NINA
A la mañana siguiente me desperté con la típica tienda de campaña en la sábana. Algo lógico a mi edad, como suele decirse, más debido a las ganas de mear que a la excitación sexual.
Me levanté y me golpee el dedo gordo del pie contra la pata de la cama, solté un chillido y casi caigo de bruces al suelo. Ya recompuesto del dolor y cojeando, me dirigí al baño para descargar las cervezas que no descargué la noche anterior.
Pensé en Lucía y en su precioso cuerpo. Me miré en el espejo y pensé que era un tipo afortunado. ¿Cómo era posible que se fijaran en mí ese tipo de mujeres? Y de inmediato me vino a la cabeza la escena del cine.
Me puse de nuevo Pinocho y no me quedó otra que meterme de nuevo en la cama y pelármela como un mono. Una sana costumbre que solía practicar cada mañana, para así empezar el día relajado.
Me duché, me vestí y bajé a la calle para desayunar en mi bar favorito, el bar Ramón, el típico bar de perdedores con serrín en el suelo, servilletas de papel, cigarrillos, algún que otro hueso de aceituna y alguna cabeza de gamba.
– Buenos días, Max – me dijo Manolo, el propietario del local.
– ¿Lo de siempre?
– Esta vez me vas a poner un bocata de bacón y una cerveza, que tengo que reponer fuerzas.
– ¿Noche movidita, Max?
– Si yo te contara…
– No hace falta, majo, que se te nota en la cara que alguna que otra jaca te pasaste por la piedra… ¿eh, bribón?
– No te creas, ya me gustaría a mí, solo una loca dándome la chapa toda la noche.
Me zampé el bocadillo mientras leía La Vanguardia y, acto seguido, pedí mi carajillo de ron. Apuré mi cigarrillo a la vez que terminaba el carajillo y dije “Manolo, apúntamelo en la cuenta”.
Salí a la calle con el estómago lleno y ganas de comerme el mundo. El día era soleado, uno de esos días en los que el sol se agradece y huyes de la sombra.
Llegué a la oficina de la editorial, estaba justo delante del Banco Central, en Las Ramblas casi tocando a Plaza Cataluña.
La editorial publicaba las típicas revistas de la época donde se mezclaban escándalos políticos con sucesos y donde siempre cabían consultorios sexológicos y fotos de tías en pelotas con la entrepierna más poblada de vegetación que la selva del Mato grosso.
Me senté en la mesa que solía utilizar cuando no iba con la cámara por la calle a la caza de alguna noticia. Al minuto noté una mano que se posaba sobre mi hombro y oí una voz familiar que me decía “vente conmigo, que te voy a dar trabajo”
Era Alfredo, el director de todo aquel desmadre. Alfredo Gutiérrez, un hombre tosco que iba de progre por la vida, con su pelo blanco despeinado, su bigote canoso y sus gafas redondas a lo John Lenon.
– Max, tengo algo para ti. Esta noche se celebra una fiesta donde acudirá la flor y nata del underground de la ciudad. Una banda de rock and roll de Cornellá presenta su primer disco en un sex-shop del centro y después, por lo que parece, la liarán bien en Studio 54. Ya estás acreditado y quiero que vayas a los dos actos.
– Joder, Alfredo, ¿no tienes nada mejor para mí? No sé, como pillar a la mujer de algún ministro con el culo al aire, pegándosela a su marido con algún jovencito.
– No hagas bromas, Max, y hazme bien el trabajo, que últimamente me sacas unas fotos que dan pena.
– La misma pena que los actos a los que me envías, maldito explotador -le dije-.
Salí de su despacho y me puse a pelar la pava con la secretaria de dirección, que a parte de ser guapísima, era la mar de simpática y tenía unos pechos y un culo con los que podría partir nueces, si se lo propusiera. Se llamaba Samanta García, y era de lo más servicial.
Enseguida oí la voz de Alfredo que salía a gran volumen del interior del despacho.
– ¡A ver, tú, David Hamilton! Deja en paz a la chica y no le llenes la cabeza de pájaros con tus tonterías, que tiene trabajo, y vete mirando en el plano las direcciones. Cuando llegues al sex-shop, pregunta por Nina, que es la que lleva la producción del cotarro. Nina Fábregas.
– De acuerdo, jefe -le contesté mientras le guiñaba el ojo a la secretaria, que sonrió y me sacó la lengua.
Me dirigí al centro con mi cámara al cuello, parándome en algún que otro bar para ir preparándome. Me temía que la noche iba a ser larga y complicada.
Este tipo de fiestas siempre suelen alargarse hasta las tantas y en ellas nunca falta el alcohol y las drogas y, si uno apunta bien al objetivo, puede ser que acabe encamado con alguna ebria bien fresca.
Llegué al sex-shop con algunas cervezas de más y pregunté por Nina al portero, con semblante de primate.
– “¿Nina, qué más?” – Me contestó el homínido -.
Me quedé en blanco, no recordaba el apellido. “¡Maldita sea mi memoria y las cervezas del camino! Será que debe haber muchas mujeres con ese nombre ahí dentro. Maldito, gorila”, pensé.
Por supuesto no me dejó entrar y me quedé en la puerta viendo como entraban en el local todo tipo de personajes estrafalarios… Lo más moderno de cada casa, punkis, roqueros de postal, niñas monas y algún que otro camello.
Al rato, vi salir del local a un pedazo de hembra de las que te quitan el hipo y, de hecho, me lo quitó literalmente al ver que se dirigía hacia mí y me llamaba por mi nombre.
– ¿Eres Max?
Tragué saliva, cogí aliento y de mi boca solo pudo salir un “sí” casi mudo con medio gallo. Me recompuse del susto y lo volví a intentar.
– Sí, soy Max ¿Cómo lo has sabido?
– ¿Será por la cámara que llevas colgada del cuello, pasmao?
Me sentí medio gilipollas. Siempre me pasa cuando me pilla a contra pie una mujer de ese calibre, con esa seguridad de roquera dominante.
Nina era alta, delgada y de formas vertiginosas. Sus pantalones de cuero negro marcaban todas y cada una de sus curvas, tenía un cuerpazo de infarto; corpiño también de cuero negro con cordones delante que aprisionaban y empujaban hacia arriba unos pechos de tamaño medio que parecían apunto de estallar; y unos botines negros también con cordones hasta medio tobillo. Pelo larguísimo y negro como el carbón, tan negro como el carmín de sus labios y la raya de sus ojos, a modo de pantera; sus uñas también pintadas de negro y larguísimas, con muñequeras de cuero y pinchos.
Su voz era medio cazallera y extremadamente sexy, sus movimientos eran dignos de una pantera salvaje. Una de esas mujeres por las que pagarías un pastizal por cepillártela, sin dudarlo.
– Hola, soy Nina Fábregas. Llevo la producción del evento. Toma tu acreditación, cuélgatela y sígueme que te llevo al cuarto donde está preparándose la banda para la rueda de prensa.
En ese momento me lo tomé como algo normal pero después pensé “¿por qué coño me acompañó a mí con la cantidad de reporteros gráficos que cubrían el evento y a los que no les hizo ni puto caso?”
La seguí por un largo pasillo pintado todo en negro, tanto paredes como suelo y techo; Su culo ante mí se balanceaba de un lado a otro, haciendo crujir el cuero de sus pantalones, y sus largos tacones martilleaban el suelo produciendo ese sonido que tanto nos gusta a los hombres: “toc, toc, toc”, y “ñec, ñec, ñec”, de cuero bien prieto. No sé si me gustaba más lo que veían mis ojos o los excitantes sonidos que llegaban mis oídos.
Así que sin proponérmelo, yo en primera persona iba a ser el único fotógrafo que entraría a ver a la banda antes de la rueda de prensa.
– ¡Hola, chicos! Os presento a Max. Hacedle unas poses que os sacará bien guapos.
– Gracias, Nina. – Le dije y desapareció como alma que lleva el diablo.
Ante mí, unos jóvenes de extrarradio con apariencia medio punk y actitud insolente parecían escupidos de la boca del demonio.
Empezaron a tirarse cerveza los unos a los otros mientras el supuesto representante, en un rincón de la estancia iba haciendo rayas para que los chicos se las metieran.
Aproveché para inmortalizar el momento. Aquello no tenía desperdicio alguno: parecía una batalla campal de delincuentes pero en espacio reducido y con su permiso para fotografiarlo.
Me ofrecieron una cerveza y un porro. Me contaron que les había costado mucho grabar el disco porque ninguna compañía discográfica se fiaba de ellos. No me extraña, pensé.
Después de estar un rato charlando, el representante me acercó un espejo con unas cuantas rayas para que me sirviera a mi antojo.
– Toma, chaval, que es ala de mosca; de esta no la encuentras por ahí tan fácilmente.
– Gracias, señores. – Les dije, después de meterme una descomunal raya –.
Muchas gracias por el trato y por la exclusiva de las fotos.
Empezaron a reír todos, mientras daban buena cuenta del espejo.
– Cualquier deseo de Nina, para nosotros, es una orden que cumplimos sin rechistar.
Me extrañó el comentario pero me gustó. Este trato tan especial no sabía yo a qué era debido, pero creía que no tardaría demasiado en descubrirlo.
Salí con los chicos a la sala donde se realizaría la rueda de prensa, ellos se sentaron en la mesa y yo me puse entre los chicos de la prensa con un pedal de campeonato.
La cosa fue rápida, ya que contestaban a las preguntas con respuestas absurdas y palabras malsonantes, con gestos obscenos y salidas de tono; todo muy típico del punk de la época.
Terminó el acto y, tanto prensa como seguidores del grupo y amigos en general, nos dirigimos a Studio54 que estaba situado en una de las principales arterias de la ciudad, donde se concentraban gran número de teatros, bares y salas de fiesta.
Por el camino me tomé una copa para ver si me bajaba un poco el pedal; ciertamente era ala de mosca de la mejor calidad.
No tuve ningún problema para entrar en Studio54. Ahora sí tenía acreditación y los porteros no me dijeron nada. La mayoría de ellos, policías heredados del régimen franquista, se sacaban un sobresueldo poniendo orden y haciendo la vista gorda mirando a otro lado cuando pasaban cerca de los reservados del piso superior; todo ello, claro está, a cambio de un un buen sobre de dinero negro.
Una vez dentro deambulé de barra en barra en busca de algo interesante que fotografiar y algo encontré: muchos pelos de colores, imperdibles, cadenas, medias de rejilla rotas y botas militares que lucían chicas con impresionantes cuerpazos. Sí, entonces ser punk era moderno y muchas modernas se vestían así; no como ahora, que mejor es no mirarlas, sus perro flautas y sus pintas más de hippies que de punkies.
Me chupé tres carretes en color, dos en blanco y negro y cuatro cubatas de garrafón de los que te revientan la cabeza al día siguiente. Empezaron a sonar las primeras notas del concierto y apuré mi copa.
Ahí estaban ellos, encima del escenario, más morados si cabe de como los dejé; las pintas eran espectaculares y el sonido malísimo, como de costumbre. Me acerqué al escenario para hacer unas cuantas fotos y de paso mezclarme entre la legión de jovencitas que movían el culo sin parar.
El calor era insoportable. No sé por qué maldita razón el aire acondicionado no funcionaba esa noche. Quizás para que la gente sudara y consumiera más. No sé
Subí a refrescarme a los servicios, eran muy amplios, toda la pared que daba a la sala estaba acristalada; por fuera, eran simples espejos, pero desde dentro, se veía toda la sala mientras meabas. Era extraña la sensación al ver, desde las alturas a todas esas chicas sudorosas, parecía que uno estuviese meando sobre sus cabezas. La actuación duro poco más de treinta minutos, los chicos no daban para más y decidieron dejarlo así y encaminarse a los camerinos para refrescarse y empolvarse la nariz.
Gracias a mi acreditación pude seguirlos y meterme dentro. Allí, en medio del camerino, estaba esa escultural mujer de negro con ojos felinos esperando para felicitarles, acompañada del manager que ya estaba trabajando sobre el espejo para animar a los chicos.
Estuve un buen rato bromeando con ellos. Los porros, las cervezas y las rayas caían rápidamente, y las risas y las tonterías iban en aumento. Los que iban de algo más fuerte ya se encargaban de no ser vistos, metiéndose en el lavabo del camerino.
Entre el humo y el gentío de amigos vi como se acercaba Nina. Me puse tenso al momento. Le di un repaso visual de arriba a bajo y pensé ¡Quién pillara a semejante pedazo de mujer!
Se sentó a mi lado y me dijo:
– Hola, Max, ¿qué tal ha ido todo? ¿Te lo has pasado bien? ¿Has hecho buenas fotos?
Volví a hacer el ridículo y solo le dije “sí”. Esa mujer me intimidaba sobremanera.
– Te noto muy callado, ¿qué pasa, acaso te cortas en mi presencia? Te he observado desde lejos y veo que te desenvuelves muy bien tú solito con el grupo y con las chicas. ¿Qué te pasa conmigo?
A punto estuve de decirle una barbaridad pero me la ahorré para no cerrar puertas a posibles colaboraciones con su empresa.
– Anda, vente conmigo a tomar una copa, esto está a tope de gente y hace mucho calor.
Volví a seguirla y volví a ver su poderoso culo enfundado en cuero; ese culo solo se veía en las revistas y yo lo tenía delante de mí contoneándose de manera rítmica.
Pillamos barra en el segundo piso, todo un logro para un local así, siempre tan lleno de gente.
– ¿Qué quieres tomar, Max? Paga la casa.
– Un ron cola, por favor.
– Está bien, yo tomaré lo mismo que tú.
– Vicente, por favor, dos ron cola bien cargaditos. A ver si emborracho al chico – soltó una carcajada maliciosa. Vicente, el camarero, le siguió el rollo.
– Ay, nena, sí, emborráchalo; que si no lo quieres tú, ya me lo quedo yo, que le haré diabluras.
Los dos rieron a carcajadas mientras yo permanecía serio. No me hizo ni puta gracia la broma del calvo bigotón.
Nos sirvió las copas y se marchó al otro lado de la barra.
– Y bien, ahora que te veo más suelto, ¿me dirás qué tal te ha parecido todo? Llevo tres días trabajando sin parar para que todo salga bien y creo que lo he conseguido, ¿no?
– Por supuesto que sí. Todo ha estado perfecto y me habéis tratado muy bien. No me esperaba tanta atención.
– Eso es cosa mía, me gusta que este cómoda la gente que me gusta.
¿Le gusto?, pensé. Mientras Nina me hablaba, un grupito de chicas haciéndose sitio en la barra la empujo hacia mí y pude notar sus labios cerca de los míos. Sus pechos desde esta distancia, se mostraban más hinchados y apetecibles que antes, parecía que se le iban a salir en cualquier momento.
No me corté y le di un beso en los labios, esperando como mínimo un guantazo por su parte, pero no fue así, simplemente me respondió con otro beso y una sonrisa.
Sígueme, dijo. Cogí mi copa y obedecí, cual corderito manso con la sensación de que lo llevan al matadero. Entró en un reservado y, antes de cerrar la cortina, le dijo a uno de los miembros de seguridad:– Aquí no entra ni Dios, ¿estamos?
Tanta autoridad me la puso dura al momento y me acomodé los pantalones para que no se me notara mucho el bulto, pero Nina lo vio y sonrió con malicia.
Se sentó a mi lado, de uno de sus botines sacó una papela y empezó a hacerse unas rayas. Mi excitación iba en aumento. Al verla inclinada hacia delante pude ver con mas claridad su generoso escote y las braguitas que se salían por la parte de atrás del pantalón, color negro, por supuesto. Solo me faltaba verle los calcetines y se los vi, al guardarse la papela en el botín; también negros, por supuesto. Todo negro impoluto y muy sexy.
Mientras machacaba el tema, miró varias veces hacia mi paquete, echándose a reír descaradamente al ver mi erección.
– ¿Qué pasa, Max? ¿Nunca has visto unas tetas o es que follas menos que el caballo de la Pegaso?
Volvió a carcajearse de mí en mi puta cara, pero yo me dije; aguanta, campeón, que hoy seguro mojas”
Me pasó el rulo y me metí una gruesa y larga raya. Le di la vuelta al rulo y se lo pasé a ella, que hizo lo mismo que yo pero con algo más de clase.
Se pasó un dedito por la nariz y mirando hacia arriba me dijo:
– ¿Se me ve blanca?
Y, sin esperar mi respuesta, volvió a carcajearse de mí diciéndome:
– A ti se te ve la ropa tendida, jajajaja.
Otra vez haciendo el ridículo, por lo visto esa no era mi noche.
Nina se acercó a mí y de un lametazo me limpió los restos, para acto seguido meter la lengua en mi boca echándose encima mío.
Estuvimos un buen rato tumbados en el sofá besándonos y toqueteándonos sin quitarnos la ropa.
Se incorporó, le dio un sorbo a su copa y me pasó la mía. Se encendió un cigarrillo para ella y otro para mí que depositó en mis labios guiñándome el ojo. Se apartó el pelo de la cara y se dispuso a hacerse un nuevo par de rayas de la misma calidad que llevaba el manager de los chicos; por lo visto, el camello esa noche estaba haciendo el agosto.
Se metió su raya y se levantó del sofá. Yo me metí la mía. Mientras lo hacía, oí el ruido de unas cremalleras y levanté la cabeza. La vi frente a mí, a un metro de mis narices. No sé cómo coño se lo hizo para sacarse tan rápido los pantalones, por lo visto tenían dos cremalleras que le iban de los pies a la cintura.
Braguitas negras brillantes, botines y el corpiño de cuero que me ponía enfermo.
Con el pelo alborotado del revolcón y el carmín negro de los labios totalmente corrido.
– ¿Te gusta lo que ves? – me dijo-.
– Ya lo creo que me gusta – le contesté-.
No me dio tiempo ni a poner el cigarrillo en el cenicero que ya la tenía encima; esta vez sentado, no me dio tiempo ni de echarme en el sofá.
Mientras me bajaba la cremallera de la bragueta, con sus largas uñas negras, apuraba la última calada de su cigarrillo. Lo apagó en el cenicero e hizo lo mismo con el mío.
Me sacó la polla con una mano, con la otra cogió su copa, le dio un sorbo y me dio de beber a mí.
Permanecía vestido. Lo único que hizo fue sacarme el miembro.
Ella ni siquiera se quitó las braguitas, tan solo las apartó para introducirse mi polla bien adentro. Estrechito camino pero muy mojado. Solté un suspiro, ella soltó otro y rió. Era una chica muy divertida; de las que ahora, pasados los años, recuerdo con más cariño.
Empezó a cabalgar sobre mí como una yegua desbocada, poniéndome su descomunal escote en la cara. Empecé a lamer tanto sus pechos como el cuero, con los dientes intenté soltar los cordones del corpiño sin demasiado éxito.
Apartó mi cara de sus pechos para darme un beso. Me cogió las dos manos y se las puso en su culo, una en cada nalga, mientras ella se soltaba los cordones dejando sus preciosos pechos a la vista.
Eran de tamaño medio; una noventa, diría yo, redonditos, con unos pezones de color rosa; se los chupé con delicadeza, dándole pequeños bocados en uno, mientras le pellizcaba el otro con los dedos.
Empezó a gemir de una manera que me excitaba. Sus gemidos y sus movimientos eran lo más felino que jamás he visto.
Transpiraba un erotismo de lo más sensible pero con un comportamiento de lo más duro.
Tan pronto se comportaba como una gatita en celo como, de repente, actuaba como una pantera salvaje que lucha para cazar a su víctima. Dura y cariñosa a la vez, con sonrisas y comentarios divertidos.
Disfrutando como una loca de lo que conscientemente hacía, a pesar de todo el alcohol y las drogas que nublaban su mente. Yo, en cambio, vivía ese momento como una especie de sueño; no creía y, a la vez, disfrutaba como un loco de su lujuria salvaje y su aspecto realmente duro y roquero.
Era cuidadosa conmigo. Estaba pendiente todo el rato de mí, de que me lo pasara bien, a pesar de estar un poco cortado al saber que lo único que nos separaba del resto de la sala era solo una cortina.
Parecía una profesional del sexo, y a la vez una primera novia cariñosa y atenta de las que es difícil despegarse.
Cuando llegó al orgasmo, se inclinó hacia atrás y pude ver con más claridad la situación; siendo consciente, a pesar de todo lo que me había metido en el cuerpo, de lo que estaba realmente sucediendo.
Estaba follando con Nina, una chica famosa en el ambiente nocturno de la ciudad, admirada por su eficacia en el trabajo por todos los que vivían del rock and roll, admirada por ellos y envidiada por ellas.
Ellos no dudarían ni un momento en dejarlo todo por pasar una sola noche con ella. Ellas simplemente la matarían, si pudieran, por la envidia que despertaba entre las féminas debido a su espectacular cuerpo, su cara perfecta, su pelo y su provocativa manera de vestir. Todo en ella despertaba algún sentimiento, tanto positivo como negativo, su presencia no te dejaba indiferente en absoluto.
Estuvimos un buen rato sin despegarnos. No quería sacarla de ese lugar tan calentito y suave. A ella le gustaba también notar mi miembro dentro y, sin sacárselo, encendió dos cigarrillos; al suyo le dio una profunda calada tirándome el humo en la cara y sonriendo, el mío se lo metió en la boca al revés y con una suavidad exquisita lo depositó en mis labios.
Fumamos y hablamos sin separar nuestros cuerpos; reímos, nos besamos con cariño y me cantó al oído una preciosa canción de Lou Reed con su felina voz; un poco perjudicada por la noche, rozándome la oreja con sus preciosos y carnosos labios pintados de negros.
Se me erizó el vello y noté como mi miembro volvía a empalmarse dentro de ella.
Al notar como se hinchaba dentro, Nina sonrió de nuevo y me miró con cara de vicio.
– Me parece guapo que no quieres dejar nada para otro día, ¿verdad, tontorrón?
Largo rato estuvimos haciendo diabluras en aquel reservado. Estuvimos allí encerrados hasta que notamos que la música dejaba de sonar y las luces de la sala se encendieron.
Oímos la voz del miembro de seguridad que todavía permanecía detrás de la cortina.
– Nina, lo siento pero tengo que bajar a la puerta.
Nos tapamos la boca con la mano para que no oyera nuestras carcajadas. Cinco minutos después, mientras ella se ponía los pantalones, seguíamos riendo pensando en el pobre segurata.
Salimos del local y nos metimos en el bar de la esquina, que solía ser frecuentado por vedettes y boys de los cabarets de los alrededores.
Dos cervezas bien frías para recuperarnos y charlar un rato tranquilamente.
Estaba mucho más guapa que antes, estaba deslumbrante. Igual era por el efecto de las drogas, pero en ese momento estuve más cercano al enamoramiento que en cualquier otro momento de mi vida o al menos eso creo recordar.
– Bueno, Max, ¿qué me dices?, ¿volverás a venir a alguna fiesta de las que organizo?
– Por supuesto, Nina. Me lo he pasado genial. Tus atenciones me han dejado perplejo. No esperaba tanta atención por tu parte, pero tengo que preguntarte una cosa que me está rondando la cabeza desde el primer momento que te vi. ¿Nos hemos visto antes? ¿Nos conocemos de algo? Durante toda la noche he sentido una sensación extrañamente agradable a tu lado, algo casi pueril.
Ella agachó la cabeza por un momento que se me hizo eterno y empezó a hablar sin mirarme a la cara, mientras jugaba con sus muñequeras de pinchos.
– ¿No te acuerdas de mí, golfo? Recuerda cuando tenías quince años menos y eras el más golfo de tu clase. Yo era una de esas niñas que te reía las gamberradas.
– No jodas- le respondí –. No asocio tu cara a ninguna de aquellas niñas.
– Normal, guapo. Yo no era muy agraciada y todos los niños se reían de mí porque decían que era muy alta y delgada.
– ¿Pepino?
– Sí, guapo. Soy Josefina Fábregas, la Pepino, aquella niña fea que estaba locamente enamorada de ti. Me parecías el chico más guapo y simpático de todo el colegio.
– ¿Recuerdas el viaje de fin de curso en octavo de EGB? Yo lo recordé durante mucho tiempo.
En la clase había muchas chicas guapas y bastante desarrolladas. Yo, sin embargo, era como un palo de escoba: sin tetas y sin culo; y bastante peleona, más que mi hermano Matías que iba a nuestra misma clase. ¿Lo recuerdas?
Asentí con la cabeza y seguí escuchando con mis ojos clavados en los suyos, intentando ver si quedaba algo de la Pepino dentro de aquella maravillosa mujer.
– Yo era la más fea con diferencia, pero aquel año tú te fijaste en mí y empezamos a tontear.
– No eras fea, Nina. Eras preciosa, como ahora.
– ¿Recuerdas el hotel de Mallorca? En la habitación de al lado dormía la profesora de mates que vigilaba que no hiciéramos una barbaridad.
– Y la hicimos -dije yo-.
– Sí, la hicimos, y ¡de qué manera! Fue la primera vez que me sentí mujer, me sentí querida y bien tratada, lo recuerdo y lo recordaré toda mi vida.
Tú me quitaste mis complejos de bicho raro y me hiciste sentir la más guapa y la tía más buena de toda la clase. Estaba tan enamorada de ti, Max…
– Lo recuerdo todo, Pepi… perdón, Nina. Hace muchos años pero lo recuerdo como si fuese ayer.
– Yo también estuve enamorado de ti pero, al terminar el colegio, te perdí la pista y nunca más supe de ti. Para mí eras la más guapa. Fuiste mi primer amor, mi Pepino.
Me entró una sensación por todo el cuerpo muy difícil de describir. Me invadió la nostalgia recordando sus adolescentes caricias. Ella se puso muy tierna y se sentó a mi lado, apoyando su cabeza en mi hombro mientras me acariciaba la mano.
Permanecimos así varias horas, recordando tiempos pasado; bebiendo cerveza y fumando como carreteros.
– ¿Te apetece que nos veamos otro día?- Le dije -.
– Me encantaría – me contestó -. Me apetece tanto que tal vez despertemos juntos y nos veamos mañana mismo. ¿Me llevas a tu casa?
– Sí, pero con una condición.
– ¿Cuál?- dijo ella -.
– Que me dejes llamarte Pepino.