Un barrio no es solo su arquitectura, sus calles o sus monumentos. Un barrio son los vecinos que lo habitan, las personas a las que un día se les ocurrió nacer en él o decidieron venir a vivir simplemente por pertenecer a algo inmaterial que se respira en el ambiente.
Mis primeros recuerdos del barrio son escenas que por desgracia ya no existen, digo por desgracia al echarlas de menos pero claro está que los pueblos, ciudades y barrios evolucionan, cambian o involucionan.
Yo nací un once de mayo de un olvidado año en la calle Giné i Partagas, muy cerquita del Bar Leo, vivo en el mismo quart de pis al que volví hace algunos años por circunstancias de la vida. He vivido en infinidad de sitios y a todos les encontré su encanto, algunos por lo bonito y limpio de sus calles, otros por el ambiente que se respiraba y otros por la amplitud de sus pisos. Pero si le guardo cariño a alguno de esos maravillosos sitios es sin duda alguna a La Barceloneta, por ser el lugar que me vio nacer y otro maravilloso barrio, cuyo nombre no voy a mencionar, muy cercano que me vio crecer entre delincuencia y drogas, eran épocas de Vaquillas y Toretes de nefasto recuerdo.
Mis primeros recuerdos del barrio son sensitivos, son olores, colores, y texturas que como la cromática de un cuadro impregnaron mis retinas para acompañarme durante toda la vida.
Olores de humanidad, al jabón Lagarto que desprendían las sabanas cuidadosamente tendidas en el balcón o en los lavaderos de la calle Andrea Doria.
Olor a mar, a salitre, y a pescado durante todo el día. Sensaciones gustativas, sabor de pescado rebozado recién pescado para cenar, troceado con las delicadas manos de una madre que te lo da en la boca, eres un bebé y empiezas a experimentar con sabores. El sabor del Pa amb vi i sucre, ya nos emborrachábamos de bien pequeños, y el sabor del chocolate que la abuela limaba en finos trozos para comerlos en el balcón en pleno proceso de crecimiento de los dientes, sabor de Calcigenol, ese mejunje blanco y desagradable que nos daban para tener los huesos sanos, y la Quina San Clemente que nos daba ganas de comer. Toda una serie de estímulos sensitivos que me acompañan desde un privilegiado rincón de mis recuerdos. Recuerdos de olores y sabores que añoramos por su arraigada pureza.
Las sensaciones que transmite el barrio es algo inmaterial que poco tiene que ver con la arquitectura y los monumentos, aunque en ocasiones algo tangible pueda transmitir esa sensación que guardas en tu memoria para el resto de tus días, como puede ser aquella tienda a la que ibas de pequeño, tanto por la luz que entraba por la puerta del local e iluminaba los productos que ordenados te miraban desde las estanterías, o como el olor que desprendían los jabones en escamas que llenaban los sacos depositados en la entrada del establecimiento. Olores como el del mar que llegaba hasta la ventana de casa, o el del pan recién hecho que inundaba la calle de buena mañana, que junto al del café recién molido salía del tostadero y te habría el apetito.
En épocas no muy lejanas la contaminación sonora de la ciudad era mucho menor y era más fácil oír sonidos de apenas cien metros, que hoy es imposible oír. Las olas del mar en día de temporal chocando contra la arena, una arena que entonces dibujaba una linea de piedras planas desgastadas que recorrían la orilla y amplificaban el sonido del mar que llegaba hasta nuestros pequeños oídos ya de noche en la cama intentando dormir. Sonido de mar y humedad infinita colándose por las mal encajadas ventanas de casa.
El olor del pescado que limpiaban con habilidad las pescateras de la plaza, ese pescado que a esa temprana edad te quedaba a la altura de los ojos y esa agua que inundaba el suelo y desprendía ese olor característico en la zona de las paradas de pescado.
Cuando jugabas a futbol en la Répla, con las botas nuevas de tacos sobre un pavimento de cemento que resbalaba como un demonio, era más importante vacilar de botas que jugar cómodamente. Bambas Matollo y Mates, o burdas imitaciones de las Adidas Gim, todas ellas buenas para ser destrozadas dando patadas al balón entre las vallas del campo de «futbito» de la Répla.
Algo que se grabó en mi retina y mi entrañable recuerdo era la imagen de los pescadores sentados en diminutas sillas, cosiendo las redes de pesca desparramadas sobre la arena de la playa. Otra escena que guardo en el recuerdo con cariño es ver a las señoras sentadas de noche en la calle esperando al 600 furgoneta de color gris que de noche pasaba a vender magdalenas y pastas varias. En definitiva, pequeños detalles que marcan la infancia y guardas en lo más profundo del recuerdo para toda la vida, sensaciones de olores y colores, de personas y tiendas. Sensaciones de un fantástico mundo que apenas comprendías. Sensaciones de barrio.