SONIA
Me desperté. Era de día. No sabía ni el día ni la hora. Miré a ver si Neus estaba durmiendo a mi lado pero no fue así.
Un buen masaje necesitaba yo ahora mismo pero, más que en la espalda, lo necesitaba donde yo me sé. La tenía hermosa como cada mañana.
Salí de la habitación como ya estaba acostumbrado a hacerlo: En pelotas, estirándome para desperezarme y frotándome los ojos. Cuando recuperé la visión vi a Neus sentada leyendo un periódico. Se levantó con cara de alegría y salió al balcón.
– No hace falta que te tapes, Max, te he visto empalmado muchas veces. Ya estoy acostumbrada.
Me tapé de todas formas. Ella estaría acostumbrada pero yo no. No me gustaba mostrarme desnudo y armado ante una mujer que me gustaba, si no era para meterme en harina.
– Tus fotos salen en todos los periódicos y algunos hablan de ti. Mi vecino se ha hecho famoso.
– No jodas, ¿en serio?
– Anda, ven, que te invito a desayunar y te miras los periódicos. Los he comprado todos para que los veas, también tu revista.
Me vestí a toda prisa y subí corriendo a su casa. Tenía el desayuno preparado en la mesa y toda la prensa en una silla para que me la mirase. “Pero, que atenta y que guapa es esta chica”, pensé. Sería la novia perfecta para un tipo como yo. Una chica tranquila muy diferente al resto; no tenía nada que ver con Nina, que era el prototipo de mujer perfecta para mí. ¿Estaría madurando?
– Si sigues mimándome así, acabaré enamorándome de ti.
– Que bocazas eres, eso es lo que te pierde. Si fueses un poco más sincero, quizás ya estarías enamorado de alguna.
No le hice ni puto caso. No estaba yo en ese momento para un análisis de personalidad.
– Que bien quedan las fotos impresas, ¿verdad? Estoy flipando. Salen en todos los periódicos de gran tirada y en todos hablan de mí.
– Eres buen fotógrafo, Max. Tendrías que exponer en alguna galería aprovechando la fama que te están dando.
– Tienes razón, lo haré. Por cierto, que bueno está el café y las pastas; están casi tan buenas como tú.
– Esa boquita, guapo. Yo no soy una de tus golfas.
Levanté la vista de los periódicos y le miré a los ojos.
– Perdona, Neus. La excitación de verme en todos los periódicos hace que me olvide de quién eres.
– Lo sé. No te preocupes, empiezo a conocerte. Ya bromeo contigo como si te conociera de toda la vida. Gracias por el cumplido, aunque se me hace raro que salga de la boca de un tío al que suelo ver casi todos los días desnudo y empalmado. Me resulta extraño.
– Es todo lo extraño que tú quieras que sea. Todo es más natural de lo que piensas, chica Zen. Si te dejaras llevar un poquito más por tu instinto, no te plantearías estas cosas.
– Dejarme llevar por mi instinto para ti debe ser follar contigo, por lo menos.
– Veo que sí que empiezas a conocerme. ¿Me haces un masaje?
– Que te lo haga tu tía, guapo. Si sigues así, tendrás que ser tú el que me haga el masaje a mí. Me pones muy tensa con estas bromas.
“El masaje te lo iba a hacer yo en la entrepierna”. Pensé.
– Me voy a la redacción. Gracias por el detalle de los periódicos y el desayuno. Un día te invitaré a cenar en un sitio bonito, a ver si te conquisto de una vez, chica difícil.
– Vale. Estaré encantada si me invitas, y así veré en persona cómo te lo montas para tirarte a tantas tías. Igual tienes razón y tengo que dejarme llevar más por mis instintos.
Me dio un abrazo y un beso en la mejilla. Bajé las escaleras a toda prisa con una sonrisa de oreja a oreja. Las cosas parecía que empezaban a irme bien y a Neus ya la tenía casi en el bote. Solo me faltaba la estocada final para que se entregase a mí sin rechistar. Cada día notaba más que yo le gustaba, se lo notaba en los ojos cuando me miraba. Que no le molestase verme empalmado por las mañanas no era normal. Estaba claro que le gustaba verme así. Seguro que estaba deseando sentir mi rabo bien adentro. Seguro que lo deseaba tanto como yo deseaba metérselo hasta lo más profundo de su místico ser. Ella a mí me encantaba. No sabía por qué se tiraba tanto el rollo. Estas tías medio hippies se comen mucho la cabeza con estas cosas; tan abiertas para unos temas y tan cerradas para otros.
Llegué a la redacción. Al entrar, se levantó todo el mundo de la silla y empezó a aplaudirme. Alfredo salió de su despacho con una gran sonrisa y Samanta me miraba con cara de alegría.
– La que hemos liado, Max, – me dijo el jefe –. Somos líderes de ventas. Hemos batido nuestro propio récord y todos los periódicos nacionales nos han comprado tus fotos. Eres el hombre del día, muchacho. Entra en mi despacho cuando quieras y hablamos.
Saludé a todo el personal y les di las gracias por el recibimiento. Me acerqué a la mesa de Samanta, se levantó y me dio un fuerte abrazo.
– Que contenta estoy. Me alegro mucho por ti. Te lo mereces, después de haberlo pasado tan mal durante tantas horas.
– Estando tú cerca apoyándome todo ha sido más fácil. Me has ayudado mucho. Te lo tengo que agradecer de alguna manera.
– Tú ya sabes cuál es la manera, que me tienes loquita, morenazo.
Entré en el despacho del jefe y me hizo sentar.
– Verás, Max. Me han llamado de dirección preguntando por ti. Están contentísimos con tu trabajo y me han dicho que revise tu contrato de exclusividad con nosotros. Estoy dispuesto a darte un sueldo mensual y un plus por cada foto que se publique, ya sea en seguimientos de investigación o en el plató. Quieren que las fotos de las chicas sean más acorde con tu estilo, así que tienes vía libre para remodelar el plató a tu antojo.
– Me alegro, Alfredo. Tenía ganas de que cambiara un poco nuestra relación. Creo que a partir de ahora todo irá mejor entre nosotros. Ya no podré decir que eres un tacaño. ¿De qué sueldo estamos hablando?
– Estamos hablando de más dinero del que te imaginas. Pon tú una cifra.
– Ciento setenta y cinco mil pesetas, más un diez por ciento del sueldo por cada foto publicada y exclusividad en las páginas centrales de las chicas.
– Tú pides mucho, muchacho. Yo te ofrezco ciento cincuenta. En el resto de las condiciones estoy de acuerdo.
– ¿Cuándo podré cobrar algo? Estoy más tieso que la mojama.
– Ves a ver a Samanta, y que te dé el talón que tiene preparado para ti. Es un adelanto por los derechos de las fotos del atraco, el resto lo irás cobrando a medida que paguen los periódicos.
– Gracias, Alfredo. Estoy muy contento.
– Yo también, muchacho. Me alegro por ti. Te lo has currado durante mucho tiempo y esta es la recompensa.
Me senté delante de Samanta. Estaba buscando algo en un cajón. Cuando lo encontró, me miró a los ojos.
– Me han dicho que tienes algo para mí, Sam.
– Tengo para ti algo muy calentito que está deseando ser perforado.
– Eso ya lo probé y me encantó, guapa. Me han dicho que tienes algo para mí que me hará muy feliz y con lo que te podré hacer un regalo por lo buena que has sido conmigo todo este tiempo.
Samanta abrió una carpeta y sacó un talón firmado. No podía ver la cifra pero parecía que tenía muchos ceros.
– Te lo doy, si me das un beso.
– Te doy el beso, si te desabrochas dos botones de la blusa y me dejas ver tu precioso canalillo.
Los botones de su blusa parecía que iban a salir disparados por la presión que soportaban. Se desabrochó uno dejando ver el nacimiento del canalillo, se desabrochó el segundo y se le vio casi hasta el final de él. Sus pechos rebosaban por encima del sujetador. Dejó caer un lápiz al suelo justo debajo de su mesa, me agaché a recogerlo y abrió las piernas dejándome ver sus braguitas de raso negro. Se subió la falda y se quitó las bragas mostrándome su precioso coño. Alargué la mano y le metí el dedo pequeño. Soltó un suspiro que me puso a cien.
– ¿Samanta, ya se ha ido Max? – Era Alfredo haciendo acto de presencia –.
Del susto me di con la cabeza en la mesa. Me acordé de María en la terraza del Garraf. Samanta empezó a carcajearse.
– Pero, ¿qué haces ahí debajo muchacho? Anda, dale el talón para que vaya a cobrarlo.
Me senté de nuevo delante de Samanta. El jefe entró en su despacho. Samanta me tiró sus bragas a la cara y las olí dando una gran bocanada. Alfredo volvió a entrar y me apresuré a guardar las bragas en el bolsillo. Estaban muy calentitas y húmedas.
– ¿Aún estás aquí, muchacho? Te van a cerrar los bancos.
– Ya me voy jefe, que Samanta tiene trabajo y no quiero entretenerla.
– Devuélveme mis bragas, Max. No juegues.
– Si las quieres recuperar ves al baño. Te espero allí.
Me colé en el baño de señoras y me escondí detrás de la puerta. Cuando la vi entrar eché el cerrojo y me abalancé sobre ella. La cogí de las nalgas y la subí al lavamanos. Le abrí las piernas y me puse entre ellas; me bajé los pantalones y los calzoncillos y se la metí hasta el fondo. Soltó un resoplido y me abrazó con fuerza. Fue un polvo rápido pero muy satisfactorio, por lo menos para mí; a ella también le gustó pero no sé si tanto. Los dos salimos por separado del baño, ella se fue directa a su mesa. Estaba preciosa después del revolcón. Me acerqué a su mesa dejando pasar un tiempo prudencial para no levantar sospechas.
– Un beso preciosa, que me voy.
– ¿No te olvidas de algo? Toma el talón, despistado.
– ¡Qué cabeza la mía!, casi me lo dejo. Y tú, ¿no te olvidas de algo?
– ¿De qué me olvido?
Me acerqué a ella para darle el beso de despedida y metí las braguitas en su escote, allí aprisionadas entre sus dos potentes pechos y salí por la puerta.
Llegué a la calle y entré en el banco para cobrar el talón. La cifra era buena, podía estar más que contento.
Me paré en un puesto de flores de Las Ramblas y encargué un gran ramo para que se lo enviasen a Samanta. En la tarjeta le daba las gracias.

“Unas preciosas flores para la flor más bonita de la oficina. Gracias por todo, Samanta. Un beso, Max”.

Bajé por Ramblas dando un paseo. La vida se veía de diferente manera con el bolsillo lleno y los huevos vacíos. Todo parecía más bonito y los problemas empezaban a desvanecerse a una velocidad de vértigo. Pasé por la tienda de fotografía y compré un montón de cosas que necesitaba. Me miré el último modelo de Canon y di una paga y señal. También encargué material para acondicionar la habitación que hacía tiempo tenía reservada para montar un plató. Llegué a casa más feliz que una perdiz. Puse música, abrí una cerveza, encendí un cigarrillo y me senté en el sofá para relajarme y asimilar todas las novedades y el nuevo rumbo que parecía tomar mi vida. Esperaba que la suerte no me abandonara, que me durase para poder seguir adelante con mis proyectos. Tenía que aprovechar la buena racha y preparar una exposición como me decían. Tenía que mostrar mi faceta más artística sin dejar la que me estaba dando de comer. Tenía que tomármelo en serio y creer un poco más en mi talento. No tenía que ser tan exigente conmigo mismo y ser más instintivo. Parecía que eso era lo que más le gustaba de mi estilo a la gente.
Le di al play del contestador automático para ver si había algo interesante. Todo eran felicitaciones de amigos que habían visto en los periódicos mis fotos. Las que más gracia me hicieron fueron las de las últimas chicas con las que había estado: María, Sandra, Lucía, Isabel, incluso Paula. Por lo visto, en los periódicos de Londres también salían mis fotos; pero la que más ilusión me hizo fue la de Nina.

– “¡Beep! Hola, Max. Soy Nina. Estoy flipando con lo del atraco. Que bien que has estado en el sitio justo y en el momento adecuado. Espero que todo te vaya muy bien. Tengo ganas de verte. Estoy de la gira hasta el coño. Estos tíos son insoportables, la lían por todas partes y yo tengo que responder por ellos. Pues eso, que tengo muchas ganas de verte y de pasar otra noche contigo. ¿Recuerdas que te dije que tenía contactos? Pues toma nota y apúntate el número de Sonia. Dirige una galería y seguro que le gustará lo que haces. Habla con ella y decídete a exponer tu trabajo. Apunta: 330 84 97. Un beso cariño. Pórtate bien y a ver si un día te encuentro en casa y hablamos, que tengo muchas ganas de oírte. Te quiero golfo”.

Miré por el balcón y vi a Neus haciendo yoga. Parecía todo perfecto esa mañana. Estaba tan excitado que ni tenía hambre. De todas maneras, bajé a comer algo. “Hoy toca Pizza que hace tiempo que no me como una” me dije mientras me rascaba el paquete mirando como Neus se entregaba a sus ejercicios matutinos. Acorté por las callejuelas del Chino para llegar a la calle Hospital; en la Rivolta, hacían unas pizzas de campeonato. Me gustaba ese local y la gente que lo frecuentaba, era una pizzería rollo underground. A ella solían ir personas del ambiente más moderno de la época: Dibujantes de comics, músicos y artistas varios. Todo era muy natural. Hoy en día se podría catalogar como un local alternativo, pero en los ochenta no usábamos estas expresiones.
Me zampé una pizza cuatro estaciones y me puse como el Kiko. También tenían la Margarita, una pizza de lo más absurdo que jamás entendí; para mí era como comerse un bocadillo sin nada dentro.
Llamé desde una cabina a Sonia y quedé con ella a las ocho de la tarde. No tenía nada preparado pero me daba igual. Quería conocerla antes y ver la galería. La voz de Sonia me sonaba mucho pero, como siempre he tenido el problema de asociar voces por teléfono con personas, pues no hice mucho caso. Tenía una voz muy personal, una de esas voces que asocias a una persona muy atractiva. Me la imaginé alta y delgada, con buenas curvas y cara de intelectual, con gafas pequeñas colgadas del cuello a modo de collar que solo debe usar para ver de cerca.
No solía equivocarme. Era un juego que solía hacer cuando escuchaba la radio: Imaginarme cómo sería la persona que tenía esa voz que me gustaba. Normalmente las voces interesantes suelen salir de personas interesantes. Si es una voz desgarrada tipo cazalla suele ser de una persona con un pasado interesante. Las voces graves en las mujeres me encantan, les da un toque muy sexy; el tabaco y el alcohol ayudan a ello.
Deambulé por el Barrio Gótico y, como siempre que lo hago, después me arrepiento de no llevar la cámara encima. El Gótico siempre me ha recordado a Venecia pero sin agua. De pequeño, me imaginaba el barrio inundado y yo navegando por el en una góndola, acompañado por la chica más guapa del barrio. Era un niño con mucha imaginación, a veces demasiada; tanta que perdía el contacto con el mundo real, me alejaba de la realidad y me creaba mi propio universo paralelo. Mi mente volaba mientras la profesora nos enseñaba algo que nunca llegaría a entender ni necesitar. Mientras intentaba enseñarnos matemáticas, yo me la imaginaba vestida de almirante de alguna confederación intergaláctica y que de su boca salían frases como: “Activar el escudo anti gravitatorio de la nave con el conmutador protónico central. ¡Es una orden!”. Solía despertar de mis fantasías con alguna colleja de la profesora y acababa expulsado de clase mientras el resto de niños se reía por mi descaro, al hacer gestos obscenos o de burla hacia la profesora mientras abandonaba la clase.
Siempre fui medio autista y muy travieso. Solían ponerme apodos de lo más diverso como el Sombra, el Rápido, el Pollo o el Cuervo. Sí, en todos los barrios había un Cuervo, un Gordo o un Chino. Siempre me ponían apodos de lo más barriobajeros, tanto como lo era yo.
No me interesaba lo que intentaban enseñarme. Yo quería ser una estrella del rock and roll y para mí las asignaturas que tenía que aprobar eran inútiles. No necesitaba saber matemáticas para estar en el camerino del Madison Square Garden rodeado de groupies jamonas. Era tan malo en los estudios que llegué a hacer décimo de EGB. Repetir curso y que me expulsaran de los colegios para mí era lo más normal del mundo. Al ser repetidor, siempre era el mayor de la clase; se ligaba más con las chicas. A la mayoría las tenía enamoradas por ser el más alto y el más desarrollado. Les encantaba mi comportamiento canalla. Pepino era una de ellas, esa Pepino alta y desgarbada que tanto me gustaba y que después se convirtió en ese pedazo de mujer que es Nina. La espectacular chica que deseaban todos los roqueros de Barcelona. La persona que ahora me brindaba la posibilidad de conocer a la galerista que quizás expusiera mis fotografías.
Llegué a la galería de arte. Estaba un una pequeña calle del Barrio Gótico. Tenía una gran puerta de hierro forjado con una gran cristalera, estaba flanqueada por dos columnas blancas de estilo clásico, con dos grandes velas rojas de forma esférica encima de ellas. Una alfombra roja, con pétalos blancos esparcidos sobre ella te invitaba a entrar. Era un espacio diáfano bastante grande. El techo y el suelo pintados en gris, las paredes de un blanco que casi dañaba la vista; al fondo una mesa de escritorio también de hierro forjado y cristal. Me pareció ver a lo lejos una mujer sentada en ella.
No me presenté al entrar, preferí echarle un ojo a las pinturas que colgaban de las paredes. La primera era un lienzo en blanco con un brochazo negro en el centro y varias manchas en diferentes colores. En esos años, todos los que no tenían talento y querían aparentar algo en el ambiente nocturno de la ciudad, se dedicaban a dar brochazos sobre cualquier cosa y decían que eran artistas. Casi todos se auto definían como pintores; quedaban muy bien ante sus superficiales amigos y se les llenaba la boca al describir su estilo. Incluso se atrevían a menospreciar a otros artistas con más talento que ellos tachándolos de muy convencionales y comerciales. Si eras músico, ya ni te consideraban artista, eras como de una raza inferior para ellos.
Estos impostores del arte se veían con el suficiente criterio y autoridad, como para expulsar con un simple comentario a toda una disciplina del Olimpo de las artes. “El renacer de la conciencia animal”, títulos tan pretenciosos como este figuraban debajo de los lienzos. “Menudo iluminado y farsante”, pensé. Pero, continué mirando sus truños de cuadros. Seguro que el capullo que los había pintado se hinchaba a follar con chicas o chicos tan snobs como él, solo porque sabía venderse como artista.
Eso era algo que yo tenía que aprender. Nunca me supe vender. Mientras, veía a otros sin ningún tipo de talento vender su trabajo como si fuese la hostia. Se llegaban a vender tan bien que más de una vez me habían quitado algún trabajo; “malditos modernos”. En todas las épocas han sido igual: unos estupendos vendedores de humo, unos gilipollas prepotentes y superficiales.
Mientras hacía ver que miraba los cuadros, observaba de reojo a la chica sentada; seguro que era Sonia. Llevaba una especie de traje gris con unos pantalones anchos y zapatos de tacón. No tenía unas gafas colgadas del cuello como me imaginé sino que directamente las llevaba puestas. Debajo de la chaqueta parecía no llevar nada. El escote le llegaba casi hasta el ombligo y se le adivinaban uno pequeños pechos, de esos que son poco más que un pezón y siempre están erectos. El pelo era liso, negro y larguísimo, lo llevaba recogido en una especie de moño del cual salían mechones hacia todos lados. Toda esa mata de pelo la sujetaba un par de palillos de comida china. Se levantó de su silla y se acercó a mí. Era muy alta y se movía con mucho estilo. Parecía de familia bien; la típica niña pija que quiere dedicarse al mundo del arte y papá le monta una galería en el centro de la ciudad para que la niña esté contenta y entretenida.
– Hola, buenas tardes. ¿Te interesa la obra expuesta?
– Pues la verdad es que no mucho. Intento encontrarle algún sentido pero no hay manera.
– ¿Eres entendido en pintura?
– Solo sé que hay una que se llama Titanlux y poco más. No entiendo mucho de nada que no me interese.
– Eres sarcástico y muy crítico. ¿Contigo también lo eres?
– Conmigo más que con nadie. Soy muy auto exigente, nunca terminan de gustarme las cosas que hago. Sé que son mías y no puedo ser objetivo, no puedo verlas como algo ajeno.
– Interesante. ¿A qué te dedicas?
– Hago fotos y las vendo.
– ¿Y piensas exponerlas en algún momento de tu vida para que la gente sea tan crítica contigo como tú lo eres con ellos?
– Quizás algún día lo haga. Solo depende de que una galerista muy atractiva y muy interesante me dé la oportunidad de hacerlo.
– ¿Esa galerista se llama Sonia por casualidad?
– Exacto, se llama Sonia y es tal cual me la había imaginado, después de oír su voz por teléfono. Una voz tan atractiva solo puede pertenecer a una mujer muy atractiva.
– ¿Max?
Asentí con la cabeza y aproveché para darle un repaso.
– ¿Sonia?
Ella hizo lo mismo, me dio un repaso de lo más descarado. Detuvo su mirada en mi entrepierna unos segundos más de lo que podría parecer normal. Se me acercó y me dio dos besos, olía a perfume caro.
– Encantada. Pensaba que ya no vendrías. ¿Siempre eres tan adulador con las mujeres?
– Solo con las que me gustan.
Esbozó una sonrisa pícara y se sonrojó un poco, lo suficiente para que se me antojase mucho más apetecible.
– ¿A parte de que yo te guste, también te gusta mi galería?
– Me encanta. Está muy bien montada y en una zona espectacular.
Con su mano me invitó a sentarme delante de su mesa.
– Y dime, ¿qué tienes pensado exponer?
– Aún no lo tengo muy claro. Esperaba inspirarme un poco al venir aquí ¿Siempre tienes este tipo de obras?
– Suelo variar un poco en cada exposición, no quiero repetirme mucho. Ahora hay mucho aprendiz de artista que hace basura pero que vende, por lo menos entre sus amigos, yo siempre les abro las puertas. Me llenan la galería de modernos con mucha pasta a quienes no les importa adquirir cuadros aunque sean una mierda. Este que expone actualmente es uno de ellos.
– Justo lo que yo pensaba. Es auténtica basura.
– ¡Jajajaja!, yo pienso lo mismo pero el negocio es el negocio. ¿Quieres tomar algo?
Sacó una botella de whisky y dos vasos. Se levantó a por hielo y pude ver un poco más a fondo su escote.
– Y dime, ¿has traído algo para que pueda ver lo que haces?
– No he traído nada, aún no estoy muy seguro de lo que quiero mostrar. Quiero saber antes la cantidad y el tamaño de las fotos, y las condiciones para decidirme.
Llenó los vasos y se llevó uno a los labios; estaba para comérsela bebiendo con esas gafitas de intelectual.
– Nina me llamó para hablarme de ti. Dice que eres bueno y que te eche una mano.
– ¿Os conocéis mucho, Nina y tú?
No quería meter la pata y asegurarme el terreno por si la cosa acababa como yo quería que acabase. No sé si era su voz o su cuerpo o las dos cosas a la vez, me encantaba toda ella.
– Nos hemos visto un par de veces por temas de trabajo pero no somos amigas. Me dijo que te tratase bien pero no entendí muy bien a qué se refería. Por lo poco que la conozco, sé que hace este tipo de bromas. Cuando pienso en tratar bien a alguien como tú, solo me viene una cosa a la mente.
La cosa estaba tomando el rumbo que a mí me gustaba. Era una chica directa pero sin llegar a ser vulgar. Lo hacía con delicadeza y estilo, dando rodeos pero con las ideas claras y el objetivo fijado.
– Pues será la misma cosa que me viene a mí a la cabeza. Desde que entré en la galería, solo pienso en eso.
– ¿Tienes prisa? A mí no me van las prisas. Me gusta ir despacio en todo, tanto en los negocios como en el amor.
– ¿Estamos hablando de amor o de sexo?
– Para mí es lo mismo. Me enamoro de los hombres con la misma facilidad que me desenamoro. Cuando me acuesto con alguien me enamoro pero cuando me levanto me desenamoro ¿Te estoy incomodando?
– En absoluto, me gusta saber a qué atenerme. Si es que hay algo a lo que atenerse.
– Lo hay, Max, te lo puedo asegurar. A parte de beber, ¿haces más cosas malas?
– Hago todas las cosas malas que me dejan hacer.
– Pues hazte dos rayas bien gorditas mientras echo el cierre.
Me pasó una bolsita con, por lo menos, tres gramos; esas son las fiestas que a mí me gustan. Las fiestas sorpresa.
Mi reacción lógica al verme allí a solas con ella, hubiera sido besarla; pero, como no le gustaban las prisas, eché el freno. Ella no tenía prisa y yo tampoco. La botella estaba llena y la bolsa rebosar de farlopa. “Lo que tenga que ser, será cuando le apetezca a ella”. A mí ya me estaba bien.
Estuvimos como cuatro horas charlando, bebiendo y metiéndonos. Era simpática y muy inteligente. Cuando se soltó, empezó a expresarse de manera más normal; ya no parecía una niña pija, más bien parecía de mi barrio. Era extraño ver a una mujer como ella hablando como una auténtica barriobajera. Resultó que no era de buena familia y que su papá no tenía ni un puto duro. Era de familia obrera como yo y como Nina. En ese aspecto me recordó mucho a ella, eran chicas que, saliendo de un barrio con pocas oportunidades, supieron buscarse la vida para hacer lo que les gustaba y ganarse la vida con ello. Según me contó, la galería funcionaba desde hacía un par de años. La abrió con un socio que era también su novio pero la sociedad no duró ni un año. Ella se quedó con el negocio y él se marcho a vivir a Paris.
El motivo de tener tanta coca encima no era otro que el de venderla. Me dijo que la galería no terminaba de funcionar y que se sacaba un sobresueldo haciendo de intermediaria entre un amigo suyo de Medellín y unos cuantos camellos que grameaban por la zona. Tenía un pequeño despacho que lo usaba para ese tipo de negocios. Me lo enseñó y ya nos quedamos en él, estábamos más cómodos y parecía que teníamos cuerda para rato. Me besó en los labios mientras me volvía a dar la bolsa.
– Ponte a currar, chato que a mí ya me cansa.
Nos sentamos en el sofá del despacho y me puse a currar. Ella hablaba todo el rato, era de palabra fácil. Algunas chicas son así: Se meten una raya y no hay quien intervenga en la conversación aparte de ellas.
Empezó a hacerme caricias en el brazo y en la pierna. Poco a poco se acercaba a mi paquete. Yo tenía claro que no iba a hacer nada hasta que no me quedase más remedio. Nunca sabes cuándo es el momento con este tipo de chicas. Ellas hablan y hablan y te tocan pero no porque quieran follar sino porque les da el punto en ese momento.
– ¿Hacemos una copa en algún bareto, Max?
– Por mí, perfecto. ¿Sabes de alguno guapo por aquí?
– Sí, en la esquina hay uno que ponen buena música y conozco al camello; la chica de la barra es muy maja y pone buenas copas.
Le ayudé a cerrar la galería y fuimos al bar. Estaba al lado y tenía buena pinta. En la puerta estaba el camello y Sonia se paró a hablar con él, yo entré. Sonaba AC/DC a toda hostia y había poca gente: Los cuatro vecinos borrachos que pasan las noches en el bar gastándose en copas y farlopa el dinero del subsidio. Eran típicos en todos los barrios, yo los conocía bien. Algunos de mis amigos de infancia terminaron así, otros enganchados al caballo y dando palos en Las Ramblas. La mayoría de chavales de mi generación, del barrio acabaron en la Modelo o tiesos con la aguja clavada en el brazo en algún sucio portal. Alguien estaba interesado en que así fuese, era una manera de neutralizarlos para que no se les revolucionaran y se hicieran de ETA o de Terra Lliure. En Euskadi fue peor la cosa, allí caían como moscas y a nadie le importaba, solo a las familias de los fiambres.
Oí una voz familiar gritando mi nombre y vi una chica corriendo hacia mí. Con la oscuridad no podía verle la cara pero ese cuerpecito tan bien formado me sonaba. Se me echó encima y me llenó la cara de besos.
– ¡Maaaaaaaaaax, cabrón!, por fin has venido a verme. Te llamé el otro día para felicitarte pero me saltó el contestador. ¿Oíste mi mensaje?
Era Isabel, estaba guapísima y vestía de manera muy sexy. Parecía como sacada de un bar de alterne de la calle Escudellers, pero vestida de forma más roquera. Nada que ver con la ropa que llevaba durante las vacaciones.
– Sí, oí tu mensaje y me hizo mucha ilusión. ¡Que alegría Isabel! Pensaba venir a verte pero estoy muy liado. Me ha traído una amiga, que casualidad que sea tu bar.
– Siéntate en la barra que te pongo una copa y me cuentas lo del atraco.
Entró Sonia y se sentó a mi lado.
– ¡Hola Isabel! ¿Qué tal la noche? ¿Os conocéis?
– Sí, nos conocimos en el camping.
– Me cago en la leche, Isabel. ¿Este es el Max del que tanto me habéis hablado Mónica y tú?
– Sí Sonia. Es él. Voy a llamar a Mónica para decirle que está aquí.
Entró en la barra para llamar por teléfono.
– Así que tú eres el golfo del que hablan maravillas Isabel y Mónica… ¡Qué fuerte!, ¡qué casualidades tiene la vida! Que sepas que me lo han contado todo, guapo. Todo, todo, con pelos y señales. Tenía ganas de conocerte. Estas dos locas tenían planeado montar un numerito contigo y conmigo.
– No jodas. Pues a mí me gustaría el numerito. ¿A ti te parecería bien, Sonia?
– A mí me parece estupendo todo, si todo acaba bien. Me apetece cualquier cosa mientras sea divertida y, por lo que me han contado de ti, creo que me encantará.
Llegó Isabel. Nos sirvió las copas y se puso otra ella.
– La perra de Mónica no coge el teléfono, se estará cepillando algún guiri. Y ¿cómo es que venís juntos?, ¿de qué os conocéis?
– Ha venido a ver la galería, quiere hacer una expo en ella.
– ¿En serio, Max? ¿Al final la vas a hacer?
– Eso espero. Me ha gustado la galería y Sonia es un amor. Ahora solo falta que le gusten mis fotos, aún no ha visto ninguna.
– ¿Las tienes en tu casa? Os propongo una cosa a los dos: Pillamos la taja, que a las copas os invito yo y, cuando cierre el local, nos vamos los tres a tu casa a seguir la fiesta. Así Sonia ve tus fotos y alguna que otra cosa más.
– Pero mira que eres guarra, Isabel. Al final conseguirás lo que tramabas. Lastima que no esté Mónica. Yo digo que sí a todo. Y tu, Max, ¿qué dices?
– Yo digo que sí a todo también.
¿Quién podría negarse a tan magnifico plan? Copas gratis, tema gratis y final feliz haciendo un trío con dos preciosas mujeres en mi casa. Si digo que no, es que estoy gilipollas perdido.
De puta madre, dijo Isabel mientras ponía tres chupitos de tequila. Sonia le pasó la bolsa y se metió en el lavabo.
– No me lo puedo creer. Lo que me contaban estas dos locas es cierto, no se lo inventaban y tú eres el famoso Max. ¡Qué fuerte! Todo esto es de lo más divertido, me encanta.
Entre risas, copas y viajes al lavabo se nos hicieron las tres de la mañana, hora de cerrar el bar. Isabel echó a todos los borrachos y nos fuimos a mi casa con varias botellas del bar. Lo primero que hice al entrar en casa fue bajar las persianas. No quería tener testigos y menos que Neus me viese haciendo una fiesta con dos chicas. No quería estropear el buen rollo que empezábamos a tener los dos.
Isabel, con la excusa de tener calor, tardó dos minutos en quedarse en bragas y camiseta. Sonia hizo lo mismo, se quitó los pantalones y me quedé de piedra: Estaba deslumbrante con esos zapatos de tacón y su chaqueta sin nada debajo. Al ser un poco larga la chaqueta, parecía que no llevase nada debajo. Eran dos preciosas mujeres que casi se me regalaban en mi propia casa tan solo llegar.
Seguí con la misma táctica de la galería de arte, no pensaba dar el primer paso, esperaba que fuesen ellas. Mientras quedase droga y alcohol, no tenía ninguna prisa.
– ¿Me enseñas alguna de tus fotos, Max?
Saqué unas cuantas de contactos tamaño cliché y una pequeña lupa.
– Son muy buenas, Max ¿Ya tienes claro por dónde irá la expo?
– Empiezo a hacerme una idea, pero no lo tengo claro del todo.
– Hazla de desnudos, si quieres te hacemos de modelos. – Dijo Isabel –.
– Isabel, a ti te gusta más estar en pelotas delante de una cámara que a un tonto un lápiz. – Dijo Sonia –.
– Si queréis os hago unas fotos, pero con el pedo que llevo dudo mucho que alguna salga decente para la exposición.
– Sí, hagámoslo. Puede ser divertido. – Dijo Sonia mientras se quitaba los palillos chinos del moño dejando que su bonita melena se desparramara sobre sus hombros –.
– Está bien, voy a por la cámara pero no os quitéis más ropa. Quiero haceros unas cuantas así como estáis.
Con dos chinchetas colgué una sabana blanca en la pared, monté el trípode y puse un carrete de blanco y negro en la cámara. Así las podría revelar yo a mí gusto en casa.
No tuve que dirigir nada. Ellas solitas iban pasando por delante del objetivo haciendo poses de lo más sexy. A Isabel se le veía mucho mas suelta, era una pequeña viciosa a la que le encantaba mostrar su cuerpo desnudo. Se le veían claramente las intenciones, quería calentarnos a los dos para meternos en la cama y hacernos de todo. Sonia era más tímida, sus movimientos no eran tan sugerentes pero su figura era espectacular. Esa chaqueta como única prenda, le daba un aspecto realmente erótico. Hice que se recogiera de nuevo el pelo y que se desabrochase la americana. Empecé a dirigir sus movimientos, notaba como se iba soltando; cada vez hacía poses más eróticas. Le hice muchísimas fotos mientras oía a Isabel refunfuñar.
– ¿Es que no me vas a hacer más fotos? Yo también quiero.
Estaba estirada en el sofá. Solo llevaba sus pequeñas braguitas rosas de algodón, parecía una colegiala perversa.
– No te muevas Isabel.
Le hice unas cuantas fotos: De frente, de espaldas, en cualquier posición. Le gustaba posar y lo hacía muy bien. Tanto nos metimos en la sesión que, cuando se terminó el carrete me di cuenta de que Sonia ya no estaba.
Nos llegó su voz desde dentro de mi habitación.
– ¿Es que vas a estar toda la puta noche haciéndole fotos a esa maldita zorra?
Isabel se levantó y fue para el dormitorio. La seguí y allí estaba Sonia totalmente desnuda sobre mi cama.
– Esta maldita zorra te lo va a comer todo, guapa, y tú te dejarás hacer, mientras Max inmortaliza el momento.
Cambié el carrete de la cámara y me quedé de pie al borde de la cama.
Empezaron a acariciarse lentamente, hacían que sus pezones erectos se rozaran mientras se besaban. Hice un buen primer plano del roce de sus pechos. No sabía si podría aguantar mucho más tiempo haciéndoles fotos. Se estaban lamiendo todo el cuerpo la una a la otra, mi polla estaba durísima, aprisionada en mis pantalones. Mientras Isabel le chupaba las tetas a Sonia esta alargó su mano, me agarró del cinturón tirando de el para acercar mi paquete a su cara. Dejé la cámara, me sentía ridículo haciendo fotos a dos mujeres tocándose en mi cama. Bajó la cremallera de mi bragueta, me sacó la polla y empezó a chupármela. Lo hacía con mucha delicadeza. Isabel levantó la cabeza y rápidamente se puso de pie. Se acercó a mí por detrás y me desnudó. Me acariciaba todo el cuerpo con sus pequeñas manitas. Metió una mano entre mis piernas y me cogió la polla sacándosela de la boca a Sonia. Esta se apartó y se echó en la cama sin dejar de mirar lo que Isabel me hacia. Yo seguía de pie al borde de la cama. Isabel se sentó y se metió mi polla en la boca. Empezó a succionármela, cerré los ojos y tuve como una regresión: Me veía en la playa con las dos pequeñas viciosas haciéndome diabluras.
Sonia me cogió de la mano y me echó en la cama. Isabel no me la soltaba. Ella disfrutaba, pero yo, disfrutaba mucho más. Estiré la mano y apagué la luz. Dejé solo la pequeña lamparilla que usaba para leer, tanta luz me molestaba. Empecé a marearme, ya no sabía quién era quién y de quién eran las manos que me tocaban. Me dejé hacer mientras esperaba que se me pasase el mareo. Una de las dos me cogió la polla mientras la otra se ponía encima de mí, se la metió bien adentro y empezó a subir y bajar mientras la otra no dejaba de tocarnos a los dos.
Se turnaban para follarme; mientras una lo hacía, la otra miraba y se hacía rayas. Se acabó la coca y duramos bien poco. Me corrí encima de Isabel mientras Sonia me masturbaba. Nos quedamos los tres estirados mirando al techo mientras resoplábamos por el esfuerzo. Nos quedamos dormidos casi a la vez.
Me desperté al oír el sonido de la ducha. Eran las tres de la tarde. Isabel dormía abrazada a mí; la aparté y fui al baño, me estaba meando.
– No te importa que me de un baño, ¿verdad?
– Claro que no. ¿A ti no te importa que mee mientras te bañas?
– A mí no me molesta, sigue durmiendo. Pienso tirarme un buen rato aquí disfrutando de tu bañera.
Me estiré de nuevo en la cama y me quedé dormido. No sé cuanto tiempo pasó hasta que Isabel me despertó. Volvía a tener mi polla en su boca. ¡Qué vitalidad tenía aquella criatura!, era insaciable.
A mí me iba a reventar la cabeza, tenía una resaca descomunal. No entendía como aquella pequeña chiquilla tenía tanto aguante y tantas ganas de rabo. La puse a cuatro patas y se la metí. Se movía como un potro desbocado, yo como un borracho resacoso. Al rato, entró Sonia oliendo a jabón, se estiró en la cama y se unió a la fiesta. Se fueron las dos de casa a las seis de la tarde. Isabel quería quedarse pero yo no daba más de sí. Le dije que mejor otro día.
– Ya nos vemos, Max. Te espero en la galería cuando tengas clara la expo. Me han encantado tus fotos, espero que hagas una buena selección. Por favor, no pongas ninguna mía, no quedaría bonito ver a la dueña de la galería colgada de la pared haciendo la zorra.
– Eso Max, pásate por la galería y después os venís al bar a verme. A ver si está Mónica y nos echamos unas risas. De mí puedes poner todas las fotos que quieras, para mi será un honor. No me importa que me reconozca alguien, ya sabe todo el mundo lo fresca que soy.
– Las dos sois fresquísimas, tan frescas como yo, y muy guapas. Ya me pasaré un día a veros y nos pegamos otra fiesta. Ahora necesito descansar.
Cerré la puerta y me apoyé en ella. Por fin se habían ido. Casi me matan. No puedo desfasarme tanto, pensé. Subí todas las persianas para que entrase la luz y se ventilase un poco la casa, el olor a tabacazo y alcohol era terrible.
Me asomé al balcón para ver cómo se alejaban. Isabel miró hacia mi balcón y me saludó con la mano; después las dos, justo cuando pasaban por delante del bar Ramón. Los borrachos salieron del bar para mirarlas y decirles guarrerías. Manolo levantó la cabeza y vio como yo les devolvía el saludo. Seguro que me comentará la jugada cuando vaya a desayunar.
– ¡Buenas tardes, Max!
Era Neus. Se había quedado con todo. No supe qué cara poner en ese momento. Me había pillado de marrón.
– Que amigas más guapas tienes, Max. Seguro que son de esas guarras a las que te gusta cepillarte.
– ¿Estas celosa, Neus?
– ¿Yo?, ¿celosa de dos guarras? A mí me da igual lo que hagas con tu vida, guapo. Yo no tengo celos.
– Lo parece y estás guapísima. Me gusta que te pongas así.
– Yo no me pongo de ninguna manera. Además tienes una pinta espantosa, se te ve fatal.
– Ahora un masaje relajante como el del otro día me iría de puta madre.
– Sí, guapo. Después de la fiesta que te has pegado con esas dos guarras pretendes que te haga un masaje. Lo tienes claro.
– ¿Ves, Neus? Estás celosa.
Le lancé un beso y me metí para dentro. Antes de meterme en la habitación, giré la cabeza para ver si aún estaba en el balcón. Seguía allí y su cara no era de estar contenta. La has cagado chaval, me dije a mí mismo. No tenías que haber salido al balcón.
Ya casi dormía, cuando oí el timbre de la puerta. No me levanté, nunca lo hacía; siempre solían ser vendedores de algo o testigos de Jehová. Insistían llamando y me levanté a abrir.
– No quiero nada, joder. Sois unos putos pesados.
Era Neus. Estaba de pie ante mí con cara de arrepentimiento.
– No vengo a venderte nada, idiota.
– ¿Qué haces aquí, Neus?
– Vengo para que veas que no estoy celosa. Te voy a hacer un masaje para que duermas a gusto y para que no te lo tengas tan creído. No todas las mujeres nos mojamos las bragas cuando te vemos.
– Esa boquita, Neus, que ya pareces de este barrio.
Me eché en la cama boca abajo. Noté como ella se sentaba en la cama y como sus calientes manos tocaban mi espalda. Era jodidamente buena haciendo masajes. Pensé en qué se sentiría al notar sus expertas manos tocándome otras partes del cuerpo. Me sentí un poco culpable, pero solo un poco, al estar tumbado en la misma cama donde había estado follando con, según ella, dos guarras, mientras ella me hacía un masaje para hacerme sentir bien.
Ella siempre tenía este tipo de detalles conmigo y yo aún era la hora en que le devolviera uno de ellos; al contrario, me dedicaba a espiarla como si fuese un viejo verde y a hacerle la puñeta con mis indirectas y mis bromas.
Me sentí un canalla. Aquella chica despertaba en mí ese tipo de sentimientos y no sabía por qué. Ni habíamos follado aún, ni siquiera nos habíamos besado. No tenía que sentirme mal, pero encontré que no era de recibo estar en aquella sucia cama con olor a sexo reciente, mientras Neus se portaba, como siempre, tan bien conmigo. Era una buena chica y yo un canalla.
Empecé a babear. Me quedé dormido en dos minutos.