ISABEL

Isabel me besó y me llevó a su cama. Ese cuerpecito cálido con culo en forma de manzana volvía a estar encima de mí. Estaba excitadísima y muy contenta, era divertido follar con esa alegría. Estábamos felices, nuestras vidas iban a cambiar para bien, hicimos el amor hasta el amanecer. Isabel era buenísima en la cama, estaba en forma como siempre, tanto que me hizo olvidar el incidente con la fan psicópata. Eso era disfrutar en la cama como a mí me gustaba. Era mi pequeña viciosa y volvíamos a estar juntos y solos.
Nos despertamos a las tres de la tarde, poco a poco volvía a ser el Max de siempre. Practicar sexo siempre ha sido la mejor medicina para superar muchos problemas y tristezas, a mí me sentaba realmente bien. Isabel era la mejor doctora que podía tener. A pesar de su juventud tenía, con diferencia más experiencia y saber hacer en la cama que cualquier otra de las que me beneficiaba. Hacía que me sintiera realmente bien. Siempre sacaba lo mejor de mí.
La primera vez que lo hicimos en la playa, me hizo ver las estrellas: No estábamos solos y las otras dos eran de campeonato pero desde el primer momento, supe que entre los dos había muy buena química. Era quien mejor lo hacía, con diferencia. Recuerdo la semana que pasamos juntos en el camping con gran cariño. Cada vez que lo recuerdo se me pone dura. Ese cuerpecito me hacía volar cada vez que me tocaba, su lengua era una de las mejores que he tenido el placer de sentir sobre mi piel y su culo durísimo durísimo como una piedra con forma de manzana jugosa, sin duda alguna, el mejor que se ha sentado en mi cara.
Me desperté con la polla durísima. Me alegré al verla otra vez tan hermosa, era un buen síntoma. Empezaba a sentirme mejor, estaba recuperarme física y mentalmente, cogí su mano haciendo que me cogiera la polla. Sin despertarse, se abrazó a mí apoyando su cabeza en mi pecho. Seguía dormida pero me la agarraba con fuerza. Sin abrir los ojos empezó a mover su mano de forma rítmica. Me excitaba muchísimo que lo hiciese estando medio dormida; gemía con los ojos cerrados mientras me chupaba un pezón.
Esa pequeña viciosa sabía muy bien cómo ponerme a cien. Abrió los ojos y me miró, se puso encima de mí y me besó. Sentía sus pezones duros como piedras chafarse contra mi pecho. Alargó el brazo y me cogió la polla, me la apretaba con fuerza para que no corriese la sangre y se pusiera más gorda. La tenía gordísima, esas pequeñas manos conseguían siempre que me creciera más de lo normal, no sabía cómo lo hacía pero me encantaba. Acercó sus labios a ella sin dejar de apretarla. Cuando vio que había alcanzado el tamaño adecuado, empezó a chupármela. Solo se metía dentro de la boca el capullo, notaba como succionaba y sus labios se amoldaban a las formas de mi miembro apunto de estallar.
Isabel estaba tan caliente que llegó a tener un orgasmo mientras me la chupaba. Notar mi polla dentro de su boca, mientras gemía de placer al correrse, es una de las cosas más bonitas que he vivido en una cama.
– ¿Te gusta, cariño? Quiero que te corras dentro de mí.
Se puso encima y se metió mi polla muy despacito. Sus movimientos eran lentísimos. Me gustaba notar como su coño se tragaba lentamente mi rabo, una y otra vez. A veces se quedaba quieta para notar como mi polla palpitaba al ritmo de mi corazón dentro de ella.
– ¿Te vas a correr, cariño?
– Sí, te voy a dejar perdida.
Empezó a moverse cada vez más rápido. De vez en cuando paraba unos segundos y empezaba de nuevo a más velocidad. Me miraba con cara de placer y ojos de viciosa. Se mordía el labio inferior mientras soltaba gemidos de placer. Me corrí como una bestia, inundando su coño. Solté una cantidad de semen descomunal. Apoyó su cabeza en mi pecho mientras resoplaba y gemía de placer. Mi polla seguía dentro de ella, se quedó así, sin moverse, notando como le salía el semen y caía encima de mis huevos. Estábamos tan a gusto que nos quedamos dormidos así, lo más cerca que dos personas pueden llegar a estar.
Nos despertó el sonido del timbre, alguien llamaba a la puerta. Isabel se levantó, se puso las bragas y una camiseta.
– Buenos días, Isa. – Era Mónica –.
– ¿Qué haces durmiendo a estas horas?
– No estoy sola.
– Ya lo sé. Tienes las bragas mojadas y hueles a semen guarrilla.
“Ya está Mónica con su descaro habitual”, pensé.
– ¿Quién es el maromo, lo conozco? Por tu cara de felicidad creo que ya se quién es.
– Hola, Max.
– Hola, Mónica.
La vi entrar corriendo y tirarse en la cama como si se tratara de una piscina, se puso de pie y empezó a saltar como en una cama elástica.
– Seréis guarros. ¿Por qué no me habéis llamado, cabrones?
– Anda estate quietecita y dame un beso, tía loca.
Me dio un beso y se me abrazó. Se quedó abrazada a mí poniéndome la pierna sobre el paquete.
– ¿Esta cerda te ha ordeñado bien? Sois unos guarros.
Isabel nos miraba apoyada en la puerta.
– Que imagen más tierna. Parecéis una pareja de novios.
– Eso es lo que te gustaría a ti, cacho guarra; que fuese mi novio para que me pusiese los cuernos contigo, pedazo de zorra.
Las dos reían como locas. Isabel se metió en la cama y nos abrazó a los dos.
– ¿Qué, Mónica, nos lo merendamos?
– Ya estabas tardando en proponerlo, tía perra.
Empezaron a chuparme los pezones, uno para cada una.
– ¿Es que no me vais a preguntar si a mi me apetece?
– Calla, machito, que tú no tienes ni voz ni voto en este asunto.
Volví a sentirme como un muñeco hinchable. Cuando estaban juntas hacían que me sintiera así: Felizmente utilizado. Casi no me dejaban hacer nada. Me hacían tantas cosas y cambiaban tanto de posición que no me daba tiempo a concentrarme. Las dos pequeñas viciosas volvían al ataque y yo era su víctima favorita. Me dejaron para el arrastre. No me podía levantar ni para ir a mear.
– ¡¿Qué, machito?! ¿A que no puedes con nosotras?
Volvieron a reír como locas. Estaban fatal de la cabeza y me encantaba que lo estuvieran.
Llegué a casa de noche físicamente agotado. Me tiré en el sofá a fumarme un cigarro. Me llegaba el olor a incienso y la música de sitar. Neus estaba en casa, todo parecía volver a la normalidad. Me saludó, estaba sentada en el suelo leyendo un libro. El cansancio físico no me dejaba ni pensar pero era eso lo que yo necesitaba para sentirme vivo de nuevo. No pensar, solo sentir. Sentir esa bonita sensación que solo se tiene cuando has estado follando hasta la extenuación. Ese cosquilleo que te recorre todo el cuerpo y que hace que parezca que estés flotando en el centro del universo. Esa debilidad en todo el cuerpo hace que tengas todos los sentidos abiertos para recibir cualquier estímulo agradable. Estímulos como los que me llegaban desde la casa de Neus. En ese momento volví a ser feliz.
Me desperté a las once de la mañana con energía y ánimos renovados, con una buena erección como de costumbre cuando estoy a tope de ánimos. Puse la cafetera al fuego y me di una ducha rápida. Salí con la taza de café al balcón.
– Buenos días, chica Zen.
– Buenos días, chico guapo. Esa barba cada día te hace más atractivo.
– Pues mírala bien porque me la voy a afeitar. Me hace mayor y no me gusta.
– ¿Quieres que te la afeite yo? Me gustaría.
– Mientras no me cortes una oreja.
– Esta noche voy a tu casa y te afeito. ¡Qué pena!, con lo bien que te queda la barba.
Bajé al bar Ramón a desayunar como un campeón, tenía que recuperar fuerzas.
– ¡Buenos días, Manolo! Un bocata de jamón y una cerveza.
Todos los borrachos estaban callados y serios, Manolo también. Aquello no era lo de siempre.
– Buenos días, muchacho. ¿Qué tal estás? Hace tiempo que no te pasas por aquí.
– He tenido alguna complicación pero la cosa ya va mejor.
– Me alegra oír eso, hijo.
– Manolo, esto parece un funeral. Pon una ronda a la parroquia que la pago yo.
Se levantaron todos de golpe, con sus bonitas risas desdentadas. Alguno bailaba la jota para celebrarlo.
– Manolo, ¿tú sabes de algún local guapo que esté en alquiler? Quiero montar un estudio.
– Pregunta en la ferretería. Sé que tienen varios locales cerrados que quieren alquilar.
Pagué el desayuno y la ronda, y me dirigí a la ferretería de la esquina. Quedé con la señora Juanita por la tarde, para ir a ver un local que tenían cerrado desde hacía unos meses en la zona del mercado del Born.
Llamé a Isabel para ir a verlo juntos, me interesaba su opinión. Me gustó mucho su casa y confiaba en su buen gusto.
El local era grande y diáfano, era un antiguo taller de artesanía de los muchos que antiguamente había por esa zona. Tenía unas enormes claraboyas en el techo que dejaban entrar la luz natural. Los rayos de sol iluminaban la estancia dándole un toque cálido y acogedor.
– ¿Qué te parece, Isabel?, ¿estaremos cómodos en este local?
– Comodísimos, Max. Se le pueden hacer muchas cosas, puede quedar guapísimo.
Isabel empezó a darme ideas, era un no parar. Estaba muy ilusionada. Todas sus ideas eran muy buenas y me parecían estupendas.
– Señora Juanita, nos lo quedamos.
Me dio las llaves y nos quedamos los dos solos en el local. Nos sentamos en el suelo con la espalda apoyada en la pared sin hablar, mirando el local y echando a volar nuestra imaginación. Un gesto tan cotidiano como es que una persona le dé unas llaves a otra, ese día para nosotros, era algo más que un gesto cotidiano. Representaba el comienzo de una nueva vida. Estábamos muy ilusionados con el proyecto, sabíamos que sería bueno para los dos.
Salimos a pasear para ver qué tal estaba la zona. Parecía tranquila. Nos sentamos en la terraza de un bar para tomar algo y ver pasar a la gente, ver cómo funcionaban los comercios y la vida del barrio.
– Muchas gracias, Max. Dejar la noche será muy bueno para mí.
– Lo será, Isabel, verás como todo nos irá mejor a los dos.