
SANDRA
Me desperté un poco espeso y salí de la cama para tirarme en el sofá. No tenía muchas fuerzas esa mañana, me daba mucha pereza ducharme y desayunar, así que decidí dormir un poco más.
Me desperté tres horas más tarde con la misma sensación del último día, olor a incienso y música hindú. Miré por la ventana y vi a Neus haciendo ejercicio con el mismo mono de tejido algo transparente.
Estaba sudada y se le marcaban los pezones, estaba empitonada y muy apetecible; las mejillas sonrojadas y el pelo despeinado. Tenía aspecto de haber estado follando minutos antes y eso me ponía muchísimo, tanto me ponía que tuve una buena erección. Me tapé mis partes por si se le ocurría mirar hacia aquí, me levanté sin que me viese y me puse los pantalones cortos de palmeras.
– Buenos días, Max. Namaste – me dijo sa
ludándome con la mano -.
Me asomé al balcón.
– Buenos días, Neus ¿Qué tal los ejercicios?
– Muy bien ¿Qué haces despierto a estas horas de un sábado? ¿No saliste anoche?
– No, me acosté temprano, quiero aprovechar el día. Quizás me marche unos días fuera, lo necesito.
– ¿Dónde vas? ¿Has pensado en algún sitio en especial?
– Pues no; pienso coger el coche, pillar la carretera de la costa y parar cuando esté cansado de conducir.
– Eso pinta muy bien, ya me gustaría a mí hacer algo parecido. Si no tuviera tantas cosas por hacer y me invitases, me iría contigo. ¡Qué pena!
– Otra vez será, Neus. Suelo hacer estas escapadas de vez en cuando; en la próxima, te organizas bien los días y te vienes. Cuando sea verano ya organizamos algo. Me gusta más salir fuera en esta época, que no hace tanto calor y no hay tantos turistas.
– Eso sería genial – me dijo con una sonrisa de oreja a oreja -. Pásatelo bien, Max, y conduce con cuidado.
– Lo haré, guapa ¿Te importa si te dejo las llaves de casa por si pasa algo?
– Pues, claro que no me importa; súbemelas, cuando te vayas. Es el tercero primera.
Corrí las cortinas y me metí en la ducha, me tomé un café y preparé la bolsa con algo de ropa y una de mis cámaras.
Crucé la calle y subí a su casa.
– Siéntate, acabo de preparar té; te traigo una taza.
Era una casa muy femenina con toques muy Hippies. Me trajo la taza de té y se sentó. De tan cerca, el mono era todavía más transparente y seguía empitonada; me costaba mirarle a los ojos, se dio cuenta y no le importó.
– Así que de mini vacaciones. Para la próxima, seguro que me apunto; buscamos una buena ruta y la recorremos.
– Estaría bien. Acostumbro a hacer estas escapadas solo, pero una compañía como la tuya me vendría estupendamente; una chica guapa en el asiento del copiloto siempre hace más llevadero el viaje.
Dejé de mirarle las tetas y le miré a los ojos; estaba colorada, quizás no estaba acostumbrada a los piropos.
– Toma, mi número de teléfono; por si quieres llamar para ver si hay alguna novedad en tu casa.
– Gracias, Neus. Igual te llamo algún día.
Me despedí dándole un beso en su mejilla sonrosada, ella me dio un abrazo reconfortante. Bajé las escaleras esbozando una sonrisa mientras miraba el papel con su número de teléfono. “Por fin lo tengo”. – Pensé –.
Salí de Barcelona, dirección norte, por la costa. No tenía prisa y llevaba pasta en el bolsillo, no necesitaba más.
Hacía un buen día; pasé Badalona y pillé la N-II. Vi el mar a mi derecha, parecía una balsa de aceite. Apenas había gente en la playa, aún no hacía el suficiente calor para que las chicas se estirasen como lagartos a tomar el sol; apenas dos pescadores que colocaban sus cañas y un niño que hacia volar su cometa amarilla con grandes lazos azules en la cola.
Bajé la ventanilla, puse la radio, me encendí un cigarrillo y me puse las gafas de sol. “Ahora sí, – pensé -. Ya estoy en ruta y casi ya no se ve Barcelona por el retrovisor”.
Conducía sin prisas, hice unas cuantas paradas para comer y tomar algo. A las cuatro de la tarde, llegué a L´Escala, un bonito pueblo de la Costa Brava; pensé que sería un buen lugar para buscar alojamiento, quedaba más o menos cerca de unos cuantos sitios que quería visitar.
Me senté en la terraza de un bar, en una plaza, desde donde se veía una pequeña playa; las señoras hacían corrillo y hablaban de sus cosas, los señores de la mesa de al lado hablaban de fútbol; por lo visto, ese fin de semana los árbitros no habían estado muy acertados en sus decisiones. Pedí una cerveza y abrí La Vanguardia para ojearla.
El Sol se reflejaba en la metálica mesa y me daba directo a los ojos, me puse las gafas de sol y me fijé en un grupo de motoristas que hablaban haciendo gestos. Con un imaginario manillar entre las manos trazaban curvas y aceleraban de forma exagerada. Me fijé en una chica que los miraba riendo a grito pelado. Era morena y tenía grandes ojos, un buen culo y unas buenas tetas que flaneaban cuando reía.
Seguí leyendo los titulares, pero me ponían tan de mala leche como las noticias de la tele. Cerré La Vanguardia, le di un buen trago a la cerveza y volví a fijarme en los escandalosos motoristas; algunos cargaban las mochilas en las motos, mientras la chica de las tetas flaneantes les daba palmaditas en la espalda para darles ánimos. Arrancaron sus motos, se despidieron de ella y emprendieron la marcha haciendo gran estruendo.
Las señoras del corrillo se encogían de hombros y se tapaban los oídos, alguna levantó la mano en claro signo de desaprobación; los futboleros de la mesa de al lado les chillaban “¡gamberros!”. A mí se me escapó la risa.
La chica motorista miró hacia la terraza, cruzó la calle, venia directa hacia la terraza con cara alegre y el casco en la mano. Llevaba unos pantalones vaqueros con un roto en el muslo derecho, una camiseta negra con algún símbolo motorista y unas botas de cuero negro por fuera de los pantalones. Un coche frenó en seco y ella dio un salto, las tetas le flanearon espectacularmente y se empitonó por el susto.
Seguro que no llevaba sujetador, ese movimiento de tetas no era normal. Me cogieron ganas de levantarme y parárselas con mis manos; me estaba mareando y excitando a la vez. “Qué pedazo de tetas tan animadas y bien puestas”, – pensé -.
Se sentó en la mesa libre que había entre los abuelos futboleros y yo. Tenía la mirada perdida en el horizonte, se apartó el pelo de la cara y pidió una cerveza al camarero.
Yo no podía dejar de mirarle las tetas, se le veían un poco por los agujeros de la mangas de la camiseta. Estaba en lo cierto: no llevaba sostenes, y me estaba poniendo cachondo. Se acercó a mi mesa y me pidió fuego. De cerca, era más apetecible: olía a mujer. “Esta mañana no ha pasado por la ducha”, pensé, y se me puso morcillona.
– Perdona, ¿sabes algún sitio por aquí para dormir que esté bien y sea barato?
La chica miró hacia arriba, pensó tres segundos, y me miró con ojos pensativos; cogió la cerveza de su mesa y se sentó conmigo.
– ¿Qué buscas: algún hotel o algo más a tu rollo? Los hoteles, ya sabes lo que tienen: parece que estés de invitado en la casa de un desconocido; a mí, no me gustan. Yo estoy en un camping en Cala Montgó, está aquí al lado. Este año han puesto unos bungalows de madera muy guapos, son baratos y son como una pequeña casa con cocina, baño y colchones y todo. Yo estoy en uno, mis amigos se han marchado ahora mismo y han dejado libres dos de ellos, están cerca de la piscina.
– Eso pinta muy bien – le dije -. Y eso, ¿está cerca de aquí, es fácil de llegar?
– Yo, en cuanto me termine la cerveza, voy para allá; tengo que comprar cosas en el súper. Si quieres, te llevo ¿Has venido en coche? – Yo asentí. Pues, sígueme, que yo voy en moto.
– ¿Cuándo te acabes la cerveza…? Yo iba a pedir dos más.
– Pues no te cortes, total estamos de vacaciones y no tenemos ninguna prisa – me dijo sonriendo mientras me guiñaba un ojo -.
Nos bebimos las cervezas mientras hablábamos de cosas intrascendentes como de cuando llegó, cuántos días más iba a estar, que hacía un día maravilloso y todo ese tipo de cosas que se hablan cuando no tiene mucho que decirle una persona a otra.
Parecía simpática y en la distancia corta ganaba mucho: tenía una dentadura perfecta y unos enormes ojos negros, su mirada era un tanto triste y melancólica pero viva y brillante a la vez; la cara era un poco redonda con una melena un poco rizada pero no mucho. Y ¿qué decir de sus pechos?, sus pechos no dejaban de flanear a cada mínimo movimiento de manos, y el roce de sus pezones con su camiseta hacía que se le pusieran de punta y me apuntasen directamente a la cara; por un momento, temí que en uno de sus bruscos movimientos me sacase un ojo con alguno de ellos.
– Vamos, que te llevo – dijo. Apuró el último trago de su cerveza, se levantó y cogió el casco – . ¿Dónde tienes el coche?
– En la esquina de arriba, es aquel Seat negro.
– Vale, espérame; que voy.
Apareció montada en su moto, se puso a mi lado y me hizo un gesto con la mano para que la siguiera. Era difícil mantener la vista en la carretera teniendo aquel espectáculo sobre ruedas a escasos metros de mí. Se sentaba en la moto con la espalda erguida y el culo en pompa; el manillar era tipo chopper por lo que tenía que levantar sus brazos, dejando ver por debajo de ellos sus enormes tetas que no paraban de subir y bajar a cada bache.
Paramos en un semáforo y me puse a su lado, ella apoyó su mano en la ventanilla del coche y me dijo que ya faltaba poco; en cinco minutos nos plantamos en la recepción del camping.
– Mira, los bungalows que han quedado libres son aquellos dos – dijo señalando con el dedo -.
Al levantar la mano para señalar, sus pechos flanearon sobremanera y clavé mis ojos en ellos.
– ¿Dónde dices que están?
Volvió a señalar y me volví a hipnotizar con su movimiento de flanes.
– ¿Dónde, dónde?
– Allí, coño. ¿Estás ciego o qué? – Dijo girándose para ver mis ojos clavados en sus pechos -.
– Pero, ¡serás guarro! – dijo dándome una palmada en el hombro, no parecía molesta porque sonreía -.
Me instalé en el bungalow que estaba justo delante del suyo. Me gustó el invento, era como una caseta de madera con porche y una mesa; dentro tenía una pequeña cocina y otra mesa, un baño más que aceptable y una habitación con cama de matrimonio.
La chica salió a comprar y yo me quedé poniendo mis cosas dentro de un pequeño armario. Salí a dar una vuelta por el camping y vi varias zonas bien diferenciadas: en una había caravanas, en otra, tiendas de campaña y en la tercera los bungalows.
Todo aquello era nuevo para mí. Jamás había pisado un camping en mi vida y pensé que llevaba años perdiéndome algo digno de ver. Familias numerosas con niños correteando con las bicicletas; madres haciendo la comida y lavando los platos mientras sus maridos barrigudos bebían cerveza, estirados en la tumbona y mirándoles el culo a las chicas en biquini, mientras se rascaban los cojones y mordían un mondadientes. Algunas tiendas de campaña incluso tenían macetas con plantas y alguna jaula con pájaros. Era como un campamento gitano pero con un estilo bastante más veraniego.
La piscina estaba a dos pasos y estaba repleta de jovencitas tomando el sol y mostrando generosamente sus prietas carnes juveniles. Los niños saltaban en bomba a la piscina para salpicar a las niñas que estaban más cerca del agua, los más pequeños jugaban escandalosamente correteando entre las niñas que se hacían las interesantes tomando el sol con unos biquinis que apenas tenían nada que tapar.
Entré de nuevo en el bungalow. Me quité la ropa y me duché. Busqué algo cómodo que ponerme; casi no llevaba ropa, me puse una camiseta y mis pantalones cortos de palmeras. “Maldita sea”- pensé – “No he traído calzado de playa”-. Salí descalzo a comprarme unas chanclas en el Súpermercado del camping; me sentí ridículo caminando como el que pisa huevos para no hacerme daño con las piedras; mi blanca piel tampoco ayudaba mucho a que no me sintiese ridículo.
Me estiré en una tumbona para relajarme . Sobre mi cabeza, el viento movía las copas de los árboles emitiendo un sonido agradable. Conseguí no pensar en nada o por lo menos en nada que me preocupase. Me dormí y soñé cosas extrañas: escenas de chicas elegantes con olor a incienso metidas debajo de una mesa, pidiendo ser sodomizadas mientras se sacaban los pantalones de cuero con un rápido movimiento de cremallera; oficinistas con pechos que olían a melón maduro que me entregaban sobres que contenían declaraciones de amor; gordas y enanos desnudos fornicando en una pradera de amapolas; amores de adolescencia vestidas de azafatas que se me entregaban en los servicios de un cine mientras comían paella.
Escenas oníricas que se mezclaban en mi mente; recuerdos recientes con escenas que permanecían en mi subconsciente. Mujeres con mil caras y mil voces todas diferentes, pero todas ellas, eran la misma mujer; la que me persigue y me obliga a pensar y tomar una decisión.
Me despertó un niño con la bocina de su bicicleta. Estaba aturdido, confuso y sudando, como siempre que me despierto después de una pesadilla. Vi a la chica motorista que se acercaba cargada con dos grandes bolsas de plástico llenas de comida y productos de limpieza. Me incorporé de la tumbona y la observé sentado mientras bostezaba y me rascaba la cabeza.
– Buenos días, señorito, ¿ha dormido usted bien?, ¿le preparo el desayuno o prefiere que le prepare la bañera? Bonitos pantalones, por cierto, ¿los hacen para hombre? – Dijo soltando una discreta carcajada -.
Entró en su bungalow y salió al minuto, me tiró encima unos pantalones cortos negros y me dijo:
– Pruébatelos y, si te van bien, te los quedas. Se los dejó aquí el cabrón de mi ex; a ti seguro que te quedarán mejor que a él; Maldito hijo de puta está hecho ese pedazo de cabrón.
Me abstuve de hacer ningún tipo de comentario, entré en mi habitación y me los puse. Me quedaban como picha al culo, es decir: entallados y perfectos. Salí y le di las gracias.
– Te lo he dicho: te quedan muchísimo mejor que a él. Maldito cabrón, ojalá pille la sífilis con esa puta cerda alemana. Te quedan mucho mejor estos que los de las palmeritas; trae, que los tiro a la basura.
Se los di y seguí rascándome la cabeza y bostezando mientras me miraba los pantalones, me quedaban realmente bien.
– ¿Quieres una cerveza?
Asentí con la cabeza y me senté con ella en su porche. Ella se sentó y apoyó sus botas sobre la barandilla, parecía el Sheriff de El Paso en esa postura, mirando su moto nueva aparcada en la misma puerta.
– Bonita moto, ¿es una Road?
– Sí, es una Ducati Road 350. Me la compré hace poco.
– Seguro que te será más fiel que algunas personas.
– Eso seguro – contestó ella, después de darle un trago a su cerveza -.
–¿Aquí, dónde se puede cenar?- Le pregunté -.
– En el bar del camping hacen buenos bocatas, pero si te apetece cenar conmigo te invito, que no me gusta hacerlo sola. He comprado cuatro cosas para cocinar, ¿te gusta el pescado?
– Me encanta el pescado. Compraré una botella de vino, si te parece.
– Me apetece. Voy a quitarme estas putas botas y voy a ponerme un poco más cómoda, que tú y yo no vamos a juego.
Se levantó y me trajo otra cerveza. Oí el ruido de sus botas al caer en el suelo de madera del baño y el agua de la ducha. Estaba realmente a gusto sentado en ese porche bebiendo cerveza mientras ella se duchaba. El sonido del agua chocando contra su cuerpo era de lo más estimulante; me imaginé sus grandes pechos llenos espuma de jabón resbalando hacia sus pezones.
Al rato salió con el pelo mojado, empapando su camiseta limpia de color crema y con unos pantaloncitos tejanos cortísimos. Estaba jodidamente buena y se le veía bien fresca, “aun pillaré cacho y todo”, pensé.
– Por cierto, ¿cómo te llamas?
– Me llamo Max, ¿y tú?
– Yo me llamo Sandra, aunque el cabrón de mi ex novio nunca me llamó por mi nombre; es tonto hasta para eso el muy desgraciado.
– Te veo resentida, ¿tan mal se portó contigo?
– Prefiero no hablar del tema, quizás te lo cuente en otro momento. Esta noche solo estamos tú y yo, los demás no importan. A ti también te veo algo raro y creo que estás aquí tu solo por alguna razón. ¿Me equivoco?
– No te equivocas, nos vendrá bien a los dos no pensar demasiado en nuestros problemas.
– Cierto, voy a preparar la cena. En el súper tienen vino, acércate; mientras lo preparo todo.
Camino del súper, pensé que la cosa no pintaba nada mal: “una jamona despechada pero con mucho pecho, que se siente traicionada por un tío al cual le quedaban peor sus propios pantalones que a mí. Esta noche fijo que triunfo. Está tiene ganas de venganza y yo puedo ser el instrumento perfecto para sus propósitos”.
Gracias, suerte; siempre haces que esté en el momento justo y en el lugar adecuado. Ya era hora, sé que últimamente triunfo más que la Pepsi-Cola pero es que ya me tocaba, que las épocas de sequía que he pasado han sido largas e insoportables.
Tanta era mi desesperación que incluso llegué a pensar, en más de una ocasión que no la volvería a meterla en caliente nunca más en mi vida. Es curioso como la inseguridad se apodera de uno perdiendo totalmente la autoestima.
Al volver, con la botella de vino bajo el brazo, vi que la mesa ya estaba preparada con un mantel de cuadros italianos y dos copas de cristal. La chica estaba muy bien equipada, parecía que esperaba un momento así desde hacía días. La vela encendida en el centro de la mesa la delataba. Era una jodida cena romántica. A la chica se le notaba falta de cariño y esa noche estaba dispuesta a conseguirlo, ya fuese conmigo o con el primer chico que se le pusiera delante; mucho se tendría que torcer la cosa para que esa noche no terminase en su cama, tocando pelo.
– El pescado está riquísimo. Cocinas muy bien, Sandra.
– Gracias, Max. Que bien que valores estas cosas. No estoy acostumbrada a los cumplidos.
– Si alguien después de probar semejante manjar, no te hace el menor cumplido es que es gilipollas.
– Un gilipollas y un cabrón. Verás, vine aquí con mi novio y sus amigos. A los tres días, después de cenar, salimos a tomarnos unas copas por el pueblo y allí mismo, en el bar, delante de mis narices, veo a mi novio enrollándose con una alemana tatuada. Los dejé a todos allí y me vine; como te puedes imaginar estaba enfadadísima, dolida y muy resentida. A las dos horas de esperar simplemente estaba triste; pasé toda la noche esperándolo sin éxito. Por lo visto estaba follando con la rubia mientras yo no paraba de beber cerveza, llorando como una imbécil. Cuando llegó a las diez de la mañana, se encontró todas sus cosas aquí en el porche y la puerta cerrada por supuesto. Oí como se alejaba en su moto. En ese momento decidí no volver a verlo nunca más en mi vida.
– Sabia decisión. Lo siento de verdad. Este tipo de cosas no se las deseo a nadie. A mí nunca me ha pasado nada parecido pero creo que si me pasara tomaría la misma decisión que tú. Que le den, ese tipo no se merece una mujer como tú a su lado.
– Gracias, Max. Yo también lo pienso; que le den. Ahora solo quiero pasármelo bien los pocos días que me quedan de estar aquí y olvidarme de él para siempre.
– Algo podemos hacer para pasarlo bien, eso seguro. Al fin y al cabo, tenemos el mar aquí al lado y nada más que hacer que disfrutar del sol y de la playa. Con la piel morena y una buena compañía, todo es mucho más llevadero.
– ¿Vamos ahora? Pillo unas cervezas, el costo, una toalla y nos crujimos a porros tan ricamente a la orilla del mar. Hoy la Luna está preciosa y tenemos que disfrutar de ella.
Arrancó la moto y me senté detrás. La agarré de la cintura rodeándola con los brazos para no caerme, bueno esa era la excusa; solo quería abrazarla, me apetecía. Al llegar a la playa, me estiré en la toalla y abrí una cerveza, ella se sentó delante de mí con las piernas cruzadas y empezó a liarse un porro. La luz del encendedor quemando el costo iluminaba su cara, era una escena de lo más romántica. Cuando terminó de liárselo, se estiró apoyando su cabeza en mi pierna mientras se lo encendía.
– Que bien se está aquí a la luz de la luna con el sonido de las olas, en compañía de un hombre guapo.
– ¿Un hombre guapo? , no jodas, ¿dónde está? Pensé que estábamos solos. – ¡Jajaja!, que tonto eres, – me dijo mientras alargaba su mano para acariciarme la cara -.
Yo le acariciaba el pelo sin dejar de mirarle las tetas. No daba crédito, era imposible que siempre estuviera empitonada. “Ojalá mi polla aguantara tanto rato erecta como sus pezones”. Ahora mismo se los mordería y se los chuparía. ¿Serán duras esas tetas?, ¿los pezones serán grandes o pequeños?, ¿serán de color rosas como las cerditas o serán oscuros?
Estaba obsesionado, tenía ganas de verlas y tocarlas, tanto que apenas le prestaba atención a lo que me hablaba hasta que oí que me decía:
– Te gustan mis tetas ¿verdad?
– Perdona, ¿qué decías?
– No te has enterado de nada de lo que te he dicho, ¿verdad? – Me dijo con la sonrisa en los labios y los ojos rojos, medio cerrados -. Estás todo el rato mirándome las tetas y pensando en vaya usted a saber qué guarrerías. Una se pone trascendental contándote cosas y tú pensando en lo único que pensáis los hombres: En culos y en tetas. ¿Me equivoco? Sois todos iguales y eso es lo que me gusta de vosotros; sois simples y básicos, ¿para qué hablar si se puede follar? Ojalá yo pensase como vosotros, todo sería mucho más fácil.
– Lo es, todo es mucho más fácil de lo que parece. Pero, de verdad Sandra, tienes un pedazo de tetas que me tienen alucinando desde el primer momento que te vi.
– ¿Por qué crees que me senté a tu lado y te pedí fuego? Vi como me mirabas con esa cara de vicioso que tienes y pensé que, ya que estoy sola, ¿qué mejor compañía que la de un desconocido que me folla con la mirada?
– ¡Jajaja!, tienes razón. Mientras estábamos en la terraza, te follé tres veces con la imaginación. Espero que no te moleste.
– No me molesta. De hecho, me halaga que un hombre me desee, después de estar tanto tiempo con un inútil que no lo hacía y que se va con la primera cerda que le mete mano.
– ¿Me las dejas tocar?
– Veo que eres un hombre de ideas fijas. Venga, tócamelas, pero con cariño, que están muy sensibles y poco acostumbradas a que las toquen últimamente.
Eran duras y de tacto suave a pesar de acariciárselas por encima de la camiseta. Toqué una y después la otra, acariciando suavemente sus pezones con la palma de mi mano.
– ¿Te gustan?, ¿las quieres ver?
Se puso de pie y se quitó la camiseta mostrándome aquella maravilla que llevaba horas imaginándome cómo sería. Eran tal cual pensaba: grandes, suaves y con unos pezones pequeños de color rosa. Se quitó los pantalones cortos y se quedó en braguitas. Yo también me puse en pie mientras se sacaba sus braguitas de algodón negras.
– ¿Quieres tocarlas más?
Cuando alargué la mano para tocárselas, me la apartó de un manotazo y empezó a correr hacia el agua.
– Pues tendrás que mojarte, que estás muy caliente guapo, – me decía mientras la veía correr y tirarse de cabeza al agua -. Tardé tres segundos en quitarme la ropa y seguirla. Me sumergí en el mar, el agua estaba un poco fría aunque no lo suficiente para calmar mi calentura. Al sacar la cabeza la vi a dos metros de mí. El agua nos llegaba a la cintura. La piel le brillaba como le brilla a los delfines, la luz de la luna proyectaba destellos en su morena piel. Tenía cara de esperar algo.
Me puse de rodillas para solo dejar fuera del agua mi cabeza. Ella se acercó y me rodeo con sus brazos y sus piernas. Noté sus duros pezones rozándome el pecho y sus labios en mi cuello. No dejaba de besarme en el cuello mientras yo la abrazaba fuertemente. Me puse de pie con ella colgada de mí y me metí unos metros más adentro para hacer pie y poder manejarla con más facilidad. Soltó sus brazos y se echó hacia atrás alargándolos para flotar boca arriba, sin soltar las piernas con las que me atenazaba. Sus tetas flotaban como dos bollas de señalización marítima, brillaban como dos lunas llenas. Le solté las piernas y se las separé. Acerqué mi cara a su entrepierna y empecé a lamerle el coño. Desde allí abajo, el espectáculo era maravilloso. El sabor era salado como el mar. A cada lametazo notaba una convulsión y sus pechos hacían mover el agua. Esa visión, hizo que me pusiera verraco; con mis manos bajo el agua le separé las nalgas mientras introducía la lengua dentro de su coño. Se puso de pie y me miró, me cogió la cabeza con las dos manos y me metió la lengua dentro de la boca. Me agarró la polla con fuerza y volviéndose a colgar de mí, se la introdujo. Resoplé de placer y la agarré de las nalgas haciéndola subir y bajar a cada embestida. Volvió a soltar sus manos y a echarse hacia atrás, la cogí de la cintura y continué embistiendo mientras ella se pellizcaba los pezones y gemía de placer.
A lo lejos vi como se acercaba una chica paseando por la orilla y paré. La chica pasó de largo. Al verla desaparecer en la oscuridad y nos dejamos llevar por las olas hasta la orilla. Una vez estirados en la arena me agarró fuertemente del culo para obligarme a ir más rápido y embestir con más fuerza hasta que paró de golpe. Se corrió emitiendo gemidos casi mudos mientras no dejaba de apretarme el culo con fuerza; lo soltó y estiró los brazos hacia atrás jadeando y sonriendo. Me estiré a su lado sin dejar de mirarla mientras recuperábamos el aliento. No acercamos donde teníamos las cosas y abrimos un par de cervezas. Alargó su mano y me cogió la polla que seguía dura.
– ¿No te has corrido? Pobrecito, ahora haré que te corras como te mereces.
Rodeó el glande con sus labios y succionó sin metérsela toda dentro de la boca. Noté como si me pasara una corriente eléctrica por todo el cuerpo. Se la metió toda dentro mientras me cogía con una mano los dos huevos apretándomelos y soltándomelos con rítmicos movimientos. Abrí los ojos para mirar como lo hacía y vi a lo lejos acercarse otra vez la misma chica. Le saqué la polla de la boca y me estiré en la arena tapándome la erección con la toalla. Sandra se estiró a mi lado y volvió a encenderse el porro. Vimos que la chica se acercaba a nosotros. Al llegar a nuestra altura se detuvo y se sentó a nuestro lado.
– Hola, he olido a porro desde lejos y he pensado que igual me invitabais a fumar.
Menudo morro tiene esta tía, – pensé -. Encima que nos corta el rollo, viene aquí a fumar gratis. Sandra le pasó el porro y le dio una enorme calada.
– Se está bien de noche en esta playa. ¿Verdad? – Dijo la corta rollos -.
– Se está muy tranquilo. Yo ahora mismo estoy relajadísima, – dijo Sandra -.
– Pues yo no, – dije -, con tono medio en broma medio en serio -.
– ¿Sois novios?
– No somos novios, nos hemos conocido esta tarde. Él acaba de llegar, yo llevo aquí ya unos días. ¿Por qué lo preguntas?
– Os he observado de lejos y, por lo que hacíais en la orilla, pensé que lo erais.
Miré a Sandra con cara de asombro y miré a la recién llegada con cara y gesto de; “¿Tu por que coño nos espías?” Entonces vi como me miraba el bulto que intentaba tapar con la toalla y después miraba a Sandra que le sonrió diciendo que sí con la cabeza.
– ¿Puedo? – Dijo mientras apartaba la toalla para dejar mi polla al descubierto, aún la tenía dura como un demonio. En otra ocasión igual le hubiese dicho algo, pero tal como estaba yo de caliente, me callé la boca y dejé que los acontecimientos se desarrollasen por si solos.
– Si él quiere, a mí no me importa. Será bonito ver como lo hacéis.
– ¿Tú quieres, Max? – Me pregunto Sandra y no contesté .
– ¿Tú quieres, Max? – Repitió la desconocida mientras me cogía la polla con la mano .
– Yo no digo nada. Tal como estoy, apenas me llega la sangre a la cabeza. Así que tanto si eres tú Sandra, como si eres tú, chica fisgona, alguna de las dos tendrá que hacer algo porque estoy que me revienta la polla, ¡joder!
La chica acercó la cabeza a mi entrepierna y empezó a chupármela. Su aliento era caliente y la chupaba como si no hubiese hecho otra cosa en toda su vida. Lo hacía muy bien. Miré a Sandra y vi como miraba la escena con gran excitación.
La chica se sacó el vestidito blanco que llevaba puesto. Debajo solo llevaba unas pequeñas braguitas, también blancas. Era delgada y de poca estatura, si no fuese por sus tetas hubiera dicho que era una cría; tenía cara de niña traviesa. Me recordó a Lolita de Vladimir Navokov. Era guapa, estaba buenísima y tenía mi polla dentro de su boca. Mientras me la chupaba, Sandra se lió otro porro, se lo encendió y abrió una cerveza sin dejar de mirarnos. Parecía no querer perderse ni un solo detalle. Le gustaba lo que estaba viendo y a mí me gustaba que no dejase de mirar.
Me pasó la cerveza y le di un trago, me puso el porro en la boca y le acarició al culo a la lolita. Me sacó el porro de los labios y siguió mirando mientras fumaba y bebía. La chica se sacó mi polla de la boca y le dio un beso en los labios a Sandra mientras se introducía mi miembro bien adentro. Sus movimientos eran rítmicos y lentos. Yo estirado boca arriba, ella encima de mí sin dejar de acariciar a Sandra. Se tocaban las tetas la una la otra sin dejar de besarse. La chica aceleró el ritmo, parecía cabalgar sobre mí. Noté como se me hinchaba la polla, iba a correrme, no podía aguantar más. El movimiento de la chica y verlas tocarse y besarse hicieron que no pudiera aguantar más. Me la quité de encima.
– ¿Vas a correrte? – Me dijo la chica -.
– Hazlo en mi boca, – dijo Sandra mientras me cogía la polla y se la metía entre sus labios, empezó a succionar mientras la chica me acariciaba.
Me corrí en su boca y casi me desmayo de placer. No terminaba de creerme lo que estaba pasando y me encantaba. Continuó con mi polla en su boca hasta que dejé de eyacular. Escupió el semen en la arena y se enjuago la boca con la cerveza volviendo a escupir.
– Está bien, – dijo la chica -. Así que tu eres Max y Tú, guapa, ¿como te llamas?
– Me llamo Sandra.
– Vale, entonces tú te llamas Max, tú te llamas Sandra y yo me llamo Mónica, – dijo la chica sin parar de acariciarme, acariciarme.– ¿Nos hacemos otro porro?
Ahora la que se había quedado con las ganas era Mónica y, mientras Sandra se liaba otro porro, aproveché para meter mi lengua en su entrepierna. Soltó un largo gemido y se estiró en la arena. Noté la mano de Sandra acariciándome la espalda. Así estuvimos una y otra vez, ahora se corría una, ahora se corría la otra y yo disfrutando del momento.
Al final me hice un porro mientras miraba como se tocaban y se comían a besos. ¡Qué maravilla!, Lo que pagarían algunos por vivir lo que yo estaba viviendo en ese momento. Nos metimos los tres desnudos en el agua y jugamos hasta que empezó a llegar gente y salimos.
– ¿Dónde duermes, Mónica?
– En vuestro camping. He visto como veníais a la playa y os he seguido. Estoy con una amiga pasando unos días y me aburría. Ella se ha dormido muy temprano y yo estaba tan cachonda que no podía dormir. Al veros follar en la orilla me he sentado lejos y me he tocado mientras os miraba, por eso os he entrado de forma tan directa. Ya sabía que no erais novios, os llevo observando toda la tarde. Me he quedado con todo y sabía que si veníais a la playa acabaríais follando, así que solo tenía que esperar para pillaros a punto de caramelo. – ¿Sueles hacer estas cosas, Mónica? – Le preguntó Sandra -. – No, es la primera vez pero me gustáis los dos y he pensado que a vosotros también os gustaría. Ahora que lo he probado me gustaría repetir así que si a vosotros os apetece, podéis contar conmigo cuando queráis. Mañana si venís, me acerco con mi amiga, la engaño y la traigo a ver cómo reacciona. Sé que se lo ha hecho con alguna chica así que igual cae. Será divertido ver como reacciona sin saber que todo está planeado ¿Qué os parece la idea?
– A mí me parece estupendo. Puede ser divertido. ¿Y tú que dices Max?, ¿a ti qué te parece?
– A mí me parece una locura pero me apunto. Tres mujeres para mí, no me lo puedo creer.
– Perdona, guapo, no son tres mujeres para ti, – dijo Sandra -. Es un hombre para nosotras tres o ¿acaso piensas que tú serás el que lleve la voz cantante? ¿Ya podrás con nosotras?
– Lo dudo, pero que no se diga que no lo he intentado.
Terminamos las cervezas y volvimos al camping. Vimos a Mónica con su vestidito blanco por el retrovisor de la moto, me giré para verla de nuevo. Parecía una jodida cría, una menor de edad que no sabe muy bien lo que hace en busca de aventuras sexuales.
Espero que no nos engañe, – pensé – y que no esté de vacaciones con sus padres. No quiero que me den una paliza, ni terminar con mis huesos en la cárcel por no saber controlar mis instintos. Mañana me daré una vuelta por el camping a ver si es verdad lo que dice, si fuesen menores no les alquilarían un bungalow a ellas solas.
Le di un beso a Sandra y le dije que me iba a dormir a mi bungalow.
– ¿No quieres dormir conmigo? A mí me gustaría dormir abrazada a ti.
– En otra ocasión me encantaría, pero es que necesito descansar, que me habéis chupado toda la energía.
Me cogió de la mano y me llevó a su habitación -. Me tiré en la cama vestido, ella se desnudó y se acostó a mi lado.
– ¿No te desnudas para dormir? Tranquilo que no te tocaré, te dejaré descansar.
Me desnudé y Sandra me abrazó; Olíamos a sudor y a sexo, me embriagué con el perfume y me dormí en menos de un minuto mientras Sandra me acariciaba el pecho.