
LUCÍA
Lucía era una chica de aspecto muy saludable. Tenía una fortaleza y un temperamento fuera de lo común.
La conocí haciendo cola en el cine Padró. Fui a ver una de aquellas películas que te recomiendan, pero que sabes a ciencia cierta que no te va a gustar.
El cine Padró era un antro de mucho cuidado con olor a zotal, con unas butacas con los muelles medio salidos que se te clavaban en el culo; de ellas se desprendía un olor desagradable debido a los cientos de culos grasientos que se posaban sobre ellas.
Lo cierto es que no era un cine muy recomendable para una chica de buena familia como ella, amante del solitario placer de ver las películas sin compañía alguna; es decir: una rara como yo.
El cine Padró, situado en pleno centro del casco antiguo de la ciudad, estaba rodeado de bares sucios con una clientela aún más sucia, y de pensiones donde los puteros dejaban sus babas sobre la piel de cualquier prostituta desdentada, por tan solo dos mil pesetas.
Una entrada por favor, con solo esa frase ya me enamoré de ella. Era una voz dulce y desgarrada a la vez. Una voz que hizo que dejara de rascarme la bragueta y le prestase atención.
Tendría unos veinticinco años, era delgada de piel morena, con unos pechos de buen tamaño y mucha clase vistiendo.
Llevaba un abrigo negro largo que, al girarse se abría lo suficiente como para dejar ver sus carísimas botas y sus estupendas y larguísimas piernas; una falda, de un material que desconozco, que se ajustaba de una manera espectacular y una blusa oscura con dos botones abiertos, solo dos, los suficientes para dejar ver parte de unos pechos que a mí se me antojaron maravillosos: Su pelo era largo pero no demasiado, de color negro, teñido seguro, y unos labios y una boca que me dejaron mudo al instante.
Compré rápido mi entrada y corrí tras ella, no quería perderla de vista.
Me resultó complicado localizarla entre aquel mar de cabezas casposas pero lo hice.
Allí estaba ella con sus andares de niña pija, tan desorientada y asustada que no encontraba el baño. Me deje caer como por casualidad y la miré, ella me miró y me preguntó por el baño. Le indiqué la puerta y esperé a que saliera tomándome una cerveza en el ambigú.
Cuando salió del baño se fijó en mí y se acercó para darme las gracias y decirme que estaba un poco asustada; Era la primera vez que venía por estos barrios pero que este tipo de películas no las proyectan en los cines de la zona donde ella vivía.
Le invité a una cerveza y nos fumamos un cigarrillo.
Sonó el timbre que avisa del comienzo de la película: Terminamos nuestras cervezas y apuramos las últimas caladas de nuestros cigarrillos.
Ella entró primero en la oscura sala, yo la seguí con los ojos medio cerrados: Lo cierto es que me guiaba más por el olor de su caro perfume que por lo que realmente veía, que más bien era nada.
Al dilatarse mis pupilas pude ver que había tomado asiento y que con su mano hacía un gesto para que me sentase a su lado: Esos golpecitos que se dan en el asiento que tanto me gusta que me hagan y más si me miran fijamente a los ojos una bella mujer.
Obedecí y me senté a su lado.
Al dar comienzo el anuncio de Movierecord se iluminó un poco la sala y pude observar que estaba sentada con las piernas cruzadas, dejando ver sus muslos prietos; se había subido la falda para estar más cómoda.
No daba crédito a lo que estaba viendo. Unas piernas largas y delgadas con medias de seda, creo y unas botas de “chúpame la punta” con taconazo de aguja.
Seguí observándola y subí con la mirada hasta la cintura, era como de avispa, sus pechos se hinchaban y deshinchaban al ritmo de su respiración; a la cara no me atreví a mirarla después del repaso visual que le pegué.
Empezó la película, era una de aquellas que no sabrías decir si era de arte y ensayo o un truño pretencioso de algún artista flipado de los que, en aquella época, inundaban el norte de Europa.
Ella se acomodó más en su mugriento asiento, haciendo que la falda se le subiera un poquito, dejando ver aún más sus maravillosos muslos.
Yo hice lo mismo pero con diferente resultado; lo único que conseguí fue marcar más paquete y pellizcarme un huevo: Solté un resoplido que llamó su atención y clavó su mirada felina en mi entrepierna.
Noté como si me atravesara la ropa con la mirada y me excité. Noté como el miembro crecía dentro de mi apretado pantalón, parecía que se hinchaba y deshinchaba al mismo ritmo que sus jugosos pechos.
La película llegó a un punto de intelectualidad exquisito. En blanco y negro y versión original, por supuesto.
Una gorda, de largas trenzas rubias, se balanceaba desnuda en un columpio mientras un enano, con casco de vikingo, le daba impulso. Ella cantaba una extraña canción en alemán mientras hacía subir y bajar sus enormes ubres, una arriba y la otra abajo, con sus rollizas manos.
Este cuadro no lo pinta ni Picasso, pensé. Jamás entendí este tipo de cine y jamás me gustó.
Mi táctica era dejarme caer por este tipo de cines porque siempre iban las chicas más guapas. Las menos agraciadas iban a ver otro tipo de cine, películas que a mí sí me gustaban. Cuando la gorda dejó de cantar, cayó del columpio y fue a parar encima del pobre enano, casi lo mata: Por la expresión de su cara se diría que lo estaba asfixiando pero ella, en vez de levantarse, cogió con una mano el casco vikingo mientras con la otra acariciaba uno de los cuernos con un movimiento y cadencia similar a la de una masturbación.
En ese momento casi se me escapa la risa ante tamaña aberración, pero permanecí serio al observar a mi vecina de butaca.
Ella permanecía erguida en su asiento sin perder detalle: Estaba emocionada y me atrevería a decir que incluso, excitada a tenor del movimiento de sus pechos. Su respiración era cada vez más rápida, miraba fijamente a la pantalla mientras se mordía el labio inferior. Cambió de postura, abriendo sus piernas para erguirse más en su asiento. Noté como se acercaba más a mí dejando caer, como sin querer la cosa, su mano encima de mi pierna.
Por unos segundos dudé y me quedé quieto sin atreverme a mirarla. No reaccioné hasta que noté como su mano subía por mi pierna en busca de algo que, ya en ese mismo instante, estaba de muy buen tamaño.
Empezó a acariciar el bulto de mi entrepierna sin dejar de mirar la pantalla. Noté como su mano subía y bajaba por el marcado bulto de mi miembro; arriba y abajo, al mismo ritmo que la gorda Valkiria, simulando una masturbación con el cuerno del casco del enano.
Me dejé hacer como si no fuese conmigo la cosa y al parecer eso aún la excitó más, hasta el punto de desabrocharse un botón de su blusa, dejando ver un precioso pecho y un pezón erecto y duro como una piedra.
Pude ver como su otra mano se colaba por debajo de su falda.
Dudé por un instante pero decidí pasar al ataque. La resistencia humana tiene un límite y yo nunca fui amigo de límites. El exceso era mi razón ser.
Parecía que sabía muy bien lo que hacía, yo diría que no era la primera vez que se adentraba por estos barrios a la caza de carne fresca. Buscando a un pobre de barrio bajo no acostumbrado a tratar con mujeres de su categoría y dispuesto a satisfacerla plenamente a su antojo.
No como los cretinos niños pijos de su zona, que apenas se esforzaban porque sabían que ellas solo buscaban el dinero de sus papás, y aguantaban lo que hiciese falta para ver si algún día conseguían casarse con ellos, y tener así la vida económicamente solucionada.
Metí mi mano debajo de sus braguitas y acaricié con mucha suavidad su vello púbico, muy escaso por cierto y muy suave. Al poco ya estaba intentando separar sus labios para empezar a notar como mi mano se empapaba de ese líquido perfumado de niña pija.
Ella, excitada al notar mis dedos, decidió bajar la cremallera de mi bragueta para dar libertad a mi miembro, ya duro como una piedra.
Al verlo tan hermoso, su excitación pasó a desenfreno, su entrepierna estaba más mojada que una final Wimbledon. Cuando notó mi dedo dentro, de un manotazo apartó mi mano, se levantó de sus asiento y me cogió de la mano para llevarme arrastras medio en pelotas, bajo la atenta mirada de los asistentes, la mayoría de ellos eran progres intelectualoides que no daban crédito al espectáculo.
De un empujón me metió en el servicio de señoras y puso una pesada papelera detrás de la puerta, parecía una coreografía más que ensayada; dejó su bolso y su abrigo sobre de ella.
Se subió la falda todo lo que pudo, se sentó en el lavamanos abriendo sus piernas para hacerme sitio y se arrancó las bragas de un fuerte tirón. Me miró con cara lasciva y de sus carnosos labios salió un: Fóllame como a una perra, maldito cabrón.
Me acerqué y ella, con un movimiento rápido, desabrochó el botón de mis pantalones que se deslizaron hasta el suelo; los calzoncillos me los bajó con los tacones de aguja de sus carísimas botas. Cogió mi polla y se la introdujo en lo más profundo de su ser.
Su movimiento era lento y cadencioso. Se arrancó los botones de la blusa y mostró sus hinchados pechos. En sus pezones erectos casi se podría colgar mi chaqueta, que andaba por los suelos a causa de las prisas y la excitación.
Empezó a acelerar el ritmo y a mover la cadera como una poseída. Sus movimientos desenfrenados de cabeza hacían que su largo pelo negro me golpeara el pecho, como si de un látigo se tratase. Cogí sus pechos con firmeza y soltó un gemido que seguro escuchó hasta la momia que vendía las entradas en la taquilla.
Gemía como una auténtica ninfómana. No paraba de apretarme el culo para que mis embestidas fuesen más fuertes. Dejé sus pechos y la cogí por sus durísimas nalgas, levantándola para acabar la faena de pie en el centro del servicio. Pude ver reflejado en el espejo sus felinos movimientos y noté como mi polla se hinchaba en sus entrañas. Con la emoción la puse contra la pared y embestí con fuerza.
Inundé su sexo y chilló como una loca; su corazón parecía salirse del pecho y sus ojos, casi en blanco, me miraron; con la boca abierta y temblándole aun los labios me dijo “vámonos de aquí”.
Me mojé la cara mientras ella intentaba, sin mucho éxito, arreglarse la ropa. Cogió el abrigo y el bolso, yo cogí mi chaqueta y salimos del cine bajo las atentas miradas del personal de la sala.
Una vez en la calle me cogió de la mano y me dio un beso en la mejilla. Caminamos hacia la esquina y allí mismo paró un taxi. Antes de subirse, dejó un papel en mi mano con su número de teléfono. Llámame, dijo después de besarme en los labios.
Medio aturdido, enfilé calle abajo sin dar crédito a lo que acababa de ocurrir. Miré el papel y pensé en si la llamaría o no algún día; no por falta de ganas, sino por lo pija que ella era y lo desgraciado y muerto de hambre que era yo.¿Dónde coño la iba yo a llevar con mi pobre economía? ¿A una pensión maloliente? Porque en mi casa seguro que no quería entrar, el portal de la calle era similar al del castillo del Conde Drácula.
Guardé el papel en mi bolsillo, saqué el paquete de tabaco y encendí un cigarrillo sin dejar de pensar en su estupendo cuerpo y en su fogosidad desenfrenada. Entré en un bar cercano a mi casa y me tomé una cerveza a la salud de los encuentros fortuitos, rápidos y efectivos.
¿La llamaré algún día? Pues sí, pensé, si viene a estos barrios y se comporta de manera tan lujuriosa será porque lo que ella busca no es un niño con pasta, sino un barriobajero que la saque de su adinerada rutina.Los pobres siempre pensamos que las niñas pijas solo buscan dinero pero algunas de ellas no son así. Este tipo de mujeres quieren sentir lo que se merecen y lo que los hombres de su entorno no saben darles y solo encuentran en hombres como yo, sin prejuicios y dispuestos a aventurarse por dónde quiera que van.
Me la imaginé en su burguesa casa, en su habitación con toque infantil. Acariciando un osito de peluche. Caliente como una loba, pensando en mí y en cómo lo hicimos en el sucio lavabo del decadente cine de mi pobre barrio.
Imaginé que se excitaba al recordar que se comportó como una perra hambrienta con un tipo como yo, al que de nada conocía.
Mientras me dormía pensé que estábamos en algún lujoso hotel y podíamos tomarnos todo el tiempo del mundo para explorar nuestros cuerpos y hacer todo lo que no pudimos hacer en el lavabo de aquel mugriento cine.
Esa noche, con la esperanza de volver a verla, dormí como un angelito.