir?
– Calla, tonto. No empieces, que estoy muy cansada y tengo mucho sueño. No tengo fuerzas ni para ir a mi casa.
– Está bien preciosa. Quédate a dormir conmigo. Ya te irás mañana si quieres.
Me jodía estar en mi casa sin poder hacer ruido, por eso vivía solo desde hacía años. Me gustaba ir a mi bola sin que nadie me molestara y sin yo molestar a nadie. Joder, y encima ni hemos follado y para me deja a media paja. Estás tonto, Max, o ¿qué te pasa? pensé.
Me metí en el laboratorio para revelar las ultimas fotos, allí dentro no la despertaría. Las fotos no habían quedado nada mal a pesar del considerable pedo que llevaba. Isabel y Sonia estaban preciosas y muy sexis Las tendí para que se secasen y me senté en el sofá de la sala para fumarme un cigarro. Encendí la tele para ver si hacían algo bueno, por lo menos ya habían pasado las noticias. Igual hacían alguna buena película. Pensé si eso sería la vida en pareja: Ella durmiendo en la cama y yo mirando la tele en el sofá, sin haber hecho ni siquiera el amor, ni una maldita paja a desgana para descargar tensiones.
Entré en la habitación para verla de nuevo, era como un angelito. Se me disipó cualquier mala idea. Tampoco era tan malo vivir con una persona, si era tan guapa y maja como ella. Me molestaba el incidente de la paja pero me tranquilicé al verla dormir con esa carita tan llena de paz. Me dieron ganas de abrazarla y quedarme dormido a su lado pero no tenía sueño.
Volví al sofá y me puse a ver una película. Otra del Oeste, ¡qué mala suerte! En aquella época, no se podía hacer Zapping, ni siquiera tenía mando a distancia ni más de dos cadenas de televisión. Era más sencillo que ahora: o te conformabas con lo que te ofrecían, siempre en blanco y negro o la apagabas. Me quedé dormido mientras un cuatrero liquidaba a balazos a una docena de vaqueros.
Noté una mano que me acariciaba la cara. Me desperté, era Neus que me cogía de la mano para llevarme a la cama.
Me metí en la cama, ella se me acercó y me abrazó. A los diez segundos volvía a dormir. Yo tardé un poco más, volvía a estar empalmado. No podía dormir notando el cuerpo de Neus tan cerca del mío. Estaba tan calentita y olía tan bien… Al final lo conseguí: dormí como un lirón abrazado a ella.
A la mañana siguiente, me desperté y Neus ya no estaba. Que rara es esta chica, pensé. Salí al salón, tampoco estaba en el sofá ni en la ducha. Miré por el balcón y la vi haciendo yoga. Levantó una mano para saludarme con una gran sonrisa en la cara.
– Buenos días, Max ¿Qué tal has dormido?
– He dormido estupendamente, ¿y tú?
– Yo también. Se duerme muy bien contigo. Pensaba que intentarías algo conmigo pero te has portado como un auténtico caballero. No me lo esperaba.
– No puedo decir lo mismo de ti, Neus.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– Nada, guapa. Ya te contaré. Si quieres esta noche te invito a cenar y hablamos.
– De acuerdo, aquí estaré. Espero que me lleves a un sitio bonito como me dijiste.
– Lo haré, preciosa. No te mereces menos.
Me pasé por la oficina para recoger el sobre con la carpeta que tan ordenadamente me preparaba Samanta. Todo bien ordenado y con mucho cariño. Cuando llegué a casa, desparramé todos los papeles para ordenarlos a mi gusto como siempre solía hacer. Aquella vez me tocaba seguir a Verónica Estrada.
Verónica era una chica famosa de esas que de vez en cuando me tocaba seguir para pillarla “in fraganti” en alguna situación comprometida y así conseguir una buena exclusiva digna de ser publicada. No era famosa por méritos propios. No era ni actriz, ni cantante, ni nada parecido. Su fama era debida a que siempre andaba con gente de mucho dinero. Hombres mucho más mayores que ella, en ocasiones le doblaban la edad.
Esta vez no había demasiada información; Su nombre y apellidos, una foto suya y la dirección de su hotel; los bares por donde solía moverse y alguna foto de amigas suyas que tenían la misma pinta que ella, parecían cazafortunas muy bien peinadas. Se notaba que no reparaban en gastos de peluquería. Una tal Tita y otra Cuca, los típicos diminutivos con los que son conocidos la mayoría de personajes de ese entorno. Su actual pareja era un carcamal de cabello canoso y más arrugas que una nuez de California. El caballero en cuestión era Armando Zabalegui, un industrial vasco afincado en Madrid. Vivía en la capital desde hacía varios años. Se comentaba que se marchó de Euskadi para no tener que pagar el impuesto revolucionario. No aguantó más las amenazas de ETA y se marchó de su tierra como muchos otros industriales vascos de aquella época.
En Madrid, gracias a sus negocios, entabló amistad con personajes de todos los poderes, desde políticos y jueces a periodistas y todo tipo de artistas. Se estableció en una urbanización de lujo en las afueras de la capital y se unió en matrimonio con la joven que ahora me tocaba seguir.
¡Qué mierda de trabajo! No me apetecía nada meterme otra vez por los barrios pijos. No me sentía a gusto entre tanta riqueza. Lo mío era el centro de la ciudad y la gente normal.
Me acerqué al aeropuerto a por el coche de alquiler. Era algo que no estaba en mi nuevo contrato de exclusividad pero que ya era costumbre. No se podía seguir a alguien si no se disponía de vehículo. Camino del mostrador de la empresa de alquiler, pasé por información. María no estaba, en su lugar había una chica de su estilo. Ese uniforme me ponía muchísimo, estuve a punto de preguntarle a qué hora terminaba de trabajar pero seguro que no correría con la misma suerte que la última vez. La chica era preciosa y valía la pena arriesgarse, pero no me atreví a dar el paso.
Descansa un poco, chaval, me dije a mí mismo.
Salí del aeropuerto con las llaves del coche en el bolsillo, pensando dónde podría ir a comer y si llamaba a alguien para comer juntos. Me lo pensé mejor y decidí marchar yo solo, últimamente no tenía mucho tiempo para estar solo y lo necesitaba. Un rato de relax no me sentaría nada mal.
El coche era de mejor calidad que los anteriores; por lo visto, querían tratarme bien en la redacción y facilitarme el trabajo. Quizás temían que me dejase engatusar por la oferta de alguna revista de la competencia. Para mí eso era muy bueno y tenía que aprovecharlo.
Pillé la primera carretera que encontré al azar. Me paré a comer en el primer restaurante decente que encontré por el camino. Era un restaurante sencillo, típico de pueblo. Por su chimenea salía una gran humareda y olía a leña. El gran solar que había detrás del edificio estaba lleno de camiones aparcados, eso era buena señal. Estaba muy hambriento. Pedí una parrillada que devoré en pocos minutos, después el carajillo y para casa. La comida me sentó estupendamente. Hacía días que no comía carne. “Carne de animal”, pensé mientras esbozaba una sonrisa maliciosa.
Llegué al barrio y aparqué el coche en el único sitio libre que había, delante del bar Ramón. Salieron todos los borrachos a mirar el coche. Manolo, a grito pelado como siempre, hizo que toda la calle se fijase en mí.
– ¡A ver, muchacho!, me parece a mí que tú te traes algún negocio raro entre manos. No es normal que vayas con tantas tías buenas y que ahora te compres un coche de lujo. Seguro que las tienes trabajando en alguna barra americana.
– Pero, ¡qué mal pensado y qué liante eres, Manolo! El coche es de alquiler y lo paga la empresa. Las chicas son amigas y van conmigo porque tienen buen gusto. Si trabajasen en la ONCE, igual se irían contigo.
Los borrachos empezaron a reír y a burlarse de él. Manolo se metió en el bar. Esta vez yo había ganado la batalla y el rival se retiraba ante la mofa de su etílica parroquia.
Subí a casa para echarme la siesta. Llamé a Neus para cancelar la cena, no estaba en muy buenas condiciones y necesitaba descansar. Al día siguiente tenía que empezar el trabajo de seguimiento y no sé por qué tenía la corazonada de que iba a ser más duro de lo normal. La tal Verónica Estrada me daba mal rollo. Tenía una cara extraña y ojos de loca, de esas que van de un lado a otro buscando problemas; una de esas mujeres difíciles de seguir y mucho más de fotografiar.
Algunos redactores me dijeron que era una buena pieza y que fuese con cuidado; que, cuando salía de noche no paraba de ir de local en local. Según ellos, se movía más que la compresa de una coja. Me gustó la expresión, me la apunté para soltarla en algún buen momento.
– No te preocupes, Max. Lo comprendo. Cuando te vaya mejor, me invitas. Descansa y pórtate bien.
Dormí del tirón hasta el día siguiente, necesitaba recuperar fuerzas. Después de pasar por la ducha, bajé a desayunar.
– Buenos días, Manolo. Lo de siempre.
Vi como los borrachos agudizaban el oído esperando la respuesta.
– Pues lo de siempre será un coño peludo, majo. La señora Isabel me tiene al corriente de tus idas y venidas. Deja algo para los demás, muchacho, que también tenemos derecho a tocar pelo. Por cierto, las dos jacas que bajaron ayer de tu casa están para comérselas y coserse el culo para no cagarlas.
Todo el bar empezó a reír y a comentar cómo eran las chicas: Uno decía que una tenía buenas tetas y la otra buen culo; otro que no lo entendía, que estaban muy buenas y que yo era muy feo…
Me comí el bocadillo, me bebí la cerveza y me tomé el carajillo.
– Cóbrate, Manolo, que he quedado con una rubia para cepillármela. Y vosotros no bebáis tanto y a ver si folláis más que estáis todo el día aquí con la peste a vino. Acercaros a la calle San Ramón que Maruja tiene el coño como una sopera y os hace buen precio.
Me metí rápido en el coche para verlos renegar. Me encantaba hacerlos enfadar, se ponían muy graciosos con sus bocas desdentadas y sus exagerados aspavientos.
Llegué al hotel donde se alojaba Verónica, estaba en el Paseo de Gracia. Entré y pregunté en recepción por ella. Me dijeron que no podían darme ninguna información. Dejé caer un billete de cinco mil pesetas detrás del mostrador. El recepcionista lo pilló al vuelo y me dio toda la información que necesitaba, con ese dinero también pagaba su silencio. Verónica no tenía que saber de mi existencia. Ya sabía la marca, modelo y color del coche de Verónica. Salía sola y conducía ella, no tenía chofer; no solía recibir visitas en la habitación. De vez en cuando recibía la visita de un hombre, casi siempre por la noche. No solía estar más de diez minutos con ella; por ahí podía descartar que fuese un amante, tampoco sería lógico llevarse a sus ligues a un hotel con tantos testigos.
Aparqué el coche en un punto donde pudiera ver la salida del parking y la puerta principal del hotel. Eché el asiento un poco para atrás. Puse la radio y me dispuse a esperar. A las dos horas la vi salir andando, me apresuré a coger la cámara para seguirla. No me gustaba seguir a las personas a pie; en cualquier momento levantaban la mano, paraban un taxi y te dejaban allí plantado. La típica escena de las películas americanas, en que se sube alguien a un taxi y le dice al taxista; “Siga a ese taxi”. En Barcelona y más en aquella época, era imposible; no me veía yo diciéndole al taxista gallego, recién llegado de la aldea que siguiese a nadie. Seguro que me enviaba a la mierda.
Entró en una cafetería cerca de la Avenida Diagonal y se sentó en una mesa con dos mujeres tan rubias como ella. Parecían tres cacatúas, iban las tres pintadas como puertas. Entré en la cafetería y me senté justo detrás de Verónica, espalda con espalda. Pedí un café al camarero y agudicé el oído.
Se alegraban mucho de verse, por lo visto eran amigas de la infancia y las tres habían seguido la misma carrera: La de cazar al millonario tonto. Me enteré que Verónica era de Barcelona pero que se fue a Madrid porque allí su oficio tenía más futuro. En Barcelona las grandes riquezas eran de familias que solían casar a sus hijos con los hijos de otra familia similar en patrimonio y en historia. En Madrid había más “nuevos ricos”, algunos casi analfabetos; a los que les gustaba derrochar dinero a manos llenas y dejarse ver con golfas cazafortunas como Verónica Estrada.
El olor de laca era insoportable, cada una de ellas llevaba por lo menos un bote en la cabeza.
– Vero, tienes que conocer a Josep. Es encantador, sabe cómo tratar a una mujer.
– ¿Josep? no sé quién es.
– Sí hija, seguro que lo has visto. Iba mucho por los mismos sitios que nosotras. Seguro que cuando lo veas lo reconocerás.
– Un día de estos te lo presento. Es un gran empresario de espectáculos. Josep Bofarrull, ¿no te suena?
– No me suena de nada, Cuca. Pero, si es empresario y sabe tratar a las mujeres, me lo tienes que presentar ya.
– Mañana podemos ir a bailar al Up&Down. Le llamaré para quedar.
Me quedé un rato más pero la conversación me aburría soberanamente. Siempre he detestado ese tipo de mujeres y su absurda manera de pensar y de vivir. Me gustaría verlas trabajar fregando suelos como hacen muchas madres para sacar a su familia adelante.
Quería pasarme por la redacción, tenía que ver a César para que me pasase el teléfono de un contacto importante. César era uno de los dos redactores que cubrieron el atraco al Banco Central. Era perro viejo y conocía a todo el mundo, sobre todo en el ambiente policial y en los bajos fondos.
Me pasó el número de teléfono del comisario González. El comisario siempre pasaba información a cambio de algún sobre. Me orientó un poco sobre lo que estaba bien pagarle. No quería que le diese demasiado dinero, sino después a él le aplicaría la misma tarifa y no estaba el horno para bollos.
Llamé al comisario González, era un tipo de lo más simpático por teléfono. Me dijo que me pasara por la comisaría que hablaríamos un rato.
No me gustaban ni los policías ni las comisarías, era un trauma infantil. Supongo que me venía de las noches que pasé en la Comisaría del Sur junto a mis amigos del barrio: El Fuma, el Pelos, el Ramón Petit, el Cabeza, el Harold…Todos ellos muy buena gente. Por suerte estos no se aficionaron a la aguja y siguen con vida, de vez en cuando aún nos vemos.
Entré en el despacho del comisario. Lo tenía todo: La banderita, la foto del rey y un olor a rancio que echaba para atrás.
– Siéntate, hombre. ¿Así que trabajas con César? ¡Qué gran persona!
– Sí, me ha dicho que usted podría informarme de cosas puntuales.
– Si eres amigo de César, sí. Ya te habrá comentado cómo funciona la cosa, supongo.
– Sí señor. Toda información cuesta dinero. ¿No es así?
– Digamos que mi familia tiene que comer. El sueldo de funcionario no me llega para mucho y, como se suele decir “para los días que me quedan en el convento, pues me cago dentro”. Me falta poco para la jubilación y siempre es bueno tener alguno ingreso extra.
Dejé un sobre encima de su mesa con diez mil pesetas. Lo abrió, miró en su interior y sonrió.
– ¿Qué necesitas saber? Por cierto, no conozco tu nombre.
– Me llamo Max y necesito información sobre Josep Bofarull.
– Hombre, Josep Bofarull, más conocido como el “Bufa” o la aspiradora humana. Menudo pájaro. Verás, Max. Josep Bofarull es un malnacido de mucho cuidado. Lo hemos detenido unas cuantas veces por posesión de estupefacientes y por agresión. Por lo visto tiene la mano muy suelta. Es de los que les gusta beber, drogarse y despacharse a gusto con las jovencitas. Esas chicas hacen cualquier cosa a cambio de popularidad. Si no están dispuestas a satisfacerle sexualmente, el tal Bofarull les deja la cara como un mapa. Es propietario de varias salas de espectáculos y alguna discoteca. También es copropietario de alguna que otra barra americana y regenta varios bares de alterne.
– ¿Se conoce de dónde viene su fortuna?
– En el mundo de la noche es fácil forrarse si haces negocios con la gente apropiada. Siempre está rodeado de mafiosos como él. La mayoría están fichados.
– ¿Entonces estamos hablando de una red de crimen organizado?
– Si te metes en esos ambientes, ves con mucha cautela. No llega a ser una red organizada pero son muy peligrosos. Te lo puedo asegurar.
– Muchas gracias, comisario. Me ha servido de gran ayuda.
Volví al hotel y me dirigí a recepción, seguía estando el mismo recepcionista.
– ¿Ha llegado ya la señora Estrada?
– Llegó hace veinte minutos. Está en su habitación.
Le dije que, si venía el hombre de las visitas rápidas, me avisara que estaría en la calle. Le prometí la misma cantidad cada día si me mantenía informado.
Entré en el coche para tener buena visión y ver si Verónica volvía a salir. Pasaron dos horas y no había movimiento alguno, mi imaginación ya estaba haciendo de las suyas: Siempre me ha pasado, me cuesta controlarla cuando me aburro.
Me avisó el chico de recepción, me senté en un sillón del hall para esperar la salida del visitante. Vi salir a un tipejo que desentonaba mucho con la decoración del hotel. Miré al mostrador de recepción y vi como me hacía una señal. Era él. Lo seguí a una distancia prudencial, tenía la corazonada de que este tipo me desvelaría algo importante del caso. Llegamos andando hasta la Plaza Real y vi como entraba en el Karma. A los cinco minutos estaba fuera; después se metió por las callejuelas del Barrio Gótico. Pasó por delante de la galería de Sonia, estaba cerrada. Llegó al bar de la esquina y entró a tomarse una cerveza. Yo lo vigilaba desde la esquina. Salía de vez en cuando mirando el reloj. Parecía nervioso.
– Buenas tardes, guapo. ¿Vienes a verme?
Era Sonia, estaba mucho más guapa que el otro día. Llevaba un vestido muy ceñido que le marcaba el culo de una forma espectacular.
– Pasaba por aquí pero, al ver cerrado, ya me iba.
– Ayúdame a subir la persiana y te invito a una cerveza.
Subimos la persiana pero no abrió la puerta de cristal.
– Vamos al bar de la esquina, estoy sedienta.
Entramos en el bar y vi al sujeto en la barra mirando el reloj. Al ver entrar a Sonia se acercó a nosotros.
– Te estaba esperando, ¿ya abres?
– Sí, nos tomamos algo y abro. Espérate un ratito, majo, que te veo con mucha prisa.
– ¿Uno de tus artistas sin talento?
– Que va, Max. Este es uno de los que me compran material. Es un buen cliente y se mueve bien por la zona alta de la ciudad.
Así que las visitas relámpago a la habitación de Verónica no eran más que parte del reparto de un camello. La chica le daba bien al alpiste y que casualidad que el tema era el que suministraba Sonia. A esto lo llamo yo tener suerte, pensé. Nos acabamos las cervezas y salimos.
– Max, ahora tengo que atender a este hombre pero si te esperas diez minutos estoy por ti.
– No te preocupes. Ya me paso otro día con más tiempo. Tengo un poco de prisa. Por cierto, este vestido te queda muy bien. Realza tus encantos. Te hace un culo perfecto, me lo comería ahora mismo.
– Ven cuando quieras y será todo tuyo, Max. Me encantó estar contigo. A ver si un día nos vemos a solas que te tengo ganas.
– Vendré un día y nos montamos una fiesta en tu galería los dos solitos.
– Espero que sea pronto, guapo.
Le di dos besos y me fui. Al llegar a la esquina me giré y vi entrar en la galería al camello de Verónica. De todos los camellos que había en Barcelona tenía que ser uno que pillaba el material a Sonia. Parecía como si alguien pensase en mí desde el más allá y pusiera todas las piezas en mi mano para que las encajase de la manera más fácil.
Nunca he creído en Dios ni en los milagros pero, tal como se desarrollan los acontecimientos últimamente era para tener serias dudas sobre su existencia. Un Dios que no era el que me habían vendido desde pequeño, sino un Dios sin prejuicios y ligero de cascos como yo.
Llegué al hotel, le hice un gesto con la cabeza al recepcionista señalando hacia arriba, y él me contestó asintiendo con la cabeza. Perfecto, estaba en su habitación, no había salido del hotel en todo el rato que estuve fuera. A las tres horas de no ver movimiento, salí del coche y me acerqué a la puerta del hotel. Le hice una señal al recepcionista para que saliera.
– Toma, te doy mi tarjeta. Si pasa algo, me llamas. Estaré en este número.
El recepcionista cogió mi tarjeta y un billete de cinco mil pesetas.
Si Verónica salía del hotel me llamaría y saldría pitando hacia allá. Me fui a mi casa a descansar.
Entré a mirar las fotos que había dejado secándose y las recogí. Esperaba que Neus no las hubiese visto, no quería que conociese mi faceta más canalla. Quería parecer un buen chico ante ella. No sé si le gustaban los buenos chicos, pero desde luego, estaba claro que no le gustaban los golfos. Me sentía bien con ella. No sabía si sería capaz de cambiar por una chica así. Ella podía hacer que me olvidase de las otras y podría llevar una vida sana a su lado. No acababa de creérmelo pero por lo menos esa era mi intención.
A la mañana siguiente me desperté fresco como una lechuga. La ducha me sentó de maravilla. Necesitaba despertarme sin resaca ni sueño acumulado por lo menos algún día de la semana. Me asomé al balcón. Hacía un día soleado y no muy caluroso. Neus no estaba, se me hacía extraño no ver su carita ni oír su voz de buena mañana. Sonó el teléfono.
– Max, soy Carlos, el recepcionista del hotel.
– Dime Carlos, ¿hay alguna novedad?
– No hay novedad. Ha pasado la noche en su habitación. Ahora está desayunando.
– Gracias, Carlos. Cuando vaya esta tarde te daré otros mil duros. Cada día que me pases información te caerán los cinco talegos, ¿Te parece bien?
– Me parece bien. Aquí estaré.
– Si recibe alguna visita me llamas. Si sale del hotel no hace falta que me llames.
No pensaba seguirla hasta la noche. Sabía que iría a bailar al Up&Down. La pensaba esperar en la discoteca.
Pasé el día en casa y puse un poco de orden. Parecía que hubiese pasado por ella una manada de antílopes y otra de gacelas Thompson.
Isabel y Sonia dejaron su huella, menos mal que recogí los chivatos y los rulos antes de que entrase en casa Neus. Si llega a verlos hubiese pensado que era cocainómano y no me hablaría nunca más.
Eran las diez de la noche. Me vestí de la manera más elegante que pude y bajé a por el coche. El disfraz daba el pego. Lo noté porque la gente de mi barrio me miraba mal y la gente de la zona alta me miraba bien. Supongo que el BMW que llevaba ayudaba bastante a darle credibilidad a mi disfraz.
Entré en la discoteca. Todo era tan pijo que me dieron arcadas. La música de lo peor y el ambiente de lo más superficial, las copas carísimas y las chicas descomunales. Me senté en una mesa y revisé mi pequeña cámara, la solía usar para servicios como este en el que la distancia era corta y no quería llamar la atención. No hacía fotos de gran calidad y menos con tan poca luz, pero seguro que me haría buen servicio, como siempre. Entraron las dos cacatúas y se sentaron al otro lado de la pista. Al minuto entró Verónica, estaba preciosa. Nada que ver con sus amigas, se notaba quien de las tres había cazado al más rico. Llevaba un vestido de tirantes con un buen escote; era muy ceñido, se le marcaban todas y cada una de sus fenomenales curvas. Cruzó la pista de baile contoneándose como un pavo real, bajo la atenta mirada de todos los presentes. Se sentó con sus amigas y llamó al camarero.
Entró por la puerta un tipo mayor muy elegante acompañado de una jovencita bastante fresca. No dejaba nada a la imaginación. Llevaba un vestido muy ajustado, se le marcaban los pezones y no se le veía la marca de las bragas; se notaba que iba por faena. No llevaba ropa interior; pensaría que, para lo que le iba a durar puesta no valía la pena ponérsela. Se acercaron a la mesa de Verónica y las dos cacatúas se levantaron para saludarle.
Me dirigí hacia ellos con la copa en la mano y me apoyé en una columna que estaba justo detrás de su mesa. Intentaba parecer un ligón de discoteca oteando el ganado. Ellos no me veían pero yo sí a ellos; los veía reflejados en un espejo cercano y podía oír de forma más o menos clara lo que decían.
– ¡Hola, Josep! ¡Qué bien que has venido!
– ¡Hola, Cuca! Hacía tiempo que no venías por aquí.
– Te presento a Verónica Estrada.
– Verónica, este es Josep Bofarull.
Se levantó y le dio dos besos. Él no les presentó a la joven que le acompañaba. Se sentó en la mesa con ellas y facturó a la jovencita poniéndole un billete en el escote.
– Toma. Pídete una copa y pégate unos bailes mientras hablo con estas amigas.
Pasó por mi lado y le hice una radiografía. Le flaneaba todo el cuerpo, tenía pinta de prostituta de lujo pero no me cuadraba como pareja del Bufa. Sería una jovencita de las que pululaban por las discotecas de la zona, con ganas de popularidad y lujo. Siempre lo conseguían a cambio de sexo. Era la típica “come bolsas” de discoteca; otra manera de prostitución según mi punto de vista.
– ¡Hola guapa! ¿Te puedo invitar a una copa?
Puestos a pasar desapercibido, decidí entrarle a la pareja del más mafioso, así no sospecharían que les estaba espiando.
– Claro que puedes. Un vodka con naranja, por favor.
– Te he visto entrar acompañada, pero veo que te han facturado rápido. Ese tipo no tiene gusto para las mujeres, yo no te cambiaría por esas tres cacatúas ni loco de remate. Tienes un cuerpazo perfecto y cara de princesa. – Me miró con cara tierna y sonrío –.
– Por lo visto no todos los hombres piensan como tú. Me llamo Anna.
– Yo me llamo Max y, si no te importa, me quedaré aquí contigo un rato. Desde luego eres la chica más espectacular de la discoteca. No descarto dejar a tu novio sin pareja esta noche.
– No me importa, puedes quedarte aquí e invitarme a todas las copas que quieras. Gracias por los cumplidos. Tú tampoco estás nada mal. No es mi novio. Bueno, ¿para qué mentir?, sí que lo es, aunque parezca mi padre. Es un viejo al que ya ni se le levanta de la cantidad de droga que se mete. Hace semanas que, ni chupándosela durante horas, se le levanta. Tengo ganas ya de comerme una buena polla bien dura, pero el cabrón no me saca el ojo de encima.
– Pues ahora lo tienes bien entretenido. Quizás sea el momento de escabullirse.
Miró mis llaves encima de la barra y se fijó en el llavero.
– ¿Me enseñas tu BMW? Nos hacemos unas rayas y volvemos.
Salí primero y la esperé en la puerta, ella salió y me siguió. El coche estaba dos calles más arriba, desde allí se veía la puerta de la discoteca pero desde la discoteca no se veía el coche. Lo aparqué en el sitio perfecto para hacer cualquier cosa sin ser visto.
– Bonito coche, Max. Con él debes ligar mucho.
– No me puedo quejar, espero que me ayude a ligar contigo.
– Mira guapo, ligar conmigo es muy difícil; mi novio está forrado de pasta y tiene unos cuántos coches mejores que este.
– Sí, pero no se le levanta.
– Tienes razón, no se le levanta y estoy muy salida. Ya te he dicho que tengo ganas de comerme una buena polla bien dura. Así que nos metemos las rayas y te la chupo aquí mismo.
Sacó una bolsa repleta de farlopa, la abrió y tiró sobre la caja de un casete como un gramo. Estaba pilladísima, ahora entendía porque iba con el Bufa. Se hizo dos rayas impresionantes y nos las metimos a toda prisa. El tema era de primerísima calidad.
– A ver si a ti te afecta de la misma manera que a mi novio.
Me bajó la cremallera del pantalón y me sacó la polla. Estaba empalmadísimo, la coca me hizo el efecto contrario al que ella estaba acostumbrada. La chica estaba tan buena y el vestido le marcaba tanto que antes de meterme la raya ya estaba empalmado. Empezó a chupármela con mucha ansia, se notaba que la pobre pasaba hambre. Me relajé y me dejé hacer.
– Mientras te la chupo podrías hacerte unas rayas, digo yo…
Obedecí y me puse manos a la obra. Dejé la caja del casete con las dos rayas hechas encima del salpicadero del coche. Le agarré la cabeza y le saqué la polla de la boca.
– ¿Qué haces?, ¿es que no te gusta?
– Me gusta mucho pero prefiero que me folles.
Eché el asiento para atrás y se puso encima de mí, se subió el vestido y abrió las piernas. Efectivamente no llevaba bragas. Me cogió la polla y se la metió lentamente, estaba mojadísima.
– Joder, el tiempo que hacía que no notaba esto… Dijo mientras dejaba sus pechos empitonados al aire y los acercaba a mi boca –.
Se los mordí con suavidad mientras ella no paraba de gemir y moverse como una desesperada. Se notaba que el viejo no le daba caña.
– ¿Te has hecho las rayas?
Paró de moverse y le acerqué el casete, nos metimos las rayas sin sacar la polla de su humeante coño. Empezó a moverse de nuevo, esta vez más rápido y con más fuerza. Chillaba como una histérica. Yo miraba para todos lados, no quería sorpresas. Por suerte el coche estaba aparcado en una zona oscura y no pasaba nadie por la calle a esas horas. Se corrió formando un gran escándalo. Cuando dejó de chillar, se sentó en su asiento y me la empezó a chupar de nuevo.
– Quiero que te corras en mi boca. Quiero notar tu polla dura en mi garganta y tragarme toda tu leche. – Estaba como fuera de sí –.
Me corrí en su boca y no cayó ni una sola gota, ni sobre su ajustadísimo vestido, ni sobre mis pantalones. Levantó la cabeza y mirándome a los ojos abrió la boca para que viese como se tragaba mi semen. Se arregló el vestido, el pelo y me dio un beso en los labios.
– Me voy dentro. Tú espérate un rato para entrar. Cuando estemos en la discoteca no quiero que te vuelvas a acercar a mí. No te conozco y nunca te he visto. ¿Está claro?
Se alejó del coche calle abajo. Tenía un cuerpazo potentísimo y mis ojos no podían dejar de mirar aquel culo que flaneaba a cada paso.
Volví a entrar en la discoteca. Las tres cacatúas seguían en la mesa hablando con el Bufa. Anna bailaba en la pista rodeada de pijos con el pelo engominado. Me senté en una mesa y pedí una copa. Tenía el gaznate seco como una alpargata.