
VERÓNICA
Verónica se levantó de la mesa y se dirigió al baño. La seguí con cuidado. Me colé en el lavabo de señoras y me encerré en el que estaba al lado del suyo. Me senté y preparé la cámara. Oía el sonido de un plástico abriéndose y el de una tarjeta golpeando con rapidez sobre la tapa del wáter. Me puse de pie encima de la taza y me asomé para ver qué hacía. Lo que me temía, estaba haciéndose una raya de dimensiones considerables. Alargué el brazo con la cámara y le hice varias fotos. Me la guardé en el bolsillo y salí a toda prisa del baño. Las chicas que se retocaban el maquillaje delante del espejo, mientras despellejaban a alguna amiga no presente, ni se inmutaron. Estarían acostumbradas a ver salir hombres de allí a toda prisa.
No confiaba en la calidad de las fotos, seguro que no se le veía la cara. Tenía que conseguir un buen plano en otro momento. Sabía que era un trabajo sucio, no me gustaba incriminar a nadie publicando fotos íntimas. Todo el mundo tenía derecho a vivir su vida sin que nadie hurgase en sus miserias. Todos teníamos alguna que otra debilidad y nadie tenía derecho a publicar la intimidad de nadie. En ese momento no lo pensé. Las dos rayas y las copas que llevaba encima no me dejaban darme cuenta de lo que acababa de hacer.
Volví a poner la oreja en la conversación de la mesa de las cacatúas, me puse de nuevo detrás de la columna. Las dos presuntas amigas estaban poniendo a parir a Verónica. El Bufa escuchaba con atención.
– Esta petarda viene a Barcelona a refregarnos por la cara su dinero y lo bueno que es su marido con ella, que se lo consiente todo. Me tiene hasta el coño. Verás, Josep, lo que tenemos que hacer es darle un buen escarmiento.
– ¿Y eso por qué? A mí no me ha hecho nada esta buena mujer. Además a mí me interesa entablar amistad con ella y su marido. Siempre pueden echarme una mano si decido montar algún negocio en Madrid.
– Tú solo piensas en tus negocios. Será que no tienes ya bastante dinero.
– Nunca se tiene bastante dinero, y un cambio de aires no me sentaría nada mal.
– Seguro que estáis hablando mal de mí, – dijo Verónica mientras tomaba asiento –.
– ¡Ay, Vero, cómo eres! Con lo que te queremos y lo bien que nos lo pasamos contigo. Voy al baño, Cuca ¿me acompañas?
Las dos cacatúas se levantaron y dejaron solos en la mesa al Bufa y a Verónica.
– Así que te dedicas a los negocios nocturnos… Me han dicho que tienes varios locales.
– Sí, Verónica, me gano la vida con eso. Es una lucha constante pero da mucho dinero. Tú sales mucho por Madrid. ¿No es cierto? Debes conocer a mucha gente del mundo del espectáculo y de los negocios.
– Salgo mucho de noche pero el que conoce a más gente es mi marido. Yo solo me dedico a pasármelo bien.
– Y a meterte coca.
– Pero bueno, ¿cómo te atreves?
– No es que me atreva, es que se te ven los restos en la nariz y alguna experiencia tengo yo en eso.
– Bueno, me meto de vez en cuando pero no estoy enganchada.
– Eso decimos todos ¿Te vienes a casa conmigo y con Anna? Tengo algo de calidad superior. Seguro que te gustará.
– ¿Y qué hacemos con Cuca y Tita?
– Que les den por culo a ese par de fulanas. Son unas brujas que te ponen verde cuando tú no estás. Yo salgo y te espero una calle más abajo. Deshazte de ellas y nos damos un homenaje de los buenos. Ya verás, no te arrepentirás.
Los dejé hablando en la mesa y salí a por el coche. Llegué al sitio acordado y apagué las luces. Vi como el viejo llegaba con Anna. Él la manoseaba de una manera que me dio mucho asco. Un viejo verde abusando de una chica joven, la imagen era muy desagradable. Se montaron en un Mercedes nuevo de color rojo. Vi a Verónica llegar y subirse al coche con ellos. Los seguí a una distancia prudencial hasta la casa del mafioso.
Vivía en la zona alta. Yo me esperaba una mansión similar a la de la familia Montesquieu, pero el tipo vivía en un edificio de viviendas, de lujo, por supuesto, pero no dejaba de ser un piso de los que se compraban los nuevos ricos para estar en la misma zona que las lujosas mansiones de la burguesía catalana. Supuse que se buscó bien la zona para pasar desapercibido y no dar demasiado el cante. Sus negocios sucios no eran bien vistos por la gente de dinero. Al fin y al cabo, era un nuevo rico y seguro que sabía que no sería bien recibido por las familias más adineradas de la zona.
Aproveché para hacerles unas cuantas fotos mientras entraban en el portal. Esperé varias horas pero aquello estaba muy muerto. Supuse que Verónica no volvería al hotel. Para ellos la noche acababa de empezar. Me imaginé al viejo haciendo rayas sin parar mientras ninguno de los tres paraba de decir tonterías.
Qué desperdicio, pensé. Esas dos impresionantes mujeres para un tipo al que ya ni se le levanta y yo aquí en el coche más solo que la una. Pensé en el polvo con Anna y se me puso dura. Me hubiese encantado en ese momento pillarla por banda y repetir la jugada. Solo era un pensamiento motivado por la envidia. Arranqué el coche y me fui para casa maldiciendo al puto carcamal mafioso.
Me despertó el timbre del teléfono. Eran las tres de la tarde.
– Buenos días, Max. Soy Carlos. Te llamo para decirte que la señora Verónica ha abandonado el hotel. Ahora mismo sale por la puerta. Se dirige al aeropuerto, regresa a Madrid sin haber dormido en su cama. Llegó hace una hora en muy mal estado. Parecía como si alguien le hubiese pegado y abusado de ella.
Me vestí a toda prisa sin saber muy bien a dónde ir. Si tanta prisa tenía en salir de Barcelona estando en ese estado, es que algo gordo había pasado. Decidí ir a la casa del Bufa para ver si todo estaba bien. Si no veía nada fuera de lo común, llamaría al comisario González, por si algún vecino había denunciado algo.
Al llegar a la calle mis sospechas se confirmaron, algo terrible había sucedido. La zona estaba acordonada por la Policía y no me dejaron pasar. Que Verónica saliera a toda prisa hacia Madrid con todo aquel percal por aquí es demasiado extraño.
Llegó un furgón de la Policía Judicial, el que se usa para transportar los cadáveres después de que el juez haga el levantamiento.
Llamé desde una cabina al comisario González.
– Esperaba tu llamada, Max. Han encontrado el cadáver de Josep Bofarull en su casa. A su lado estaba el cadáver de una joven. Les han disparado a quemarropa. Había restos de cocaína por toda la casa, Algún día tenía que pasarle algo así a ese cabronazo.
Salí a toda prisa hacia el aeropuerto. Si no tenía ningún contratiempo, era probable que llegase antes de que saliera el siguiente vuelo del puente aéreo. Estaba muy nervioso y me salté varios semáforos en rojo. Al coger la Gran Vía aceleré todo lo que pude. Me planté en el Prat en poco más de diez minutos, aparqué el coche y salí corriendo hacia la terminal.
Miré en el panel informativo; faltaban veinte minutos para la próxima salida. Había mucha gente dificultando el paso, la mayoría eran ejecutivos y gente de negocios que vivían a caballo entre Barcelona y Madrid.
La encontré sentada en la puerta de embarque. Parecía una vieja gloria del espectáculo trasnochada, no se le veía la cara. Tanto camuflaje la delataba: Una gran pamela y unas enormes gafas de sol que le tapaban media cara; eso solo lo hacían las folclóricas cuando querían pasar desapercibidas. Me senté a su lado y pensé durante cinco minutos en cómo abordarla. Se me ocurrieron las mil y una maneras de entrarle pero todas me parecían poco adecuadas. Al final decidí tirar por el camino de en medio.
– ¡Hola, Verónica! Me llamo Max y soy fotógrafo. La revista para la que trabajo me ha pedido que te siga y lo estoy haciendo desde hace varios días. Sé que anoche estabas en casa de Josep Bofarull con Anna. Has sido testigo de un doble asesinato y ahora te marchas a Madrid para no verte envuelta en el caso. – No movió ni un dedo y permaneció callada durante un buen rato. Cuando estaba a punto de insistir, se giró hacia mí –.
– No sé qué demonios ha pasado. No he visto nada. No sé qué hacer. Estoy muy confundida y desesperada ¿Qué será de mí?
No paraba de llorar y de pedirme que, por favor, no llamase a la Policía. Era un mar de lágrimas.
– Ahora no te puedes marchar. Sería demasiado sospechoso, mucha gente te vio anoche con él en la discoteca y más de uno te vio subir al coche con los dos desgraciados. Vuelve al hotel y quédate unos días más hasta que pase un poco todo.
Quería ganar tiempo y engatusarla para que cantase La Traviata. Era importante sacarle el máximo de información posible para hacer un buen reportaje.
Me ofrecí a llevarla de nuevo al hotel y aceptó sin ofrecer demasiada resistencia. Se pasó el viaje llorando. Me contó que su marido le había cerrado el grifo, que ya solo le quedaban diez mil pesetas y que no podía ni pagar el hotel; que tenía que volver a Madrid que aquí no tenía nada ni a nadie. Llegamos al hotel, aparqué el coche cerca y le dije que me esperase sin salir fuera.
– Buenos días, Carlos ¿La habitación de la señora Verónica sigue libre?
– Sigue libre de momento. La están arreglando. Menudo destrozo ha hecho la señora.
– Te voy a pedir un favor: Haz todo lo que esté en tus manos para hacer ver que Verónica no abandonó el hotel esta mañana. Seguirá en la misma habitación varios días más. Sé que tú puedes. Si lo haces, te llevarás un buen pellizco.
– Eso está hecho, Max.
Salí a buscar a Verónica y la acompañé a su habitación. Se quitó la pamela y las gafas, tenía la cara deformada por los golpes.
– Todo está arreglado; oficialmente nunca saliste del hotel.
– ¿Por qué haces esto por mí?
Mis intenciones eran claras pero le tuve que mentir. Tenía que aprovechar su estado de vulnerabilidad para sacarle el máximo de información.
– No lo sé, Verónica. Lo más fácil sería pasar de todo y no meterme en líos. Si algo he aprendido en todo este tiempo que llevo siguiendo a gente como tú es que al final sois más vulnerables y débiles que nosotros los “curritos”. Me da pena verte así y quiero ayudarte.
Estaba como en estado de shock. Decidí dejarla descansar y pasarme por la noche a ver si estaba mejor. Le recomendé que no saliese del hotel. No me fiaba de ella así que me quedé en el coche haciendo guardia por si se le ocurría salir. No había pasado ni una hora cuando la vi salir por la puerta principal con su pamela y sus enormes gafas de sol; levantó la mano y paró un taxi.
No entendía su comportamiento, estaba metida en un buen lío y parecía desesperada. Lo lógico sería quedarse en la habitación. ¿Dónde coño iría aquella descerebrada?
Puse el coche en marcha y me dispuse a seguirla. El taxi se paró en Vía Layetana, a la altura de correos. Aparqué el coche y la seguí a pie, se sentó en la terraza de un bar.
A los cinco minutos apareció el camello de las visitas rápidas. Se sentó con ella a tomarse algo y de paso a suministrarle el material. Le pasó la coca disimuladamente por debajo de la mesa. Ella se levantó y entró en el bar, él se quedo esperando en la mesa. Cuando salió del bar le dio dos besos al camello y se despidió de él. Cruzó la calle y se metió en los bazares del puerto, deambulaba sin rumbo fijo, parecía confusa y desorientada. Se dirigió a la Barceloneta. Aceleré el paso para no perderla de vista.
Entró en una tienda de ropa y salió que parecía otra persona, pagó en efectivo. Ya no parecía una cazafortunas, llevaba unos vaqueros, zapatillas deportivas y una camiseta negra. Cambió la gran pamela por una gorra con visera pero conservó sus enormes gafas; la bolsa con la ropa vieja la tiró en una papelera. Hice cuentas de lo que se habría gastado entre la coca y la ropa, ya poco de las diez mil pesetas le debía quedar.
La vi entrar en un bar de pescadores, de esos que al más guapo le falta un ojo y al más feo no se le puede ni mirar a la cara del miedo que da. Se pidió una cerveza y entró en el lavabo, así varias veces. Estuvo como una hora bebiendo y metiéndose rayas. Los pescadores comentaban la jugada cada vez que se metía en el baño. Eran viejos lobos de mar que se las sabían todas.
Salió del bar y fue caminando hasta la playa. Ya casi era de noche, la Luna estaba espectacular, no estaba llena pero casi. Se sentó en la arena con la mirada perdida en el horizonte encendiendo un cigarrillo tras otro. Lo que hubiera dado en ese momento por saber lo que pensaba. ¿Qué ideas se le pasarían por la cabeza?
Se levantó de la arena cuando se le terminó el tabaco. Dejó la tranquilidad de la playa para meterse en otro bar. Compró tabaco y se pidió otra cerveza, entró de en el baño varias veces. Salió del bar tambaleándose, parecía una yonqui. Si quería pasar desapercibida lo estaba consiguiendo; en aquella época, en la Barceloneta, ver pasear a los yonquis en busca de alguna coche para robarle el radiocasete era lo más normal del mundo.
Deambuló por todo el barrio hasta llegar a la estación de Francia. Por el camino me crucé con una señora que llevaba su pamela en la cabeza y la bolsa con la ropa en la mano, le comentaba a una vecina que había que estar loca para tirar todo eso en la papelera.
Verónica entró en otro bar y no le quisieron servir. El camarero la echó a la calle como si fuese una colilla. La seguí hasta la Plaza Real, daba vueltas sin saber muy bien dónde iba, su desorientación era total. Entró en otro bar, esta vez tuvo más suerte y le sirvieron una cerveza. Entró de nuevo en el baño a dar buena cuenta de la bolsa de coca. Según mis cálculos, ya poca le debía quedar, a tenor de las veces que la vi entrar en los lavabos.
Me estaba cansando ya mucho el tema. ¿Qué cojones estaba haciendo esta tía? Me tenía hasta los huevos. Llegué a la conclusión de que no sacaría nada en claro siguiéndola. Tenía fotos de todos sus movimientos y de sus idas y venidas; con eso ya tenía suficiente para sacar una buena exclusiva y arruinarle la vida.
Decidí coger el toro por los cuernos y entrar en el bar, me dirigí a los lavabos, le pegué una patada a la puerta y entré. La puerta le golpeó y se empotró contra la pared. Cayó al suelo. Ahora sí que parecía una auténtica yonqui, tenía la cartera con todas sus cosas por el suelo lleno de charcos de orina.
– ¡No me mates, por favor! No me mates, yo no hice nada. Solo estábamos divirtiéndonos. No hice nada, no me acuerdo de nada. – me decía mientras se apresuraba a recoger todas sus cosas del suelo –.
La coca se le cayó en un charco de orines, ahora sí que estaba jodida. La cogí del brazo y la puse en pie. La saqué del bar como buenamente pude. Salimos a la calle y paré un taxi. Llegamos al hotel y entramos por la puerta de servicio. La subí a su habitación y la tumbé en la cama.
– A ver, piltrafa humana, ¡¿se puede saber qué cojones estás haciendo?! ¿Quién te quiere matar? Si te sigue alguien, también me sigue a mí. Dime de una puta vez qué coño está pasando.
– Quiero una raya, por favor. Solo una. Si me consigues una raya, te la chupo y dejo que hagas lo que quieras conmigo.
– ¿Serías capaz de hacer eso por una puta raya? Estás enganchada Verónica. No puedes seguir así.
La cogí en brazos y la metí en la bañera, abrí el grifo del agua fría de la ducha y la puse debajo del chorro sin quitarle la ropa.
– ¡Hijo de puta!, ¡eres un hijo de puta!
Le aguanté la cabeza para que no saliera hasta que estuviese más calmada. Dejó de moverse y de chillar. Cerré la ducha y la saqué de la bañera.
– ¿Ya estás más calmada?
– Sí, Rafa. Ya estoy más calmada.
– No me llamo Rafa, flipada de los cojones ¿Quién coño es Rafa y quién te persigue para matarte? O me lo dices o te mato yo directamente, te tiro por la ventana y me quedo tan a gusto, pedazo de zorra. Mi vida puede que esté en peligro por tu culpa.
– Perdona, yo no hice nada. No te enfades conmigo.
Decidí bajar el tono. Ahora tenía que aflojar un poco para ganarme su confianza, como hacen el poli bueno y el poli malo de las películas.
– Desnúdate y ponte la bata. Te pido algo caliente para comer y nos relajamos pero cuéntame de una vez qué fue lo que pasó anoche en la casa de Josep Bofarull.
El servicio de habitaciones subió un consomé. Hice que se sentarse en la cama y la obligué a bebérselo.
– Mejor, ¿verdad?
– Sí, mejor, Rafa… Perdón, ¿cómo te llamas?
– Me llamo Max ¿Quién es Rafa?
– Rafa era un chico del que estaba enamorada. Ahora está muerto.
– ¿Qué le pasó?
– No lo sé. Un día me desperté a su lado y le habían pegado un tiro en la cabeza.
– ¿Rafa tomaba coca como tú?
– Sí, más que yo. Me pasaba noches enteras sin ir a casa por estar con él.
– ¿Por eso te viniste a Barcelona?
– No, eso fue el año pasado, desde entonces ya he visto morir a tres más. Cuando me enrollo con alguien siempre termina la cosa igual, me despierto en su cama y él está a mi lado muerto de un tiro en la cabeza.
Parecía que, por fin, decía la verdad; no se le entendía muy bien, entre llantos y sollozos, pero me hice una idea de lo que me estaba contando.
– ¿Los otros chicos que mataron también tomaban coca como tú?
– Sí y alguno también traficaba.
– ¿Qué pasó en casa de Josep Bofarull?
– No te pienso decir nada más, tú no eres policía. Como se entere mi marido de lo que me estás haciendo te mata.
– Claro, como seguro habrá matado también a los pobres desgraciados que te follabas para meterte coca gratis, ¿verdad, puta? Esos chicos han muerto por tu culpa. No habían hecho nada para merecer la muerte, solo dejarse engatusar por ti. Las putas de mi barrio lo son para dar de comer a sus hijos. Tú, maldita puta cazafortunas cocainómana, tú te casas con un viejo y le chupas la polla todos los días para vivir como una princesa y ponerte hasta el culo de coca. Tú eres más puta que nadie, que te quede bien claro, ¡maldita zorra! Como vuelvas a amenazarme te cruzo la cara de un guantazo, llamo a la Policía y publico todas las fotos que tengo de ti; te arruino la vida de un plumazo. ¿Te queda claro o no te queda claro, Yonqui de mierda?
– Está bien. No te enfades conmigo, Max.
Estaba asustada. Mis amenazas y mi tono de voz parecía que causaban efecto, estaba rendida.
– ¿Qué pasó en casa de Josep Bofarull?
Poco a poco entraba en razón.
– Llegamos a su casa y nos sentamos en el sofá. Josep puso música y Anna sirvió unas copas. En la mesita de cristal vació una bolsa, por lo menos había diez gramos. Empezamos a hacernos rayas y a beber whisky.
– ¿Qué más hicisteis?
– Solo eso, pasamos la noche así.
– No me lo creo, Verónica. ¿Qué más hicisteis? Intenta recordar, ¿de qué hablabais?
– Josep me hacía muchas preguntas sobre los negocios de mi marido. Quería que le echara una mano para hacer negocios en Madrid. Me parecía extraña su insistencia, no hablaba de otra cosa. Negocios, dinero, drogas, putas… Su conversación se basaba solo en eso.
– ¿Montasteis un numerito los tres?
– No, pero fue todo un poco desagradable. Trataba a Anna como a una esclava, le gritaba y le pedía cosas todo el rato.
– ¿Qué tipo de cosas?
– Cosas humillantes como que le chupara las suelas de los zapatos o que se metiera por el coño un consolador, para que yo lo viese mientras él se hacía las rayas.
– ¿Y tú no le decías nada?
– ¿Qué querías que le dijera? Estaba en su casa. Si no le seguía la corriente no me invitaba a más coca.
– Claro, por la coca y el dinero dejáis que os humillen y os maltraten; es lo más lógico. ¡La madre que os parió!
– No es como tú piensas. Es más complicado de lo que parece.
– Sí, tan complicado como desengancharse. ¿La cosa fue a más?
– Sí, el viejo hizo que Anna se desnudara y que me besase. A mí no me desagradaba. De hecho, me gustaba como me tocaba y me besaba. Lo que me molestaba era el tono que usaba con nosotras.
– ¿Qué tono usaba?
– “!Vamos malditas putas de mierda! quiero veros follar tiradas por el suelo como unas perras”: Eso era lo más bonito que nos decía.
– Está bien, recapitulemos: Fuiste a la casa de un mafioso sabiendo que era un mafioso. Te pusiste hasta las cejas de coca a cambio de dejarte humillar sexualmente junto a su jovencísima novia, ¿es eso?
– Dicho así, suena fatal.
– No hay otra manera de decirlo. Suena mal lo digas como lo digas. ¿Cómo entraron en la casa?, ¿cómo los mataron?, ¿quién lo hizo?
Se le veía agotada, pero siguió contestando a mis preguntas.
– Llamaron a la puerta. Josep me dijo que fuese a abrir, yo no quería, no era mi casa y estaba desnuda. Me amenazó con no darme más coca y fui a abrir. Lo único que recuerdo es que alguien me golpeó muy fuerte en la cara y caí al suelo inconsciente. No pude ver quién era. Después, al despertar, me encontré con los dos cuerpos sin vida en medio de un charco de sangre. Pude ver que les habían disparado en la cabeza. Me vestí, cogí mis cosas y salí de allí a toda prisa. Lo que sucedió después, ya lo sabes.
– ¿No te parece extraño que no te mataran a ti también? Si es un ajuste de cuentas entre mafiosos, se llevan a todo el mundo por delante si hace falta. Que te dejasen con vida no tiene ningún sentido, a no ser que también los mataran por tu culpa. Tres fiambres en Madrid y dos en Barcelona, siempre con un tiro en la cabeza, estando tú presente y sigues con vida. Alguien se dedica a matar a la gente que te lleva por mal camino. ¿Se te ocurre alguien que tenga ese interés por borrar cualquier mancha en tu vida?, ¿alguien que se sienta humillado por tu comportamiento y se tome la justicia por su mano?
– No se me ocurre nadie, no sé quién puede ser.
– ¿Eres tonta del culo o te lo haces?, o ¿es que tanta drogas te ha dejado el cerebro hecho papilla? Tiene que ser alguien de tu entorno como tu marido o alguien de su familia.
– Eso no puede ser. Armando siempre me cuida y me mima, es muy bueno conmigo.
– Te cuida tanto que liquida a cualquiera que él piense que no es bueno para ti y para su imagen de gran empresario.
Intenta descansar, yo volveré mañana y decidimos lo que hacemos.
Ya no me fiaba para nada de ella. Salí a la calle y paré un taxi. Quería recuperar el coche, tenía la intención de hacer guardia toda la noche si hacía falta. Verónica era capaz de volver a salir y liarla de nuevo. Aparqué el coche cerca de la puerta del hotel, este caso estaba acabando con mi paciencia. Pensé en Neus y en hacer una escapada con ella aprovechando que tenía el coche. Cuando termine esto, nos vamos los dos un par de días, pensé. Puse la radio y me encendí un cigarro. Por fin un poco de tranquilidad. “The Rain Song” de Led Zeppelín, esa canción me tranquilizaba. Siempre que llovía la escuchaba, es una tradición que aún conservo hoy en día.
Vi a alguien que me sonaba entrando al hotel, salí del coche cagando leches para verlo de cerca. Era el camello que grameaba a domicilio. Será yonqui la tía perra… Sabía que no tenía dinero así que solo se me ocurría una manera de que Verónica pudiera pagar la coca. Esperé quince minutos sabiendo que el camello solía despachar sus asuntos en diez; quería asegurarme.
Me acerqué a la recepción del hotel para hablar con Carlos, me dijo que habían pedido una botella de Vodka y unos refrescos al servicio de habitaciones. Al camello le iba a salir caro echar un polvo. Los vi salir a los dos del hotel, eran las once de la noche. Pararon un taxi y los seguí. Volvieron al bar donde se habían encontrado al lado de correos, él entró a llamar por teléfono mientras ella se bebía una cerveza en la terraza.
Empecé a atar cabos enseguida. Si abandonaron el hotel tan rápido era porque se pulieron rápido toda la coca que el camello llevaba encima. Si el camello tuviese más material en casa, habrían ido directamente a ella. Si recalaron en el bar era porque estaba cerca de quien le abastecía el material que no era otra que Sonia.
Fui corriendo hasta la galería de Sonia, llamé a la puerta esperando que aún estuviese dentro. El camello seguro que la había llamado por teléfono para comprar más tema. Si Sonia no estaba en la galería sería que no había dado ni una en mis suposiciones.
La vi caminando hacia la puerta desde el fondo de la galería. De momento, más o menos todo empezaba a cuadrar.
– ¿Qué pasa, Max? Te veo nervioso, ¿qué te pasa?
– Hola Sonia. Perdona que te haga esta pregunta pero ¿te ha llamado ahora mismo el camello del otro día?
– Sí, acabo de colgar el teléfono ahora mismo. Viene hacia aquí a por material ¿Qué pasa? ¿Cómo sabes que Fernando me ha llamado?
– Ya te contaré. ¿Sabes dónde vive?
– Sí, vive en la esquina; en el número quince, en el cuarto segunda.
– Está bien, no te preocupes. Véndele el tema como si no pasase nada. Es importante que lo hagas. Presiento que algo va a suceder.
– Max, yo no quiero meterme en líos. Ya sabes a qué me dedico. Si tiene algo que ver con la Policía yo no quiero saber nada. Lo siento pero no cuentes conmigo.
– Tranquila Sonia. No tiene nada que ver contigo ni con tus actividades. Si pasa algo no será en tu galería, será en su casa o en alguna pensión cercana.
Fernando viene a pillarte material para pegarse una buena fiesta con una pija a la que estoy siguiendo desde hace días; es especialista en meterse en problemas y complicarles la vida a las personas que la rodean. Es un caso bastante jodido, hay unos cuantos fiambres por medio.
– Max, me estás asustando.
– No te preocupes. Tú haz lo que te digo y después vente al bar de Isabel. Sobre todo no le digas nada a Fernando, se lo contará a ella y seguro que hace alguna tontería. Está fatal de la cabeza y es capaz de hacer cualquier barbaridad. Está muy asustada y cree que alguien quiere matarla.
Sonia entró de nuevo en la galería, estaba asustada. Me acerqué al bar de Isabel para llamar al comisario González.
– ¡Hola Isabel!, ¿dónde tienes el teléfono?
– ¡Hola Max! Está aquí, en la barra, pero ¿qué pasa? Te veo alterado.
Ni le contesté, no hacía falta, iba a ser testigo de mi conversación telefónica. Llamé al comisario González y le puse al corriente de todo el caso. Le conté todas mis sospechas y que creía que podía pasar una desgracia. Me dijo que me quedase donde estaba, que no hiciese ninguna locura que enviaría un coche patrulla enseguida.
– ¿Qué pasa, Max? Me estás preocupando.
En ese momento los vi pasar. Salí a la calle con cuidado de no ser visto. Se pararon en el número quince, él sacó las llaves de su bolsillo, abrió la puerta y entraron. El muy tonto la llevaba a su casa.
Entró Sonia en el bar.
– Ya está, se ha marchado.
– Sí, los he visto entrar en su portal. La Policía está a punto de llegar, ahora solo toca esperar. Les conté la historia y se quedaron a cuadros, no se lo acababan de creer.
– Pero, Max, ¿cómo te metes tú en estos líos? – Dijo Isabel –.
La miré encogiendo los hombros.
– Espero que llegue pronto la Policía. Para mí que no se han creído nada de lo que les he contado. Están tardando demasiado.
Volví a llamar al comisario. Me dijeron que no estaba, que había salido y ya no volvería.
– ¡Me cago en todos sus muertos uno a uno! ¡Qué hijo de la gran puta! ¡Ha pasado de mí como de la mierda! – Dije a regañadientes.
– Si no viene la Policía en cinco minutos, subo y que pase lo que tenga que pasar.
– No hagas eso, Max. Espera a que lleguen, no te metas en líos.
– Ya estoy metido, Isabel. Ahora ya es demasiado tarde pare echarme atrás.
Volví a salir a la calle y vi como una abuela buscaba las llaves para entrar en el portal de Fernando.
– Voy a subir. Si no vuelvo en cinco minutos, llamar a la Policía.
– ¡No, Max, no lo hagas!.
Oí las voces de Isabel y Sonia que me llamaban pero pasé de ellas. Me colé detrás de la abuela y empecé a subir las escaleras a toda prisa. Oí a la abuela chillar, estaba en la calle hablando a voces. Llegué al cuarto piso casi exhausto pero con la intención y la suficiente fuerza para tirar la puerta abajo. Me asomé a la barandilla de la escalera y vi subir a Isabel y Sonia. Escuché un disparo dentro del piso. De una patada eché la puerta abajo. No sabía muy bien lo que hacía pero decidí entrar. Ya llegados a este punto me podía más la curiosidad que mi instinto de conservación.
La casa estaba a oscuras, apenas veía una tenue luz al fondo del pasillo. Mientras avanzaba por el oscuro pasillo, antes de llegar a la habitación, oí otro disparo. Entré en la habitación, estaba todo muy oscuro. Cuando se me dilataron las pupilas pude ver algo. Me quedé paralizado. Oí voces llamándome pero estaba petrificado, no me podía mover.
Llegaron las dos chicas y se quedaron igual de impresionadas que yo. La escena no era para menos. No podíamos apartar la vista de la cama: Allí estaba el pobre Fernando, el camello a domicilio tumbado en la cama boca arriba con los pantalones y los calzoncillos bajados; con un tiro en la cabeza.
Tenía la cara destrozada por el impacto, la cama estaba llena de la sangre que le salía a borbotones por el agujero de bala. Giré la cabeza y, en un rincón oscuro de la habitación, vi a Verónica sentada en el suelo. Tenía toda la cara blanca, estaba llena de coca, parecía un payaso de una película de terror. Forcé la vista para ver mejor y se confirmó lo que yo me temía desde hacía rato. Tenía la cabeza caída hacia la derecha y el pelo lleno de sangre. Estaba sentada en el suelo en medio de un charco de sangre que avanzaba silencioso hacia nosotros. Verónica estaba muerta y tenía la pistola en la mano aún humeante. Acababa de matar a su última víctima y se había pegado un tiro en la cabeza para terminar, de una vez por todas con aquella pesadilla que hacía tiempo estaba viviendo. Por un momento sentí un poco de lástima por ella. Su final solo podía ser ese: En un depósito de cadáveres o internada en un centro psiquiátrico.
Ella realmente creía que alguien la estaba persiguiendo con el objetivo de matarla. No era consciente de su locura ni de que era ella misma la que acababa con la vida de sus amantes.
El psicólogo forense dio una explicación a su comportamiento: En algún momento de la noche, el cerebro de Verónica se desconectaba y actuaba por libre quedándose después inconsciente. En ese momento era cuando acababa con la vida de sus víctimas. Tenía una especie de doble personalidad. Una era la yonqui que se acostaba con el primer desgraciado que se le cruzase por el camino y que llevase encima una buena bolsa de cocaína. La otra personalidad era la del arrepentimiento, la de la rabia y la venganza. Cuando recuperaba la consciencia era como si despertase de una pesadilla y no recordaba nada de lo ocurrido. Por eso ella creía despertar de un largo y confuso sueño y se encontraba con el fiambre a su lado con un agujero en la cabeza.
Esa noche no perdió el conocimiento y al darse de bruces con la realidad, decidió acabar de una vez por todas con aquella vida malsana que le había tocado vivir.
– Max, ¿estás bien muchacho?
Era el comisario González con cuatro policías de uniforme. Hizo que se marchasen las chicas y me tomó declaración.
– Max, si todas las veces que vienes a pedir información termina la cosa así, no quiero verte más, – dijo esbozando una sonrisa –. Has sido muy valiente, muchacho, y has resuelto el caso tú solito. Lástima que has llegado tarde.
– Más tarde has llegado tú, comisario.
– Tienes razón, hijo. Anda, márchate a ver a tus amigas que estarán preocupadas.
Bajé al bar de Isabel. Al entrar se abalanzaron sobre mí. Estaban casi tan impactadas como yo. Nos sentamos en una mesa a bebernos unas cervezas para tranquilizarnos. Isabel apoyó su cabeza en mi hombro y Sonia mirándome fijamente a los ojos me preguntó:
– ¿Qué conclusión has sacado de todo esto, Max?
– Que la vida es un juego que solo se aprende a jugar viviendo.
– Eso ha estado muy profundo, Max. – Dijo Isabel –.
– Y que tengo que buscarme otro trabajo. Es lo más sensato que se me ocurre en este momento.