
LA CONSUMACIÓN
Me metí en la cama para intentar dormir, estaba demasiado excitado para hacerlo debido la fiesta de inauguración del estudio y al reencuentro con Nina. Ver a todas aquellas mujeres y comportarme como si no estuvieran por respeto Neus, me resultó muy difícil y a la vez me puso a cien. Estaba demasiado caliente para dormir, la tenia durísima y pensar en Nina y en las demás chicas se me hacía insoportable. La tenía tan dura que me la cogí y empecé a masturbarme pensando en todas ellas.
No hacía ni cinco minutos que me la estaba pelando cuando sonó el timbre de la puerta. A esas horas no podían ser testigos de Jehová ni vendedores de enciclopedias. ¿Quién coño sería? “Igual es alguna de las chicas que ha venido a la inauguración”. – Pensé – No sabía si sería capaz de resistir la tentación. El ayuno voluntario para conquistar a Neus me estaba nublando la mente y sabía que si era una de ellas, no dudaría ni un segundo en meterla en mi cama. Seguro que después me sentiría como un canalla pero estaba demasiado caliente para pensar en fidelidades. Neus no se merecía que me portase mal, por lo mucho que me había cuidado y por la felicidad que me demostró en nuestra primera cita.
Esperé a ver si dejaban de llamar a la puerta y se iban. Insistían llamando al timbre y decidí levantarme para ver quién era. Al abrir la puerta y la vi ante mí, era ella. Estaba en el rellano de la escalera, mirándome fijamente a los ojos con cara de lujuria. Llevaba una chaqueta que le quedaba bastante grande. Se desabrochó los botones y la dejó caer al suelo, estaba totalmente desnuda. Me quedé petrificado, era la visión más excitante que podía tener uno al abrir la puerta. No me lo esperaba, Tenía un cuerpo precioso, me hizo ilusión verla así, desnuda ante mí, ofreciéndose en cuerpo y alma. Cogí la chaqueta del suelo, la cogí de la mano y le hice entrar. Al cerrar la puerta se me echó encima abrazándome con los brazos y las piernas. Fuimos así hasta la habitación y me eché en la cama con ella colgando de mí, no me soltaba, yo la abrazaba mientras me la comía a besos.
– Que ganas te tengo golfo.
– Yo te tengo muchas más ganas chica Zen.
Por fin la tenía entre mis brazos desnuda. La suavidad y el olor de su piel me excitaron. Noté como una punzada en el corazón. Sentí lo que me esperaba, lo que yo necesitaba desde hacía meses. No la veía como solía ver a las otras mujeres. No era lujuria desenfrenada, era amor desenfrenado.
Nos palpábamos el uno al otro sin dejar de besarnos. La piel se me puso de gallina, con los pelos como escarpias, al notar esas manitas tocando partes de mi cuerpo que jamás habían tocado antes. Ella se estremecía y gemía cuando le tocaba sus pechos empitonados. Estábamos muy nerviosos los dos, parecíamos un poco torpes pero no importaba. Lo importante en ese momento era sentir nuestros cuerpos entrelazados, besarnos, tocarnos, olernos, sentir lo que hacía tiempo queríamos sentir. Cogió mi miembro con las dos manos y se lo acercó a su entrepierna.
– Dámela toda mi amor. Quiero sentirte dentro de mí.
Mi táctica había funcionado. No quería forzar las cosas como hacía con otras. Quería que se muriese de deseo por tenerme en la cama a punto de poseerla.
Con cuidado le introduje mi polla. Tenía el coño muy caliente y muy mojado. Allí dentro se estaba como en el paraíso.– Por fin. Tenía muchas ganas de que llegara este momento. No te imaginas el tiempo que hace que espero esto.
– He fantaseado muchísimas veces pensando que te tenía así, entre mis brazos, con esta cara de placer. Sí, Neus, muchísimas veces.
– Yo también me he tocado mucho pensando en ti. Desde el primer día que te vi desnudo y empalmado no pienso en otra cosa.
– ¿Así que te hacías pajitas pensando en mí? ¡Qué cochina!
– Calla, tonto, y hazme el amor.
No teníamos ninguna prisa. Solo pensábamos en darnos placer el uno al otro, en hacerlo durar el máximo de tiempo posible. Era tan bonito que no quería que terminase nunca, por eso me lo tomaba con tanta calma. Neus se puso encima y empezó a cabalgar sobre mí. La visión de su cuerpo sobre el mío me hacía feliz. Sus pechitos saltando y moviéndose como flanes a cada bote que daba. Me gustaba ver su cara de placer mordiéndose el labio inferior y sentir sus manos acariciándome todo el cuerpo mientras subía y bajaba de manera cada vez más rápida. Cada vez se movía de manera más lujuriosa, era como si se estuviese volviendo loca hasta que se corrió y se quedó encima de mí sin moverse.
– ¿Te gusta, mi amor?
Yo estaba tan caliente que no podía decirle nada. Nos quedamos así un buen rato. Casi se queda dormida encima de mí, le acaricié el pelo y abrió los ojos.
– Me ha gustado mucho, mi amor; mucho, mucho. Nunca había tenido un orgasmo. Esta ha sido la primera vez y ha sido contigo. Sabía que tú lo conseguirías, golfo.
Yo seguía sin poder hablar, casi no podía pensar. Toda la sangre la tenía en el rabo, apenas me llegaba al cerebro.
– Ven aquí, mi amor. Verás el masaje que te voy hacer. Te gustará mucho más que los que te he hecho hasta ahora.
Me la cogió con las dos manos y empezó a masajearme. Sentía que me tocaba zonas que parecía no haber tocado antes.
– ¿Te gusta, cielo?
Le respondí asintiendo con la cabeza, no podía articular palabra. Realmente Me apretó la polla, apretaba muchísimo, se me hinchaba, era la técnica que usaba Isabel para hacérmela crecer. Ella estuvo mucho más rato y la polla me creció mucho más que de costumbre. No podía dejar de mirar lo que me hacía, no me lo podía creer. Cuando alcanzó un tamaño considerable, sacó su lengua y empezó a recorrer cada rincón de mi polla. Succionaba de tal manera que tenía miedo de que la sábana se me metiese por el culo. Cuando estaba a punto de correrme, paraba y me la soplaba.
– Aguanta, cielo. No te corras, espera un poco. Verás como, cuando lo hagas, te gustará muchísimo más.
Se estiró a mi lado y esperó a que se me deshinchara. Nunca me habían hecho nada igual. Parecía que sabía lo que se hacía. Yo no tenía ni idea de lo que era el sexo tántrico pero pensé que igual era alguna técnica parecida.
Le separé las piernas y empecé a acariciarla. Estaba muy mojada. Al notar mis dedos, soltó un gemido que hizo que se me volviese a poner dura.
– Veo que te alegras de verme. – Dijo al agarrármela de nuevo –.
Lo dijo con la voz entrecortada, estaba excitadísima otra vez. Volví a separar sus piernas y me dispuse a saborear aquel maravilloso manjar.
– Me lo temía, Neus.
– ¿Qué te temías, cielo?
– Que lo tendrías rubio. Siempre se ha dicho que, del color de la ceja, tiene el color la almeja.
– Serás tonto…
– Te voy a dejar el flujo vaginal a punto de nieve.
– Deja de decir tonterías y comételo todo, quiero sentir tu lengua.
Me agarró la cabeza con las dos manos y empotró mi cara en su rubito coño. Empecé a lamer lentamente, gemía y se retorcía. No lo hacía muy bien para ponerla a prueba.
– ¿Te gusta, cariño?
– ¡Sííííííí!, lo haces muy bien.
Y una polla, pensé. Lo hacía mal a posta. Después me pondría en serio.
Con mis labios hice ventosa y se lo chupé. Con los dedos lo abrí bien y empecé a lamérselo a gran velocidad.
– ¿Y ahora cariño, te gusta?
Con sus manos apretaba mi cabeza para que no escapase.
– ¡Síííííííí!, me gusta mucho más.
Me empleé a fondo. Desplegué toda mi sabiduría en ese momento. Noté como convulsionaba, retorciéndose de placer mientras me apretaba la cabeza con sus muslos. Se corrió en mi cara, mientras gemía y gritaba. Me quedé allí un rato viendo aquella maravilla palpitando. Le miré a los ojos, estaba llorando.
– ¿Qué te pasa, Neus?, ¿te ocurre algo?
– Sí, que he vuelto a tener un orgasmo. Lloro de alegría. Pensaba que nunca sentiría esto en mi vida y esta noche ya es la segunda vez que lo siento.
– Y no será la última.
Se levantó a beber agua, estaba sudada. Su piel tenía las marcas de mis dedos y tenía toda la entrepierna mojada, le chorreaba por los muslos. Esa visión hizo que mi polla empezase a reaccionar de nuevo. Se quedó de pie apoyada en el marco de la puerta con el vaso de agua en la mano. Estaba de foto. Me miraba con cara de estar muy a gusto, parecía extasiada.
– Que guapo estás así. Las veces que te he visto empalmado y las veces que te he imaginado así, sobre tu cama, totalmente entregado a mí.
Se metió en la cama y dejó el vaso en el suelo, después de llenarse la boca de agua. Sin tragarse el agua, cogió mi polla y se la metió en la boca. La sensación del frío del agua en la punta de mi polla hizo que me estremeciese. Mi chica Zen estaba hecha toda una experta. No me lo esperaba. Pensaba que sería mucho más mística en sus movimientos. Me esperaba un polvo casi espiritual y ella me hacía cosas que ni las más golfas me habían hecho. Se tragó el agua y siguió con el ritual de hacerme engordar la polla. Cuando estuvo bien gorda, se sentó encima y cogiéndola con las dos manos se la introdujo otra vez. Cabalgó de nuevo sobre mí, mientras me pellizcaba los pezones. Cada vez más rápido; cuanto más se me hinchaba la polla, más rápido iba.
– ¿Te vas a correr, mi amor?
– Sí, me voy a correr. Hace como cinco minutos que parece que lo esté haciendo pero no tengo eyaculación.
– Te he dicho que te gustaría muchísimo más.
– Sí, tenías razón, ¿qué me has hecho? Esto es una pasada.
– Cositas que he aprendido para hacértelas a ti.
– Creo que ahora sí me voy a correr.
– Córrete dentro, mí amor. Córrete dentro. Quiero notar cómo te corres dentro de mí.
Solté lo que no está escrito. El orgasmo me duró como un minuto, nunca me había pasado. Durante ese minuto, Neus no dejaba de acariciarme sin sacarse la polla, eran caricias lentas en las que parecía dejar escapar toda su energía por la punta de sus dedos. Se puso a mi lado y me abrazó, sonreía mientras me pellizcaba el pezón con cara de pilla.
– ¿Te ha gustado?
Ni le contesté, era obvio. Casi me muero de placer y no lo disimulé. Me dejó que descansara y disfrutase del momento. Estaba abrazada a mi brazo y lo besaba sin parar.
– Eres una fiera, Neus, ¿dónde has aprendido estas cosas?
– En libros pero solo la técnica. El resto es todo mío y, bueno, una amiga tuya me ha enseñado alguna cosita.
– ¿Qué amiga?
– Isabel, tu secretaria cachonda.
– Pero, ¿sabías lo nuestro?
– Pues claro. La vi en tu casa, a ella y a Sonia. No soy tonta.
– ¿Y no te molesta?
– No, ahora que eres mío no me molesta lo que hicieses antes. Ellas me caen bien, son las otras zorras las que no me gustan nada, son unas guarras.
– ¿Qué te enseñó Isabel?
– ¿No lo has notado? Ella me dijo que lo notarías.
– Claro que lo he notado, preciosa, casi me muero del gusto.
– Esa era la intención, y tú dejándome a dos velas. ¿Ves cómo eres tonto? Me moría de ganas de estar así contigo. No sé porqué ese empeño en tenerme en el dique seco.
– Pensaba que era lo correcto. Quería que fuese diferente contigo.
– Max, soy una mujer como cualquiera otra. No soy una princesita, ni una monja. Yo también necesito lo mío, igual que las guarras que te follas.
– Tú no eres como ellas.
– Claro, yo soy de Marte. Por eso aquella noche que me quedé a dormir contigo te cogí la polla y empecé a masturbarte.
– Pero ¿no estabas soñando?
– Sí, soñando en que dejaras de hacer el tonto y me follases. Me cansé al ver que pasabas de mí, por eso paré y te di la espalda, tonto del culo. Me hacía la dormida para ver cómo reaccionabas.
– Joder, que vergüenza. Pues sí, sí que soy tonto entonces. Pensé que eras sonámbula.
– Eso es lo que me gusta de ti. Esa ingenuidad casi infantil es lo que me enamoró de ti.
– Entonces eres más fresca de lo que yo pensaba.
– Anda, tonto, ven aquí y duerme. Debes estar para el arrastre después de este día tan lleno de emociones.
Mi angelito de la guarda me estuvo acariciando la cabeza hasta que conseguí dormirme como un bebé.
Me desperté a la mañana siguiente más feliz que una perdiz. Neus dormía a mi lado totalmente desnuda, con una sonrisa en su carita sonrosada y con el pelo despeinado. La dejé durmiendo y me metí en la ducha, quería despertarla oliendo bien y haciéndole cositas. Ese cuerpo desnudo en mi cama y yo empalmado como casi cada mañana, eso se merecía un homenaje matutino. Mientras me duchaba vi que entraba en el cuarto de baño y se metía conmigo en la ducha.
– ¿Ya te has despertado? Quería despertarte con una sorpresa.
– ¿Una sorpresita cómo esta?
Se puso de puntillas para darme un beso mientras me cogía la polla con las dos manos.
– Tenía ganas de ver cómo te despiertas y te levantas empalmado, como siempre. Me hacía la dormida.
– Si sigues haciéndote la dormida, un día te follaré pensando que lo estás haciendo ver.
– Me encantaría que me despertases así.
– Era lo que quería hacer pero te has levantado.
– ¿Y no te gusta que esté en la ducha contigo? ¿No te alegras de verme?
– Lo que tienes en la mano ahora mismo demuestra lo contento que estoy de verte. Yo no puedo disimular, mi alegría salta a la vista.
– Salta a la vista cada mañana, golfo.
Me enjabonaba todo el cuerpo mientras me hablaba con una voz muy sensual. Su tono de voz, de natural, no era nada agudo, pero al despertar aún lo tenía más grave. Esa voz tan erótica podía resucitar a un muerto. Yo también la enjabonaba.
Neus salió de la ducha y se secó con mi toalla.
– ¿Me vas a dejar así? Me has puesto a cien.
– Me voy a la cama, voy a hacerme la dormida. Quiero que me despiertes como tenías pensado. Me has puesto cachonda, cariño.
– Me estás saliendo tú un poco fresca, chica Zen. Pensaba que serías de otra manera. Si lo llego a saber, te ataco mucho antes.
– Ya te dije que soy una mujer como otra cualquiera y me gusta que me hagas cositas.
– Ves a dormir que te despertaré a pollazos.
– Pero mira que eres troglodita cuando quieres.
Empecé a golpearme el pecho como hacen los gorilas, alargué la mano y le pellizqué el culo.
– Este culo tan rico me lo voy a comer a bocados, tía buena.
Salí de la ducha y me sequé con la misma toalla que ella. Entré en la habitación sin hacer ruido. Me acerqué a la cama y empecé a acariciarle todo el cuerpo con la punta de los dedos, muy despacio. Ella se movió un poco y soltó un gemido casi mudo. Le lamí la oreja suavemente sin dejar de acariciarla.
Me excitaba mucho verla con los ojos cerrados intentando hacerse la dormida sin mucho éxito. Se le escapaban gemidos y se le ponía la piel de gallina cuando le rozaba los pezones con la punta de mis dedos. Lo hacía muy suavemente sin apenas tocarla, como si la acariciase con una pluma. Alargó la mano para cogerme la polla. Se la quité y le dije al oído que durmiese, que no fuese impaciente. Separé sus piernas, la luz del sol que entraba por la ventana de la habitación hacía que sus escasos pelitos rubios brillasen como el oro. Empecé a lamerle el coño, olía a recién duchada. Al pasarle la lengua por el clítoris se movía y resoplaba. Le gustaba sentir mi lengua. Lo tenía empapado, estaba muy mojada y cada vez se movía y gemía más. Noté que quería algo más y me decidí a dárselo. Acerqué mi polla y empecé a metérsela muy lentamente. Le metía la punta y se la sacaba. Así unas cuantas veces. Cada vez que lo hacía, resoplaba y me cogía del culo. Yo apartaba sus manos y le decía que durmiese. Estaba demasiado caliente para seguir actuando. Se le notaba que quería tenerla dentro. Estuve un buen rato metiéndole solo la punta, cada vez estaba más mojada y más ansiosa. Volvió a cogerme del culo. Esta vez no le dije nada, me cogió una nalga con cada mano y dejé que ella dirigiera la penetración. Seguía con los ojos cerrados pero no paraba de gemir. Me apretaba el culo para notar mi polla más adentro. Su coño se empapaba cada vez más y mi polla se hinchaba por momentos. Abrió los ojos y me miró.
– ¿Así es como tú despiertas a una dama?
– Así es como despierto yo a una princesa.
– Me gustan estos despertares.
Se puso encima de mí y se la metió hasta lo más profundo de sus entrañas.
– Ahora te vas a correr como un campeón, mi amor. Agárrame bien, no quiero salir despedida por la presión del chorro.
Me ponía muy enfermo su manera de hablar, era jodidamente sensual. Cabalgó sobre mí como una poseída. Me arañaba el pecho y me pellizcaba los pezones. Miraba al techo y gemía como una loba en celo.
– Me voy a correr dentro de ti. Te voy a rellenar como a un chucho de crema.
– Sí, mi amor, relléname como a un chucho de crema. Quiero que me salga tu semen por las orejas.
Me corrí mientras chillaba como un loco. Otra vez había tenido un orgasmo larguísimo. No sé qué cojones hacía aquella mujer conmigo pero conseguía retrasarme la eyaculación y alargar mi orgasmo de una manera impresionante. Me quedé boca arriba resoplando durante más de un minuto. Ella me miraba y disfrutaba; era una mirada sincera y tierna que me encantaba ver mientras sentía un placer interminable.
Estuvimos así unos cuatro días. Solo bajábamos a la calle para comer y reponer fuerzas. Nos entró un ataque de dependencia, no podíamos separarnos el uno del otro ni cinco minutos. Neus, al segundo día de encierro, llamó al instituto donde trabajaba para decir que estaba enferma. A mí, al día siguiente de la fiesta de inauguración, me llamó Isabel para ver qué me pasaba. Ya era de noche y no me había pasado por el estudio.
– ¿Todo bien, Max? ¿Te ha pasado algo?
– Todo bien, Isabel. Estoy en casa. Ya te contaré.
– Me imagino que Neus ya ha dado el paso, ¿no es así?
– Sí, Isabel, llevamos desde ayer sin separarnos.
– Ya era hora. La pobre chica estaba preocupada. Empezaba a pensar cosas raras de ti. Le dije que no te hiciese caso y que se lanzara. La idea fue mía, ¿no te molesta que me meta en tus asuntos, verdad?
– Para nada, te lo agradezco.
– ¿Folla bien o no folla bien, la chica? ¿Lo hace mejor que yo?
– Lo hace muy bien, no me lo esperaba. Hace cosas rarísimas que nunca me habían hecho.
– Le enseñé algún truquito. Ya sabes como somos las mujeres, nos lo contamos todo. Ella sabía que tú y yo habíamos estado juntos. le expliqué que no estábamos enamorados, que solo follábamos y que yo era la que mejor lo hacía, según tú. Me ofrecí para darle algún consejo; le enseñé a hacerte crecer la polla.
– Sí, ya me lo ha contado. Me di cuenta anoche cuando me lo hacía. Flipé mucho cuando me lo hizo y me acordé de ti.
– No me digas que te acuerdas de mí cuando follas con otra que me mojo las bragas. Os deseo mucha suerte. Me alegro por vosotros pero me da pena que tú y yo no volvamos a follar más.
– Tranquila, Isabel. Ya verás como las cosas empezarán a irte bien. Seguro que conocerás a alguien mejor que yo que te hará feliz. Te lo mereces.
– Bueno, Max, sigue disfrutando del momento. ¡Qué envidia me dais los dos, cabrones! Yo estaré aquí en el estudio atendiendo el teléfono y cogiéndote los recados. Ves llamándome y te pondré al día de cómo va todo.
– Gracias, Isabel. Ya hablamos.
Cuando nos despertamos de aquel sueño de enamorados, después de cuatro días sin parar, decidimos que teníamos que seguir con nuestras vidas. No podíamos pasar el resto de la vida follando. Neus se fue a su casa y yo me fui a al estudio.