VUELTA A LA REALIDAD
Llegué al estudio con muchas ganas de trabajar.
– ¿Qué tal, Isabel?
– ¡Dichosos los ojos! Haces muy buena cara y estás más delgado. Te han ordeñado bien, por lo que veo.
– Ya te digo; me han ordeñado maravillosamente.
– ¿Lo hace mejor que yo?
– No te voy a responder a eso. Solo te diré que Neus ha seguido tus indicaciones al pie de la letra. Es una chica muy aplicada, se nota que ha tenido una buena maestra.
– La mejor, Max, la mejor, que no te quepa la menor duda.
– ¿Tenemos algo para hoy?
– Está a punto de llegar la primera modelo de hoy; por la tarde viene otra. Samanta me ha puesto al corriente de como funciona todo.
Entré en el plató para poner todo en orden. Era la primera vez que iba a hacer una sesión en él y quería que todo saliese bien. Llegó la modelo: No era la típica pueblerina que viene a la ciudad a pasar por la piedra para triunfar en el cine y que acaba posando desnuda por cuatro duros. Era morena con unos bonitos pechos y muy buen culo. Parecía una actriz italiana de los años sesenta. Toda una mujer, una de aquellas que te quitan el hipo cuando las ves pasar.
– Hola, Max. Soy Miriam. Me envía Alfredo.
– Encantado, Miriam. Me han dicho que es la primera vez que haces esto.
– Preferiría que me llamases Mymi, es como lo hacen mis amigos. Sí, es la primera vez.
– Bien, te llamaré Mymi y estate tranquila por la sesión, es más fácil de lo que parece.
Le enseñé el estudio. Isabel miraba de reojo todo lo que hacíamos.
– ¿Aquí es donde hiciste las fotos de Adela?
Al recordarme a Adela, se me vino el mundo encima. Yo creía que lo había superado pero no era así. Estaba muy bien con Neus pero no había cicatrizado del todo. La enorme foto de ella colgada en la entrada me servía para que cada día pensase en que, gracias a ella, yo estaba más o menos triunfando.
– No, las hice en otro sitio. Pero aquí puedo hacer fotos tan bonitas como las que le hice a ella.
– No espero tanto. Sé que es un trabajo como muchos otros que haces. Ya me gustaría posar para alguna de tus exposiciones.
– No lo descartes. Puede que alguna foto tuya sirva. En la revista no salen todas las que hago.
– ¿Y qué haces con las que no salen?
– Las archivo y les paso las copias a las modelos.
– Qué bien. Me gustará tenerlas. Por cierto, ¿dónde me cambio de ropa?
– No te cambiarás de ropa. Estarás todo el rato desnuda, ¿lo soportarás?
– Yo sí, ¿y tú lo soportarás?
– Siempre lo soporto, cariño.
– Me alegra oírlo, Max. Sé que eres profesional. Me alegré cuando supe que eras tú el fotógrafo. Es la primera vez que hago esto y no me apetece un salido babeando mientras me hace las fotos.
– Por eso puedes estar tranquila.
Antes de empezar la sesión fuimos a tomar algo para conocernos un poco más. Me contó que un día estaba tomando el sol en la playa y se le acercó un hombre; le propuso salir en la revista y ella aceptó. No era ni modelo ni actriz. Trabajaba en una agencia de viajes, era una chica inteligente que sabía lo que se hacía.
Salir en pelotas en una revista no entraba en sus planes pero la pasta que le daban por hacerlo le iría muy bien. A nadie le amarga un dulce. Ventilamos la sesión en una mañana. Para ser la primera vez, la chica no lo hacía nada mal. Le di mi toque personal a las fotos, para eso me pagaban y por eso las hacíamos en mi estudio. Mymi se quedó encantada y dijo que, parte del dinero que ganase por salir en la revista, lo destinaría a hacerse una sesión personal; solo para ella. Le dije que era una buena idea y que no se arrepentiría. Ojalá todas las modelos hiciesen lo mismo.
– Buenos días Max.
– Buenos días Sonia. ¿Qué te trae por aquí?
– Soy tu representante, ¿lo recuerdas? He hablado con Paula Reyes. Llega mañana a Barcelona para hacer la sesión. Está muy ilusionada.
– Pues a mí no me hace mucha gracia. Si tengo que hacer una exposición quiero elegir yo a la modelo.
– Te comprendo. Pero ten en cuenta que, gracias a ella, nos han llovido propuestas por todos lados. Todas las ciudades quieren la exposición.
– Me alegro pero me siento prostituido.
– Yo me siento así todos los días, guapo. Si solo hiciese lo que me apetece estaría en la puta ruina.
– Tienes razón, Sonia. A veces se me olvida que tenemos que ganar dinero para poder vivir.
– ¿Qué tal con Neus?, ¿estáis bien juntos?
– ¿Por qué lo preguntas?, ¿es que quieres casarte conmigo o lo preguntas para informar a tu amiga?
– Por lo segundo. La tienes loquita.
– Lo sé, a mí me la pone muy dura cuando la tengo cerca, pero las cosas han ido como han ido. Ahora ya es demasiado tarde.
Entró por la puerta una chica que me pareció de lo más guapa. Era muy delgada pero tenía un cuerpecito muy bonito con todo muy bien puesto.
Vino hacia mí acompañada de Mónica, tenían la misma estatura.
– Max, esta chica viene de parte de Alfredo para la sesión de la revista.
– Bien, ¿cómo te llamas?
– Me llamo Luz.
Tenía una voz grave de lo más sensual, chocaba un poco con la fragilidad de su cuerpo. Cuando abrió la boca pensé que por ella saldría una vocecita fina, como de niña pequeña.
– Bonito nombre. Me gusta Luz, ¿has pensado en traducirlo al catalán? Como nombre artístico quedaría genial.
– Sí, algunos amigos me llaman así.
Su cara era preciosa: Tenía el pelo negro y un flequillo recto que le llegaba hasta sus finísimas cejas. Los ojos eran impresionantes, costaba apartar la mirada de ellos; eran muy grandes y de un precioso color verde. Una monada de niña que me extrañaba que viniese a posar para la revista.
– Y dime, Luz, ¿has posado antes a nivel profesional?
– Sí, muchas veces, pero siempre vestida, como mucho con alguna transparencia. También he posado como modelo de peluquería.
– No me extraña, tienes una cara preciosa. Ponte aquí, te haré una polaroid de prueba.
No me equivocaba, la chica era muy fotogénica. Si salía bien la sesión, le propondría hacer más cosas para mí.
Le enseñé el estudio y le indiqué dónde podía desnudarse y guardar la ropa. Me sorprendió gratamente cuando la vi salir. Tenía un cuerpo muy bonito. Era muy delgada pero tenía todas las formas. Era extremadamente femenina. Salió con solo unas braguitas negras y unos zapatos de tacón alto que le hacían unas piernas preciosas. Tenía los pechos de tamaño medio y de formas perfectas, estaba empitonada y sus pezones miraban al cielo. Me la puso dura al instante y ella lo notó, simplemente me miró con sus verdes ojos y esbozó una sonrisa de lo más pícara.
Posaba de maravilla, no tuve que darle ninguna indicación. No dejé que se quitase los zapatos, casi todas las fotos se las hice estando de pie y alguna estirada, aproveché para que hiciese alguna cara graciosa ya que era guapa a rabiar. Podía permitirse el lujo de hacer carotas sin parecer fea; al contrario, aún se la veía más guapa. Terminamos la sesión y le invité a una cerveza. Quería conocerla más y proponerle futuras colaboraciones.
Mi primer día en el estudio estuvo más que bien, facturé un pastizal por las dos sesiones de las chicas que me envió Alfredo: Mymi y Luz. Le dije a Isabel que apuntase sus números de teléfono, no quería perderlas de vista. Desde luego no tenían nada que ver con las palurdas que solía enviarme. Esa vez no sé quién hizo la selección pero era para felicitarle.
Preparé la sesión de Paula Reyes y me fui a casa. Al día siguiente me esperaba una dura jornada. Seguro que Paula no vendría sola. No me gustaba tener a representantes ni gente ajena a la sesión pululando por el estudio.
Llegué a casa y no encendí la luz. Me tiré en el sofá para espiar a Neus; quería sentirme como me sentía cuando lo hacía, cuando la deseaba y no la podía tener.
Estaba sentada en el suelo en la postura del loto o algo parecido. Entonces no tenía ni puta idea de yoga y sigo sin tenerla después de tantos años. Solo llevaba unas braguitas. Tenía los pitones mirando al cielo, estaba sudada y toda despeinada. Me llegaba el olor a incienso y la música oriental de siempre. Estaba relajadísimo mirándola. Vi cómo se pellizcaba los pezones y ponía cara de placer. Se metió tres dedos en la boca y los chupó de la misma manera que lo hacía cuando me chupaba la polla. Estaba muy cachondo, me saqué la polla y empecé a masturbarme. Ella seguía chupándose los dedos de manera lasciva, se metió la mano dentro de las braguitas y empezó también a masturbarse. Me dispuse a disfrutar de un espectáculo porno en directo delante de mis narices y me la podía pelar mirando sin que nadie me viese.
Se levantó del suelo y me dio la espalda. Apoyó los brazos sobre la mesa y se puso con el culo en pompa. Movía las manos encima de la mesa pero no podía ver lo que hacía.
Entonces se giró con un cartel en la mano, estaba escribiendo mientras me ponía cachondo moviendo el culo como una gata en celo. Lo aguantaba con las dos manos para que yo pudiese leerlo. El cartel decía:
“A ver, tú, pajillero, deja de espiarme y ven aquí que te la quiero chupar”.
La chica no dejaba de sorprenderme. Dejé lo que tenía entre manos, lo guardé dentro de la bragueta y tardé dos segundos en subir a su casa.
– ¿Cómo está mi espía pajillero, favorito?
– Muy cachondo, cariño.
– Pues tendremos que ponerle remedio al asunto.
Entramos en su habitación y ya no salimos ni para cenar, no necesitábamos comer. Nos comíamos el uno al otro. Esa noche no dormí mucho, no podía con ese bomboncito encima de mí cabalgando sin cesar. Lo de rellenarla como a un chucho de crema le gustaba demasiado; le había pillado afición y lo quería a todas horas. Me exprimía como a un limón cada noche para quedarse dormida encima de mí. Le gustaba llegar a ese orgasmo tan deseado desde hacía años y dormirse con mi polla dentro. Yo también le estaba cogiendo afición al tema y me acostumbré a dormirme así; con su cuerpecito encima de mí, notando como mi semen salía a borbotones de su coño y caía sobre de mis huevos.
Me desperté por la mañana con los rayos de sol dándome en la cara, seguíamos en la misma posición y mi polla volvía a estar dura como todas las mañanas. Ella alargó la mano y se la volvió a meter para volver a cabalgar. Una bonita manera de despertar para empezar con energía un nuevo día.
Nos duchamos juntos y me acompañó al estudio. Yo me puse a preparar el equipo para la sesión y ella se quedó hablando con Isabel. Ahora era ella la que podía enseñarle trucos, en poco tiempo la alumna había superado a la maestra. Yo seguía preparando el equipo, hacía rato que no las oía hablar y me extrañó, ¿qué estarían tramando? Cuando levanté la cabeza las vi a las dos delante de la cámara. Estaban posando de manera sexy sin parar de reír, como dos niñas traviesas.
– No me pongáis cachondo que no respondo.
– ¿Te gustaría montar un numerito con nosotras dos aquí mismo?
– La pregunta apropiada es: ¿Serías capaz de hacerlo, Neus?
– Tiempo al tiempo, Max. Isabel está muy buena y cada día me cae mejor.
– Isabel, no hace falta que contestes. Ya conozco la respuesta.
En ese momento entró Paula por la puerta. Venía sola y me alegré de que así fuese.
– Vaya, Max, veo que tienes dos modelos muy guapas y muy jóvenes. Estás hecho un pájaro de mucho cuidado.
Las dos se fueron aguantándose la risa. Se sentaron en la recepción para seguir tramando travesuras.
– Buenos días, Paula. ¿Qué tal el viaje?
Se acercó a mí y me preguntó al oído.
– ¿A cuál de las dos te cepillas, Max: A la rubita o a la morenita? No me contestes, seguro que a las dos. Que envidia me dan esas jovencitas.
– ¿Envidia? Te puedo asegurar que, lo que te hice a ti, no se lo he hecho a ninguna de las dos.
– Ya me lo imagino, a mí tampoco me lo ha hecho nadie más, solo tú. No me lo recuerdes que me da vergüenza. Me comporté como una enferma mental.
Le expliqué lo que íbamos a hacer, captó el concepto a la primera. Era muy buena actriz y posar no le resultaría complicado. Estuvimos tres días trabajando sin descanso. Las chicas de peluquería y maquillaje no pararon. Las fotos que hice con la Polaroid estaban de puta madre. Cuando revelé las fotos de la réflex, me llevé una grata sorpresa. El material estaba más que bien, daba para hacer una muy buena exposición.
Sonia cerró todos los detalles y Paula se volvió a Londres muy satisfecha. Cuando se marchó Paula se despidió de todo el mundo: De la peluquera, de la maquilladora, de Sonia, de Isabel y de Neus. La acompañé a la puerta, me abrazó y me dijo que estaba muy contenta, que desde que nos vimos la primera vez, su vida había cambiado mucho y que yo le daba buena suerte.
– Gracias, Paula. Tú a mí me has ayudado mucho. Gracias a ti mi carrera va viento en popa.
– Nos veremos pronto, Max.
Cuando entré de nuevo al estudio vi a las dos tontas de recepción que volvían a jugar a ser modelos delante de la cámara. Me ponían enfermo cuando jugaban a ser modelos “guarrindongas”, como ellas decían. Sabían lo que hacían y lo hacían expresamente.
Las dos se habían hecho muy buenas amigas y tenían mucha complicidad, se lo contaban todo y a veces parecían tramar algo. No me gustaba mucho que estuviesen tanto rato juntas. Isabel era muy buena chica pero era muy promiscua. Yo la quería muchísimo pero no quería que Neus se volviese como ella.
Neus cada día era más viciosa, a veces parecía ninfómana. Yo me enamoré de ella por como era, me transmitía paz y tranquilidad. Ahora no dejaba que me relajase, no me soltaba ni a sol ni a sombra, ya no me cuidaba tanto. Desde que tuvo el primer orgasmo pensaba más en el sexo que en cuidarme como hacía antes. Me gustaba su nueva faceta de pequeña viciosa pero echaba de menos a la Neus que conocí; a la Neus que me hacía masajes y me enjabonaba el cuerpo en la bañera, la que me consolaba en mis peores momentos y estaba siempre a mi lado cuando la necesitaba.
Ahora, más que a mi lado, siempre la tenía debajo o encima. La veía más suelta y más fresca. No es que me gustase menos, me gustaba lo mismo o más, pero no era la misma. A veces la oía hablar con Isabel y me parecía otra persona. Hablaban de sexo todo el rato y Neus se interesaba mucho por las experiencias de Isabel. Le preguntaba si hacer tríos estaba bien o le preguntaba por otros hombres. No es que fuese celoso pero notaba que se le había despertado una inquietud que antes no tenía. Estaba cambiando a pasos acelerados. Se le había despertado el interés por el sexo salvaje y no tenía límites; quería más, mejor, diferente y a todas horas.
Me desperté muy temprano al día siguiente, madrugué y llegué pronto al estudio. No teníamos nada programado pero quería repasar el equipo y de paso alejarme un poco de Neus, me estaba asfixiando. Quiso acompañarme pero le dije que no, que Isabel no iba a estar y que yo tenía trabajo.
Llegué como todos los días, con un sueño espantoso. Neus seguía con su dieta de orgasmos, no me dejaba dormir; para ella era toda una novedad, a mí me gustaba pero estaba acabando con mi salud y mi paciencia.
Estaba solo en el estudio. Isabel tenía que hacer unas cosas y no llegaría hasta las doce, me senté en su mesa y me quedé dormido. Tuve un sueño extraño. Soñé que estaba en la India, en la orilla de un río en lo más alto de unas montañas de color rosa con una diosa de seis brazos que me daba masajes por todo el cuerpo con sus seis manos mientras yo alcanzaba el nirvana. Olores misteriosos de inciensos y música celestial me rodeaban y me hacían sentir en la paz más absoluta. Vi mi propio cuerpo embadurnado en esencias de amapola de opio flotando por encima de las montañas. Desde las alturas, veía el río, era como un fino hilo que serpenteaba entre ovillos de lana de colores pastel. Descendí a gran velocidad, iba a estrellarme contra el suelo, pero la diosa me atrapaba con sus seis brazos y me salvaba de una muerte segura. Me acariciaba la cabeza. Hacía que me olvidase del mundo, me sentía feliz en su regazo. Todo era paz hasta que su cara se transformó. Parecía tener la cabeza de un monstruo. Abrió sus enormes fauces y empezó a devorarme muy despacio, sus dientes se clavaban en mi carne y la desgarraban. El dolor era infernal, no lo podía soportar.
Me despertaron con un dulce beso en los labios. Abrí los ojos y vi que solo había sido una pesadilla. Isabel me acariciaba y me besaba en la mejilla.
– Tranquilo, guapo. Estabas teniendo una pesadilla.
Sus caricias me reconfortaban, sus besos me hacían sentir bien. Echaba en falta ese cariño que ya no tenía.
– Hola, Isabel, ¿qué tal ha ido todo?
Me enseñó un impreso de la facultad.
– Ya estoy matriculada, Max.
Empezó a saltar y a reír, estaba muy contenta. Por fin podía seguir con los estudios que había dejado tiempo atrás. Se sentó en mis rodillas, me abrazó y me dio las gracias.
– Eres mi salvación. Nunca te lo agradeceré lo suficiente. Quiero invitarte a comer en una bonita terraza de la playa; de momento solo puedo hacer eso por ti.
Fuimos paseando hasta la Barceloneta. Hacía un día soleado y caluroso. Me cogía de la mano sin parar de reír. Nos sentamos en la mesa de un merendero y nos pusimos como “el tenazas”, no parecía importarle los precios. Acababa de cobrar su primera nómina y lo quería celebrar conmigo.
Nos bebimos dos botellas de vino y se nos soltó la lengua.
– ¿Estás bien, Max?
– Sí, estoy bien, ¿por qué lo preguntas?
– Te noto raro, ¿todo bien con Neus?
– No lo sé, Isabel. Parece otra persona, solo quiere follar y follar. A penas trabaja, está todo el día en casa esperando a que yo llegue para tirarse encima de mí. No parece que hagamos el amor, parece que esté violándome. Ya no me trata con el cariño de antes, solo quiere follar y dormir.
– Lo sé. Estos últimos días hemos hablado mucho las dos. Te quiere muchísimo y está enamoradísima de ti pero, solo habla de sexo, está obsesionada, empieza a preocuparme.
– ¿Qué es lo que te preocupa?
– Me preocupa que se meta en un callejón sin salida, yo también pasé por eso en mi primera relación. Me gustó tanto que después iba buscando rabo por todas partes. Dejé a mi novio para poder follarme a todo bicho viviente sin tener que rendir cuentas a nadie.
– ¿Ella te ha comentado algo del tema? ¿Quiere dejarme?
– No quiere dejarte, está muy enamorada pero creo que tiene demasiado interés en descubrir cosas nuevas. Si sigue así, llegará un momento en que tú no puedas dárselas y saldrá a buscarlas por ahí. El otro día me preguntó que si a mí me gustaría hacer un trío con vosotros dos, ¿es idea tuya?
– No. Yo no le he propuesto nada de tríos.
– ¿A ti te gustaría que hiciésemos un trío?
– Pues claro que me gustaría pero creo que no sería apropiado. Hace muy poco que estamos juntos y no tendría que plantearse estas cosas.
– Quizás no es la mujer que tú te imaginabas.
– Podría ser, empiezo a pensarlo.
Al llegar a casa, le planteé hacer un trío con Isabel para ver cómo reaccionaba. Fui directo a la yugular, no quería dar rodeos.
– Me gustaría mucho, Max. Isabel está muy buena y es muy sexy.
– Pero, ¿a ti te gustan las mujeres?
– Algunas mujeres, sí; pero la mayoría, no. Isabel sí que me gusta, nunca me he enrollado con ninguna.
– ¿Tú me quieres, Neus?
– Más que a nada en este mundo.
– ¿No te doy lo suficiente en la cama?
– Sí, me das todo lo que necesito.
– Entonces, ¿por qué quieres hacer un trío?, ¿te parece normal?
– ¿Por qué no va a parecerme normal? Que quiera probar cosas nuevas no quiere decir nada. Te quiero muchísimo y eso no va a cambiar porque probemos nuevas experiencias. Tú antes hacías esas cosas y no quiero que dejes de hacerlas por mí.
– ¿Podrás soportar ver cómo follo con Isabel?
– Yo creo que sí, me lo tomaría como un juego, no tiene nada que ver con el amor. Es sexo, solo eso.
– Yo no soportaría ver como otro hombre te toca. Quizás nos queremos de diferente manera.
– Yo tampoco soportaría que otro hombre me tocase y menos estando tú delante. Un trío con Isabel sí, porque es ella, si fuese otra, te diría que no.
– Está bien, Neus. Ya sé lo que quería saber. Me voy a mi casa.
– ¿Estás enfadado?
– No, estoy triste.
Pasé la noche solo. No podía quitarme de la cabeza la imagen de Neus dejándose tocar por otra persona que no fuese yo. El imaginarme que la tocaran otras manos que no fuesen las mías no me gustaba nada. Me desperté y salí al balcón. Neus no estaba pero encima de la mesa había un cartel. “Te quiero mucho mi vida. No estés triste”.
Me duché y fui al estudio dando un paseo. Ese día tocaba otra sesión para la revista. No me apetecía pero necesitaba hacer algo para no pensar demasiado.
Cuando llegué estaban entrando por la puerta la cama gigante que habíamos alquilado a una empresa de decorados de teatro. Sería una sesión de lo más cómoda para la modelo, estaría todo el rato acostada. Estuvimos toda la mañana trabajando. Terminamos la sesión y acompañé a la modelo a la puerta. Cuando se fue, me senté con Isabel.
– ¿Cómo has pasado la noche, guapo?, ¿te han dejado dormir?
– Sí, he dormido solo en mi casa. Estuve hablando con ella y no me gustó lo que me dijo.
– ¿Estáis enfadados?
– No, ella no y eso es lo que me molesta, parece ser que es muy normal para ella ver como me follo a otra.
– ¿Esa otra soy yo?
– Sí, dice que le gustas y que le gustaría hacer un trío.
– Pues hagámoslo.
– Pero ¿qué dices, Isabel?, ¿te has vuelto loca?
– Ni mucho menos, Max. Si ella quiere hacer un trío pues lo hacemos, así saldrás de dudas y te pegas un homenaje. Si le gusta y quiere repetir con otras tías o tíos, te planteas la relación. Pero si no le gusta, lo pasará mal y se le quitará de la cabeza volver a repetir algo así.
– No me gusta la idea.
– Hazme caso. Tú no te preocupes, déjalo todo en mis manos. Verás como te lo pasas bien, canalla, ¿o es que no echas de menos mis caricias?
– Hacer lo que os dé la gana a las dos pero, si la cosa sale mal, ya sabes con quién me voy a consolar.
– Igual lo hago por eso. – Me dijo mientras me guiñaba un ojo –.
– No hagas bromas, Isabel. A mí no me hace ni puta gracia el asunto.
Me fui a comer al bar y ella se quedó ordenando papeles. Me imaginaba la situación y cada vez me molestaba menos. La idea empezaba a gustarme. Si todo iba bien, pasaría un buen rato con las dos y Neus se quitaría definitivamente la idea de la cabeza. Si todo salía mal, igual la perdería para siempre. Nuestra relación no era lo que yo deseaba y le pondría fin aunque fuese un drama para los dos. Para hacer estas cosas, prefería estar solo; no quería tener una novia que se dejase tocar por otros. Yo quería a la Neus que conocí. A mi chica Zen; no a la golfa en que se estaba convirtiendo. Cuando entré en el local Isabel no estaba. Había dejado una nota encima de su mesa, decía que tenía que salir y que volvería más tarde. Entré en el plató y miré por el visor de la cámara, las cortinas de las claraboyas del techo estaban echadas y no se veía mucho. Me pareció ver algún bulto encima de la cama, encendí los focos y vi a Neus desnuda encima de ella.
– ¿Qué haces aquí Neus?
– No quiero que estés triste, mi amor. Quiero que hagamos el amor como a ti te gusta en esta enorme cama.
Se levantó y vino hacia mí. Me cogió de la mano y me llevó hasta el borde de la cama, se sentó en ella. Me bajó la cremallera de la bragueta, mientras yo permanecía de pie y me sacó la polla. Me la chupaba muy suavemente muy despacio, no tenía el ansia que demostraba últimamente. Me bajó los pantalones y me tiró en la cama. Me desnudó mientras me comía a besos. Parecía como las primeras veces, cuando hacíamos el amor, en lugar de joder como animales. Me lamía todo el cuerpo de manera dulce, se volvía a meter la polla en la boca y me la chupaba con delicadeza.
– ¿Te gusta, mi amor?, ¿es así cómo gusta?
– Sí, es así como me gusta.
Me daba la sensación de que Isabel le había contado que yo echaba de menos sus caricias.
– Cierra los ojos y disfruta.
Cogió un pañuelo y me vendó los ojos.
– Quiero que sientas mi lengua y mis dedos sobre tu cuerpo, así los sentirás mejor.
Me gustaba la sensación, estar en medio de aquella nave industrial desnudo encima de una cama con los ojos vendados mientras me recorría todo el cuerpo con sus manitas y su jugosa lengua. Me vino a la mente el sueño de la diosa de los seis brazos. Parecía que estuviese en su regazo, la paz se apoderaba de mí otra vez. Esa era la chica Zen a la que yo quería. Estuvo mucho rato acariciándome y lamiéndome. Sin prisas, como a mí me gustaba. No me follaba, solo me acariciaba.
Me hacía crecer la polla apretándola fuertemente con las dos manos mientras me lamía el capullo con delicadeza. Notaba que sus manitas apretaban cada vez más mi polla, pero también noté como sus manitas desataban el nudo del pañuelo que me vendaba los ojos. Cuando recuperé la visión, vi lo que me temía. Neus estaba besándome en los labios.
– ¿Te gusta, mi amor?
No le contesté. Unas manos seguían aprisionándome la polla. Miré hacia abajo. Era Isabel haciendo de las suyas.
– Sois unas hijas de puta. Me habéis engañado.
– Y, claro está, a ti no te gusta que te hagamos estas cosas, ¿verdad, jefe?
– Estaros quietas, no me gusta.
– Sí que te gusta. Además, tú no tienes ni voz ni voto en el asunto. Eres nuestro esclavo sexual y te vamos a torturar hasta que mueras de placer.
– Sí, amor mío, disfruta. No pienses en nada, solo déjate hacer y siente.
Mientras me la chupaba Isabel, Neus me miraba a los ojos. Parecía gustarle la experiencia pero a mí me estaba gustando muchísimo más. Isabel hizo que Neus se sentase encima de mí, le abrió el coño y le introdujo mi polla mientras le chupaba los pezones. Neus estaba mojada como una mala cosa. No sé qué era lo que más le gustaba, si notar mi rabo en sus entrañas o las suaves caricias de Isabel. Se corrió muy rápido y se dejó caer sobre mí como hacía siempre. Isabel la apartó y se puso encima de mí, ahora le tocaba a ella. Se metió mi polla bien adentro, empezó a cabalgar como una salvaje. Neus estaba estirada a mi lado cogida a mi brazo sin perderse detalle; la miré a los ojos y vi como se le escapaba una lágrima.
– ¿No era esto lo que tú querías, Neus?
Isabel, al ver que Neus estaba llorando, empezó a gemir como una loca y a moverse más salvajemente. Estaba metida en el juego, interpretaba su papel a la perfección.
– Era esto, ¿verdad?, ¿no querías ver esto: Ver como se la meto a otra y ver como otra cabalga sobre mí como lo haces tú? ¿Esto es amor, Neus? ¿Esto es amor?
Lloraba desconsoladamente. Cogió su ropa, se vistió sin mirarnos y salió corriendo.
– Ya puedes parar, Isabel. La cosa ha ido como yo esperaba.
– Y una polla, Max. Yo no paro, que estoy apunto de correrme. No me dejes así, cabrón.
Nos corrimos casi a la vez y nos quedamos estirados en la cama mirando al techo del local.
– ¡Qué cosas tengo que hacer para ver si te quiere tu novia, guapo! Esto no entraba en el contrato.
– Calla, que la idea ha sido tuya.
– ¡Sííííííííí! ¿Repetimos?
– No, voy a por Neus. Quiero ver cómo está.
Llegué a su casa. Tenía los ojos rojos, al verme se echó a llorar otra vez.
– Lo siento, mi amor. Lo siento, no me esperaba esto. Pensaba que sería otra cosa. No me gusta ver como otras te tocan. Te quiero solo para mí, no quiero que nadie te toque. Te quiero mucho, Max. Te quiero como nunca he querido a nadie. Lo siento, lo siento mucho.
– Está bien. No pasa nada. Yo también te quiero mucho. Ya pasó. Ahora estamos solos. Nunca más, ¿vale?
– Sí, mi amor. Nunca más.
Llené la bañera, la desnudé y la metí dentro. Le enjaboné todo el cuerpo como ella hacía conmigo, lentamente y con mucho cariño.
– ¿Estás mejor?, ¿más relajada?
– Sí, me gusta mucho que me cuides.
– A mí también me gusta mucho que me cuides y últimamente no lo haces. Me tratas como a un esclavo sexual.
– Lo siento, se me fue la cabeza. Volveré a ser la de antes, te lo prometo.
La sequé con una gran toalla y la metí en la cama, me quedé con ella acariciándole la cabeza hasta que se durmió abrazada a mí. La dejé allí y me marché a mi casa. Ella decía que volvería a ser la de antes pero a mí me sonaba a despedida. Me empastillé y me dormí, no quería pensar en nada. Ahora que el negocio empezaba a funcionar, otra vez estaba metido en problemas de amores.
Me desperté a las ocho de la mañana, me asomé al balcón y Neus tenía las persianas bajadas. Era la primera vez que lo hacía, quise pensar que estaba sola, no quería torturarme.
Llegué al estudio y me puse manos a la obra, tenía mucho trabajo. Empezaba a tener encargos de agencias de publicidad: Primeros planos de productos de todo tipo.
No le conté nada a Isabel pero ya lo sabía todo. Neus la tenía al corriente, hablaban por teléfono muy a menudo.
Pasé toda la semana así, trabajando sin hablar con nadie, del trabajo a casa y de casa al trabajo. ¡Y las malditas persianas seguían bajadas sin dejarme ver si Neus estaba bien! Al día siguiente, mientras enfocaba el objetivo de la cámara, se me acercó Isabel.
– Ya está bien, Max. Tienes que hablar con ella. No puedes seguir así, te estás torturando y la torturas a ella.
– No quiero hablar con ella. Si ella quiere hablar que venga y me cuente qué es lo qué quiere.
Seguí trabajando. Por lo menos ahora me podía centrar en el trabajo cuando tenía un problema, ya no tenía que salir a drogarme y a follarme a la primera borracha que se cruzase en mi lisérgico camino.
Vi a Isabel hablando por teléfono, sabía con quien hablaba, le delataba su comportamiento.
– ¿Qué te ha dicho?
– Que viene a buscarte para hablar.
– Bien, a ver qué es lo que quiere hacer. Yo no puedo soportar más esta situación.
Vino a buscarme y fuimos a dar una vuelta por el Paseo Marítimo. Ver el mar siempre va bien para digerir según que cosas. Me dijo que no le gustaba como habían ido las cosas y que no le gustaba la persona en la que se estaba convirtiendo, que tenía que hacer algo para volver a ser la misma de siempre y no quería hacerme daño, que me quería muchísimo y no quería verme sufrir.
Yo estaba totalmente de acuerdo en todo, a mí tampoco me gustaba que me hiciese sufrir.
– Max, antes de conocerte, tenía planeado hacer un viaje a la India. Creo que ha llegado el momento de hacerlo.
– ¿Irás sola?
– Sí, quiero pasarme un año recorriendo el país.
– Entonces, ¿eso quiere decir que nos separamos?, ¿es eso lo que quieres?
– Lo que quiero es estar bien para dar lo mejor de mí a la gente que me rodea, sobre todo a ti. No te lo tomes como una separación. Tómatelo como unas vacaciones, así podrás darte un descanso de la pesada de tu vecina. Sé que corro el peligro de que, cuando vuelva, tú ya estés con otra. Sé que irás con muchas mujeres, como siempre has hecho, pero no tengo derecho a quejarme. Ten muy claro que yo no estaré con ningún otro hombre que no seas tú. Solo quiero estar contigo, eres lo que más quiero y me gustaría volver a seducirte cuando vuelva. ¿Dejarás que intente conquistarte otra vez?
– Sí, Neus, dejaré que me conquistes con tus masajes y tu indiferencia.
– Me voy mañana, cogeré un avión a las diez de la mañana. Me gustaría pasar la noche contigo, ¿a ti te apetece?
– Claro que me apetece, dormiremos juntos y nos despediremos como hay que despedirse.
Fuimos a su casa, tenía las maletas preparadas al lado de la puerta. Me daba mucha pena tener que despedirme de ella. Estuvimos haciendo el amor hasta el amanecer. Me hacía masajes con su música oriental de fondo y el olor del incienso; me embadurnaba el cuerpo con esencias de jazmín y nos frotábamos para notar como resbalaban nuestros cuerpos. Era una sensación de placer y tristeza al mismo tiempo.
Volvía a ser mi pequeña chica Zen. Era la misma chica que me robó el corazón. No quería separarme de ella ahora que había vuelto, pero la suerte me daba la espalda de nuevo. Nos dormimos abrazados mientras se me escapaba una lágrima.
Me desperté a las doce de la mañana, ella ya no estaba. Estaría volando sobre el Mediterráneo en aquel momento. Me había dejado una nota encima de la mesa, la cogí, me la metí en el bolsillo y me fui de allí.