
– Buenos días, señor Max. ¿Hace mucho que espera?
– Acabo de llegar ahora mismo, Marta. Puedes tutearme, lo de señor no me gusta nada, me hace mayor.
– Está bien, Max. Subamos al piso, creo que te gustará.
El ascensor no era muy amplio y pude notar como me rozaba el brazo con sus pechos. La chica olía muy bien y dejaba ver un precioso escote. El traje chaqueta le daba un toque de distinción pero su cara la delataba. Tenía cara de estar casada y de estar poco satisfecha sexualmente. Parecía de las que aprovecha la primera ocasión que se le presenta para ponerle los cuernos al marido. Yo, de su marido, no las tendría todas conmigo. La chica estaba muy buena y transpiraba sexo por todos los poros de su piel.
No solía equivocarme nunca en mis predicciones. La cara es el espejo del alma y, según cómo te vistas, dices mucho a los demás de cómo eres. En su caso era un uniforme de empresa, pero lo llevaba de una forma que se retrataba, era demasiado sexy. Seguro que sus compañeras lo llevaban de una forma más recatada y discreta.
Entramos en el piso, era un solo espacio, bastante grande, la cocina estaba integrada. Solo había tres puertas; la que daba al rellano de la escalera, la del baño y la de la enorme terraza.
– ¿Te gusta el piso, Max?
– Me encanta, sobre todo la terraza. Es enorme y desde aquí no te puede ver nadie. Puedes hacer lo que quieras en ella.
– Sí, se puede tomar el sol desnudo tranquilamente. Es perfecta.
– ¿Ya la has probado?
– ¿Qué quieres decir con eso?
– Nada, que te veo muy morena. Seguro que has venido a tomar el sol.
– Bueno, algún día sí que he venido a tomar el sol. No me gusta que se me noten las marcas del biquini.
– Lo sabía. Siempre sospeché que los vendedores de pisos antes de venderlos le sacaban partido. Seguro que te has traído a tu novio alguna vez.
– Mi marido es un soso y no le gusta hacer estas cosas. Él es de polvo los sábados por la noche y fútbol los domingos.
Le aparté un mechón de pelo que le caía por la cara
– Veo que no te tiene muy contenta.
– Eres un poco atrevido, ¿no?
– Solo con las mujeres que me dan morbo.
– ¿Entonces, yo te gusto?
– Mucho. Me pones a cien con ese uniforme tan ajustado.
La chica se abalanzó sobre mí, me metió la lengua hasta la garganta y de un empujón me tiró a la cama.
Empecé a desnudarme a toda prisa mientras ella hacía lo mismo de pie ante mí.
– Veo que has tomado mucho el sol en mi futura terraza, no tienes ni una sola marca de biquini.
Se me echó encima y me puso las tetas en la cara aguantándoselas con las dos manos para que se las chupase. Era como una loba hambrienta, no me equivocaba en mi juicio, siempre acertaba y siempre me alegraba de que así fuese.
– Quiero que me hagas lo que no me hace mi marido.
– ¿Y qué es lo que no te hace tu marido?
– Metérmela por detrás que es lo que más me gusta. Me encanta, me gusta muchísimo.
Obedecí como el buen chico que era y se la metí por detrás. El agujero no era tan estrecho como yo me esperaba. Si el marido no le daba lo que ella quería, era de suponer que la chica lo buscaba fuera de casa y, por lo visto, lo hacía muy a menudo a tenor del diámetro del orificio.
Mientras la sodomizaba, aproveché para negociar el precio del piso, era el mejor momento para hacerlo. Si no bajaba el precio, dejaba de darle por culo. Le gustaba tanto ser sodomizada que no aguantaba más de diez segundos sin notar mi polla dentro y bajaba el precio de forma considerable.
A la chica le saqué un buen precio y un polvo de lo más morboso. Firmamos el contrato allí mismo estando aún desnudos y sudados. Le chorreaba mi semen por la entrepierna cuando plasmaba su firma. Se duchó rápido, me dio las llaves y salió de allí como alma que lleva el diablo.
Salí desnudo a la terraza. Marta tenía razón, no me veía nadie, tenía que haber sacado el colchón a la terraza para darle por culo a los cuatro vientos. Tenía muy buena pinta el piso. Desde la terraza, se veían todas las montañas de Collserola y del Garraf. Ya estaba harto de vivir en aquella estrechísima calle del Barrio Chino, lo único que veía por el balcón era la casa de Neus y no me gustaba, me traía malos recuerdos y me ponía triste.
Quería empezar una nueva vida y cambiar de barrio era uno de los primeros pasos para conseguirlo. Me senté a fumarme un cigarro y a pensar en cómo me estaba tratando últimamente la vida.
Por fin tenía mi propio estudio fotográfico con tres empleados y representante para mi faceta artística. Un nuevo piso en un nuevo barrio y ganas de hacer cosas diferentes. Solo faltaba comprarme un coche para ser un hombre nuevo.
Al final me acostumbré a estar solo y a disfrutar de mi libertad, ¿para qué cojones quería yo tener novia si todo me iba genial y tenía éxito con las mujeres? Como se suele decir: Más vale follar menos pero con diferentes mujeres, que follar más pero siempre con la misma.
Ya había pasado página a muchas historias que me anclaban al pasado y veía un futuro prometedor. Mi nueva casa sería un estupendo picadero para disfrutar del sexo en un barrio en el que nadie me conocía. Podía hacer lo que quisiera sin que los vecinos de toda la vida comentaran todas mis aventuras. Eso sí, echaría de menos el bar Ramón pero seguro que alguno parecido habría por la zona; la calle de atrás ya pertenecía a Hospitalet y estaba llena de bares de tapas.
Ahora solo me faltaba hacer la mudanza y despedirme por fin del puto Barrio Chino. Me daba pereza tener que empaquetar todo pero valía la pena hacerlo para decir adiós a mi humilde pasado. Mientras empaquetaba todas mis cosas, de vez en cuando, miraba por el balcón esperando ver algún movimiento en casa de Neus. Tenía la remota esperanza de que se asomase al balcón para darme los buenos días, como solía hacer, pero no fue así.
Una vez terminada la mudanza empecé a instalarme. Le pedí ayuda a Isabel para elegir los pocos muebles que quería comprar. Quería un piso minimalista, con poca cosa pero bonita y de calidad. Isabel se encargó de la decoración y de estrenar el nuevo piso como era debido. Sacamos el colchón a la terraza y entre velas disfrutamos de la noche. Follar al aire libre estaba genial. A Isabel le gustó mucho la experiencia y me dijo que siempre que quisiese compañía femenina la llamase que vendría volando.
Me compré un Ford Capri de color rojo. Sí, era un poco de nuevo rico pero era guapísimo, era un coche de aquellos que los dejabas aparcados en la puerta de una discoteca y cuando volvías tenías a cuatro come-bolsas esperándote para que les dieses una vuelta y de paso un buen revolcón.
Me sentía el soltero de oro y no desperdiciaba ninguna ocasión que se me presentara. Eso sí, el listón lo tenía bien alto. Me acostumbré a ir con mujeres preciosas y no me conformaba con menos. Me había convertido en un hombre, como suele decirse con el morro muy fino, aunque ese morro se me calentaba muy a menudo y tenía que llamar al camello más cercano. Mi piso parecía un burdel, casi cada noche caía alguna, ya fuese modelo, actriz o bailarina.
A todas les gustaba venir a disfrutar de mi terraza y de “según ellas” mi hermosa herramienta.
Lo último que recuerdo de esa época es la visión de estar conduciendo un Cadillac blanco y rojo descapotable por el desierto de Nevada, dejando atrás la ciudad de Las Vegas. Con la canción “Ruta del Sur” de Los Rápidos como banda sonora y en muy buena compañía. Tres chicas muy neumáticas y muy rubias. Chicas de formas muy generosas y de moral muy relajada. Las tres eran muy agradecidas y serviciales, lo único que les interesaba era el dinero y pasárselo bien. A mí me sobraba la pasta y diversión tenia para dar y regalar.
Recuerdo estar con el coche parado en la cuneta a un lado de la carretera en medio del desierto. Con una botella de Bourbon en una mano, el volante en la otra y una de las tres rubias neumáticas chupándome la polla mientras las otras dos se hacían unas generosas rayas en el asiento trasero del Cadillac. El sueño de cualquier hombre heterosexual de treinta años y soltero.
Al final, elijas el camino que elijas, lo mejor siempre es intentar realizar tus sueños, por absurdos que estos parezcan. No hay que dejarse vencer por la decadencia ni la desidia.
Hay que intentar ser feliz y disfrutar de la vida que, al fin y al cabo, es lo único que tenemos.
FIN

