TRAPEROS, CHATARRAS Y DESPOJOS

En una época un tanto lejana en el tiempo pero no tanto en el recuerdo de muchos, existían comercios en los barrios de Barcelona donde podías ir a vender chatarra, cartones y trapos viejos.
Hoy en día, analizando su actividad, a estos locales se les llamaría centros de reciclaje y serían muy bien recibidos por la población si apareciesen de nuevo.
En estos locales, llamados traperías, se compraban botellas de cristal y otros objetos que después eran reciclados.
Recuerdo que de pequeño buscábamos por las cales botellas de Champan, entonces aún no existía la denominación de origen Cava, y las llevábamos al trapero que nos daba dos pesetas por cada una de ellas y por un kilo de cartón o periódicos otras tantas.
Este tipo de comercio ayudó a gran cantidad de personas que vinieron a las grandes ciudades a buscarse la vida a la espera de un futuro mejor. Las grandes ciudades absorbieron gran cantidad de inmigración y se crearon barriadas obreras donde era difícil sobrevivir y donde algunas familias reciclaban cualquier cosa llevándola al trapero para poder llegar a fin de mes. 
Los niños se dedicaban más a los cartones y a las botellas, las personas mayores a las chatarras que pesaban más y era más peligrosa su manipulación.
El trapero, solía ser un hombre de mediana edad mal vestido, con las ropas sucias, sin afeitar y siempre con una colilla de tabaco sin filtro entre los labios.
En esos años de escasez alguna madre después de vender algo en la treparía acudía, con las pocas pesetas que le sacaba al trapero, al mercado a comprar a la parada de despojos.

Allí sobre el mostrador se desparramaban pulmones, corazones, tripas, riñones, hígados, bazos y piezas inclasificables que acababan en los pucheros de
las humildes familias de las barriadas obreras que se desperdigaban por el extra radio de Barcelona. Gracias a estas actividades se reciclaba, se generaban menos basuras y muchas familias salían adelante haciendo de nuestras ciudades lo que ahora son.
Es bueno recordar que las maravillas que vemos cada día en nuestras ciudades no solo son gracias al trabajo de grandes arquitectos y magnates mecenas. Los obreros también levantaron esos estupendos edificios mientras en sus casas de la ciudad satélite de la periferia o del Somorrostro, les esperaban sus familias con un plato caliente de callos en la mesa.