VUELTA A LAS ANDADAS

Llegué al estudio. Isabel me recibió con un abrazo.
– Lo sé todo, Max, he hablado con ella. Me ha llamado desde el aeropuerto. ¿Estás bien?
– Estoy maravillosamente. Esta noche quiero liarla, ¿te apuntas?
– Me apunto, ¿llamo a Sonia y a Mónica?
– Llámalas, tenemos que inaugurar el estudio como es debido. A tomar por culo el amor y su puta madre.
– Así me gusta, Max, esa es la actitud. ¿Llamo al camello?
– Llámalo. Pídele tres pollos y encarga bebida.
Isabel abrió los brazos y mirando al cielo dijo:
– Alabado sea el Señor omnipresente, Max ha vuelto. No dejes que vuelva a abandonarnos.
Pasé el día trabajando, no podía centrarme mucho, quería leer la nota de Neus pero no me decidía a hacerlo.
– Ahora vengo, Isabel.
– Vale jefe, ya están hechos los encargos para esta noche. Verás que bien nos lo pasaremos. Me encargaré personalmente de que no falte de nada.
Me senté en la terraza de un bar y pedí una cerveza, me encendí un cigarro, metí la mano en el bolsillo, saqué la nota y me dispuse a leerla.

“Quiero que sepas que sigo enamorada de ti, mucho más que antes. Ahora sé que te quiero y que tú me quieres más de lo que nadie me ha querido en mi vida. La distancia nos sentará bien a los dos. Solo espero que cuando vuelva quieras verme. Sé que te liaras con mujeres, como hacías antes y no te lo reprocho. No pretendo que me seas fiel ya que he tomado yo la decisión de poner tierra por medio. Yo sí te seré fiel, te quiero mucho y no quiero estar con nadie. Solo quiero estar contigo. Volveré centrada y me quitaré de la cabeza muchas tonterías que te han hecho daño. No me gusta verte sufrir por mi culpa y quiero que rehagas tu vida, sin contar conmigo. Pero por favor, no me cierres la puerta. Déjala abierta, dame otra oportunidad cuando vuelva. Hagas lo que hagas, te seguiré queriendo durante toda mi vida. Cuídate y sé feliz, te lo mereces.
Un beso mi vida. Te quiero.”

Se me hizo un nudo en la garganta y se me saltó una lágrima. No podía creer que otra mujer que me gustaba y con la que podía llegar a tener una relación, desapareciese de mi vida como por arte de magia.
Tomé la decisión de ponerme hasta las cejas y follarme a toda mujer que pesara más de cuarenta kilos y se me pusiese a tiro. No quería enamorarme nunca más, me sentía traicionado por el destino. Con toda la suerte que estaba teniendo en el terreno profesional y la poca que estaba teniendo en el amor. Las mujeres no me duraban nada. Solo me querían para pasárselo bien. “Pues nada, a follar que son cuatro días y a soplar lo que no está escrito”. – Me dije-
Volví al estudio, Isabel estaba más guapa que cuando me fui.
– Que guapa estás Isabel. ¿Qué te has hecho?
– Me he puesto guapa para ti, a las chicas les he dicho que también se pongan bien guapas. Quiero que te sientas como cuando estábamos de vacaciones. Como un sultán con su harén. He reservado mesa para cenar los cuatro en una bonita terraza. Les he contado todo y quieren invitarte a cenar para que te alegres un poquito.
– Miedo me dais las tres juntas. Gracias, Isabel. Eres una buena amiga.
– Y mejor amante, Max. No lo olvides.
– Nunca lo olvido Isabel. Por cierto, apúntate en la agenda que tienes que llamar a los del alquiler de la cama. Diles que me la quedo.
– Apuntado jefe. Ahora el que da miedo eres tú.
Llegaron Mónica y Sandra. Estaban preciosas las dos. Se habían esmerado en buscar la ropa más sexy que tenían en el armario; faldas muy cortas y tacones muy altos, con sendos generosos escotes para mostrar sus encantos en un negro riguroso. Las tres iban igual, se habían puesto de acuerdo.
– ¿Estáis preparados, tenéis hambre? Yo mucha, ¿nos vamos?
– Sí, Sonia. Estamos preparados.
– Vamos pues.
Cerramos el estudio y fuimos caminando hasta la Barceloneta, de hecho estaba al lado. El estudio quedaba muy cerca de la playa. Llegamos al restaurante. Las chicas, al pasar entre las mesas, eran observadas detenidamente por las comensales femeninas. Les pegaron esos repasos típicos, nada disimulados que suelen hacer las mujeres cuando ven entrar a otra que les hace sombra. Zapatos, vestido, peinado. Alguna comentaba que los zapatos de Sonia eran muy bonitos. Otra directamente decía que las tres parecían unas zorras mientras le daba un pellizco a su marido por mirarles el culo. El personal masculino, como siempre, en vez de criticar a las chicas como hacían sus mujeres, se dedicaba a hacerles una radiografía como las que solía hacer yo cuando veía pasar alguna chica del estilo de ellas.
A uno se le atragantó la cena mientras clavaba la mirada en el culo de Isabel. La falda era tan ajustada que se notaba a la legua que no llevaba bragas, estaba impresionante. Desde que empezó a trabajar conmigo vestía de forma discreta, siempre iba muy bien vestida pero de forma poco llamativa. Esa noche estaba deslumbrante. Era imposible no mirarla con cara de vicio. Comprendía perfectamente a los hombres que la miraban con deseo, tenía veintiún añitos y se le notaban por sus carnes prietas y muy bien puestas. Su culo en forma de manzana causó estragos en la terraza del restaurante. Cuando ya estábamos sentados pude ver a todo el personal mirándonos mientras yo esbozaba una sonrisa de satisfacción.
Pedimos pescado, era lo típico en los restaurantes del barrio, estaba buenísimo. Disfrutábamos de la cena mientras Bernardo Cortés Maldonado con su traje oscuro, su guitarra y sus orejas de soplillo, nos deleitaba con una de sus canciones. Las chicas reían mucho con él y le guiñaban el ojo. El pobre Bernardo se puso un poco nervioso, le di una buena propina por el mal trago que le habían hecho pasar las chicas con sus coqueteos.
Sonia llevaba el pelo recogido como la primera vez que la vi, estaba preciosa con ese palillo chino recogiéndole el pelo y dejando algún que otro mechón suelto.
– Y dime, Max, ¿cómo lo llevas?
– Verás, Sonia, lo llevo caliente y apretado dentro del calzoncillo.
– Que burro eres, me refiero a lo de Neus.
– Ni me la nombres. Esta noche no quiero oír su nombre, no quiero pensar en ella. Con vosotras aquí me siento bien acompañado y muy a gusto. No quiero pensar en nadie más.
– Di que sí, Max. Cuando te hacen bailar al son que tú no quieres, lo mejor que te puede pasar es que pongan tierra por medio.
Pedimos otra botella de vino. Comer no comían mucho las chicas pero beber sí. Bebían como cosacos y cada vez estaban más contentas y divertidas. Me estaban alegrando la noche. De no ser por ellas, estaría en casa agobiado y pensando en Neus.
– ¿Vamos a bailar?
Esperaba esa pregunta. Las chicas cuando se pasan de frenada con la bebida se ponen pesadísimas. No importa la hora qué sea ni si llueve o nieva que ellas siempre insisten en que quieren ir a bailar, una y otra vez, hasta que te sacan de tus casillas. Son pesadísimas con eso.
Fuimos al Magic, lo teníamos al lado y quedaba cerca del estudio. No quería alejarme mucho, quería terminar la noche en él para estrenar la cama gigante. Seguro que alguna de ellas tendría ganas de quitarme las penas a polvos.
Pedimos unas cervezas mientras empezaba a sonar Cocaine de J.J. Cale.
Las dos pequeñas viciosas se fueron a bailar como locas, llevaban un pedo de los graciosos. Yo me quedé en la barra con Sonia. Por lo visto la chica era como yo. Tenía dos pies izquierdos y no le gustaba bailar.
– Siempre ponen esta puta canción. Un día de estos entraré en la cabina y le estamparé el puto disco por la cabeza.
– Tranquilo, Max. No te alteres, tampoco es tan mala la canción además me ha recordado que en el bolsillo llevas tema.
– ¿Vamos al lavabo a clencharnos?
– Ya estabas tardando.
Subimos al lavabo y se coló conmigo en el de tíos. Saqué la bolsa y tiré un buen montón encima de la cartera. Era la primera de la noche y tenía que ser generosa. Estar allí en ese espacio tan reducido, notando el cuerpo de Sonia pegado al mío y haciendo rayas me traía buenos recuerdos, me la ponía muy dura. No recuerdo haber estado follando con ella ninguna vez sin estar hasta las cejas de todo. Bajamos a la barra y estaban las dos esperándonos.
– Ya era hora, seguro que estabais haciendo guarrerías.
– ¿Estás celosa, Mónica?
– No, guapo. Sé como llamar tu atención para que te rindas a mis pies, sabes que cuando te toco, no te puedes resistir, ¿verdad, Isabel?
– Eso solo pasa cuando lo tocamos las dos, guapa.
Me abrazaron y me empezaron a sobar. Mónica sacó su lengua y la pasó por mi nariz.
– Se te veía la ropa tendida, guapo. Pásanos la bolsa, que nosotras también somos drogadictas.
Volvimos a quedarnos solos y pedimos más cervezas para quitarnos el amargor de la garganta.
Sonia se acercó a mí y me abrazó. Me dio un beso en los labios. Me metió la lengua hasta el esófago, me metía la mano en el paquete y me lo frotaba mientras me hablaba al oído con voz muy sexy. Estaba más salida que una esquina.
– Te tengo muchas ganas, Max. Ahora que estás solo otra vez tenemos que vernos más y no para hablar de trabajo.
– Yo también te tengo muchas ganas. Cuando te pille por banda pienso dejarte el culo en pepitoria.
– ¡Jajaja!, qué bruto eres cuando quieres, cariño.
– Tú, guarra, quietecita con esas manos que a este nos lo merendamos esta noche Isabel y yo.
Las dos pequeñas ya estaban de vuelta.
– ¿Y yo no puedo apuntarme a la merienda?
– Pues claro, tonta. Esa es la intención desde que volvimos de vacaciones. Merendárnoslo entre las tres.
– Chicas, que estoy aquí. Siempre me hacéis lo mismo.
– Tú, a callar. Ya sabes como funciona el tema. Ni voz ni voto.
Ya estaba acostumbrado a que me trataran así cuando estaban juntas, no me molestaba en absoluto. Al contrario me encantaba sentirme dominado por las dos pequeñas viciosas.
El ambiente del Magic empezó a ser insoportable, estaba demasiado lleno de gente sudorosa.
– Chicas, ¿nos vamos al estudio?
– ¡Sííííí! – Chillaron al unísono mientras las tres saltaban -.
– Estáis fatal, chicas. – Les dije.
Salimos a la calle y nos dirigimos al estudio. Las chicas caminaban del brazo mientras cantaban como lo hacen los borrachos. Sonia caminaba a mi lado, me abrazaba para que no me fuese corriendo. Entramos en el estudio y Mónica se puso a servir copas. Isabel buscaba música y Sonia hacía las rayas. Yo, estirado en la gran cama, las miraba. Pensaba que no se podía estar mejor en ningún otro sitio. Se descalzaron y se subieron a bailar a la cama. Yo me levanté y me puse detrás de la cámara que tenía montada en el trípode. Les hice un montón de fotos mientras bailaban y se quitaban la ropa de manera sexy. Era gracioso ver como las dos pequeñas intentaban hacerse las sexis encima de la cama mientras perdían el equilibrio. Estaban muy borrachas. Isabel se cayó al suelo y las otras dos se le echaron encima para hacerle cosquillas.
– Ahora nos haces fotos como a las guarrindongas de las revistas.
Se desnudaron las tres y se pusieron en la cama haciendo poses de modelo, se abrazaban, se besaban y se tocaban. Yo no sacaba el ojo del visor de la cámara. Isabel se levantó de la cama y se quedaron las otras dos protagonizando una escena de sexo lésbico. Me estaba poniendo Pinocho.
Noté como Isabel me abrazaba por detrás, yo seguía haciendo fotos. Abrió la bragueta de mis pantalones y metió la mano dentro, me la tocaba como solo ella sabe hacerlo. Me quitó toda la ropa y me cogió de la mano, me acercó al borde de la cama y me empujó. Caí boca arriba y las tres se abalanzaron sobre mí, estaba aprisionado, no me podía mover. No me dejaban hacerlo, una me aguantaba las manos y la otra los pies, la tercera se sentó encima de mi y se introdujo mi polla en su mojado coño de niña traviesa. Podía soltarme fácilmente pero me gustaba el juego, me recordaba a las vacaciones cuando se me merendaban atándome las manos y los pies con pañuelos a la cama.
La tercera no era Sandra, pero era Sonia, que estaba guapísima galopando encima de mí como si estuviese en un hipódromo apunto de ganar la carrera. Se iban turnando para montarme. Cuando se subía una la que bajaba ocupaba la posición de la otra para que no me soltase. Así fueron montándome las tres más de una vez. Me estaban mareando con tanto cambio de posiciones, parecía una coreografía ensayada.
– Seguro que ya se lo habéis hecho a alguien antes.
– ¿Estás loco, Max? Estas cosas solo las hacemos contigo, ya no compartimos hombres. Esta guarra y yo ahora solo te compartimos a ti cuando te dejas.
Estuvimos una cuantas horas jugando al torturado. El cansancio se apoderó de los cuatro. Paramos de jugar y nos quedamos estirados en la gran cama con nuestros cuerpos sudados y entrelazados. Se quedaron dormidas y yo casi también. Reaccioné cuando vi a Mónica levantarse de la cama para servirse una copa y hacerse una raya. Parecía no estar bien.