
ISABEL Y MÓNICA
Me desperté temprano y Pinocho como siempre. Vi a Sandra dormida y pensé en despertarla con una sorpresa. Sí, yo soy así, por mucho que me ponga hasta el culo cenando, siempre me despierto en ayunas y con ganas de comer más.
La tenía a mi lado totalmente desnuda y estaba jodidamente buena. No me quedó otra que empezar el día como mejor se puede empezar, lo de la noche anterior fue legendario y yo andaba desatado. Me sumergí entre sus piernas para degustar con avidez de aquel apetitoso manjar que aun olía a sexo desenfrenado sobre la arena de la playa. Se hacía la dormida pero no aguanto mucho la tortura matutina y despierto para disfrutar de lo que su ex hacía tiempo no le daba. Me gustó casi más que el primero de la noche anterior, flotando en el agua. Por lo menos ahora estábamos tranquilos y seguros, sin temor a ser vistos por algún curioso o curiosa de vestido blanco y maneras de actriz porno juvenil sedienta de sexo.
Sandra se metió en la ducha. Yo fui a mi bungalow que estaba enfrente para hacer lo mismo, ducharme y ponerme ropa limpia. Mi cuerpo olía a sexo o mejor dicho a sexos en plural.
Salí a dar una vuelta y a pasarme por la piscina a ver si era cierto que Mónica estaba con su amiga. No quería sorpresas, lo llevaba en mente desde que desperté; ese cuerpecito era de vicio y quería volver a tenerlo encima de mí. Quería ver si era cierto lo que contó y si estaba dispuesta a montar un numerito con los tres.
Solo pensaba en eso, en sexo y más sexo. La excitación recorría mi cuerpo como le recorre a un adolescente antes de dar su primer beso a la chica que le gusta. Vi a Mónica en la piscina, estaba tomando el sol. Pensé en darle los buenos días y sentarme a su lado pero no quería parecer un depravado acosador de niñas. Ella me vio y me hizo una señal para que me acercase, lo hice y me senté a su lado. No podía apartar la mirada de aquel pequeño cuerpecito, tenia unos pechitos tan tersos que parecían a punto de estallar.
– Hola, Max. Buenos días ¿Qué tal te has despertado hoy?
– Hola, Mónica. Me he despertado estupendamente y con ganas de hacer cosas.
– ¿Has dormido con Sandra? Eres insaciable.
– No creas, guapa. Anoche estaba para el arrastre, no soy muy fuerte como a veces pienso.
– Le he dicho a mi amiga Isabel que ayer os conocí y que sois una pareja muy mona, tiene ganas de conoceros.
– ¿No le habrás contado nada de lo ocurrido en la playa?
– Tranquilo, no le he contado nada. Quiero que sea una sorpresa. Mírala, ahí la tienes, en el porche tendiendo la ropa.
Era tan pequeña como ella pero parecía más mujer, las formas eran sinuosas, tenía unos pechitos redondos y no demasiado grandes, su culo tenía forma de manzana, daban ganas de mordérselo allí mismo mientras tendía sus braguitas al sol. Esas braguitas deben estar acostumbradas a estar calentitas, pensé.
– Sois muy jóvenes, Mónica. No sé si está bien lo que estamos haciendo, no quiero meterme en líos.
– ¿En serio piensas que somos muy jóvenes? Pensaba que a los hombres os gustaban las jovencitas.
– Me gustan las jovencitas y tú eres un bomboncito pero las menores de edad solo pueden traer problemas.
– !Jajajaja!, que tonto eres. Isabel y yo no somos menores aunque lo parezca, además, ¿nunca has oído decir que “si hay pelito no es delito” o “si hay césped hay partido”?
– !Jajaja, que bueno!, nunca lo había oído.
– Siempre tenemos problemas para entrar en las discotecas pero somos mayores de edad. Isabel tiene veintidós años y yo tengo veintiuno. ¿Tenemos edad suficiente para el caballero? Nos ha salido moralista y todo el señor. Anoche no parecías tan pudoroso. Si realmente tenías esa duda, no sé por qué me la metiste por el culo con tanto ímpetu. Parecía que disfrutabas mucho mientras le rompías el culo a una menor de edad.
– Calla, no me lo recuerdes. Me dejé llevar por el momento.
– ¿Pero, te gustó?
– Me encantó, solo de pensarlo ya noto que se me pone dura.
– !A ver…sí, !jajaja!, es verdad. Ahora te propondría entrar en mi bungalow para bajarte la inflamación pero estropearíamos la sorpresa a Isabel.
– Deja, deja, que hoy ya he tenido sesión matutina.
– No me extraña. Sandra es una mujer espectacular, es preciosa y muy sexy, creo que le gustas mucho.
– Ella también me gusta mucho. Espero disfrutar de unos días con ella.
– ¿Y de nosotras no? Con lo buenas que somos.
– De vosotras también, si os dejáis; aún me parece una locura aunque sea la fantasía de cualquier hombre que se precie.
– !Jajaja! Nos dejaremos, Max. Ya sabes que yo sí. Isabel espero que también. Tengo fe en ella. No sería la primera vez que compartimos amante.
– Que vicio tenéis las dos, ¡qué barbaridad! ¿Qué haréis hoy?, ¿os apetece venir con nosotros? Quiero acercarme a Port Lligat a ver la casa de Dalí, aprovechando que estoy cerca; aún no se lo he dicho a Sandra. Si queréis venir, hay sitio para los cuatro.– Me apetece mucho, se lo diré a Isabel a ver si se apunta. Compré el desayuno y lo preparé en la mesa del porche. A Sandra le gustó la idea de ir a Port Lligat. Se le veía feliz. Ya no tenía los ojos tristes, algo había cambiado en su vida y se le notaba, se le notaba, el brillo de sus ojos la delataba.
Cogí la cámara y nos montamos en el coche.
– Tengo una sorpresa para ti, Sandra.
– ¿Sí?, ¿qué es?, ¿me dirás ahora que tienes novia y que os vais a casar?
– ¡Jajaja! yo no soy de esos.
Paré el coche al lado de la piscina y aparecieron las dos lolitas con unos vestiditos algo infantiles: “Que hija de puta, – pensé -: Eso es idea de Mónica para ponerme nervioso”.
– Hola Sandra. Te presento a Isabel. Ya tenía ganas de conoceros, le he hablado muy bien de vosotros. Isabel este es Max.
Estaba más que apetecible vestida así; parecían dos colegialas viciosas de película porno americana. La cosa pintaba más que bien.
Nos dirigimos a la salida del camping para coger la carretera que nos llevaría a Cadaqués. Ellas hablaban como cotorras y no paraban de reír. Estaban muy animadas, parecía una excursión escolar y yo el monitor que tenía que controlarlas para que no se liasen con algún jovencito: Me acordé de Pepino y de Mallorca.
Puse una cinta de Burning en el radiocasete del coche. El fin de la década, ese disco me encantaba; las guitarras de Pepe Risi siempre me ponía los pelos de punta. A las chicas parecía que les gustaba porque cantaron “¿Qué hace una chica como tu en un sitio como este?” a grito pelado.
Estaba feliz, el cariz que estaban tomando mis pequeñas vacaciones superaba todas mis expectativas. Necesitaba algo así. Demasiadas drogas últimamente hacían que no tuviese las ideas claras. Me estaba metiendo en un bucle del cual era muy difícil salir. Me estaba acomodando en un trabajo que no me llenaba. Siempre he tenido muchas inquietudes artísticas y notaba que estaba perdiendo el tiempo siguiendo a personas que no me aportaban nada. Mi única diversión era drogarme y acostarme con la primera que se me insinuaba. Por eso me atraía tanto mi nueva vecina Neus, veía en ella algo especial, era diferente a todas pero Nina era la mujer perfecta para mí, no sé. No tenía nada claro y no paraba de pensar en qué iba a ser de mi futuro. Esa idea me atormentaba.
– Y dime, Sandra, ¿a que te dedicas?
– No es fácil explicarlo. Podría decirse que me dedico a hacer esculturas pero de momento no termino de ganarme la vida con ello.
– Que interesante, eres artista. A mí me gustaría poder ganarme la vida pintando, estoy estudiando Bellas Artes.
Sandra y Mónica iban en el asiento de atrás. Yo las escuchaba mientras le miraba disimuladamente los muslitos a Isabel, que los mostraba generosamente al poner sus pies desnudos sobre el salpicadero del coche. Que manía tienen las mujeres con hacer eso, – pensé -. Siempre lo hacen, les encanta dejar sus deditos marcados en el parabrisas del coche. Miraba por la ventanilla con una sonrisa de oreja a oreja. Me miró sonriendo y me preguntó con una voz muy tierna.
– Y tú, Max. ¿A qué te dedicas?
– Hago fotos y las vendo a una revista.
– Parece una buena ocupación.
– No te creas, Isabel. Es un trabajo que me da para comer pero no es tan atractivo como parece. ¿Y tú a que te dedicas?
– Yo empecé a estudiar Bellas Artes, allí conocí a Mónica, en la facultad, pero lo dejé. Igual cualquier día me vuelvo a matricular. De momento me dedico a poner copas en un local del centro de Barcelona.
Llegamos a Cadaqués. Hacía mucho calor, estábamos sudando y resoplábamos todo el rato. El coche parecía un infierno. Se bajaron del coche a toda prisa mientras yo cogía la cámara de fotos. Empezaron a correr hacia la arena, las seguí sin perderlas de vista, yo iba caminando. No tenía ninguna prisa; mientras llegaba a las toallas de las chicas vi como se quitaban la ropa y corrían a meterse en el agua. Me senté y las observé. Se tiraban agua entre ellas, chillaban y jugaban como las niñas que aparentaban ser. Sandra también jugaba, pero su porte era mucho más interesante, más adulto, era mucho más mujer, de hecho era toda “una mujer hecha y derecha”, como se suele decir. Las otras dos eran unas locas muy divertidas pero unas crías al fin y al cabo.
Les hice fotos mientras jugaban en el agua. Los reflejos del sol en el agua salpicando sus cuerpos eran impresionantes. Salieron las tres del agua y vinieron hacia mí sin dejar de hablar y reír. Les hice unas cuantas fotos más. Por el visor de la cámara se veía como les brillaba la piel, era una foto digna de salir en las páginas centrales de Playboy.
Mónica era pequeñita y fibrada, tenía cara de pilla y movimientos de atleta.
Isabel era de formas más redondeadas y apetecibles, su cara era la de una camarera de noche de las que se las saben todas y no se dejan engañar. Sandra lucía su contundente cuerpo con la naturalidad que solo te da la seguridad de tener un cuerpo escultural. Era una mujer preciosa, sus pechos se movían como flanes y me ponía muy cachondo.
Se ponían crema de protección solar la una a la otra y se empitonaban por el roce de sus suaves manos en la piel. Hacer top-less en aquella época era la moda y yo estaba más que contento de que así fuese.
– ¿Y a mí nadie me va a poner crema?
– Ven aquí, tontorrón, que te vamos a dar un repaso a seis manos que te vas a flipar.
Y así fue, me embadurnaron todo el cuerpo de crema entre las tres sin parar de reír, me tomaban el pelo y me encantaba. Para ellas no era más que un simple juego erótico, para mí toda una tortura.
– Que no se te ponga morcillona, guapo, que te está mirando toda la playa. Ahora mismo eres la envidia de todos los bañistas.
Las dos jovencitas me miraban el paquete todo el rato, con mucho descaro par ver si me ponía Pinocho y reían sin parar al ver que la cosa crecía.
– Ya está bien, chicas. Dejar de jugar conmigo que soy un hombre y ya sabéis lo que le pasa a los hombres. Que después siempre queremos más.
– Puede que lo tengas me parece a mí, – dijo Isabel -.
– Anda, calla, no seas descarada.
Rieron las tres y se estiraron en la arena a tomar el sol. Por fin silencio, las cotorras ya se habían relajado tiradas en la arena, yo me dediqué a no perderme ni un solo detalle de sus mojados cuerpos.
Después de comer en una terraza del paseo fuimos a Port Lligat, las chicas ya estaban más tranquilas, estaban muy interesadas en lo que veían. Por algo Sandra era artista y las otras dos locas pequeños proyectos de artista.
Ya en el coche, de vuelta al camping, hablaban de lo bonita que les había parecido la casa de Dalí. Se lo pasaron genial en la visita, me dieron las gracias por llevarlas y prometieron llevarme otro día a algún lugar bonito.
– ¿Haces buenas fotos, Max? – Me preguntó Isabel -.
– Lo intento, son de calidad sino la revista no me las compraría, pero no son nada artísticas. Lo más parecido a foto arte que hago es cuando tengo una sesión de desnudos en el plató de la editorial, pero no es lo que a mí me gustaría hacer ni por asomo.
– ¿Así que trabajas en una revista de guarrindongas? – Dijo Mónica mientras empezaban las tres a reír como locas -.
– Pues a mí me gustaría salir en una de esas revistas, – dijo Isabel -.
– No te lo recomiendo, mejor vuelve a matricularte en la facultad y déjate de revistas. Te lo digo yo que trabajo con esas chicas y su vida no es lo que parece. Si quieres posar desnuda para tener unas bonitas fotos ya te las hago yo cuando quieras, pero no te metas en ese mundo, no te lo recomiendo.
– ¿Has hecho alguna exposición? – Preguntó Sandra -.
– De momento no, tengo ganas de hacerla pero lo que más me apetece es hacer un libro con fotos en blanco y negro.
– Pues ya tienes a tres modelos guarrindongas para el libro, dijo Mónica mientras contagiaba con su risa a las otras dos.
Entre risas y bromas nos plantamos en L´Escala, ya era de noche. Nos despedimos y nos metimos cada uno en nuestro bungalow para sacarnos la sal y la arena de nuestros cuerpos y descansar un poco.
Duchado y con ropa limpia me senté en el porche a pensar en lo que me dijeron las chicas. Tenía que tomármelo en serio y creer más en mí, no ser tan exigente con mi trabajo y mostrar en alguna exposición lo que hago. Quizás llegó el momento de hacer algo serio y dejar a un lado aquel trabajo que cada día me gustaba menos.
Llegó a mis oídos la ducha de Sandra y volvió a mi mente la imagen de la espuma de jabón resbalando por sus pechos. Me eché en la tumbona y me quedé dormido pensando en sus preciosos pechos. Al rato, noté una mano suave que me acariciaba el brazo y unos carnosos labios que me besaban en la mejilla. Abrí los ojos, era Sandra con su preciosa cara; con la poca luz que había se le veía resplandeciente.
– Despierta, guapo ¿Tienes hambre? He preparado la cena.
Me empezaba a gustar todo aquello, me sentía realmente bien. La abracé y la besé en los labios. Se tumbó conmigo y estuvimos abrazados, largo rato.
– He preparado arroz con pescado, está puesto ya en la mesa.
Nos levantamos y vi la mesa tan bien preparada como la noche anterior: con su mantel de cuadros italianos, dos copas y una cubitera con una botella de vino. La vela iluminaba toda la mesa.
Me desperté tontorrón con sus caricias y me apetecía esa cena romántica. ¿Me estaría enamorando? o ¿sería el tierno despertar con el que me obsequió?, aquella mujer me gustaba mucho y me despertaba muchas dudas.
– Está buenísimo, Sandra ¿Hay algo que no hagas bien? De momento todo lo que me has hecho me gusta mucho.
– Solo has probado dos de mis platos.
– No me refiero a eso, Sandra. Ya sabes de qué te hablo.
Se sonrojó y aún estaba más guapa con esa cara inocente de chica vergonzosa. Ya no tenía aspecto de motorista dura. Ahora la veía como una mujer tierna y cariñosa.
Dejamos los platos limpios y la botella de vino vacía boca abajo en la cubitera, como esperando a que algún atento camarero viniera a traernos otra.
– ¿Unos porritos y unas cervezas a la orilla del mar?
– Me apetece mucho – le dije -.
– Mientras dormías he hablado con Mónica y dice que vendrá con Isabel cuando menos nos lo esperemos.
– No tenemos que hacerlo si no te apetece, Sandra. Contigo estoy muy bien y no necesito más.
– Me apetece muchísimo, Max. Me gusta ver tu cara de placer cuando lo haces con otra. Quiero que disfrutes y quiero disfrutar. Creo que me lo merezco después de tanto tiempo aguantando a un subnormal. Ahora estoy aquí contigo muy a gusto, pero me apetece mucho hacerlo. No creo que se me presente otra oportunidad así y quiero aprovecharla. Quiero ser feliz y quiero ver como tú lo eres.
– Joder, Sandra. Eres la mujer perfecta. Después de esta noche, el resto de días que estemos juntos estaré solo por ti, si te apetece.
– No prometas nada que no puedas cumplir. A los hombres os pierden las promesas. Disfruta todo lo que puedas esta noche, mañana ya veremos.
Nos subimos en la moto y aproveché para tocarle las tetas. Me encantaba notar como botaban en mis manos con los baches del camino. Ella reía.
– Que fijación tienes con mis tetas, guapo.
Seguí sobándoselas hasta que llegamos a la playa. Nos bajamos de la moto y seguí tocándoselas.
– Que pesado estás. Estate quietecito que me haces cosquillas.
Extendimos la toalla en la arena cerca del agua y abrimos dos cervezas. Sandra quemaba el costo en la palma de su mano. Yo me quité la camiseta y me estiré a su lado. Me pasó el porro y mientras fumaba volví a tocarle las tetas.
– ¡Que vicio de tetas, por Dios! – Dije mientras soltaba el humo del porro por mi boca –.
Se desnudó y me quitó los pantalones. Se puso en pie, me dio la mano y me llevó al agua. Repitió la acción de la noche anterior, me abrazó con los brazos y las piernas. Me excitaba el roce de sus pezones, pero me excitaba muchísimo más notar mi polla entre sus nalgas. Al rato vi a dos crías corriendo desnudas tirándose al agua de cabeza, venían nadando hacia nosotros. Nos separamos para disimular.
– Buenas noches, pareja. ¿Ya estabais haciendo guarrerías? – Dijo Mónica mientras Isabel la asesinaba con la mirada –.
– No pasa nada, Isabel. Hay confianza, o no, ¿Max?
Se acercó a mí y me besó en los labios, me rodeó el cuello con un brazo mientras con la otra mano buscaba mi polla bajo el agua. Me abrazó con los brazos y las piernas y empezó a moverse arriba y abajo como una loca. Vi como Isabel y Sandra salían del agua y se tumbaban en la arena. Hablaban entre ellas y parecían contentas. Mónica frenó el ritmo y paró de golpe, se quedó quieta. – No te muevas, Max. Quiero sentir tu polla dentro. Nos quedamos quietos unos segundos y me dijo;
– Verás cuánto tarda Isabel en tirarse al cuello de Sandra. La he notado muy excitada. Sé que está cachonda y Sandra le gusta, se le nota mucho, ella es así de perra, ya lo veras.
Empezó a moverse lentamente acelerando cada vez más mientras se echaba para atrás y gemía como una poseída. Yo aceleré el ritmo y soltó sus piernas, se hizo la muerta flotando boca arriba en el agua si dejar de jadear.
Miré a la playa y vi a Isabel y Sandra besándose. No sabía si salir o largarme nadando. No me veía capaz de enfrentarme a tres mujeres. Mónica me cogió de la mano y me llevó hasta ellas.
– Mirar cómo lo traigo: con la polla bien dura. Este chico necesita que se la chupéis urgentemente.
Me quedé de pie delante de ellas. Empezaron a chuparme las dos a la vez. Era alucinante la sincronización. Me tumbaron encima de la toalla. Sandra me cogió la polla y la introdujo dentro del coño de Isabel que estaba sentada en mis piernas. Isabel comenzó a moverse y a gemir.
– Que bien lo haces, Isabel. Me gusta mucho como te mueves.
– ¡Qué dura la tienes!, parece que vaya a reventar de lo hinchada que está.
No podía aguantar más. La aparté y la eché a un lado.
– ¿Ya, cariño?, ¿te vas a correr? – Yo asentí con la cabeza, no podía articular palabra –.
Se acercaron las tres a mi polla: una a cada lado para no perderse mi corrida. Isabel me la cogió con su mano, dándome lametazos en la punta. Me la apretaba y se hinchaba más, me la mantuvo apretada un instante y se la metió en la boca. Succionaba mejor que las otras dos. Estaba alucinando de lo bien que lo hacía. Esta chica se ha comido muchos rabos – pensé –.
Sandra y Mónica no perdían detalle, allí boca a bajo en la arena a escasos centímetros de la acción. Me corrí en su boca y ella se lo tragó todo. No dejó ni gota. Era una pequeña glotona que le gustaba ordeñar a los hombres. Apoyé mi cabeza en la arena mientras jadeaba de placer.
Así estuvimos varias horas follando todos con todos. En la arena y dentro del agua. Ahora los cuatro, ahora de dos en dos. O las tres mientras yo miraba y me recuperaba físicamente. Realmente, tres eran muchas mujeres para mí, pero tenía que probarlo. Me gustó la experiencia y a ellas también parecía gustarles.
Llegó un momento en que paramos todos y nos quedamos mirando las estrellas, boca arriba estirados en la arena. Aquello fue lo más cerca que he estado en mi vida del paraíso o al menos eso era lo que pensaba en ese instante. Pensé que, si me moría en aquel mismo instante, no me importaría demasiado. Me iba a resultar muy difícil a partir de aquel momento contentarme con cualquier cosa. Estas chicas habían dejado el listón demasiado alto. Iba a ser muy difícil superar aquello.
Nos crujimos tanto a porros, después de la orgía, que apenas recuerdo como llegué a la cama. Pero ahí estaba: estirado en ella, con Sandra abrazada a mí. Perdí el conocimiento y no lo recuperé hasta que me desperté a la mañana siguiente.
– ¿Lo de anoche fue real? – Le pregunté a Sandra –.
– Lo de anoche fue real y nos lo pasamos puta madre, cariño.
– Bien.
Seguí durmiendo. Me desperté horas después al oír las voces de las tres chicas hablando y riendo en el porche.
¡Qué energía tienen, por Dios! – pensé –. Si esto sigue así, llegaré a Barcelona en los huesos.
– Me voy al pueblo un par de horas – dijo Sandra –. Podéis quedaros aquí y despertar a Max dentro de un rato. Lleva diez horas durmiendo.
Oí como se alejaba la moto y vi dos cabecitas que se asomaban por la puerta de la habitación. Me hice el dormido y esperé a ver qué hacían para despertarme. La tenía dura como siempre al despertar. Ellas me la miraban mientras reían como niñas traviesas. Con los ojos medio cerrados vi como se desnudaban y se metían en la cama. Una de ellas se metió mi polla en la boca. La otra miraba mientras nos acariciaba a los dos.
Con estas dos seguro que puedo, la que me agota físicamente es Sandra con ese cuerpazo de mujerona que tiene. A estas dos me las pienso merendar, pensé. Abrí los ojos y les dije:
– Buenos días, pequeñas viciosas. Queréis rabo, ¿verdad?
– Sí, queremos tu rabo y lo exprimiremos hasta que no salga ni una sola gota.
No sé las horas que pasaron ni las veces que me corrí, solo sé que esas crías eran insaciables y que me hacían disfrutar como nunca lo había hecho antes. Nos quedamos los tres dormidos con nuestras piernas enredadas. Nos despertó Sandra con una cerveza en la mano.
– Veo que me he perdido algo.
– ¡Hola, Sandra! – dijeron las dos jovencitas –. ¿Qué tal por el pueblo?
– Bien, he comprado unas cosas. He visto que esta noche hay fiesta, ¿vamos?
– ¡Sííííí!, – chillaron como locas las dos dando botes en la cama –.
– Yo creo que me quedaré durmiendo, estoy agotado.
– Eso no lo digas ni en broma, dijo Sandra. Tú te duchas, te pones bien guapo y nos llevas del brazo a las tres para ser la envidia de todo el pueblo.
Isabel y Mónica fueron a ducharse y a vestirse. Yo no podía levantarme de la cama del cansancio acumulado.
– Venga, cariño, te he preparado la ducha.
Me cogió de la mano y me arrastró hasta la ducha. Me metió debajo del chorro de agua y empezó a enjabonarme. No dejó ni un solo centímetro de mi piel sin enjabonar y mi polla empezó a reaccionar.
– ¿Ves, guapo? Tienes cuerda para rato. No estás tan hecho polvo como piensas.
– ¿Me la chupas?
– Mejor no, que te estoy malcriando.
– Pues enséñame las tetas.
– Que tonto eres. Anda sal de la ducha y vístete que esta noche te invito a cenar. Quiero que te sientas como un sultán con su harén de chicas bien guapas.
Salí de la ducha y me secó con mucha delicadeza. Me daba besos en la espalda mientras me secaba con sumo cuidado mis partes sensibles. Me empalmé del todo.
– No tienes límite, machote. Siempre estás empalmado. Espero que sigas así hasta que me vaya.
Llegaron las chicas. Estaban guapísimas con sus vestiditos y sus labios pintados. Sandra estaba espectacular, parecía una actriz de Hollywood. Montamos en el coche y nos dirigimos al pueblo. Tenían muchas ganas de fiesta; yo, ninguna, pero aguantaba como podía.
Menuda fiesta tenían montada en el pueblo: toda la plaza engalanada con banderitas y serpentinas; en el escenario la típica orquesta de fiesta mayor y un montón de abuelos bailando “Los Pajaritos”. Nos echamos a reír los cuatro al ver aquello, pero no nos desanimamos.
– Vamos a cenar, pago yo, – dijo Sandra –.
– ¡Bieeeeeen! – chillaron las otras dos excitadísimas –.
“¿Seguro que no nos están engañando con la edad?” – Pensé –.
Nos sentamos en la terraza de un restaurante. Tenía las mesas entre las rocas, y el mar casi nos mojaba los pies. Un foco iluminaba el mar, se veían los peces nadando atraídos por la luz. Era una de las mejores terrazas en las que jamás he estado. Años después volví en busca de ella pero ya no existía. ¡Maldita ley de costas!
Sandra no reparaba en gastos: pidió muchos platos de pescado y marisco y nos bebimos unas cuantas botellas de vino. Estaba todo buenísimo y la compañía no tenía desperdicio. Los comensales de las mesas cercanas me miraban con cara de envidia, no era para menos. Yo veo a un tipo con semejante compañía y también lo miraría así.
Nos pusimos pedos los cuatro con el vino. Las chicas estaban muy graciosas. Yo estaba relajado viéndolas reír; sin prisas, sin presión y con la autoestima por las nubes. – “¡Eres un tipo afortunado, Max!”, – me dije a mí mismo –.
Fuimos a la plaza de la fiesta y las chicas se pusieron a bailar la última canción de moda que yo no había oído nunca. Todos la bailaban y hacían los mismos pasos. No daba crédito a lo que veía. Pedí una copa para mí y otra para Sandra que estaba a mi lado. La música tampoco le gustaba. Cuando terminó la canción se acercaron las dos chicas y pegando golpes a la barra cantaban:
“¡Chupitos, chupitos, chupitos!”. Estaban realmente graciosas todas pedo. Chupito y cerveza, se iban a bailar. Chupito y cerveza, volvían a bailar. Una y otra vez hasta que me sacaron a bailar a mí. Sandra se despotorraba de la risa viendo como yo hacía el ridículo. A mí no me hacía ni puta gracia.
A las dos de la mañana las chicas ya estaban rodeadas de chicos de su misma edad. Bailaban con todos. Ellos estaban encantados, ellas más. Sandra no me dejaba ni a sol ni a sombra, veía que estaba perjudicado y no me quería dejar solo.
– Ves a bailar, cielo. Pásatelo bien, que ya estoy mejor. Ahora vengo voy al baño.
Me acerqué a un pintas y le pregunté por tema. Yo para eso tengo ojo clínico. A la legua huelo a un camello. Realmente lo necesitaba. Le pillé un moco y me metí en el lavabo. Salí mucho más animado. Pedí unas cervezas en la barra y se las acerqué a las chicas. Me abrazaron las tres y me dieron besos por toda la cara sin parar de reír. Estaban contentas por verme más animado. Bailamos un rato más y terminó de tocar la orquesta. Los jóvenes chillaban, pedían otra canción más pero la orquesta no les hizo ni caso. Se acercaron dos de los jóvenes que habían estado bailando con las chicas y nos propusieron ir a una discoteca.
Pensé que ya con tema en el bolsillo no me importaba estar unas cuantas horas más de pie.
La discoteca era la típica de pueblo de la costa. La música era la que sonaba dos años antes en los buenos clubs de Barcelona, pero estaba llena de gente y el ambiente era bueno. Nos lo pasamos muy bien. Yo iba haciendo viajes al baño para loncharme. Bailamos hasta que se hizo de día y se me acabó la farlopa. Las chicas se quedaron en la discoteca. Sandra y yo nos fuimos al camping.
– Pienso pasarme el día durmiendo, – dijo Sandra –. Si quieres venir, dormimos juntos, pero si quieres descansar, mejor que te vayas a tu cama. Le hice caso y me metí en mi cama. No tenía sabanas y me tiré vestido, no podía ni apagar la luz del pedal que llevaba. Follar con Sandra, ni se me pasaba por la cabeza. Me pasé todo el día durmiendo, Me levanté que ya era de noche. Las tres chicas estaban en el porche de Sandra cenando. Yo salí al mío bostezando y estirando los brazos, empalmado como siempre.
– ¿Quieres cenar, Max?
Me senté a cenar con ellas sin mediar palabra.
– ¿Siempre te despiertas empalmado? – Preguntó Isabel –.
– Siempre, guapa. Siempre.
Rieron las tres maliciosamente. Acabé mi plato y me levanté.
– Me vuelvo a la cama, – les dije–. Me encuentro fatal.
– Está bien, cielo. Mañana ya hablamos y hacemos algo.
– Buenas noches, Max.
– Buenas noches, chicas.
Dormí del tirón toda la noche. Hacía días que no dormía solo y lo necesitaba.
Al día siguiente las chicas me llevaron de excursión por unos caminos con acantilados. Era un parque natural que se extendía hasta L´Estartit. Caminar y caminar. Si lo sé pillo el coche. Nunca me gustó caminar sin más y menos por el campo, con sus mosquitos y sus bichos raros picándote todo el rato.
El sol caía a plomo sobre nuestras cabezas y buscamos alguna cala para remojarnos un poco y quitarnos el maldito calor del cuerpo.
Aún no estaba recuperado del todo de los excesos de los últimos días. Cada día me costaba más recuperarme y no era por la edad sino porque me excedía cada día más. Edad la que tengo ahora mientras plasmo en papel mis recuerdos. Entonces no llegaba a los treinta y estaba hecho un toro.
Pasamos el día como esos excursionistas de mochila y Chirucas que tan poco me gustaban, pero tenía que hacerlo por las chicas. A ellas les hacía ilusión llevarme y yo no les iba a hacer el feo de quejarme todo el rato, aunque ganas no me faltaban. Pasamos los días así, haciendo cosas de día. Las escenas nocturnas de playa no se repitieron. El mismo día que Sandra se marchó supe el porqué, las chicas me lo contaron.
Las noches y los días con Sandra fueron maravillosos; nos dimos el uno al otro lo que en ese momento más necesitábamos: mucho cariño y mucho sexo. Nos despedimos cuatro días después. Ella partía para Tarragona, la ciudad donde vivía. Me dio su número de teléfono y yo le di el mío. Como decía ella, estábamos a un tiro de piedra así que no sería tan difícil vernos algún. La despedida fue como todas las despedidas, es duro despegarse de alguien que te gusta. Cuando no te gusta la persona, nunca llega el momento para que se vaya y te deje tranquilo; pero cuando te gusta, es casi un drama.
Sandra se marchó llorando y yo me quedé muy triste. Aquello no era lo mismo sin ella. Las chicas seguían en el camping pero ya no era lo mismo. Mónica estaba enrollada con un chico. Se conocieron en la fiesta del pueblo y el chico cuando salía de trabajar, se acercaba al camping y se quedaba a dormir con ella. A Isabel no le gustaba nada el chico, me pidió las llaves de mi bungalow al ver que no lo usaba. Yo pasaba todas las noches en el de Sandra por lo que al marcharse se puede decir que nos dejó solos a Isabel y a mí, en mi bungalow.
Entré para acostarme y allí estaba ella metida en mi cama, aún no dormía. Eran las diez de la noche y no podía echarla, parecía un angelito a punto de dormirse.
– Buenas noches, Isabel. ¿Qué haces tan temprano en la cama?
– Estoy bien – dijo mientras se desperezaba – ¿Ya se ha ido Sandra?
– Sí, acaba de marcharse ahora mismo.
– ¿Estás triste, Max?
– Un poquito sí que lo estoy, esa chica es muy especial.
– Sí que lo es. A mí me gustaría ser como ella.
– ¿Por qué dices eso? Tú no tienes nada que envidiarle.
– Ella tiene mucha seguridad en sí misma, sabe lo que quiere y como conseguirlo. Yo, en cambio, soy todo lo contrario.
– No digas eso, Isabel. Tú vales mucho.
– Sí, claro, yo valgo mucho para ver como el hombre que me gusta está con otra y no hago nada para arrebatárselo. Encima le hago el favor a ella de quitarme de en medio para que me lo restregue por los morros. A mí me usan y me tiran como a una colilla. Trabajar de noche en un bar de copas es eso: Te follan y se piran. Estoy harta de todo eso, de que me utilicen y me manipulen.
Me tendí en la cama y pasé un brazo por detrás de su cabeza, se abrazó a mí apoyando su cabeza sobre mi pecho.
– Dime, ¿te has enamorado del chico de Mónica? Por lo que me dices, pareces molesta.
Levantó la cabeza y me miró a los ojos.
– ¿Tú eres tonto, no? No te enteras de nada.
– ¿Por qué me dices eso Isabel?, ¿qué es eso de lo que no me entero?
– A ver, guapo. ¿Por qué te crees que no hemos vuelto a estar los cuatro juntos de noche en la playa, por que no nos gusta? Pues, no. Es porque Sandra nos dijo que ya estaba bien; que le gustabas mucho y que no te iba a compartir más. Te quería para ella sola y le hicimos caso.
– ¿Es eso cierto?
– ¿No te pareció extraño que no volviésemos a ir a la playa de noche?
– Un poco extraño sí que me pareció, pero pensé que ya os habíais cansado del tema; que para qué ibais a compartir uno entre las tres, cuando podéis tener a los chicos que os dé la gana.
– No, Max. No va por ahí el rollo. Claro que me puedo tirar al que me dé la gana cuando yo quiera; pero yo no soy como Mónica. Ella sí que se tira a todo bicho viviente, yo cuando me encoño de alguien lo paso fatal.
– Entonces, ¿qué coño te pasa? No entiendo nada de lo que me estás contando.
– ¿Ves cómo eres tonto? – Me dijo mientras soltaba una lagrimita –. Eres tonto del culo. Me dio un guantazo y volvió a posar su cabecita sobre mi pecho.
– Estoy encoñada de ti ¿O es que no pillas las señales? ¿Por qué te crees que te pedí las llaves? A mí me importa una mierda que Mónica se tire a alguien mientras yo duermo. Pero saber que tú estabas follando con Sandra me ponía enferma. Me vine a dormir aquí por si, por esa cabeza de chorlito que tienes, se te pasaba, aunque fuera por un momento, acercarte por aquí para estar un rato conmigo. Desde la primera noche que hicimos el amor en la playa, no puedo quitarme de la cabeza cómo me tocas y cómo me tratas. Es muy diferente a lo que siento con los demás. Contigo me siento diferente, me siento feliz cuando me acaricias.
– Perdona, Isabel. No me di cuenta de nada. Ten en cuenta que estaba muy nervioso, era la primera vez que hacia eso y apenas podía centrarme en lo que hacía. También te digo que, de las tres, la que más me gustó como me tocaba y todo lo que me hacía fuiste tú. Aún se me pone dura cuando recuerdo la primera vez que me corrí en tu boca. De no estar Sandra, seguro que me hubiese quedado contigo todos los días. No es que Sandra me manipulara, es que con ella estaba muy bien y tú tampoco me dijiste nada. No me gusta que me engañen ni me oculten cosas. Me gusta elegir sin que nadie diga nada a nadie a mis espaldas. Si llego a estar solo contigo, seguro que ahora estaríamos los dos juntos. No tenía ni idea. Sí, me resultó extraño no volver a veros desde el día que Sandra me vio en su cama con vosotras. Qué fuerte me parece que os dijera de no vernos más sin decirme nada a mí.
– Ahora estamos solos, Max. Sandra ya se ha ido y estamos juntos en tu cama.
– Sí, estamos juntos; solos en mi cama y es temprano. ¿Se te ocurre alguna manera mejor de pasar la noche?
Me besó en los labios y me abrazó mucho más fuerte. Casi no podía respirar. Cuando me soltó, empecé a acariciar todo su cuerpo, muy despacio. Todo lo que le hacía era lentamente. Quería comerme ese bomboncito y saborearlo sin testigos; sin amigas ni amantes que no paraban de tocarnos mientras lo hacíamos. Ella y yo solos para alargar al máximo el placer. Sin prisas y a nuestro rollo.
Pasamos la noche haciendo el amor y retozando. Dormíamos un rato y volvíamos a la carga. Era muy tierna y muy experta. Todo lo hacía bien y lo hacía todo. Se dejaba hacer de todo y a mí me encantaba. Después de esa noche, casi ni pensaba en Sandra. Supongo que ella ya se lo imaginaba: si se iba y me dejaba aquí, las dos pequeñas viciosas volverían al ataque y harían que me olvidase de ella.
Ahora veía a Isabel de otra manera. Parecía otra persona, no creo que estuviese enamorada de mí. Creo que, desde el primer día en que Mónica la llevó a la playa para darle la sorpresa, quiso demostrarle que ella también era capaz de hacer algo así y lo que más le dolió fue que, después de probarlo y gustarle, le quitaran el caramelo de la boca. Después, al sentirse sola, se comió la cabeza y se encoñó de mí. Al menos eso es lo que pensé después de pasar la noche con ella.
A la mañana siguiente, nos pasamos a buscar a Mónica para ir a la playa. Su rollete ya se había marchado a trabajar.
– Hola, Mónica ¿Qué tal el chico?, ¿te trata bien?
– No tanto como tú, Max. Pero por lo menos, lo tengo para mi solita Y tú, Isabel. ¡¿Qué?! Haces muy buena cara, se nota que has dormido poco y jodido mucho ¿Qué bien que se ha ido Sandra?, ¿eh, guarrilla? Ahora que estamos solas podríamos alguna noche cambiarnos las parejas, ¿no?
– Y una polla que te comas, Mónica. Este me gusta un montón. Al tuyo no lo toco ni con un palo. Nos han jodido…
– Pues, facturo al pueblerino y nos lo merendamos las dos solitas.
– Perdonar, chicas, pero algo tendré que opinar, digo yo.
– Tú no tienes fuerza de voluntad para rechazarnos, si empezamos a meterte mano las dos a la vez. Ahora que ya se ha ido la tetuda celosa, te aseguro que entre las dos no dejamos de ti ni los huesos.
– No hables así de Sandra.
– Cierto, no hablaré más de Sandra. Pero nos cortó el rollo un montón, sobre todo a Isabel, que no paraba de hablar de ti y de tu jugosa polla.
– Calla, descarada, y vamos a la playa a ver si te refrescas esas ideas calenturientas que tienes. A este me lo como yo solita, que le tengo muchas ganas. Si quieres algo de Max, te lo tendrás que currar, guapa.
– Os recuerdo que sigo aquí.
– Bueno, ya hablaremos tú y yo. Que yo no me voy de aquí sin que nos lo merendemos entre las dos otra vez.
– Bueno, Mónica, ya hablaremos. Creo que Max también tendrá algo que decir.
– Yo me callo y apañaros entre vosotras que para eso sois amigas. A mí lo que decidáis ya me parecerá bien. Ahora, una cosa te digo, noviete tuyo no me toca a mí ni un pelo, eso que quede bien claro.
Soltaron las dos una gran carcajada. Caminando hacia la playa, me cogieron cada de un brazo. Mi ego iba dos pasos mas adelante, y mi autoestima estaba volando y acariciando las nubes. Pero que golfas y qué guapas son estas chicas. – Pensé –.
Mónica seguía pensando en lo mismo.
– Tranquilo, Max. Si decides quedarte con nosotras, al pueblerino lo facturo yo esta misma noche.
Pasamos la mañana de puta madre los tres solos. Eran jodidamente divertidas, me hacían reír mucho. Se notaba que Sandra les cortaba el rollo. Ahora estaban a su aire, muy sueltas y muy frescas.
– Cuando estemos en Barcelona Isabel te pondrá copas gratis, ya verás.
– Lo que me faltaba a mí. Copas gratis, solo falta un camello generoso para redondear el asunto.
– Pues de eso nunca falta. Como invito al camello a copas, siempre me regala algo. Verás las fiestas que nos pegaremos.
– Vaya par de locas estáis echas las dos. Miedo me da veros en Barcelona.
Saqué la cámara y posaron para mí como dos auténticas modelos de Hustler. Menos mal que estábamos solos en la playa. Se untaban crema por todo el cuerpo la una a la otra; la piel les brillaba mucho y me puse palote. Terminé el carrete y me arrepentí de no haber llevado más. Guardé la cámara y me tumbé a tomar el sol. Isabel me acariciaba y Mónica le hacía la puñeta. Estuvimos tonteando hasta la hora de comer.
– Venga chicas, arriba, que os llevo con el coche a comer por ahí.
– ¡Sííííííí!, – gritaron las dos mientras se ponían de pie y saltaban –. Vamos a una terraza guapa.
– Vamos pues.
Me estaba acostumbrando a su comportamiento infantil, eran dos pequeñas viciosas que parecían menores de edad pero que no lo eran. Tenían más kilómetros pegados que la moto de un Hippie y tenían un apetito sexual insaciable. Sin complejos y sin prejuicios, estaba claro que yo ya era uno de esos hombres que solían compartir. Me gustaba la sensación, ni voz ni voto, a callar y a disfrutar de lo que las dos me ofrecían.
En el restaurante nos metimos tres botellas de vino y nos pusimos más que a tono. No aguantamos mucho rato con el pedo y el Sol dándonos en la cabeza. Volvimos a la playa y para bañarnos y así refrescar un poco nuestras cabezas y nuestras ideas. Estuvimos retozando en la arena hasta que se hizo de noche.
– Tu maromo está a punto de llegar, Mónica.
– ¿Qué hago, Max? ¿Lo facturo o no lo facturo?
– ¿Que hace, Isabel? ¿Lo factura o no lo factura?
– Factura a ese pringao coño. Que a este nos lo merendamos esta noche.
Empezaron a mover las piernas en el aire y a chillar como histéricas, yo no podía parar de reír.
– Definitivamente estáis fatal de la cabeza.
– Aún no nos conoces lo suficiente. Vas a flipar.
Se levantó de un salto y se fue al camping a toda prisa. Tenía que facturar a un pobre chaval de pueblo que pensaba que le había tocado la lotería con ella. Por un momento me dio pena el chaval, pero que le jodan, – pensé –. Me merecía unas buenas vacaciones y él no iba a ser el obstáculo que me dejase sin ellas.
– ¿Estás segura de lo que haces, Isabel?
– Segurísima. Después de pasar la noche juntos, me he dado cuenta de que lo único que me jodía era no poder follar contigo. Ahora que puedo, me la pela si te follo yo sola o te follamos las dos. A mí me gusta compartir con ella, ya lo sabes.
Nos levantamos y nos fuimos al camping. Vimos salir por la puerta al pobre chaval con la cabeza gacha y el rabo entre las piernas. Cuando llegamos al bungalow, vimos a Mónica saltando como una loca en el porche haciendo con la mano la señal de victoria. Vino corriendo hacia nosotros y nos abrazó.
– Ya está, – me dijo al oído –. Prepárate, lo que te vamos a hacer esta noche no te lo han hecho en tu puta vida, guapo. Lo del otro día solo fue un aperitivo.
Me acojonaron las dos niñatas. Estaba acostumbrado a que las mujeres fuesen muy directas conmigo pero estas dos tenían demasiado descaro. Lo del otro día para mí fue mucho más de lo que un hombre puede desear. ¿Qué planearán estas dos? – Pensé –.
– Me voy a duchar, ¿Cómo quedamos?
– ¿No quieres ducharte con nosotras?
– Mejor no. Quiero estar un rato solo. Me paso después por aquí y cenamos algo.
– Está bien, Max. Nos vemos luego.
Me tomé mi tiempo. Pensé que cuanto más rato estuviera solo, menos rato estaría a merced de aquellas dos locas. No las tenía todas conmigo. Con ellas me hacía el valiente pero yo había venido aquí para aclarar un poco mis ideas y lo que estaba haciendo era liarme cada vez más. A ellas igual no volvía a verlas más. Si era así, todo bien. Podría seguir con mi complicada vida, aunque cada vez lo tenía más claro. Sandra vivía lejos, así que la descarté pero solo por eso, la chica me encantaba. Lucía era un bombón, pero su familia y su ambiente no me gustaban.
Absurda manera de pensar pero era la única manera de ir descartando posibles relaciones. Además dudaba mucho que Lucía me quisiera para algo más que no fuese para follar. María solo era para pasárselo bien de vez en cuando, así que también descartada. Pepino era mi amor pero cada vez la sentía más lejos y Neus era todavía territorio por explorar.
Tumbado en la hamaca con un cigarro y una cerveza parecía todo mucho más sencillo. “¿En qué coño estás pensando, Max? Lo único que tienes con Pepino es un reencuentro y una noche de sexo, ¿quién sabe lo que pasará cuando vuelva dentro de cinco meses? Neus no quiere nada conmigo, de momento. Y a las otras las puedo ver cuando quiera. Pues; ¡qué cojones!, pensé. Si veo a estas dos majaras en Barcelona, pues las veo y no pasa nada, que para eso soy soltero. Y si veo a María o Lucía pues tampoco. A disfrutar, que son cuatro días. Ahora estoy aquí y me dejo querer por estas dos. Cuando vuelva a Barcelona ya veremos lo que pasa. Que total ninguna me ha pedido nada, ni yo a ellas. ¡Qué manera de comerme la cabeza yo solito! No sé qué me ha cogido ahora, como si yo buscase novia o algo parecido. Lo que tengo que hacer es pensar en cómo me tengo que ganar la vida y dejarme de tonterías”.
Me levanté y me metí en la ducha con ánimos renovados. “Max: eres joven, estás soltero y de vacaciones. Dúchate bien, que esta noche te van a dar guerra y por partida doble. A disfrutar chaval, que te lo mereces”. “Mueve tus caderas cuando todo vaya mal” sonando en el casete y yo cantando bajo la ducha. Si señor, los chicos de Burning lo saben: hay que mover las caderas “Alante y atrás, alante y atrás”
– ¡Hola, Max! ¡Qué guapo te has puesto! ¿Nos arreglamos como tú para ir a cenar?
– Poneros bien guapas, esta noche quiero volver a ser la envidia de todo el pueblo.
– ¿Falda o pantalón?
– Faldas y bien cortas; quiero ver como se mueven esos culitos.
Daba gusto pasear por el pueblo con las dos chicas. Me gustaba ver como los críos del pueblo giraban la cabeza para mirarles el culo. Los mayores ya ni se preocupaban en disimular, las señoras simplemente las miraban mal y a mí seguro me echaban una maldición, esas malditas brujas retrógradas.
Siempre me gustó transgredir y ser observado y criticado. Aún hoy en día lo siguen haciendo, y me entero de cosas de mí que ni siquiera yo conocía. Es curiosa la envidia y las ganas de hablar de los demás que tiene la gente. Llegamos a la terraza de las rocas y nos sentamos en la mejor mesa, la que estaba más cerca del mar.
– ¿Qué hacemos, Max, pillamos la taja cenando?
– Pues claro. Pide vino, pedir lo que queráis, hoy invito yo.
Las chicas pidieron de todo un poco y volvieron a caer unas cuantas botellas de vino, por lo menos una y media por cabeza. – Vamos a la playa a bañarnos en pelotas.
– ¿Pero no querías ir a la discoteca…?
– ¡Síííííí!, vamos a la discoteca…Y a la playa.
– ¿Y si pedimos más vino?
– Eso, eso, más vino.
– ¡Jajajaja!, Mónica, vas muy pedo.
– ¡Síííííí!, ¡¡vitaminas, vitaminas, vitaminas!! Empezaron a cantar mientras daban golpeaban la mesa.
– ¡La madre que te parió, Mónica! No des la sema, que esto es un pueblo; no estás en Barcelona.
– ¡¡Vitaminas, vitaminas, vitaminas!! Seguían cantando las borrachas.
– Quedaros aquí, ahora vengo. No la liéis demasiado.
Casi no podía aguantarme la risa. Estaban fatal. Tenía que buscar al pintas del otro día, a ver si tenía material; no era de muy buena calidad pero, a según qué horas y según el estado en el que te encuentres, tampoco miras demasiado la calidad. Lo único que necesitas es meterte algo por la nariz. Es más un placebo que un estimulante.
Lo encontré en el mismo bar y me dijo que hasta dentro de media hora no tenía nada. Maldita sea – pensé –. Fui a por las chicas. Pagué la cuenta y les propuse hacer unas cervezas en el bar del camello.
– Sí, vamos. “¡¡Vitaminas, vitaminas, vitaminas!!”, – cantaba Mónica, mientras Isabel la cogía para que no cayera de bruces al suelo –.
– Menuda chuza llevas, guapa. ¿Ya podrás cumplir lo que me has prometido? Ahora no te veo tan valiente.
– Sácatela que te la chupo aquí mismo.
– ¡Jajajaja!, no seas bruta, y tranquila que ahora nos metemos unas buenas clenchas y te animas.
El pintas bigotón estaba en la barra. Me guiñó un ojo y me acerqué.
– ¿Cuánto quieres?
– Si es como la del otro día me das uno, si está mejor, te pillo dos.
Se lo di a Isabel para que entrasen en el lavabo. Al rato, salieron un poco más despejadas y contentas. Ahora les tocaba hablar como cotorras y darme la chapa bien dada.
– Menuda brasa me estáis dando, nenas. Anda, Isabel, dame eso que voy al lavabo.
No estaba mal el tema. Salí del lavabo y le pillé otro pollo al bigotón.
– Qué chicas ¿más cervezas?
Nos chupamos un montón de cervezas y nos pulimos un gramo de tanto entrar y salir del baño.
– Bueno, chicas. A ver… ¿Qué queréis hacer: vamos a la discoteca o vamos a la playa?
– Vamos al camping, que así tenemos la playa cerca si nos apetece, – dijo Isabel –.
– A la discoteca, – dijo Mónica –.
– Al camping, – dije yo –.
– Bueeeeeno pero, si vamos, ya sabes lo que te toca, machote.
– Lo sé, Mónica, lo sé. No puedo quitármelo de la cabeza desde hace horas.
De esa noche recuerdo bien poco. El alcohol y la coca se encargaron de que lo viviese como si de un sueño se tratase. Solo recuerdo pañuelos atados en mis muñecas y a mis tobillos que me esclavizaban a una cama, y dos cuerpecitos perfectos serpenteando encima de mí. Lenguas, sexos en mi cara, bocas en mi sexo y rayas, muchas rayas. Mientras me follaba una, la otra se hacía rayas. Era como un aquelarre infernal: Parecían dos vampiresas chupándome hasta la última gota de mi poca sangre. Cerveza, raya, whisky, raya, cerveza, felación, penetración anal; un sinfín de fantasías. A las chicas les gustaba jugar; a veces, yo era un prisionero de guerra y me sometían a un profundo interrogatorio; otras, eran ellas las niñas malas y yo el profesor. Me hicieron lo que nunca en mi puta vida me habían hecho, tenia razón.
Me quedé una semana más con ellas y puedo asegurar, después de pasados los años, que jamás en la vida podré comparar nada posterior con lo de estar en una misma cama con las dos pequeñas viciosas. A la semana, se marchó Mónica y me quedé una semana más con Isabel. La cosa fue más relajada pero tampoco demasiado, era una pequeña viciosa y le encantaba hacer las cosas más raras. Me trataba a veces como a su chulo, a veces como a su novio, me gustaban los dos papeles, parecían hechos a medida para mí.
– Bueno, Isabel, parece que esto se acaba.
– Sí, Max. Que pena, con lo bien que se está aquí.
– Tenemos que volver a la realidad, esto no ha sido más que un sueño para mí. Lo recordaré como eso, como un sueño.
– Para mí también. Han sido unas buenas vacaciones, ¿verdad?
– Buenísimas.
– Ahora yo volveré a mi barra de bar a aguantar babosos y tú a tus fotos. Espero que vengas a verme y que un día me hagas una sesión de fotos.
– Eso está hecho.
La vuelta a Barcelona no fue tan triste como me esperaba. Isabel se encargó de animar el viaje con sus bromas. Llegamos a su casa y me despedí de ella, prometiéndole una y otra vez que iría a verla al bar. Llegué a casa y, como siempre que llego después de unos días de no pisarla, me tiré en el sofá para aclimatarme de nuevo a ella. Miré por el balcón y no vi que Neus. Al día siguiente con la excusa de recoger las llaves la vería. Tenía ganas de verla después de tantos días. ¿Qué tal estaría la chica zen?, ¿seguiría igual de guapa o quizás más? Seguro que más. – pensé –.
Me bebí una cerveza y me fumé un cigarrillo mientras escuchaba Rock and roll animal de Lou Reed. Por fin buena música. Ya estaba en casa.