
NINGÚN NOMBRE DE MUJER
Al lado del local había un restaurante que tenía muy buena pinta. Entré para hablar con ellos, les hice un encargo muy especial y les di las llaves del local.
– Bien, ¿entonces a las nueve lo tendréis todo listo?
– Todo listo, no se preocupe, déjelo en mis manos.
Subí a casa, eran las seis de la tarde. Tenía que ponerme guapo para la ocasión, quería estar muy presentable. Mi plan era que todo saliese a la perfección.
Me asomé al balcón. Neus leía estirada en el suelo, vestía con su habitual ropa de yoga. Estaba preciosa con su pelo despeinado.
– ¡Buenas tardes, chica Zen! ¿Es interesante la lectura?
Me miró esbozando la tierna sonrisa que a mí tanto me gustaba.
– Buenas tardes, Max. ¿Qué tal estás hoy?
– Estoy muy ilusionado. Esta noche tengo una cita y quiero que me ayudes a escoger la ropa y, ya que te ofreciste a afeitarme, pues a que me quites unos cuantos años de encima.
– ¿Quién es la afortunada? ¿La conozco?
– Creo que la viste en la galería el día de la exposición.
– Qué suerte tienen algunas.
Vino a mi casa, abrió el armario y empezó a sacar ropa; una camisa negra, unos pantalones tejanos negros y unas botas también negras.
– Con esto estarás guapísimo.
Fuimos al baño y me senté en una silla. Me embadurnó la cara con espuma de afeitar y empezó a pasarme la maquinilla.
– No te muevas, Max, que es la primera vez que lo hago.
Permanecí quieto. Se puso detrás. Al acercarse a mí, noté su durísimo pezoncito en la nuca. Me dio un escalofrió.
– ¿Qué te pasa, Max?
– Nada, que he notado en la nuca el tacto de una dulce cerecita.
– Que tonto eres. Siempre estás igual.
No me cortó ninguna oreja y me dejó la cara como el culito de un bebé.
Se sentó en mis rodillas y me puso de manera muy suave la loción de afeitar.
– ¿Te pica?
– Sí, me pica mucho.
Empezó a soplarme en la cara.
– No. Lo que me pica es otra cosa al notar tus preciosas nalgas sobre mis rodillas.
– Tonto.
Me dio una sonora colleja y se levantó.
– Anda, métete en la ducha que te espero. Quiero ver que tal te queda la ropa.
Mientras me duchaba oí la voz de Neus que llegaba desde la sala.
– ¿Es guapa la chica de tu cita?
– Sí, es muy guapa.
Se hizo el silencio. No me habló más hasta que salí de la ducha.
– Tengo que pedirte otro favor, Neus.
– ¿Qué favor es ese?
– Verás Neus, antes de la cita tengo que ver a un posible comprador. Quiero dar buena impresión y tú, cuando te pones guapa, deslumbras a todo el mundo. En fin, quiero que me acompañes, así me dices qué te parece el trato. He quedado con él a las nueve.
– Está bien, te acompañaré. ¿Tengo que ir bien vestida?
– Ponte algo que no sea muy elegante, algo con lo que hagamos buena pareja.
– De acuerdo. Ven a buscarme a las ocho.
Me dio un beso en la mejilla y se marchó. Su cara no mostraba ninguna alegría, más bien parecía triste. Pasé a recogerla a las ocho en punto.
– Neus, estás preciosa. No entiendo como aún no tienes novio.
– Gracias, Max. Tú sin barba también estás muy bien.
Fuimos paseando por el puerto. Hacía una tarde la mar de bonita. Neus estaba para comérsela. Estaba preciosa pero no se le veía feliz. Se le notaba que le molestaba mi cita. Estaba acostumbrada a verme con mujeres, las que ella llamaba “guarras”, pero sabía que eran encuentros fortuitos que yo no salía a buscar. Esta vez era diferente; tenía una cita con una chica y me había puesto guapo para agradarle. Se notaba mucho que le molestaba, aunque siempre dijese que no tenía celos y que yo era un creído por pensarlo.
– ¿Te molesta que tenga una cita?
– ¿Por qué tendría que molestarme? Ya eres mayorcito y sabes lo que haces.
– ¿Estás celosa?
– Vete a la mierda, Max. No seas tan creído.
Entramos en un bar y pedimos dos cervezas.
– Espérame aquí, Neus. Voy a buscar al tipo con el que he quedado.
Salí a la calle a ver si todo estaba bien. Estaba todo mejor de lo que me esperaba.
– Vamos, Neus, ven conmigo que nos está esperando.
La cogí de la mano y salimos a la calle. Abrí la puerta del local de al lado y entramos.
– ¿Qué es esto, Max?
Nos quedamos en la entrada. Se veía todo el local casi a oscuras. Solo estaba iluminado por un par de velas.
– Esto es mi nuevo local y esa mesa en el centro con flores y velas tan bien preparada con la cena servida es para nosotros. Tú eres mi cita.
Se echó a llorar y me abrazó.
– Que bonito, Max. Qué bonito detalle.
– Nada es suficiente para agradecerte lo mucho que me has ayudado en este momento tan difícil de mi vida. Eres la chica más bonita con la que se pueda tener una cita, eres mi chica Zen.
Aparté una silla para que se sentara.
Me senté y le serví una copa de vino; los ojos le brillaban, una lagrimita le recorría la mejilla.
– Eres un cabrón, estas cosas no se hacen. Me había puesto celosa de verdad.
– Te lo he notado. ¿Te gusta la sorpresa?
– Muchísimo. Casi se me para el corazón.
La cogí de la mano y nos pusimos en pie. Le di su copa y yo cogí la mía, brindamos mirándonos a los ojos y le enseñé el local.
– Aquí pondré la mesa de la recepcionista. Será el mejor estudio fotográfico de Barcelona. Ya está bien de trabajar para los demás, llegó el momento de establecerme. La decisión la tomé gracias a ti, por eso te lo mantenía en secreto. Quería darte una sorpresa.
– Y menuda sorpresa, no me lo esperaba. Estoy muy contenta.
Empezó a llorar otra vez. Apoyé su cabeza en mi pecho y le besé, mientras acariciaba su mejilla. La cogí de la mano y volvimos a sentarnos en la mesa. Cogí una flor del ramo, se la puse en el pelo y le di otro beso en la mejilla.
– La flor se ve feísima al lado de tanta belleza.
– Tú sí que eres guapo. Golfo, que eres un golfo.
Cenamos mientras le explicaba mi proyecto. Estaba más relajada y ya reía con mis absurdas bromas. Ahora se le veía feliz, tanto como yo. Una nueva vida estaba a punto de empezar para mí y quería que Neus formase parte de ella.
– Como esto sea un montaje para llevarme a la cama te vas a enterar, guapo.
Se me escapó la risa y le contagié.
– ¿No querías saber cómo me lo montaba para cepillarme a tantas tías?
Volvimos a reír, así estuvimos durante toda la cena.
– Neus, me gustas mucho. No sé si te has dado cuenta.
– Claro que me he dado cuenta. No eres nada fino que se diga y dices las cosas directas. Si no te gustase, no me lanzarías la caña como haces siempre.
– No, Neus. Me gustas de otra manera.
– El que no se da cuenta de las cosas eres tú, que pareces tonto. La primera vez que te vi desde mi balcón saliendo desnudo de la cama, se me hizo el coño agua limón.
– Neus, esa boquita…
– Es verdad, guapo. No te enteras de nada, ¿te crees que voy por ahí haciendo masajes gratis a los tíos? Me gusta hacértelos a ti y notar como te excitas cuando te toco.
– Entonces, ¿por qué no cediste en alguno de mis intentos y me hacías la cobra?
– No quería parecer una fresca como las que tú te cepillas. Quería seducirte lentamente.
– Y lo has conseguido, chica Zen.
Me levanté de la mesa y la abracé. Acerqué mis labios a los suyos y le di un beso, esta vez no me hizo la cobra. Abrió los labios y me besó. Sentí algo muy especial, cosquilleo en las manos y mariposas en el estomago como dirían los cursis.
– Por fin lo he conseguido, chica difícil. Nunca me había costado tanto robarle un beso a una mujer.
– Este beso robado solo es el aperitivo. Si sigues así de detallista, tendrás la comida y los postres.
– Eso de la comida suena estupendamente.
Sonrió con cara de pícara y me volvió a besar. Nos fundimos entre abrazos y besos. Estábamos en la gloria. No podíamos dejar de besarnos. Éramos como una pareja de adolescentes enamorados que no saben como dar el siguiente paso.
Volvimos paseando por el puerto. Todo era mucho más bonito que a la ida. Los barcos se mecían en el agua, parecían bailar el vals de las olas para nosotros. El cielo estaba iluminado por la luna llena. Una luna llena que se reflejaba en sus preciosos ojos cuando me miraba para besarme y decirme “te quiero”. No me soltaba la mano, parecía muy feliz, me abrazaba y me besaba. Casi no podíamos avanzar, el regreso a casa iba a ser lento. Llegamos a su portal y le di un beso de despedida.
– Buenas noches, chica Zen. Que tengas dulces sueños.
– Pero ¿es que no vas a subir?
– No, prefiero despedirme aquí.
– Pero ¿por qué?, ¿no quieres que hagamos el amor?
– Quiero hacer el amor contigo desde el primer momento que te vi. Ahora quiero hacer las cosas bien. No quiero cagarla como siempre, llevo toda la vida cagándola. Quiero que contigo sea diferente. Me gustas demasiado y no quiero estropearlo. Quiero ir despacio. Me abrazó fuertemente y me besó en los labios.
– Te quiero, Max.
– Te quiero, chica Zen.
Le di el último beso y nos fundimos en un abrazo interminable.
Subí a casa y me metí en la cama con la polla dura como una piedra. No sabía cómo había podido resistirme a su invitación. ¿Estás tonto o qué te pasa?, me dije a mí mismo.
Me masturbé pensando en sus ojos y en su boca. Desde la soledad de mi cama, hice el amor con ella una vez más.
Me desperté a la mañana siguiente otra vez empalmado, salí a la sala con mi ceremonia habitual. Me froté los ojos y al recuperar la visión, vi que Neus no estaba en casa; encima de su mesa había un cartel hecho con una cartulina de color rosa. Me puse algo de ropa para salir al balcón, y pude leer lo que ponía en él:
“Buenos días, amor mío. Te quiero mucho”
Como decía Neus, se me hizo el chocho agua limón. Ese detalle casi infantil me llegó directamente al alma. Esos pequeños detalles eran los que me robaron el corazón. Era la mujer perfecta, estaba por mí en cada momento. Me cuidaba y me quería de verdad. Pensé que, cuando hiciéramos el amor, la relación quedaría sellada y seguro llegaríamos a querernos más.
Por una vez en la vida me estaba comportando como hay que comportarse con una mujer o al menos, así lo pensaba en ese momento.
Estaba muy bien practicar sexo con desconocidas. Me encantaba hacerlo y consideraba que era una de las cosas más maravillosas de esta vida, pero hacía tiempo que quería sentir algo más que el vacío que te dejaba una noche de sexo con una borracha. Era muy divertido pero últimamente había tenido sobredosis de diversión. Me apetecía una relación más o menos estable y Neus era la mujer ideal.
Su táctica funcionó a las mil maravillas; la chica sabía lo que se hacía. Para pillar a un golfo como yo, lo mejor era hacer todo lo contrario a lo que hacían las otras. Era muy inteligente y, ¡qué cojones!, estaba buenísima.
Bajé a la calle con la sonrisa en la cara.
– Buenos días, Manolo. Bocata jamón y cerveza que hoy tengo trabajo.
– Que buena cara haces, gavilán. Esa barba te quedaba fatal.
– Lo sé, Manolo. Por eso me la quité: vida nueva, cara nueva.
– Me han dicho que te vieron anoche en el portal de la rubia comiéndotela a besos. ¡El chico se nos ha enamorado! – Dijo a grito pelado dirigiéndose a su audiencia. La parroquia reía, alguno aplaudía –.
– Manolo, sirve una ronda que la pago yo.
Ahora aplaudían todos y bailaban mientras tomaban posición en la barra. Eran jodidamente graciosos. Ese día todo era bonito para mí hasta sus feos caretos.
– Hay que ver lo que hace el amor… Me alegro por ti, muchacho. He visto pasar a tu vecina con una sonrisa de oreja a oreja y cantando. ¡Qué buen culo tiene la jodía! y ¡qué peritas en dulce!
Los ebrios reían, asentían con la cabeza y hacían gestos obscenos. Eran encantadores.
– Manolo, no te pases, que estás hablando de la futura madre de mis hijos.
– Como te dure lo mismo que las otras lo tienes claro, majete.
– Esta vez es diferente. Lo presiento.
– Estás fatal, muchacho. Se nota que estás enamorado, que asco.
– Cóbrate, que me voy. El bocata, la cerveza, la ronda y otra ronda que les pondrás ahora.
Volvieron a aplaudir todos, alguno de ellos se acercó para darme la mano como muestra de agradecimiento. Salí del bar Ramón con el estómago lleno y más a gusto que un arbusto.
Fui paseando hasta el local con toda la tranquilidad del mundo. Hacía un día estupendo. Veintiún grados a la sombra, humedad relativa del ochenta por ciento, decía la radio al pasar por el quiosco de los ciegos. Entré en el restaurante para recoger las llaves y felicitarles por la cena.
– ¿Todo bien anoche?
– Todo perfecto, fue un éxito. La cena espectacular, el detalle de las flores y las velas fue la guinda de la tarta.
Entré en el local y llamé a Isabel.
– ¿Aún estás en la cama, pequeña viciosa? Venga, métete en la ducha que hace un día estupendo. Te espero en el local.
– Voy, Max. Estoy despierta desde las ocho y estoy más que duchada. Hace rato que espero tu llamada.
Llegó rapidísimo. Llevaba un vestidito de lo más infantil y un peinado nuevo. Parecía otra persona. Ya no era la camarera de copas de un bar cutre del centro, ahora era una chica con trabajo nuevo; una futura universitaria a quien se le veía feliz y contenta. Me abrazó y me dio un beso, esta vez en la mejilla.
– A los jefes se les respeta y no se les besa en los labios.
– Tienes razón, Isabel. Ahora trabajamos juntos, no tenemos que mezclar las cosas.
Decidimos cómo sería la distribución del local y de qué color serían las paredes. Le gustó dónde iría su mesa. Hicimos una lista de todos los muebles de oficina que necesitábamos y la envié a la tienda para que los eligiera ella.
– ¿No vas a venir? A ver si después no te gustan.
– Confío plenamente en tu buen gusto y, si puedes, busca sillones como los que tú tienes en casa. Quiero que sea un estudio moderno y con clase, quiero que la gente se sienta bien cuando entre.
En dos semanas teníamos listo el estudio; las paredes pintadas en blanco con lámparas que iluminaban las ampliaciones de fotos de todos los temas que tocaba profesionalmente. El techo se quedó con el aspecto industrial que tenía, con sus grandes tubos de ventilación y toda la instalación a la vista. El suelo pintado con pintura de taller de coches en gris oscuro casi negro. En la recepción, una enorme mesa de metal con formas sinuosas y enormes remaches. Isabel y sus sinuosas curvas harían juego con la mesa. Estaría sentada en ella para recibir a los clientes.
La entrada la presidía la foto que más me gustaba de la sesión privada de Adela. Era una que miraba directamente a cámara y en la que se podían ver todos los detalles de su preciosa cara en primer plano y sus pechos borrosos en segundo plano. Apenas se dibujaba la forma de sus pechos, era una foto que mostraba poco pero que hacía pensar en cómo sería lo que no se veía. Era una invitación a hacer volar la imaginación.
Esa mirada me atrapaba y esperaba que también lo hiciese con los visitantes. Era una foto enorme, hacía dos metros de ancho por dos metros y medio de alto en un blanco y negro con una amplia gama de grises. Sería el amuleto del estudio. Sabía que, desde dónde fuera que estuviese, me deseaba toda la suerte del mundo, velaba por mí y me protegía.
Al fondo, bajo dos enormes claraboyas, el plató. Estaba muy bien equipado, me gasté casi todo el dinero que tenía en equipo.
Hicimos una gran fiesta de inauguración, no faltó nadie. Estaban todos los que me interesaban a nivel profesional y todos los amigos que se alegraban de mi decisión de montar el estudio. Isabel se encargó de organizarlo todo y lo hizo perfecto. El catering, por supuesto, se lo encargó al restaurante de al lado.
Conseguí cerrar varios tratos que nos proporcionarían unos ingresos fijos para empezar tranquilos con el proyecto. Alfredo estaba alucinando con el estudio. Decidió que todos los posados de desnudos para la revista se hiciesen allí, una sesión por semana que nos daría buen currículum y suficiente dinero para pagar los gastos fijos de la empresa.
Estaban todas mis amigas; Sandra vino desde Tarragona y Paula Reyes se trasladó desde Londres para no perderse, según ella, el evento del año. Vestía como una actriz de Hollywood de los años treinta, con un vestido largo y un larguísimo pañuelo blanco enrollado en el cuello. Con una boquilla exageradamente larga que chupaba constantemente para soltar el humo del cigarrillo que se divisaba al final de ella.
Su presencia me ayudó mucho a cerrar contratos. Le contó a todos los directivos de grandes empresas que ella posaría para mi próxima exposición. No mentía, le encantaron las fotos de Adela y ella no quería ser menos. Vinieron los chicos de la prensa rosa y me hicieron un montón de fotos con ella. Era buena publicidad aunque sabía cuales serian los titulares. Seguro que aprovechaban mi relación con Adela y con Paula. Yo solo sería el simple fotógrafo que las sacaba guapas, pero también sabía que, gracias a eso, me lloverían los encargos. Todas las famosas seguro que también querrían que las fotografiase como a ellas.
Todo estaba saliendo mucho mejor de lo que esperaba. Era extraña la sensación. Estar en la misma estancia con todas esas mujeres me ponía un poco nervioso. Ellas parecían estar a gusto, solo algunas de ellas sabían quienes eran las que habían estado conmigo en algún momento. Isabel era una de ellas, de vez en cuando se me acercaba para decirme al oído que ella estaba mucho más buena que tal o cual pájara. Estaban todas guapísimas y muy elegantes, y sobre todo muy sexis. Supongo que más de una vino con la intención de acabar en mi cama aunque me imagino que olvidaron rápido la idea al ver a Neus tan cariñosa conmigo.
A media tarde vi entrar por la puerta a una mujer de negro, le hacía sombra a Paula Reyes. Las dos se miraron con cara desafiante. No la reconocí por el peinado tan moderno que llevaba. Era Nina, me dio un vuelco el corazón al verla. Desde la última vez que nos vimos, no había vuelto a hablar con ella. No sabía cómo comportarme, me sentía culpable ya que habíamos dejado la puerta abierta a una relación cuando ella volviese de la gira. Tenía que haberme puesto en contacto de alguna manera con ella, pero las circunstancias no me dejaron hacerlo. Mi vida había cambiado mucho en los últimos meses y ella no entraba en mis planes. Eso sí, lo que tenía clarísimo era que, de no ser por su trabajo, estaríamos juntos.
– Hola, Max. Que bonito local. Tenemos que hablar de negocios tú y yo.
Me abrazó y me dio un beso en los labios.
– Hola, Nina. ¿Qué tal la gira?, ¿ya ha terminado?
– Por suerte, sí. Ya no podía más con ellos, son unos cafres y unos pesados.
– Pues a mí, ya ves… La vida me ha cambiado mucho.
– Ya lo veo, guapo, y me alegro por ti. He estado al corriente de todos tus progresos profesionales.
– ¿Solo de los profesionales?
– No, Max. Lo sé casi todo. Sonia me ha puesto al corriente. Como nunca te encontraba en casa, al final llamé a Sonia a ver si sabía algo de ti. Le dije que no te dijera que estábamos en contacto. Al final nos hemos hecho buenas amigas de tanto hablar por teléfono.
– ¿Te ha contado todo, todo?
– Sí, tontorrón. No te preocupes. Ya sé que estás enamorado y no de mí. Hay chicas con mucha suerte. ¿Ese bomboncito rubio es ella?
– Sí, se llama Neus. Ven, que te la presento.
– Neus, esta es Nina. Nina, ella es Neus.
Se dieron dos besos, más por compromiso que por cualquier otra cosa. No se gustaba la una a la otra y se les notaba mucho. Así son las mujeres, parece que tengan un sexto sentido que les avisa del peligro. Sobre todo si el peligro es una espectacular mujer de negro llamada Nina. Una a una se las fui presentando a Neus. No se le veía a gusto con ninguna, se olía la amenaza.
Entre ellas se lo notan todo. Ese sexto sentido funcionaba al cien por cien, las únicas que le caían bien a Neus eran Isabel, Mónica Y Sonia. Ya las había visto antes y sabía que no representaban ninguna amenaza. Le caían muy bien aunque las clasificara de frescas. Las que peor le caían eran Nina y Lucía, las únicas mujeres que podrían robarme el corazón, si se lo propusieran. También eso lo presentía la brujíta. Para mí fue como una prueba de fuego para saber si estaba realmente enamorado de Neus o no. Superé la prueba con sobresaliente, parecía que esas mujeres habían pasado a la historia para mí, a nivel sexual. Me dolía tener que dejar de acostarme con ellas pero era una decisión que había tomado y era la correcta. Como suele decirse: Tenía que sentar cabeza y ser fiel. Mis aventuras amorosas debían terminar por el bien de mi salud mental.
Se hizo tarde y los invitados fueron desfilando uno a uno, Ya no quedaban ni canapés, ni croquetas, ni bebidas. Era el momento de abandonar el barco. Los últimos en marcharse eran los de siempre, los que van a emborracharse sin saber mucho de qué va el tema; los que no conocen a nadie y van a las inauguraciones para ponerse ciegos comiendo y bebiendo, y para intentar ligar con alguna jamona. Conocía bien a ese tipo de personajes, en el pasado alguna vez yo lo había hecho, era divertido.
– ¿Ya te vas, Nina?
– Sí, guapo. Ya me voy, me espera un amigo.
– ¿Un amigo especial?
– No tan especial como tú, cariño. Me pasaré un día de estos por aquí para hablar de negocios.
Me cogió de la camisa y acercó sus labios a mi oreja. Noté un cosquilleo en la bragueta al notar su aliento y al oír su sensual voz. Con sus carnosos labios me rozaba la oreja, se me puso la piel de gallina.
– Te esperaré, llevo años haciéndolo. Estoy acostumbrada. Algún día serás mío y solo mío.
Me besó en los labios y se alejó con su felino caminar. Los pocos invitados que quedaban en la fiesta no apartaban la mirada de su poderoso culo.
– Esta Nina es una fresca y una guarra.
– ¡Jajajaja! Neus, no te pongas celosa que me pones cachondo.
Me sacó la lengua como hacen los niños pequeños y se fue a hablar con Isabel. Las oía hablar mientras recogía mis cosas.
– Menuda guarra es esa Nina, ¿verdad, Neus?
– A mí no me importa, cada uno es como es.
– Sí, pero ella es una guarra.
Me gustó la complicidad que vi entre las dos, que Isabel se pusiera del lado de Neus me encantó.
Qué maja era mi secretaria sexy. Era todo un amor. Cerramos el local y salimos a la calle. Isabel me dio un abrazo muy fuerte y muchos besos, estaba muy agradecida.
– Es muy maja esta Isabel. Te quiere mucho.
– Sí, Neus. Sé que me quiere y que es muy maja por eso es mi secretaria. Pero, ¿sabes quién es mas maja?
– ¿Quién es más maja?
– La que te voy a meter en la raja.
– Que burro que eres, Max. Siempre igual, estás loco.
– Loco por ti, chica Zen.
Me dio un beso y casi me ahoga, no me soltaba.
– ¿Qué te pasa, cielo?
– Llevo toda la tarde reprimiéndome. No quería parecer una plasta delante de tus “amigas”. – Lo de amigas lo dijo en tono sarcástico –.
– ¿Son majas, verdad?
– Son unas frescas y unas guarras.
Se me escapó la risa, a ella también se le escapó. Estaba bromeando, su sentido del humor empezaba a parecerse al mío. La abracé y me la comí a besos.
– ¿Tú eres fresca?
– Si no lo sabes es porque tú no quieres. Que me tienes a dos velas, guapo.
– ¿Se te hace el chocho agua limón, guapa?
– Se me hace el chocho Pepsi-Cola, jamelgo.
– Ten un poquito más de paciencia, cariño. Ya sabes porqué lo hago. Te prometo que la espera valdrá la pena.
Quería que nuestra primera vez fuese en un sitio especial. La espera serviría para ir calentándola, quería pillarla con hambre atrasada. Yo también tenía ganas de pillarla por banda, y el momento se acercaba. Igual era una tontería lo que hacía pero en aquel momento pensé que era lo correcto.