
MÓNICA
Me levanté de la cama y me senté con ella.
– ¿Estás bien, cariño?
– No, cuando hago estas cosas después estoy fatal.
– Pero a ti te gusta follar con nosotros.
– No es eso. Follar con vosotros me encanta, es lo otro lo que me sienta mal.
– ¿El alcohol y las drogas?
– Sí, a estas dos les va mucho el alpiste, a mí no tanto, pero cuando empiezo no puedo parar y después lo paso fatal.
– Si solo es eso tiene fácil solución, con no hacerlo todo arreglado.
– Sí, pero con ellas es muy difícil.
– Bueno cariño, dentro de dos días estarás bien. Ahora no te arrepientas por habértelo pasado bien.
Se nos hizo de día hablando mientras las otras dormían plácidamente. La chica no llevaba nada bien el tema y era lógico. Eran demasiado jóvenes para la caña que se metían. Suerte que no lo hacían muy a menudo y eran fuertes.
Las otras dos se despertaron y se vistieron para marcharse.
– ¿Tú no vienes, Mónica?
– No, me quedo un rato más.
Llegó un momento en que estábamos tan cansados que no podíamos hablar más, la llevé a la cama y nos echamos a dormir. Se abrazó a mí como un koala y empezó a llorar, le acaricié el cuerpo hasta que se durmió como un bebé. De hecho era la más joven de las tres, solo tenía veintiún añitos y a veces tenía que demostrarlo. Isabel solo tenía un año más que ella pero se le veía mucho más mujer en todos los sentidos.
Mónica era muy vulnerable, bajo esa apariencia de chica lanzada y descarada se escondía una chica sensible. Era muy divertida y muy guapa pero poco madura, no había tenido la necesidad de trabajar nunca, solo estudiaba. Sus padres le pagaban todo pese a estar lejos. Eran de Manresa y a la niña le pagaban el alquiler del piso en Barcelona y todos los gastos.
Había muchas chicas de fuera de Barcelona que venían a estudiar y vivían en pisos que compartían con otras chicas como ellas. La mayoría se iban para el pueblo a pasar el fin de semana con su familia. Mónica no se iba nunca, siempre estaba en Barcelona los fines de semana. Siempre se encamaba con alguien, ya fuese un turista guapo o un chico de la facultad. Nunca le pregunté por qué no iba a ver a sus padres, ella tampoco hablaba nunca de ellos; me parecía extraño, pero lo respetaba. No quería molestarla metiéndome en sus intimidades. Nuestra relación se basaba única y exclusivamente en el sexo pero siempre en compañía de Isabel. Nunca habíamos estado los dos solos, lo poco que conocía de ella y de su vida me lo contó esa noche.
Me desperté sin saber qué hora era, estábamos en aquella enorme cama y no había ningún reloj a la vista. Por las claraboyas del techo pude ver que ya oscurecía. Esa sensación pos-fiesta, con la cabeza a punto de estallar por la resaca y la nariz tapada, y despertándote cuando volvía a ser de noche era espantosa.
Si a mí me sentaba mal, no quería ni imaginarme cómo le sentaría a Mónica. La tenía a mi lado, seguía abrazada a mí como un koala y no me atrevía a moverme por miedo a despertarla.
No me veía con fuerzas para levantarme y me volví a dormir. Me desperté, seguía siendo de noche, me levanté de la cama para mirar la hora y refrescarme un poco en el lavabo. Cuando volví ya estaba despierta.
– Buenas noches, princesa.
– ¿Ya es de noche otra vez?
– Sí, son las diez de la noche.
Hacía muy mala cara, se le veía jodida de verdad. Bueno, digamos afectada, jodida ya estaba la anoche anterior cuando cabalgaba sobre de mí.
– ¿Qué tal estás, guapa?
– Estoy fatal, menuda resaca. Anda, ven aquí y abrázame, lo necesito.
Me eché de nuevo en la cama y se me abrazó, tenía el cuerpo muy caliente y olía a sexo. Me excité, se me puso dura y ella lo notó.
– ¿Estás armado otra vez, Max?
– Sí, con la resaca me empalmo muy fácilmente y tú eres muy tierna, cariño.
– Gracias, guapo. Me gusta que me digas cosas bonitas.
– No son cosas bonitas, es la verdad. Tienes un cuerpecito muy bonito y una cara preciosa, eres todo un amor.
– Tú y yo nunca hemos estado solos como ahora, ¿verdad?
– Cierto, es la primera vez que estamos así tú y yo. Nunca has intentado quedar conmigo a solas.
– Tú tampoco, con Isabel sí que has estado muchas veces. Debe ser que no te gusto tanto como ella, suele suceder. Cuando estamos las dos juntas, los chicos siempre se fijan en ella y pasan de mí.
– Esos chicos deben ser tontos o ciegos.
– Pues tú debes ser tonto porque vista tienes un rato.
– Será eso, pero me gustas mucho. Siempre me has gustado, hasta cuando pensaba que eras menor de edad, con ese vestidito blanco paseando por la playa.
– ¿Cuándo me diste por culo pensando que era una niña pequeña?
– No digas eso ni en broma, Mónica. Es algo de lo que me arrepiento.
– ¿Te arrepientes de habérmela metido por detrás?
– No, eso me gustó, era muy estrechito y muy caliente. Me gustó buscarte la lenteja.
– Que animal eres, Max. Que bromas más guarras haces a veces.
– Ahora en serio. Me arrepiento de haberlo hecho pensando que podrías ser menor de edad.
– No seas tonto. Las menores de edad no se dejan hacer esas cosas y mucho menos le entran a una pareja de noche en la playa para follárselos. Piénsalo así.
– Tienes razón, visto de esa manera, no es nada malo.
– ¿Tienes hambre, Max?
– Sí, llevamos veinticuatro horas sin comer nada. Si quieres te invito a cenar.
– ¿Una cena romántica?
– Una cena como tú quieras que sea, princesa.
Se levantó de la cama y se vistió, me quedé mirando como lo hacía. Casi me gustaba más verlas vestirse que desnudarse. Es una escena muy erótica. Tiene mucho significado ver como se viste una mujer.
Salimos a la calle y me cogió del brazo, estaba muy cariñosa. Cenamos algo sencillo en un bar cercano, no nos entraba mucho la comida. Los dos teníamos mal cuerpo después de la fiesta.
– Estoy muy sola, Max. Necesito mucho cariño y los hombres solo me quieren para follar, no son cariñosos ni atentos como tú. Me gusta estar así contigo, ahora mismo parecemos una pareja de novios.
– Más bien parecemos una pareja de yonquis con estas caras.
– Tienes razón, menuda pinta llevamos, ¿quieres venirte a mi casa? Así nos duchamos y si quieres te puedes quedar a dormir conmigo. Me gustaría pasar la noche contigo, sería la primera vez sin contar lo de hoy, que eso no cuenta.
– Está bien, te acompaño a casa y así la veo. No estarán tus compañeras de piso, supongo.
– Estoy sola, se han ido al pueblo. Tenemos toda la casa para nosotros.
Llegamos hasta su casa dando un paseo. La noche era muy agradable, corría un aire frío muy reparador.
Lo primero que hizo cuando cerró la puerta fue quedarse desnuda.
– Voy a ducharme, estoy asquerosa.
Me di una vuelta por el piso. Demasiado femenino para mi gusto, se notaba que solo vivían chicas en él.
– He terminado, ya puedes ducharte si quieres.
Me pegué una ducha rápida y salí.
– Max, estoy en la cama, ¿vienes?
Tal como me acosté se abrazó a mí. Tenía razón, estaba muy falta de cariño. Me empalmé otra vez.
– Max, eres insaciable, ¿no estás cansado?
– Sí, muy cansado pero ella no. Tiene vida propia, va totalmente a su rollo.
– Qué vida tan activa lleva la condenada, ¿quieres que te la chupe un rato?
– ¿No estás cansada?
– Yo sí, mucho, pero si empiezo seguro que me animo.
– No te preocupes. Intentemos dormir, yo también estoy calcinado.
– Sí, yo me muero de sueño.
– Pues duerme, preciosa. Yo intentaré dormir también.
Nos quedamos dormidos muy rápido, estábamos hechos papilla. Me desperté varias veces porque Mónica se movía mucho; cada vez se me abrazaba más fuerte, me costaba respirar.
Me desperté a las diez de la mañana. Mónica seguía durmiendo abrazada a mí, al moverme se despertó.
– Buenos días, Max. ¿Sigues empalmado desde anoche o es que por las mañanas se anima ella sola?
– Siempre se despierta igual, ya te dije que tiene vida propia.
Mónica me la cogió con la mano y se la acercó a la boca. Empezó a hablarle rozándome con sus labios la punta del capullo.
– Buenos días, hermosa, ¿has dormido bien? Te noto muy tensa, me parece que lo que tú necesitas es un buen meneo.
– Sí, Mónica. Yo también lo creo.
Abrió la boca y se la metió toda dentro. Un escalofrió recorrió todo mi cuerpo. Despertar así es lo que más me gusta, sentirla dentro de una caliente y húmeda boquita con una lengua medio dormida y unos buenos labios carnosos hinchados por las horas de sueño.
– ¿Te gusta así de suave?
Lo hacía lentamente y con mucha suavidad, no se comportaba como siempre. Ahora que estábamos solos se mostraba más dulce y tierna.
Le abrí las piernas y le exploré con la lengua su precioso coño. Se retorcía de placer, la carita que ponía a cada paso de mi lengua por su clítoris era de estar disfrutando.
– Así me gusta, que me lo hagas despacito y sin prisas. Ya tenía ganas de estar contigo a solas, ahora eres todo mío. La perra de Isabel nunca me deja hacer mucho, ella siempre te acapara.
– Relájate y no hables, siente mis caricias y disfruta.
Cuando llevaba un rato con la cara pegada a su coño, noté como me cogía de la cabeza para que dejara lo que estaba haciendo y la besara en los labios. Me puse encima de ella, había llegado el momento de metérsela bien adentro.
– No me folles, Max.
– ¿Es que no te gusta como lo hago?
– Sí, me gusta muchísimo, pero no quiero que me folles. Quiero que me hagas el amor. Necesito sentirte tal cual eres; sensible y bueno. No quiero que me demuestres nada, ya sé que lo haces muy bien. Lo que necesito es que me quieras aunque solo sea hoy. Finge para mí, dime que me quieres y que estás enamorado de mí. Quiero sentirlo. Yo también te lo diré si no te importa. Soltó una lágrima, estaba muy rara, nunca demostró por mi más interés que el puramente sexual. No entendía esa manera de comportarse.
– Está bien, relájate y no llores. Seré tierno, te veo muy sensible.
Me comporté como si estuviese enamorado de ella, me metí tanto en el papel que llegué a creérmelo. Nos acariciábamos, nos besábamos con pasión y nos abrazábamos como una pareja de enamorados. Cuando terminamos, nos quedamos abrazados un buen rato y volvimos a dormirnos.
Me despertó el ruido de una puerta al cerrarse, alguna de sus compañeras de piso había vuelto.
Se despertó, me abrazó y me dio un apasionado beso.
– Buenos días, mi amor, veo que tu cosa está otra vez en forma.
Me la chupó de nuevo y volvimos a hacer el amor sin importarnos si alguien nos oía. Seguía estando muy sensible. Estaba consiguiendo el cariño que necesitaba, era su manera de hacerlo. Estuvimos así hasta las dos de la tarde.
– Me gusta mucho como me tocas y como me tratas, me he sentido muy bien contigo, creo que te quiero, estoy enamorada de ti.
– Pero, ¿qué dices, Mónica? Eso no puede ser.
– Pues claro que no puede ser flipao, estaba bromeando. Anda, levántate y dúchate que ya es tarde. Tienes que irte, mis compañeras están a punto de llegar y no quiero que me vean contigo.
Entré en la ducha y salí rápido. Me vestí con la misma ropa, era el tercer día que la llevaba.
Me acompañó a la puerta para despedirse y me dio un beso muy apasionado, parecía realmente enamorada.
– A mí también me ha gustado mucho estar contigo. Ha sido todo muy tierno. No me lo esperaba.
– Adiós, mi amor, ya nos veremos.
Me dio un beso y cerró la puerta.
Me fui para el estudio dando un paseo, hacía un bonito día. Hice repaso de todo lo acontecido los dos últimos días y me pareció satisfactorio. Mónica me dejó un poco perplejo, realmente parecía enamorada de mí y, si no lo estaba, lo hacía realmente bien. Interpretó su papel estupendamente. No le di más vueltas al tema.
Estaba acostumbrándome a no darle importancia a los actos de las dos pequeñas viciosas. Eran muy divertidas pero estaban muy locas, sobre todo Mónica, que un día te dice que está enamorada de ti y día al siguiente te dice que era broma y que le gusta un chico de su clase de dibujo. Su locura era lo que hacía que me lo pasara bien con ellas. Siempre me hacían reír mucho y siempre me dejaban agotado físicamente. Eso era lo que más me gustaba, sentir agotamiento físico de tanto follar.
Entré en el estudio. Estaba tal cual lo dejamos, ¡qué desastre! Me puse a recogerlo todo por si venía algún cliente.
– Buenos días, Max, ¿de limpieza?
– Sí, Isabel, échame una mano que está todo que da asco.
– Vale, pero recuerda que dentro de un rato viene Sonia para hablar de la próxima expo. Tenéis que cerrar el tema ya.
Vino Sonia y decidimos ponerle fecha a la exposición. Sería a tres meses vista en su galería. Ya tenía fechas reservadas para exponer en diferentes salas de toda España.
La exposición con las fotos de Paula Reyes estaba levantando mucha expectación. Paula, en alguna entrevista por televisión dijo que estaba muy contenta con el resultado de la sesión y muchos galeristas se pusieron en contacto con Sonia. La cosa parecía ir bien.
En esos tres meses me dediqué a trabajar mucho y a cepillarme todo lo que se me ponía por delante. Seguía teniendo la misma suerte; todas eran guapísimas y, gracias a la fama que estaba alcanzando, me enrollé con alguna que otra famosa de las que venían al estudio.
Hice muchas sesiones a muchas actrices y cantantes; sesiones fotográficas y de las otras que me gustan a mí.
Nina reapareció en mi vida como una apisonadora. No estuvimos mucho tiempo juntos porque pasó lo de la otra vez. Cuando estábamos en lo mejor de la relación, se marchó de nuevo de gira y otra vez me dijo que, al volver, vendría a por mí. Ya no me hacía ilusiones de nada, no esperaba nada de Nina ni de Neus. No me planteaba nada, solo me dejaba llevar por los acontecimientos sin pensar demasiado, era la mejor fórmula para no volverme loco.
Llegó el día de la exposición y volvió a llenarse la galería. Se vendieron todas las fotos, esta vez sin subasta, y Sonia y yo lo celebramos como la otra vez: Fiesta privada en la que no faltó de nada, como era ya costumbre. Esa vez la celebración duró tres días. Volví a perder peso y las chicas decían que estaba guapísimo tan delgado. Mi éxito con las mujeres cada día era mayor.
En la exposición se me acercó un hombre, quería hablar conmigo en privado. Acababa de llegar de Nueva York y estaba interesado en mi trabajo. Me dio una gran sorpresa, representaba a la agencia Magnum. Me dijo que querían hablar conmigo personalmente en sus oficinas de Nueva York. Pusimos fecha para la entrevista. ¡Qué bien!, la cosa pintaba de puta madre. Mientras tanto seguía trabajando a destajo.
Isabel estaba sacando buenas notas en la facultad y eso me hacía feliz. Mónica encontró novio, “pobre chaval”, pensé, no sabía dónde se metía. De vez en cuando encontraba mensajes en el contestador de Nina, recordándome lo mucho que me quería, pero a mí me pasaba lo mismo que la otra vez, cada día la notaba más lejos. Definitivamente no era la mujer de mis sueños, solo era la mujer que me excitaba sobremanera con un solo roce de sus labios. Solo era eso.
Un día al llegar a casa vi una carta en el buzón, llevaba matasellos de Nueva Delhi. La carta era de Neus. Me senté en el sofá a leerla, miré por el balcón y vi su casa con las persianas bajadas, me puse triste como siempre. Abrí el sobre con cuidado y empecé a leer.
“Hola amor mío, estoy de ruta por el norte de la India, todo esto es precioso. Me gustaría compartirlo contigo. Este tiempo me ha servido para darme cuenta de muchas cosas. Estoy mucho mejor que cuando me fui. Me convertí en una persona posesiva y me obsesioné con el sexo; en parte tú tuviste la culpa, pero no te culpo de nada. Tú solo eras la persona que siempre has sido, fui yo la que cambió. Ahora vuelvo a ser la chica de la que te enamoraste; tu chica Zen, que te quiere más que a nada en este mundo. Espero volver pronto, tengo ganas de verte y de sentirte. Espero que no sigas enfadado y que me dejes volver a tu vida. Si no es como pareja por lo menos que sea como amigos. No quiero que desaparezcas de mi vida. Eres muy importante para mí y quiero que lo sigas siendo.
Te quiero mucho, mi amor. Un beso muy grande. Neus”.
Sentí algo muy fuerte dentro de mí al leerla, seguía estando enamorado de ella aunque no quisiera reconocerlo. Estaba dolido y tenía que vengarme con otras mujeres y así fue como lo hice. Pero ni todas las drogas del mundo, ni todo el alcohol, ni todas las mujeres que pasaron por mi vida durante ese tiempo, hicieron que me la sacase de la cabeza. Esa chica me había jodido bien.
Preparé la maleta para ir a la entrevista de la agencia Magnum. Me acompañaría en el viaje mi flamante y guapísima representante. Vinieron las dos locas a despedirnos al aeropuerto.
“¡Prepárate Nueva York! El fotógrafo barriobajero barcelonés va para allí. Neoyorquinas, ir dilatando, Max se acerca”.
Era Mónica con su desvergüenza habitual.
Después de unas cuantas horas de vuelo aterrizamos en el JFK. La gran manzana estaba allí tal como la había visto en las películas, eran alucinantes los rascacielos. Si Barcelona me parecía grande, Nueva York me pareció gigantesca. Para mí, en aquel momento, era la capital cultural del mundo: Hoy en día sigo creyéndolo.
Llegamos al hotel, dejamos las maletas en la habitación y salimos rápido a dar una vuelta. Estábamos excitadísimos, queríamos verlo todo. Creo que en mi vida he andado tanto como en ese viaje. Quise ver todos los barrios; los famosos por salir en las películas, y sobre todo Manhattan. El centro financiero del país más rico del mundo se rendía a nuestros pies.
Estábamos muy contentos pero yo estaba muy nervioso por la entrevista del día siguiente y no terminaba de disfrutar del momento.
Esa noche casi no dormí, tampoco dejé dormir mucho a Sonia. Era lo que pasaba cuando estamos los dos solos, que no dormíamos. La habitación era enorme, el diseño era más moderno que en los hoteles de Barcelona y la cama era gigantesca. Teníamos que disfrutarla como era debido. Al final solo dormimos tres horas.
– No sé qué ponerme, Max, ¿qué me pongo? Estoy muy nerviosa.
– Ponte lo mismo que llevabas el día que te conocí y recógete el pelo de la misma manera. Estabas preciosa con ese traje gris sin nada debajo de la chaqueta. Quiero que se queden flipando contigo.
Llegamos a la entrevista con muchas ojeras.
– ¿Jet lag, Max?
– Yes, Mister Turner, jet lag.
Eduard Turner era el hombre que vino a Barcelona el día de la inauguración de la última exposición para hablar conmigo. Bajó al vestíbulo a recibirnos. Menos mal que Sonia hablaba inglés perfectamente, mi nivel de inglés, era más o menos como el que tengo ahora, medio tirando a bajo.
Entramos en una gran sala de reuniones con una enorme mesa. Había cuatro tipos sentados esperándonos. Encima de la mesa había fotos mías, algunas ni las recordaba. Había muchas de mis trabajos de investigación y unas cuantas de Adela y de Paula.
Los cuatro se levantaron de sus sillas para recibirnos. Ninguno de ellos apartaba la vista de Sonia. La chica estaba espectacular.
El que parecía el jefe se dirigió a Sonia.
– “Mujera ispaniola ser muy guapa, ¿si dise así?”
– Yes, thank you.
La cosa iba como yo quería que fuese. Estaban deslumbrados por la belleza de Sonia. No hay nada como una buena entrada para que bajen la guardia, pensé. Así serían menos exigentes en las condiciones y todo iría mucho mejor.
Como Sonia me hacía de intérprete, a mí no me hacían mucho caso. Apenas me miraban, no dejaban de mirar su escote y su preciosa cara. Ellos pensaban que no me enteraba de nada pero entendía todo lo que decían, no paraban de interesarse por ella y por su galería de arte. Le di un golpecito por debajo de la mesa a Sonia para que volvieran al tema que nos había traído hasta la gran manzana.
Me hacía el tonto como siempre hago en estos casos. Es una táctica que suelo utilizar para pillar al interlocutor con las defensas bajadas. Es un truco que sigo utilizando en la actualidad; cuando sé de qué pie cojean, saco toda la artillería pesada y consigo todo lo que quiero cerrando un buen trato.
Salimos de la reunión más que contentos, hicimos un buen trato y pasé a formar parte de la prestigiosa agencia Magnum. Para mí era todo un honor pertenecer a la misma agencia que fotógrafos de prestigio mundial como Robert Capa, Marilyn Silverstone o Leonard Feed.
Lo celebramos a lo grande. Sonia estaba contentísima, a parte de conseguir un buen trato para mí, también consiguió que se interesaran por su galería de arte. Mr. Turner nos ayudó mucho a los dos al ser testigo de nuestro éxito en Barcelona.
Nos fueron tan bien las cosas que al llegar a Barcelona, lo primero que hizo Sonia fue buscar un nuevo local, más grande y más céntrico para montar su nueva galería de arte. Yo volví con la decisión de comprarme un coche y de mudarme a un sobreático con terraza en un buen barrio para alejarme de toda la basura del Barrio Chino. Lo dejé en manos de una agencia inmobiliaria pero por el momento, mientras no encontraba nada de mi agrado, seguía viviendo en el Chino como siempre. No tenía prisa, quería el piso perfecto.
Cuando entré en el estudio vi Isabel y Mónica esperándome. Querían oír las novedades de primera mano. Lo tenía todo pensadísimo, quería hacer cambios en la empresa y quería dedicarle más tiempo a mi faceta artística.
Isabel pasaría a dirigir la empresa, así yo tendría más tiempo para mis cosas. Confiaba plenamente en ella y me gustaba mucho su forma de trabajar. Era resolutiva y muy eficiente, pese a su juventud. Me lo demostró en muchísimas ocasiones, por eso no me resultó nada difícil delegar en ella.
La convencí de que siguiese estudiando y le propuse acondicionar una parte del estudio para que pudiese pintar sus bonitos cuadros. Lo hacía realmente bien, tenía mucho talento y quería ser su mecenas. Quería que expusiera sus pinturas en la nueva galería de Sonia y, si tenía éxito, Sonia pasaría a representarla como ella se merecía.
A Mónica le propuse pasar a ocupar el puesto de Isabel pero con la condición de que no dejase la carrera de Bellas Arte.
También les comenté mi decisión de contratar a un ayudante para que se hiciese cargo del laboratorio de revelado y para ocuparse de los trabajos que no requerían mi firma. El estudio empezaba a tener prestigio a nivel internacional y cualquier trabajo que saliese de allí tenía que ser de muchísima calidad aunque no lo hiciese yo.
La selección para encontrar ayudante fue muy difícil. Le propuse a mi antiguo ayudante trabajar para mí pero, por lo visto, prefería seguir famosas que estar en un sitio fijo. Respeté su decisión y seguí buscando hasta que al final lo encontré. Mi nuevo ayudante era joven pero tenía muchas inquietudes, me recordaba a mí cuando empecé en el oficio. Era muy guapo y estaba muy bueno, según las chicas. El primer día que empezó a trabajar para mí, ya estaba echándole los trastos a Isabel. El chaval apuntaba maneras. Definitivamente se parecía a mí.
Al final, gracias al trabajo y a la buena suerte, todo lo que me rodeaba empezaba a funcionar. Las personas que más quería seguían estando a mi lado. Hice todo lo que estaba a mi alcance para solucionarles un poco más la vida y hacerlas felices. A cambio, ellas me cuidaban como siempre lo habían hecho y eso a mí ya me bastaba. Era feliz viéndolas felices a ellas, aunque yo seguía sin encontrar a la mujer ideal. Tampoco es que pusiera demasiado empeño en buscarla. Solo conseguía sexo, pero eso ya me estaba bien. Mientras no encontraba mi media naranja, me hinchaba a comer mandarinas, todas ellas preciosas como siempre, muy frescas y aplicadas.